Argentina/ Milei, las causas de una victoria. [Dossier]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Ago 14 23:23:04 UYT 2023


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Correspondencia de Prensa

14 de agosto 2023

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Argentina



Milei, primero en las Paso



El puñal



El triunfo de Javier Milei revela cambios sociales que recién estamos
empezando a comprender. Una sociedad astillada, golpeada por la crisis
económica y la pandemia, que manifiesta su bronca pero que también expresa
un deseo de reseteo profundo, una necesidad de shock.



José Natanson

Le Monde diplomatique, 14-8-2023

https://www.eldiplo.org/



¿Quién había reparado en la nueva clase burguesa antes de que las cabezas de
Luis XVI y María Antonieta terminaran guillotinadas? ¿O en los trabajadores
excluidos recién llegados del interior antes de que cruzaran los puentes el
17 de octubre de 1945? Las transformaciones sociales son lentas y se
tramitan silenciosamente, son corrientes subterráneas que no resulta fácil
intuir, hasta que un día irrumpen, y entonces todos dicen: claro, es obvio,
tenía que pasar.



Por eso, para empezar a entender los resultados de las PASO de ayer creo
que, más que pensar en grandes cambios ideológicos del electorado (“giro
conservador”, “derechización”), hay que analizar el estado de la sociedad en
su modo más puro, ir a ver lo más abajo posible. Y no hace falta un
doctorado en sociología para notar que la sociedad argentina está astillada,
partida en mil pedazos luego de una década de estancamiento, de una economía
que no funciona, ni resuelve, ni muestra una salida, de una configuración
política polarizada que ya no le sirve a nadie, de años de pandemia e
inflación. Si no hubo en este tiempo una rebelión que arrasara con todo de
un único golpe fulminante, como ocurrió en 1989 y 2001, fue porque las
políticas asistenciales cumplen un rol de contención eficaz, porque los
movimientos sociales canalizan el descontento y porque la democracia sigue
funcionando, como si la sociedad, que hace dos años ya había enviado una
señal de alerta batiendo el récord de abstención, esta vez hubiera estado
esperando que llegara el momento electoral mientras afilaba pacientemente el
puñal, para finalmente hundirlo en el cuerpo del sistema.



Desilusionada pero no violenta, la sociedad argentina se siente protagonista
de un enorme fracaso colectivo, lo que quizás explique que valore tanto los
pocos éxitos simbólicos que encuentra a mano (el Mundial, la película
Argentina, 1985 como el recuerdo de algo que salió bien). No estalla, pero
revienta para adentro todos los días. ¿Dónde lo vemos? En el aumento de la
violencia intra-familiar, en la multiplicación de pequeños conflictos sin
sentido que rápidamente terminan en pelea feroz, en el incremento del
consumo de drogas y alcohol y el abuso de psicofármacos (la venta de
clonazepam y alprazolam aumentó tres veces, en el primer caso, y cinco, en
el segundo, más que la del promedio de los medicamentos en el último año).
Las relaciones, con las personas y las instituciones, se rompen: el vínculo
escolar de cientos de miles de chicos quedó interrumpido por la pandemia y
nunca se recuperó; un informe del Observatorio de Psicología Social Aplicada
de la UBA (Universidad de Buenos Aires) registró un deterioro inédito de las
relaciones de pareja y un aumento de los conflictos familiares.



La idea de que las elecciones se ganan aumentando las jubilaciones o
subiendo el piso del impuesto a las ganancias se demostró falsa.



No sólo la crisis y la pandemia, también la digitalidad está cambiando a la
sociedad, sobre todo a las generaciones más jóvenes. Se multiplican los
“trabajos” en servicios de reparto y apps de transporte, los empleos a
comisión (por ejemplo, en telemarketing), y las oportunidades que ofrece la
economía de plataforma para la creación de pequeños emprendimientos
comerciales. Los referentes de éxito de esta nueva etapa no son líderes que
construyen grandes organizaciones o gestas colectivas, sino individuos: una
sociedad de ídolos sueltos, de millonarios gracias a la especulación con
criptomonedas, influencers que facturan vía YouTube y referentes del trap y
del hip hop que ya no apuestan al trabajo común de la banda (de cumbia, de
rock) sino al talento individual de un artista que lo único que necesita
para triunfar es un teléfono. Se trata, en todos los casos, de iniciativas
individuales –a lo sumo familiares o de grupos muy pequeños– sostenidas en
las ideas de libertad, pequeña propiedad, flexibilidad horaria, creatividad
y emprendedorismo. El paradigma meritocrático del esfuerzo individual, la
autosuperación y el riesgo. Como si la “sociedad del riesgo” de Ulrich Beck
se hubiera internalizado en clave positiva: todos ellos arriesgan (su
inversión, su salud, su vida pedaleando para una entrega) y miran con
desconfianza a quienes consideran que no lo hacen.



