Ecología/ "Si logramos evitar el genocidio de miles de millones de seres humanos, me daría por contento". [Jorge Riechmann - Entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Ago 5 14:03:30 UYT 2023


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Correspondencia de Prensa

5 de agosto 2023

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Ecología



Con Jorge Riechmann, filósofo y ecologista



“Si logramos evitar el genocidio de miles de millones de seres humanos, me
daría por contento”



Gorka Castillo

CTXT, 1-8-2023

https://ctxt.es/es/



Filósofo, poeta, ecologista, traductor y una de las voces más respetadas en
el ámbito del ecosocialismo, Jorge Riechmann (Madrid, 1962) acaba de
publicar su último libro, Bailar encadenados. Pequeña filosofía de la
libertad (Ed. Icaria), un ensayo donde vuelve a meterle el dedo en el ojo al
poder con un lúcido análisis sobre el valor más quemado por el
neoliberalismo impaciente. “Libertad no incluye el derecho a dañar”,
sentencia. Abrumado por la crisis ecosocial en la que está envuelta la
humanidad, Riechmann examina las facetas que configuran la falsa realidad
que crean las tecnologías digitales, prestando especial atención a la enorme
influencia que ejercen en la aceleración que está viviendo el capitalismo en
un contexto de limitaciones extremas. Y como patriota de la biodiversidad
concluye con una agridulce certeza: “No podremos evitar el colapso
ecológico-social si seguimos protegiendo este sistema económico”. Autor de
más de cien libros donde concilia sus inquietudes filosóficas y el placer
por la poesía, Riechmann insiste en que lo que hoy está en juego es,
sencillamente, la supervivencia de la especie humana. De ahí que su
compromiso ecologista sea indestructible. Él es uno de los 15 activistas del
colectivo Rebelión Científica que en abril del pasado año fueron arrestados
por protagonizar una acción de protesta en el Congreso y ahora se enfrentan
a posibles penas de cárcel. “Cuando las instituciones tienen sensación de
fragilidad tienden a percibir cualquier tipo de protesta social como algo
problemático”, asegura.



-Los desastres asociados al cambio climático se suceden en distintos lugares
de la Tierra. ¿Qué papel le queda a la gente más allá de “acostumbrarse a lo
que viene”, como algunos dicen?



El problema de esa idea de “acostumbrarse a lo que viene” es que, sin
cambios importantes en el sistema capitalista, lo que viene es un
empeoramiento constante de las condiciones de vida que nos acerca a un
planeta inhabitable. La frase, además, encierra una contradicción interna
porque para acostumbrarse a una situación nueva se necesita cierta
estabilidad y no nos dirigimos, precisamente, hacia ese escenario, sino más
bien hacia un tiempo de rupturas y discontinuidades.



-Acaba de publicar un libro de 300 páginas dedicadas al término libertad, a
su valor polisémico, pero el más aceptado es el más banal de todos, como
poder ir de cañas y cosas similares. ¿Está fallando algo?



Lo que está fallando, en mi opinión, es sobre todo hacernos cargo de nuestra
responsabilidad hacia la situación real en la que nos encontramos. Me
refiero a que el planeta Tierra puede dejar de ser habitable para seres como
nosotros, los causantes del desastre. Eso es algo inédito. Por eso hablamos
de cambio climático antropogénico o de la sexta megaextinción antropogénica.
Si captamos que uno de los determinantes mayores de esta situación es la
extralimitación de los márgenes biofísicos de la Tierra, nos daremos cuenta
de que el significado de la palabra ‘libertad’ puede ser distinto al que
teníamos hace unos años. Lo exploro en el libro Bailar encadenados. La
situación histórica ha cambiado tanto en un espacio tan corto de tiempo que
acciones humanas que antes nos parecían ética y políticamente neutras ahora
ya no lo son tanto. Por ejemplo, comer carne o desplazarse en coche privado
ya no tienen hoy en día el mismo significado que hace un siglo. Ahora, en un
“mundo lleno”, significan daño a terceros. Tenemos grandes dificultades para
captar lo rápido que han cambiado las cosas. Vivimos en un período que
llamamos la Gran Aceleración y nos ha llevado a otro mundo.



