Brasil/ ¿Qué Lula es el que vuelve? [José Natanson]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Sep 6 22:57:29 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

7 de septiembre 2022

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Brasil



¿Qué Lula es el que vuelve?



José Natanson

Le Monde Diplomatique, edición Cono Sur, septiembre 2022

https://www.eldiplo.org/



El modelo lulista es un modelo de conciliación de intereses, un sistema
complejo que procedió, a lo largo de sus doce años en el poder, mediante una
búsqueda permanente de balances y articulaciones. Más que resolver las
contradicciones, el lulismo procuraba moderarlas, dando como resultado un
equilibrio siempre inestable: reducir la pobreza sin confrontar con el
capital, conservar el apoyo del Movimiento sin Tierra empujando el
agronegocio, mantener el voto de los sectores conservadores del nordeste
avanzando en reformas progresistas.



La idea de pacto con el capital no integraba el programa original del PT,
surgido en los 80 como parte del movimiento de resistencia a la dictadura
con propuestas mucho más radicales. Tal como lo conocemos hoy, el lulismo es
resultado de la progresiva moderación ideológica operada en Lula durante los
90, cuando las sucesivas derrotas contra Fernando Collor de Mello y Fernando
Henrique Cardoso (en dos oportunidades) lo convencieron de que la ortodoxia
económica no era incompatible con la popularidad electoral. Y es
consecuencia del cambio en la base de apoyos de Lula experimentado durante
su primer mandato, cuando el escándalo del mensalão produjo el alejamiento
de amplios sectores de clase media, intelectuales y trabajadores
sindicalizados del centro y del sur del país, reemplazados por el voto de
las zonas más empobrecidas de las periferias urbanas y sobre todo del
nordeste, que hasta entonces se inclinaban por las propuestas neofeudales y
que, gracias al impulso de inclusión de las políticas sociales y el Bolsa
Familia, comenzaron a votar a Lula. Como la distribución
oficialismo-oposición se mantuvo parecida, esta mutación del electorado
lulista pasó desapercibida hasta que el politólogo André Singer la detectó y
analizó en un libro que haría historia (1). Al desplazarse de la clase media
a los excluidos y del sur al norte, el lulismo protagonizaba un hito: por
primera vez en la historia brasilera, los más pobres entre los pobres
votaban por un candidato de izquierda.



Exitoso durante su larga década en el poder, el modelo lulista de regulación
del conflicto fue posible por tres circunstancias. La primera es la cultura
política brasilera, que tiende a procesar los grandes cambios históricos –la
independencia, la abolición de la esclavitud, la proclamación de la
República, el fin de la dictadura– mediante reformas graduales, por vía de
la acumulación y la negociación más que de la ruptura. La segunda son las
condiciones excepcionales del boom de los commodities, que permitieron
avanzar en una redistribución del ingreso sin afectar los márgenes de
rentabilidad de la banca y las empresas. La tercera es el liderazgo único de
Lula.



Los límites del modelo



El ciclo lulista –los dos gobiernos de Lula y el primero de Dilma-
combinaron estabilidad política, crecimiento económico (moderado si se lo
compara con otros gobiernos del ciclo progresista, pero sostenido) y
formidables avances de inclusión social, tanto material como simbólica. El
dato más importante es conocido: 35 millones de personas superaron la
pobreza para ingresar a la nueva clase media durante los gobiernos del PT.
Otros avances son menos publicitados pero igual de relevantes: las cuotas
raciales y étnicas para democratizar el acceso al elitista sistema
universitario brasilero, el plan Brasil Sonriente (dentaduras gratis para un
país que, al momento de asumir Lula el poder, tenía 30 millones de
desdentados) y la plebeyización, muy al estilo del primer peronismo, de
ámbitos hasta entonces reservados a las elites blancas: dos millones de
brasileros, por ejemplo, se subieron por primera vez a un avión durante las
gestiones del PT (en su mayoría pobres que trabajaban en el sur y que hasta
el momento viajaban tres días en ómnibus para visitar a sus familias del
nordeste durante las fiestas de fin de año) (2).