Frente a esta nueva realidad social, tanto el peronismo como esa
sensibilidad difusa que llamamos “progresismo” tienen poco que decir, y
entonces fracasan. La idea de que las elecciones se ganan aumentando las
jubilaciones o subiendo el piso del impuesto a las ganancias se demostró
falsa: hay una parte del drama que no se resuelve con más gasto, que no
entra en el IFE (Ingreso Familiar de Emergencia), la suma fija o el “plan
platita”. ¿Qué tiene el peronismo para ofrecerles a estas nuevas realidades?
Su clásico discurso protector, su visión del Estado como igualador social y
su apelación a la acción colectiva de sindicatos o movimientos sociales
tienen poco que ver con las vidas sufridas, atomizadas y entrecortadas de
cada vez más personas, para quienes el liberalismo es menos una ideología
que una realidad que emerge a partir de la posición que ocupan en la
economía; un efecto, como sostiene Pablo Seman, de su lugar en la estructura
del capitalismo. Si el clásico discurso popular del peronismo puede sonar
pasado de moda, el discurso progresista aparece directamente hueco. O peor
aún: como una excusa para encubrir los privilegios.



Insisto entonces con esto: si en algún lugar hay que buscar una explicación
acerca de los resultados de ayer el batacazo de Javier Milei, el triunfo de
Patricia Bullrich en la interna de Juntos por el Cambio, el tercer lugar
d–el peronismo– es a ras del suelo. Es tiempo de sociólogos (o de
antropólogos) más que de politólogos. Hay que ir a mirar ahí, a la feria de
ropa usada, al maxikiosco 24 horas, al grupito que se reúne en la esquina
(“La cantina de los pobres”, como decía célebremente el policía de The
Wire). Por eso al final resultaron más exactas las respuestas espontáneas de
los laburantes que pasaban por la estación de Constitución y reaccionaban
ante el notero de Crónica que las mil encuestas previas.



La sociedad había castigado al kirchnerismo (en 2015), al macrismo (en 2019)
y al Frente de todos (en 2021), y esta vez buscó algo completamente nuevo,
la marca más rara que se ofrecía en la góndola, el vehículo más bizarro para
gritar la ferocidad de su bronca…



Era, hasta cierto punto, lógico: la sociedad había castigado al kirchnerismo
(en 2015), al macrismo (en 2019) y al Frente de todos (en 2021), y esta vez
buscó algo completamente nuevo, la marca más rara que se ofrecía en la
góndola, el vehículo más bizarro para gritar la ferocidad de su bronca, como
si buscara más que decir algo: que le crean. Y sin embargo, no es sólo
rechazo sordo lo que explica el crecimiento de Milei. Si el macrismo fue en
esencia una coalición antiperonista, Milei es eso, pero es más que eso. ¿Hay
un voto de esperanza? Digamos que hay una expectativa. Tras una década de
empate político, de la esterilidad de la “hegemonía imposible”, Milei dice,
claro y fuerte, que él sí puede, que las cosas que promete –dolarización,
menos impuestos– son factibles. Las retomó en su discurso de ayer a la
medianoche, que puede haber sonado afiebrado y distópico (que lo fue), pero
que también fue auténtico (Milei es auténtico), que buscó mostrar un
programa y que fue el más ideológico de todos, con referencias a los
próceres del liberalismo (Alberto Venegas Lynch, el mismo Alberdi) y una
serie de propuestas bastante concretas. El ascenso de Milei expresa una
voluntad de impugnación fuerte del sistema y de rechazo al gradualismo, pero
también el deseo de un reseteo profundo, de un shock.