-Un mundo marcado por la revolución tecnológica y la inteligencia artificial
que ha hecho a la gente sentirse más libre. ¿Por qué considera en el libro
que esta transformación es una de las principales amenazas para la libertad?



Hay varias dimensiones que se deben distinguir. Por un lado, es indudable
que el tener acceso desde un móvil o un ordenador a cantidades enormes de
información, entrar en bibliotecas y cinematecas enteras o a innumerables
grabaciones de música, es un avance que alienta un sentimiento de progreso
de la humanidad realmente embriagador. Pero más allá de esa ilusión
luminosa, la cosa se ensombrece si pensamos que esos dispositivos son
poderosos instrumentos de control de las conductas humanas que un reducido
grupo de personas utiliza para reconfigurar la realidad subjetiva de la
gente sin alterar, al mismo tiempo, la sensación de que vivimos libremente.
Obviamente, esto les proporciona un poder como nadie ha tenido nunca antes
en la historia de la humanidad. Si además añadimos la aceleración que estas
tecnologías digitales provocan sobre los mecanismos de acumulación del
capital y sobre la distribución regresiva de la riqueza, el problema al que
nos enfrentamos es muy grave.



-Ahora han surgido las inteligencias artificiales, ¿un riesgo o herramientas
que amplían las capacidades humanas?



Efectivamente, algunos profesores ya las utilizan como auxiliares de
investigación; pero si nos quedamos en eso estaremos perdiendo muchas
dimensiones que nos impide conocer lo que verdaderamente ponen en juego. Por
ejemplo, la ganancia de poder oligopólico y de control que aportan. Tenga en
cuenta que estas inteligencias artificiales generativas del tipo ChatGPT
están siendo entrenadas con una enorme cantidad de información que, en
principio, no debería ser accesible. Hablo de datos privados o de derechos
sobre la propiedad intelectual. Tampoco deberíamos perder de vista que esos
supuestos beneficios tecnológicos van de la mano de la atrofia de otras
capacidades humanas que pueden ser importantes en cuanto cambien un poco las
circunstancias. No se trata sólo de que ese mundo digital esté destruyendo
nuestra capacidad de atención y concentración, sino que si las perspectivas
que tenemos por delante son el descenso energético y metabólico de nuestras
sociedades, quizá internet no esté siempre con nosotros. Por tanto, depender
de esa red para regular servicios públicos esenciales, como la electricidad
o la atención sanitaria, puede no ser una buena idea.



-Pero los impulsores de estas tecnologías defienden que, al final, todo
dependerá de la utilización que cada uno haga de estas herramientas. ¿Qué
opina?



Esa afirmación encubre la falsa idea de la neutralidad de las técnicas y las
tecnologías. Se recurre a la tópica analogía del uso de un martillo, que lo
mismo sirve para clavar un clavo como para abrirle la cabeza a alguien. Pero
esa analogía, que no se sostiene ni con las herramientas más sencillas, no
digamos ya con el tipo de tecnologías complejas que se despliegan ahora y
que son configuradoras del mundo. Es evidente que el metaverso de Zuckerberg
o las inteligencias artificiales avanzadas, que modelan las opciones humanas
y prefiguran las decisiones que podemos tomar, no son nada neutros y, por lo
tanto, deberían ser objeto de una deliberación democrática muy amplia y de
un control social muy estricto.



-¿Cómo abordar estos cambios tecnológicos y climáticos a los que hoy se
enfrenta la humanidad?