Pero la estrategia de conciliación implicaba también ciertos límites. La
política de alianza con las grandes empresas le impidió a Lula avanzar en
una reforma impositiva progresiva que alterara de manera permanente la
distribución del poder; la legislación laboral, salvo en el caso del empleo
doméstico, se mantuvo inalterada, y las ganancias del sector financiero
batieron todos los récords. Tampoco se avanzó en una reforma política
(recién lo intentó Dilma, y de hecho fue uno de los motivos de su caída). El
cambio en la composición del electorado, la inclusión vía consumo de los
nuevos votantes y cierto amodorramiento de la dirigencia petista, cómoda en
la tibieza burocrática de los organismos del Estado, los fondos de pensiones
y las empresas públicas, atenuó el ímpetu reformista y produjo una
desmovilización de la militancia. Cuando llegó el momento, Dilma fue
desplazada del poder mediante un juicio político teñido de irregularidades
sin que volara una mosca.



Con sus logros y sus limitaciones, el lulismo no es un punto cero de la
historia brasilera sino parte del proceso histórico abierto con el fin del
ciclo militar y la inauguración de la Nova República. Una etapa que comienza
en 1985 y que también es fruto de una tensión irresuelta: el intento de
saldar la deuda social de la dictadura, simbolizado en la “Constitución
ciudadana” de 1988, y el contexto internacional en el que se inserta,
marcado por el auge del neoliberalismo. La solución institucional a esta
ambigüedad es lo que se conoce como “presidencialismo de coalición”. Los
politólogos han dedicado toneladas de papers al asunto, que suena muy
sofisticado pero no es otra cosa que la necesidad del Presidente, aprendida
luego del impeachment contra Collor, de asegurarse el respaldo parlamentario
mediante la construcción de una alianza más amplia que la que hizo posible
su elección. Básicamente, garantizar los votos necesarios para que el
Congreso no impida la gobernabilidad y, llegado el caso, no lo destituya. A
este método recurrieron Cardoso, Lula, Temer (él mismo producto de este
esquema) y Bolsonaro, pero no Dilma, que terminó pagando el precio.



El lado B del presidencialismo de coalición es que obliga al gobierno a un
ejercicio exasperante de negociación con una selva de partidos
desideologizados y dirigentes venales (el famoso centrão) que pugnan por
beneficios para sus distritos, sus electorados y ellos mismos en verdaderas
subastas de adhesión, con las grandes empresas contratistas de la obra
pública como el aceite que lubrica la maquinaria. El resultado es un sistema
opaco de relaciones entre el Congreso y el Ejecutivo que pone límites a la
vocación reformista de los gobiernos y que lleva implícita una dinámica de
corrupción sistemática, que se puede moderar pero no enfrentar.



En su libro Brasil autofágico (3), los politólogos Daniel Feldmann y Fabio
Luis Barbosa dos Santos analizan el fin del ciclo lulista y el ascenso de
Bolsonaro en el contexto más amplio de la crisis del capitalismo abierta en
los 70. Para ello, discuten la tesis que explica el agotamiento de la ola
progresista latinoamericana de la siguiente manera: los gobiernos
progresistas crearon las condiciones para la emergencia de una nueva clase
media, la clase media es individualista y conservadora por definición, los
gobiernos progresistas pierden las elecciones. El problema de esta
explicación –sostienen– es que exime de responsabilidad a los propios
gobernantes, como esas personas que cuando les piden que mencionen un
defecto propio dicen “soy muy perfeccionista”. La explicación omite los
puntos ciegos, lo que los gobiernos no pudieron resolver y lo que hicieron
definitivamente mal.



Los autores sostienen que, al no alterar las estructuras profundas de
distribución del poder ni modificar la raíz del modelo de producción, los
gobiernos progresistas lograron contener pero no revertir la crisis de onda
larga del capitalismo, que finalmente se terminó imponiendo. En el caso de
Brasil, identifican tres decisiones, fundantes del lulismo, que luego
terminarían precipitando su final: la temprana designación del neoliberal
Henrique Meirelles al frente del Banco Central (no es casualidad que el
mismo Meirelles fuera luego ministro de Hacienda de Temer), el pacto espurio
con los partidos del centrão para evitar las consecuencias del mensalão, y
el fortalecimiento del poder de los militares. Decisivas para la
supervivencia inicial de Lula, estas decisiones impidieron mejorar la
estructura impositiva, transparentar la política o juzgar a los represores
de la dictadura. Y, más relevante aun, fortalecieron lo que los autores
llaman “agentes de la aceleración”, aquellos que luego protagonizarían el
impeachment contra Dilma, que no sería entonces un giro de 180 grados sino
una consecuencia lógica, hasta previsible, en una misma línea histórica.