Algo habrá que reconocerle al libertario. Hubo inteligencia estratégica
detrás de su triunfo, tal como revelan cinco decisiones que logró sostener a
lo largo de la campaña. La primera es construirse como el candidato de la
anti-política apelando a la gesta contra la “casta”, un concepto importado
de Podemos que supo explotar mejor que nadie. La segunda, que se deriva de
la anterior, es no ingresar a Juntos por el Cambio, como sí lo hicieron José
Luis Espert y Ricardo López Murphy, cuidándose al mismo tiempo de no atacar
ni a Macri ni a Bullrich, y concentrando sus invectivas en Horacio Rodríguez
Larreta. La tercera, que apareció en su discurso de ayer, es la
reivindicación de Menem y Cavallo como artífices del último plan
anti-inflacionario exitoso, una operación simbólica audaz que ubica a Milei
en el grupo de líderes de extrema derecha que bucean en el pasado para
encontrar su lugar en el presente: el Tea Party como antecedente de Donald
Trump, Vox y el franquismo, José Antonio Kast y el pinochetismo, Jair
Bolsonaro y la dictadura brasilera. La cuarta, sumar a su neoliberalismo
económico los votos de la reacción conservadora, el rechazo que generan los
avances en materia de género, diversidad y pluralismo en amplios sectores
sociales. Y la quinta, que comenzó en los últimos dos meses, cuando dejó de
hablar de la compraventa de órganos para concentrarse en sus dos o tres hits
(dolarización, crítica del Estado, impugnación de la política), es trabajar
es una desdiabolización de su figura que la haga tolerable, o al menos
audible, para amplios sectores sociales, el mismo camino que en su momento
siguieron Marine Le Pen, tomando distancia del fascismo de su padre, Georgia
Meloni, enviando señales tranquilizadoras a la Unión Europea, y Jair
Bolsonaro, buscando el apoyo de la centroderecha tradicional.



Concluyamos.



La victoria de Milei, que se extendió por casi todo el país y por casi todos
los estratos sociales, se completa con el triunfo de Bullrich en la interna
de Juntos por el Cambio. Expresión de la crisis de la centroderecha
tradicional que ya se había manifestado en países como Brasil o Chile,
Bullrich entendió mejor que su rival hacia dónde soplaba el viento, descartó
las construcciones superestructurales (esa impúdica exhibición de dirigentes
en la que se había convertido la campaña de Rodríguez Larreta) y ofreció una
propuesta nítida: la candidata ultra que juega dentro de un partido
tradicional y que resulta, por lo tanto, más confiable. Si Milei es
Bolsonaro, Bullrich quiere ser Trump. El cuadro termina de componerse con la
derrota del peronismo, la peor de su historia. Como el electorado quedó
dividido en tercios (o cuartos, si consideramos el voto en blanco y la
abstención), cualquier cosa puede pasar. Por debajo de la política hay una
sociedad muy diferente a la que construyeron la crisis del 2001, el
kirchnerismo y el gradualismo de Macri, una sociedad nueva que recién
estamos empezando a conocer.



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Milei, la cosa y las causas



La victoria de Javier Milei se explica por el fracaso del neoliberalismo de
Macri y del estatalismo blando del Frente de Todos. Sin embargo, Milei no
escapa a la maldición de la encrucijada argentina, aquella que sentencia que
un triunfo electoral no es sinónimo de la capacidad de imponer un proyecto
político.



Fernando Rosso

Le Monde diplomatique, 14-8-2023



“Milei no tendrá razón, pero los que lo votan sí”, escribió el periodista
Martín Rodríguez y puso el dedo en una llaga que este domingo se transformó
en gangrena. De eso se trata: encontrar las razones detrás de la locura del
hombre que ama los perros, habla con el más allá y se cree el rey de un
mundo perdido. No pensarlo como indescifrable biografía personal, sino como
brutal fenómeno político.



Hace tiempo que la Argentina se transformó en un cementerio de ambiciones
hegemónicas en el que los distintos bloques sociales (y sus expresiones
políticas) tienen la capacidad de vetar el proyecto del otro, pero carecen
de recursos para imponer de manera perdurable los propios.