Asumiendo, por ejemplo, que si necesitamos cambios sistémicos de calado para
orientarnos de otra manera. En lugar de seguir pensando en términos de
expansión de la oferta, hoy requerimos políticas públicas fuertes que
gestionen la demanda. Es una de las maneras en que se concretaría el
decrecimiento y está sobre la mesa desde la primera crisis del petróleo en
1973. Sociedades que se habían acostumbrado, en esa fase de la Gran
Aceleración, a que política energética era lo mismo que disponer de
cantidades siempre crecientes de energía se dieron cuenta, de repente, de
que necesitaban organizar la convivencia social con cierto nivel limitado de
energía, incluso que tenía que decrecer. Esa sigue siendo nuestra tesitura.



-¿Considera que la transición energética emprendida no es suficiente?



Es muy reductiva. Antes que nada habría que tener claro que una verdadera
transición ecológica es mucho más que una transición energética. ¡Pensemos,
por ejemplo, en la agroecología y las iniciativas de renaturalización! Se
cree que descarbonizando el abastecimiento eléctrico podemos funcionar con
fotovoltaica y eólica; y está bien como principio pero no es suficiente. La
clave es el “menos”: tenemos que usar menos energía y también menos
electricidad. Y para avanzar hacia eso con justicia debemos diseñar
políticas de gestión de la demanda, es decir, buscar la forma de satisfacer
nuestras necesidades básicas con un uso menor de energía. Pero esto puede
topar con una resistencia social, como estamos comprobando, por ejemplo, con
el conflicto desatado en Alemania por la llamada ley de las calefacciones
que pone fecha de caducidad a la instalación de calderas de gas o fuel a
favor de las bombas de calor. Bien, pues la derecha está azuzando una guerra
contra esa política, que no es otra cosa que gestionar la descarbonización,
porque ¿quién va a imponerles a ellos un sistema de calefacción o quién va a
impedirles instalar una caldera de fuel si quieren hacerlo? Podríamos
responderles que la libertad no incluye el derecho a dañar, que es lo que
ellos formulan. Volvemos a los temas de mi libro Bailar encadenados. Pequeña
filosofía de la libertad.



-Pero estos planteamientos ecofascistas no dejan de crecer. A la gente le
importa cada vez menos las mentiras que les cuentan. ¿Cuál es el motivo?



En tiempos difíciles como el actual, cuando el futuro del que nos han
hablado no va a tener lugar, cuando caen todas las narraciones sobre el
éxito meritocrático y todo parece tambalearse, suele producirse una reacción
protectora de las propias creencias que nos empuja a aferrarnos a líderes
fuertes que prometen seguridad. No es fácil salir de ese lugar porque vamos
a necesitar una suerte de duelo por aquellas expectativas frustradas, muchas
de ellas anudadas al mito del Progreso (con mayúsculas). Cuestionarnos
algunas de nuestras creencias básicas siempre es muy costoso a nivel
individual y también colectivo pero tenemos que hacernos cargo de una
realidad que es difícil de asumir como el descenso energético del que
hablábamos antes. No sé si los que queremos mantener perspectivas de
supervivencia y emancipación en una sociedad con unos niveles aceptables de
“igualibertad” seremos capaces de hacerlo pero tenemos que insistir en ello.



-¿Qué futuro plantean los estados que organizan cumbres mundiales para
salvar el planeta pero siguen valorando el éxito de su modelo en función del
crecimiento económico?



Siendo generosos en la interpretación, pensaremos que persiguen objetivos
que son incompatibles entre sí. Pero no se puede proteger el (des)orden
mundial existente y evitar el derrumbe ecológico-social hacia el que vamos,
o en el quizá ya estamos, al mismo tiempo. Por lo tanto, repito que la tarea
más importante ahora es hacernos cargo de la realidad para afrontar un nuevo
orden, más allá del capitalismo, que nos permita hacer las paces con la
naturaleza, como decía el título de un libro de Barry Commoner. Si no
construimos un horizonte de simbiosis cultura-natura no saldremos adelante.