Aunque interesante para iluminar los puntos oscuros de una etapa que hoy es
recordada con nostalgia, el argumento de que el final del lulismo se explica
por su “debilidad reformista” resulta problemático, al menos si se juzga por
los contraejemplos: el de la propia Dilma, que ensayó un modelo menos
conciliador –y definitivamente menos tolerante con la corrupción– que el de
su padrino político, y terminó desplazada por un impeachment. Y el de Hugo
Chávez, que sí intentó remover la estructura capitalista mediante un
festival de expropiaciones, quiso crear una democracia de base mediante las
comunas y promovió una reforma constitucional socialista, todo para terminar
arrastrando a Venezuela al caos económico, el autoritarismo político y la
emigración masiva. La pregunta quizás sea la siguiente: ¿es posible reformar
Brasil sin una alianza de clases?



Volver



En enero de 2019, unos meses antes de la designación de Alberto Fernández
como candidato y la construcción del Frente de Todos, nos preguntábamos
desde la tapa de Le Monde Diplomatique por el regreso de Cristina. La ex
presidenta volvió, aunque no de la forma que imaginábamos. ¿Volverá Lula?
Por lo pronto, está haciendo todo lo posible: luego de su liberación, la
recuperación de sus derechos políticos y la anulación de la condena por
parte del Supremo Tribunal Federal, el ex presidente se dio a la tarea de
articular un frente integrado por diez partidos cuyo símbolo principal es la
incorporación del conservador Geraldo Alckmin, rival del mismo Lula en las
elecciones de 2006, como candidato a vice. Muy razonable desde el punto de
vista electoral, el plan aperturista de Lula implica dejar en segundo plazo
la renovación generacional experimentada por la izquierda brasilera (un
proceso del que surgieron figuras juveniles como Manuela d`Ávila y Guilherme
Boulos) y someter a la militancia petista al trago amargo de votar a los
oponentes del pasado, tal como demuestran dos episodios recientes: un acto
liderado por Lula en Pernambuco en el que un candidato local fue abucheado
por la militancia, que no olvidaba su voto favorable al impeachment (4), y
un mitin en Recife, también encabezado por Lula, en el que los organizadores
recurrieron a aplausos grabados para tapar los silbidos contra los nuevos
aliados (5).



La estrategia de Lula es simple: construir una alianza que, más que
izquierda contra derecha, confronte democracia contra neofascismo. Como
Emmanuel Macron, que reorganizó el sistema político francés para derrotar a
Marine Le Pen, Lula se propone crear una nueva polarización que le permita
recuperar el modelo de conciliación de la Nova República, del que el
bolsonarismo sería, de acuerdo a ese análisis, un desvío, casi diríamos un
accidente. Pero, ¿es esto posible? La sociedad brasilera no es la misma que
la de hace veinte años, cuando Lula llegó al gobierno subido a una ola de
esperanza. La politización de las iglesias evangélicas, el poder destructor
de las redes sociales, el fortalecimiento de la extrema derecha… el mundo de
hoy es el mundo de los Trump y los Bolsonaro. Con sus mil recursos
políticos, Lula nada a contracorriente de la época. Probablemente gane las
elecciones, pero las dificultades serán gigantescas.



Notas



1. Os Sentidos do Lulismo: Reforma Gradual e Pacto Conservador,  Companhia
das Letras, 2012.

2. José Natanson, El milagro brasileño, Debate, 2014.

3. Ediciones Tinta Limón, 2022.

4.
www.dw.com/pt-br/o-petismo-n%C3%A3o-ganha-elei%C3%A7%C3%A3o-o-lulismo-aparen
temente-sim/a-62693034
<http://www.dw.com/pt-br/o-petismo-n%C3%A3o-ganha-elei%C3%A7%C3%A3o-o-lulism
o-aparentemente-sim/a-62693034>

5.
https://jc.ne10.uol.com.br/politica/2022/07/15049374-ato-publico-de-lula-no-
recife-teve-palmas-gravadas-e-orquestra-de-frevo-para-abafar-vaias-a-candida
tos.html

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