Javier Milei y el libertarianismo triunfante en las primarias emergieron de
ese laberinto y son la consecuencia de dos fracasos y un triunfo.



Hace tiempo que la Argentina se transformó en un cementerio de ambiciones
hegemónicas.



Los fracasos son los que representaron, por un lado, el programa neoliberal
duro que sucumbió en la aventura del gobierno de Mauricio Macri y, por el
otro, un estatismo blando —cuya última expresión fue la deslucida
administración de Alberto Fernández— carente de la capacidad para satisfacer
las promesas de su propia narrativa. En este último caso, lo que Pablo Semán
bautizó como la “mímica de Estado”: un relato estatalista en el contexto de
anquilosadas capacidades estatales que permitan satisfacer (aunque sea de
manera parcial) las demandas sociales que emergen de una crisis crónica,
profunda y multidimensional.



El triunfo fue la habilidad (esencialmente del peronismo) para contener y
mantener en la quietud a las organizaciones sindicales y “sociales” que
fueron dadoras voluntarias de orden y gobernabilidad para un gobierno que
continuó el ajuste por otros medios. Una hoja de ruta económica que
profundizó el malestar y provocó un estado de ánimo colectivo dominado por
el enojo, el hartazgo y la fatiga que no encontró los canales para
manifestarse como rebeldía.



En La tragedia del movimiento obrero, el sociólogo y periodista
estadounidense de origen austriaco Adolf Sturmthal, escribió que era
imposible “comprender lo que pasó en Europa sin relacionarlo con la suerte
de sus organizaciones obreras”. Se refería a la primera etapa del periodo de
entreguerras antes de la irrupción del fascismo y el nazismo. Impactado por
la lectura de ese libro, Juan Carlos Portantiero tomó la noción de “empate”
para pensar un período de la realidad argentina. Sturmthal sostenía que el
gran drama del movimiento obrero europeo en ese período fue su mentalidad de
“grupo de presión”: imponer la agenda de sus demandas corporativas sin
pensar un proyecto político de conjunto (al margen del debate en torno a
cuál debería ser ese proyecto).



La mayoría de las conducciones de las organizaciones sindicales y “sociales”
de la Argentina tienen una praxis similar, con una diferencia: su práctica
de “grupo de presión” se realiza a través de métodos diplomáticos, de
negociaciones de ministerios y de una pax callejera. Esto transforma a las
clases trabajadoras (y a sus diferentes estamentos) en una “mayoría
silenciosa” dominada por la desesperanza, la rabia o el remordimiento, a
tono con la época. En la ausencia de ese actor y esa voz en la escena
pública argentina, la ultraderecha encuentra su primera ventaja en el
contexto de la crisis.



En términos materiales, esto fortalece y cristaliza la dualización de la
clase trabajadora, con un universo que sostiene conquistas o derechos e
incluso le da batalla a la inflación, y otro sector, cada vez más extendido,
que queda abandonado a su suerte, preso de la “uberización” o la
precarización de las condiciones de vida.



Todo un continente de personas que queda condenado a un emprendedorismo
marginal del que emergen nuevas subjetividades distanciadas de experiencias
colectivas y mucho más proclives a la aceptación de discursos
individualistas. En esas grietas emergen lo que los investigadores
brasileños Daniel Feldmann y Fabio Luis Barbosa dos Santos (1) —intentando
explicar las bases sociales del bolsonarismo— calificaron como una
“sociabilidad concurrencial”, de competencia, de unos contra otros: los que
trabajan contra los que no trabajan, por ejemplo. Un proceso que tiene lugar
a través del vaciamiento de las mediaciones propio del neoliberalismo en su
etapa superior. El discurso sobre la “libertad” agitado por los
libertarianos durante la pandemia tenía un significado muy diferente para
aquellos que conforman este universo de personas que no tenían otra opción
que salir a trabajar y no podían darse el lujo de “quedarse en casa”.



Por otro lado, la reacción por derecha que expresa el mileísmo en
construcción no es solo ante la “mímica de Estado”; también se combina con
el rechazo a lo que la filósofa Nancy Fraser denominó “neoliberalismo
progresista”: años de intenso relato estatal progresista combinado con un
ajuste económico bastante ortodoxo.