-¿Y cree que el capitalismo será capaz de autoenmendarse?



Si queremos seguir adelante sin dejar a nadie atrás, la respuesta es que no.
El capitalismo no puede hacerlo. Sí puede, quizá, reconvertirse en un
sistema que funcione para un número mucho menor de personas, lo que nos abre
un horizonte de genocidio acaso de manera diferida en el tiempo. Sería la
forma de aceptar que el planeta no da para todos pero sí para mi grupo o
para mi nación. El lema de Trump de ‘America first’ y de algunos países y
sectores sociales del Norte global va en esa dirección.



-Una de las acusaciones que los neoliberales hacen del ecologismo es que es
una ideología que merma la libertad.



Primero habría que ponerse de acuerdo sobre qué es ideología. Si la
entienden como una concepción del mundo en un sentido amplio, no habría
problema en reconocer que el ecologismo es una ideología, entendido como
conjunto articulado de ideas y valores con cierta orientación social. Pero
si se emplea el término de manera peyorativa o despectiva, como una falsa
conciencia vinculada a ciertos intereses sociales parciales, entonces no lo
es. Entonces, los ecologismos tienden a ser antiideológicos porque ponen en
entredicho esa fingida conciencia productivista y desarrollista, vinculada a
ciertas prácticas y sentimientos que prevalecen en la cultura dominante,
como que el crecimiento económico es bueno en sí mismo, o la idea jibarizada
de libertad como mera no interferencia.



-Usted y otros 14 científicos han sido acusados de “daños contra el
Patrimonio” por una protesta en las escaleras del Congreso.



El juez de instrucción considera que hay indicios de un delito por daños al
patrimonio histórico y estamos a la espera de conocer la decisión de la
fiscalía. Será entonces cuando los 15 miembros de Rebelión Científica, entre
los que me encuentro, sepamos si hay una acusación formal contra nosotros.
El problema es que la resolución de la fiscalía se está alargando demasiado
y eso siempre genera incertidumbre.



-Da la sensación de que el activismo social se ha vuelto cada vez más
incómodo para el poder. En Reino Unido, dos ecologistas han sido condenados
a tres años de cárcel por una acción no violenta y el gobierno de Macron ha
aprobado la disolución de la coalición ecologista ‘Soulèvements de la Terre’
¿Son ustedes los nuevos enemigos del capitalismo?



Estamos asistiendo a un endurecimiento de la represión y del control social
en casi todo el mundo. No sólo en sus formas obvias –estados cada vez más
autoritarios– sino también, como decía antes, en un plano digital que es
realmente preocupante. Somos testigos de una militarización creciente y de
reacciones cada vez más coercitivas a medida que se desarrollan nuevas
formas de protesta, por ejemplo contra el cambio climático. En Reino Unido,
Alemania y Francia se están aprobando legislaciones ad hoc muy pensadas para
desalentar estas clases de protestas. Pero esa incomodidad es el resultado
de la existencia de cierto déficit democrático. Cuando las instituciones
tienen sensación de fragilidad tienden a percibir cualquier tipo de
respuesta social como algo problemático. Si tuvieran más músculo democrático
no serían vistas con preocupación.



-¿Cuál sería para usted la sociedad idílica?



No emplearía el término idílico ni ideal. Las ilusiones de un paraíso me
parecen negativas. Tenemos que hacernos a la idea de que no habrá un final
de la aventura humana y surgirán siempre elementos de conflicto y debates
que irán hacia adelante salvo que desaparezcamos como especie. Pero a corto
plazo tenemos que hacer frente a las posibilidades de colapso
ecológico-social. De manera minimalista diría que si llegamos a los próximos
decenios con una situación climática y ecológica más o menos estabilizada y
logramos evitar el genocidio de miles de millones de seres humanos, que es
el horizonte que ahora tenemos, me daría por contento. No es imposible
conseguirlo, pero habrá que hacer lo indecible por avanzar hacia ello.

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