Pero además de las raíces sociales y las narraciones de Estado, Milei y el
libertarianismo tuvieron promotores desde arriba. Cierto establishment
trabajó para instalarlos como “agenda” y desplazar el debate público a la
derecha. Aunque no sea esencialmente un artefacto de diseño, sin los
anabólicos inyectados desde los aparatos mediáticos el “fenómeno Milei” no
sería lo que es. En su libro El loco. La vida desconocida de Javier Milei y
su irrupción en la política argentina (2), el periodista Juan Luis González
revela los esfuerzos concretos y materiales de empresarios como Eduardo
Eurnekián para posicionarlo en escena mediática.



Por otro lado, la reacción por derecha que expresa el mileísmo en
construcción no es solo ante la “mímica de Estado”; también se combina con
el rechazo a lo que la filósofa Nancy Fraser denominó “neoliberalismo
progresista”.



Finalmente, no hay que olvidar el cálculo de pequeña política del
panperonismo que apostó al crecimiento de Milei con la ilusión de que le
saque votos a Juntos por el Cambio. Cualquiera podría argumentar que es un
recurso habitual y hasta legítimo de la disputa política, pero el problema
se agiganta cuando la estrategia se reduce sólo a la lotería de dividir los
votos del otro porque todos los días se pierde una porción de los propios.
El resultado “no deseado” fue un motor más para el impulso del experimento
libertariano.



Sin embargo, ante la “depresión pos-PASO” que seguramente invadirá a las
almas espantadas del progresismo, corresponde afirmar que Milei no escapa a
la “maldición” de la encrucijada argentina. Aquella que sentencia que
triunfo electoral no es sinónimo de conquista de una relación de fuerzas
para imponer un proyecto político. El ganador de la jornada también corre el
riesgo de tomar la parte por el todo y todavía está por medirse el tamaño de
su esperanza.



Notas



1.Brasil autofágico. Aceleración y contención entre Bolsonaro y Lula, Daniel
Feldmann y Fabio Luis Barbosa dos Santos, Tinta Limón, 2022.

2.El loco. La vida desconocida de Javier Milei y su irrupción en la política
argentina, Juan Luis González, Planeta, 2023que resulta, por lo tanto, más
confiable. Si Milei es Bolsonaro, Bullrich quiere ser Trump. El cuadro
termina de componerse con la derrota del peronismo, la peor de su historia.
Como el electorado quedó dividido en tercios (o cuartos, si consideramos el
voto en blanco y la abstención), cualquier cosa puede pasar. Por debajo de
la política hay una sociedad muy diferente a la que construyeron la crisis
del 2001, el kirchnerismo y el gradualismo de Macri, una sociedad nueva que
recién estamos empezando a conocer.



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Milei, el candidato más votado en las Paso



Ruge la leonera



Con el 30.04 por ciento de los votos, Javier Milei fue el candidato a
presidente más votado en las PASO y se consolida como uno de los favoritos
para octubre. Recuperando el síntoma “que se vayan todos” logró contener el
descontento y la desconfianza en el Estado y se impuso en 16 de los 24
distritos. Los resultados del domingo no se reducen a una “derechización de
la sociedad”, dice Lucas Reydó. Una inflación del 115 por ciento, la
creciente precarización laboral y una coalición oficialista hundida en
peleas internas explican mejor la efectividad del rugido del León.



Lucas Reydó *

Revista Anfibia, 14-8-2014

https://www.revistaanfibia.com/



Javier Milei está emocionado. Sube a la tarima para dar su discurso post
PASO con la convicción de quien se sabe favorito y encuentra el tono: el
punto justo entre el rugido y una moderación (que como siempre, al final no
es tal) a la que no nos tiene acostumbrados.



—Estamos ante el fin del modelo de la casta, basado en esa atrocidad de que
'donde hay una necesidad nace un derecho', pero se olvidan de que alguien lo
tiene que pagar, cuya máxima aberración es la justicia social.



Pareciera que, por primera vez, tanto él como su espacio consideran
realmente la posibilidad de que sea el próximo presidente de la Argentina.



La Libertad Avanza (LLA) ya no es el mismo partido que se fundó en 2021,
alentado por su impulso de rebeldía contra las medidas de aislamiento
durante la pandemia y un viento de cola mediático que supo aprovechar para
las elecciones legislativas de ese año. El cierre de campaña en el Movistar
Arena la semana pasada demostró un nivel de organización y aparato militante
mucho más sólido frente a aquél improvisado acto de cierre en el Parque
Lezama en 2021, que a la vez fuerza consolidaciones ideológicas doctrinarias
y contradicciones inherentes a un partido político que reniega
constantemente de la política.



Los resultados de las PASO del domingo demostraron un claro éxito en su
apuesta a la polarización contra Juntos por el Cambio, que lo posiciona en
un lugar mucho más relevante de cara a las generales y a un eventual
ballotage. ¿Cuál será la estrategia de Javier Milei si quiere, a la vez,
mantener el voto “bronca” y el de la más reciente adoptada racionalidad
política?



La libertad desde abajo



El cierre de campaña comenzó con la proyección de un cortometraje de dos
minutos en el que aparece la figura de una persona tocando un shofar (un
instrumento ceremonial de la colectividad judía). Luego toma un giro abrupto
hacia la representación visual de varios edificios siendo demolidos. Lo que
probablemente pudo resultar confuso para la militancia libertaria fue tanto
un intento de consolidar la mística espiritual del líder como de alejarse de
las acusaciones de antisemitismo resultantes del voto negativo de los
diputados de La Libertad Avanza a la iniciativa que ingresó al Congreso de
la Nación para declarar al 18 de julio (fecha del atentado a la AMIA) como
día de duelo nacional. Así como Josué hizo sonar el shofar como un
llamamiento de guerra para capturar Jericó, Javier Milei hace lo propio para
con las instituciones de la Casta, su indeterminada y, según las
circunstancias, moldeable construcción de su adversario político.



A la ya clásica entrada con la reversión de Panic Show, de La Renga, Milei
sumó el nuevo cántico del que se vayan todos, un intento por recuperar ecos
de la crisis de representación política del 2001. A la figura del “candidato
del descontento”, explícitamente abrazada por los representantes de la
Libertad Avanza y a ella buscan homologar la doctrina liberal como una
obviedad resultante de ese descontento. En ese sentido, LLA se encuentra en
una posición incómoda en la que debe mantener a la vez el discurso de
sublevación y la consolidación de su partido en el sistema político
tradicional.



La narrativa del underdog resulta clave para mantener en pie esta tensión.
El documental Javier Milei: La Revolución Liberal, dirigido por el cineasta
Santiago Oría y estrenado el  10 de julio en el Teatro Gran Rivadavia en
Floresta, enfatiza la idea de un candidato que se construye particularmente
desde abajo y sólo es llevado al camino de la política y el liderazgo a
fuerza de las circunstancias. Hijo de una familia de clase media baja, con
un padre colectivero, el temple de Milei se formó ya desde su juventud como
arquero en las inferiores de Chacarita Juniors. Los arqueros, explica su
hermana Karina (a la que el mismo Javier Milei se refiere como “El Jefe, ese
ser maravilloso”), se enfrentan en el campo de juego a un clima mucho más
hostil que el del resto de los jugadores; de su actuación depende la mayor
parte del resultado del partido. Es esta hostilidad la que lo prepara para
enfrentar los embates mediáticos que luego denunciará: que decían que sólo
era un personaje entretenido y que nunca conseguiría votos, luego que nunca
conseguiría superar las PASO y, más tarde, que no lograría obtener una banca
en diputados. A partir de esa épica del 17% de los votos obtenidos en CABA
en 2021 Milei reconstruyó la autonomía partidaria de La Libertad Avanza: hoy
ya cuenta con estructura, fiscales y está “lista para representar a los
argentinos de bien”.



Rebobinando la historia



A la hora de consolidar su doctrina partidaria, La Libertad Avanza
reconstruye la historia Argentina en una clave distinta a la de la tradición
cambiemita. En ese sentido, LLA no es un partido “gorila”, o al menos no lo
es en términos tradicionales. Mientras que el macrismo sostuvo su irrupción
política bajo la idea de terminar con “70 años de peronismo”, Javier Milei
sitúa la era de oro de la nación bastante más atrás en la historia, en
relación a la élite gobernante de la Generación del 80.



Según los libertarios, la Argentina de fines del siglo XIX era la “envidia y
el país más rico del mundo” hasta que “la clase política decidió que la
riqueza no debía estar en manos de los argentinos”. Esta decisión -según
este relato- tiene fechas y culpables específicos: el país abandonó el
modelo constitucional de la libertad de Alberdi en 1916 con el radicalismo
de Hipólito Yrigoyen y su modelo “colectivista”, con una selectiva omisión
al hecho de que se trató del primer presidente elegido por medio del voto
secreto y obligatorio universal (masculino). A partir de este momento la
Argentina abrazó el “modelo socialista que sólo beneficia a los políticos
ladrones y vuelve a los bolsillos de los honestos cada vez más chicos, que
para trabajar y comer tienen que pedirle permiso a un burócrata”. Esta
caracterización política no distingue partidos y según Milei se repite tanto
durante gobiernos peronistas (a los que nunca se hace una alusión directa)
como en los radicales y en las dictaduras.



El único momento en el que la Argentina pareció abrirse momentáneamente a su
verdadero destino capitalista fue durante el menemismo: según el candidato
más votado en las Paso devolvió al país a una senda de crecimiento sin
inflación en el que el crédito hipotecario era una realidad posible al
alcance de cualquier argentino. Aquel momento, sin embargo, fue interrumpido
por “la casta” en 2001, cuando descubrió que el modelo de la Convertibilidad
no servía para sus negocios. Ahí llegó el estallido de diciembre.



La reconstrucción de los ‘90 como promesa perdida y el 2001 como el momento
de traición de la Casta ayuda a LLA a consolidarse como el verdadero partido
outsider, al que le importa más diferenciarse de la derecha tradicional
argentina que de los modelos desarrollistas y redistribucionistas del
kirchnerismo. Es particularmente curioso cómo tanto en el film de Oría como
en el discurso del último lunes las figuras de Alberto y Cristina son más
bien omitidas y dejadas en un segundo plano frente a la de Horacio Rodríguez
Larreta, el “siniestro” enemigo en el que Javier Milei centra la mayoría de
sus ataques. Después de todo, esta disputa cobra sentido en la medida en la
que el candidato libertario no busca apropiarse de conceptos como el de
“justicia social” (concepto que desprecia abiertamente, a diferencia de su
ex armador político, Carlos Maslatón), sino más bien disputarle el verdadero
liberalismo a los candidatos del macrismo. La relativamente mala elección de
Juntos por el Cambio parece haberle dado frutos a esa disputa.



Para Milei, Juntos por el Cambio representa hoy a los candidatos
responsables de la estafa del 2001, y la promesa del por entonces outsider
Mauricio Macri en el 2015 se reveló más bien como un “kirchnerismo de buenos
modales” frente a la de su propuesta.



Yo ya gané



Incluso habiendo terminado en el primer lugar en las PASO, el mileiísmo ya
tiene preparada de antemano una narrativa de consuelo: independientemente de
los resultados electorales, los libertarios ganaron la Batalla Cultural y
lograron, como dice Alberto Benegas Lynch hijo (el “Gran Profesor” de Javier
Milei), instalar las ideas de la Escuela de Economía Austríaca en la esfera
pública. Hay un momento de verdad en este consuelo: el discurso político
cambiemita debió volcarse hacia ideas no exploradas en la experiencia
gobernante del 2015. Hoy, la privatización de empresas públicas, la
dolarización de la economía y la flexibilización laboral no son propuestas
que requieran de eufemismos para ser presentadas en el debate público y los
miembros de La Libertad Avanza son conscientes de su rol en ese cambio.



La batalla cultural libertaria tiene la ventaja de ser realmente sincera
frente al discurso macrista. Mientras que estos últimos parecieran
reconstruir su discurso a partir de resultados obtenidos en grupos focales,
la retórica de Milei es congruente con una escuela de pensamiento que
reniega de cualquier figura relacionada a lo colectivo, a lo social o al
pueblo. Si bien esta lealtad al libertarianismo y confianza en la inherente
armonía del mercado le ha costado al candidato chocar contra los límites
morales de su discurso (encontrándose a sí mismo defendiendo la libertad de
morirse de hambre y la venta de órganos y bebés), la reivindicación del
individuo frente al poder del Estado hace ecos que resuenan con suficiente
ambigüedad en el discurso público para amoldarse a las incomodidades
generadas por un contexto de presión fiscal regresiva y servicios públicos
como salud y educación en visible deterioro.



Volver a poner en escena el “que se vayan todos” del 2001 supone a la vez
instalar el concepto de que la crisis actual es directamente homologable a
aquella, por lo que volver a barajar los roles y límites del Estado vuelve a
ser posible. El régimen de alta inflación actual facilita la construcción de
la casta como chivo expiatorio de la crisis, y entrega a la posibilidad de
retomar sentidos comunes que no necesariamente se corresponden a realidades
estadísticas: “la mitad vive del Estado y la otra la sostiene en el sector
privado”, “nuestros hijos tienen que irse del país o terminar en la
delincuencia o en la droga”, “los delincuentes se ven como víctimas y a las
víctimas como delincuentes” son solo algunos de los textuales de Javier
Milei en el cierre de campaña.



¿Se contiene el estallido?



El final del discurso de cierre del candidato libertario pretende ser a la
vez catastrófico y esperanzador. A pesar de aquel grito heroico del que se
vayan todos, la casta política ha logrado mantenerse en el poder, y de no
cambiar el rumbo de inmediato, el único destino posible es el de
“convertirnos en tierra arrasada y  la villa miseria más grande del mundo”.
Si la experiencia menemista fue un halo de luz entre la “historia
socialista” de la Argentina del siglo XX y la experiencia macrista un
fallido experimento, Javier Milei dice que “la tercera puede ser la
vencida”.



Los 30.04 puntos de La Libertad Avanza en las primarias desmienten el
supuesto “desinfle” de Milei en los últimos meses y confirman que la
narrativa de operación mediática y autocaracterización de outsider de la
política fue claramente exitosa frente a las alternativas oficialistas y
cambiemitas. Su termómetro social también parece acertado: recuperando el
síntoma “que se vayan todos” logró contener el descontento y desconfianza en
el Estado bajo una doctrina económica que la supone como mantra. Sería una
pobre lectura acusar los resultados del domingo a una “derechización de la
sociedad”, en particular cuando el discurso mileiísta ha opacado en los
últimos meses sus retóricas más punitivistas (reduciéndose al pequeño y
suficientemente ambiguo slogan de “el que las hace las paga”), negacionistas
y anti-derechos civiles (mantenidas particularmente por la candidata a
vicepresidenta, Victoria Villarruel).  Antes que una derechización podría
hablarse más bien de un fracaso de cierta retórica progresista que quiso
leer de manera demasiado lineal el fenómeno Milei como evidentemente
masculinizado y conservador. También hay, por ejemplo, mujeres que
sintonizan a la vez con las conquistas de derechos reproductivos y con la
retórica incendiaria del candidato libertario.



Por otro lado, un rápido vistazo podría sugerir que La Libertad Avanza
absorbe más votos de Juntos por el Cambio que de Unión por la Patria: tanto
halcones como palomas no fueron capaces de articular un relato que se
diferencie de la experiencia de gobierno macrista del 2015-2019 y que vaya
más allá de mayores o menores antagonismos con respecto al kirchnerismo,
mientras que los libertarios lograron volver a traer programas de gobierno y
una batería conceptual que al menos resuena como más novedosa ante el
electorado. Después de todo, la explicación más simple quizás sea la más
acertada: una inflación interanual de 115 puntos porcentuales, un creciente
proceso de precarización laboral, una inefectividad en términos de seguridad
(que se evidenció  en relación al crimen de Morena unos días antes de las
elecciones) y una falta de relato de una coalición oficialista más
interesada en dirimir sus internas e intrigas palaciegas a cielo abierto se
vieron fácilmente desplazadas por la efectividad representativa del rugido
del León que resultó lo suficientemente racional como para lograr resonancia
en el discurso público.



* Licenciado en Sociología, maestrando en Comunicación y Cultura
(IDAES-UNSAM) y becario doctoral CONICET. Investigador asistente en el
Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (LEDA). Trabaja
como docente de media en escuelas públicas y privadas de la Ciudad de Buenos
Aires.

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