Historia/ Las muchas vidas de Aleksandra Kollontái. [Sophie Cœuré]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Feb 4 03:29:33 UYT 2023


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Correspondencia de Prensa

4 de febrero 2023

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Historia



Las muchas vidas de Aleksandra Kollontái



Revolucionaria, ministra bolchevique, escritora políglota, «sexualmente
emancipada», referente de la Oposición Obrera dentro del Partido,
diplomática de la URSS estalinista: resulta innegable la modernidad de
Alexandra Kollontái (1872-1952), cuya biografía se solapa con las derivas de
la propia Revolución Rusa.



Sophie Cœuré *

Nueva Sociedad, enero 2023

https://nuso.org/

Traducción de Gustavo Recalde.



Desde los años 1970, sucesivas generaciones han descubierto y redescubierto
en Occidente a la revolucionaria rusa, la marxista, la ministra feminista,
la «mujer sexualmente emancipada», reconociendo en ella a la pionera de sus
propias luchas. Ahora bien, tanto en la Unión Soviética como en la Rusia
contemporánea, se destacó siempre a la primera mujer diplomática, que
trabajó 30 años al servicio de su patria.



¿Existe acaso un contrasentido entre ambos enfoques? ¿Debemos renunciar a
comprender la complejidad del recorrido de una mujer excepcional en la Unión
Soviética de Lenin y Stalin? ¿Y si comenzáramos por leer a Aleksandra
Kollontái?



Actualidad de Aleksandra Kollontái



Varias publicaciones recientes en francés permitieron el acceso a textos
importantes que se habían vuelto inhallables: las posiciones fundacionales
en los tiempos de la Revolución de Octubre sobre «la familia y el Estado
comunista» o la prostitución, las «conferencias sobre la liberación de las
mujeres» de 1921, «el amor en la nueva sociedad» de 1923 (1).



La joven editorial Les Prouesses, por su parte, dio a conocer traducciones
inéditas o revisadas de cuatro ficciones publicadas por Kollontái a mediados
de los años 1920: El amor de tres generaciones, Hermanas, Oído en un tren,
Treinta y dos páginas, completadas por Lo que la Revolución de Octubre ha
dado a las mujeres occidentales en 1927.(2). Se observa allí un arte
consumado del texto breve, la hábil articulación de la reflexión teórica y
la intervención específica, la combinación de una impresionante cultura
histórica, literaria y filosófica con una pedagogía diáfana.



Como autora de relatos breves y novelas cortas, Kollontái se ubica de alguna
manera entre Chéjov, Stefan Zweig y Colette, con sus personajes entrañables
captados en el momento de sus elecciones y sus dramas. Desde luego, la
contextualización realista entorpece la lectura, pero también instruye y
refleja la vida cotidiana rusa en los primeros tiempos del comunismo.



Esta actualidad es la última etapa de un interés que no dejó de crecer.
Publicada con entusiasmo por la Librairie de L’Humanité y el Bulletin
Communiste a comienzos de la década de 1920, Kollontái solo despertó el
interés de algunas feministas «burguesas» a partir de los años 30 (3). En
las décadas de 1970 y 1980, sus primeras traductoras y biógrafas, al oeste
de la Cortina de Hierro (en Francia, especialmente Christine Fauré y
Jacqueline Heinen) tuvieron la sensación justificada de estar rompiendo una
conspiración de silencio. Ofrecieron para leer o escuchar en escenarios sus
escritos feministas olvidados. Presentaron una versión no censurada de su
autobiografía de 1926, Objetivo y valor de mi vida, bajo un título de gran
impacto: Autobiografía de una mujer sexualmente emancipada. (4).



Los «escritos escogidos» provenientes de la URSS, antes o después de su
muerte en 1952, no eran pues más que recuerdos edulcorados, centrados en su
cercanía a Lenin. En esos mismos años de ebullición de los «izquierdismos»,
Kollontái resurgió entre los críticos del comunismo ligado a Moscú.
Finalmente, puede leerse en francés el folleto La Oposición obrera,
divulgado y traducido clandestinamente en los años 20 (5).



Esta es solo una pequeña parte de las innumerables publicaciones de
Kollontái desde principios del siglo XX: artículos teóricos y políticos,
ensayos sobre economía y minorías nacionales, crónicas de viaje,
conferencias, etc. A lo que se suman las autobiografías, diarios y memorias
hábilmente destilados, censurados, traducidos y adaptados al ruso, inglés,
alemán, francés, sueco y muchos otros idiomas a partir de la década de 1910
y hasta la de 2000 (así como sus apasionantes Diarios diplomáticos).



Nuevamente, esto no es más que la parte emergente de un océano de escritos,
más personales que íntimos, ya que la autora era perfectamente consciente de
la vigilancia de la que era objeto. Ella misma cercenó con tijeras, antedató
o reescribió sus cuadernos y correspondencias, conservando todo celosamente
y preparando su envío a los Archivos del Partido y la colección Stalin.



Entre las numerosas biografías de Kollontái, desde los años 60 en la URSS y
los años 80 en Occidente, solo la de Arkadi Vaksberg saca realmente provecho
de estos documentos tan ricos (6). Con la guerra en Ucrania y la ruptura de
las relaciones académicas, lamentablemente se han vuelto una vez más casi
inaccesibles para los investigadores extranjeros.



Ascenso y caída de una dirigente bolchevique



La militante de 45 años que llegó a Petrogrado durante la revolución, en la
primavera de 1917, ya había vivido varias vidas. De su infancia y su
juventud en un ambiente aristocrático y liberal, conservaba el dominio de
varios idiomas: ruso, por supuesto, francés, alemán e inglés aprendidos con
las niñeras y en los libros, finlandés hablado con los campesinos de la
finca familiar, noruego al emigrar, etc.



Conservaba también un apellido, ya que Aleksandra («Shura») Mijailovna
Domontovich nunca renegó del patronímico de su primer marido Vladímir
Kollontái, padre de su único hijo Mijaíl. En ruptura con la vida totalmente
planificada que le reservaban su sexo y su estrato social, Alexandra
Kollontái viajó a Suiza a estudiar economía política; y antes de
divorciarse, se involucró en las luchas por la emancipación del pueblo en el
seno de la socialdemocracia marxista.



De congreso en congreso, de exilio en exilio, de mitin en mitin en las
«colonias» rusas, se convirtió en una oradora excepcional haciéndose un
lugar en la elite socialista y revolucionaria. Entre miles de militantes,
solo un puñado de mujeres, como Angelica Balabanova, Nadezhda Krúpskaya,
Elena Stásova, Inessa Armand, Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin.



En 1914, estalló la guerra. Ardiente propagandista del pacifismo durante la
gira que la condujo a más de un centenar de ciudades estadounidenses,
invitada por la federación alemana del Partido Socialista de Estados Unidos
en 1915, Kollontái eligió el bando de los bolcheviques. Se acercó a Lenin,
quien deseaba conducir al proletariado hacia una revolución impulsada por
una elite partidaria disciplinada, transformando la «guerra imperialista» en
guerra civil. Volvió a Rusia tras la caída del zar, en febrero de 1917.



A partir de entonces, el ascenso político de Kollontái fue veloz. Escribió
numerosos artículos en Pravda, tomó la palabra en los buques de guerra que
hasta entonces estaban vedados a las mujeres. Fue elegida delegada del
sóviet de Petrogrado –contrapoder del gobierno provisional– y luego
incorporada en el comité central del Partido Bolchevique, siendo la primera
mujer en ingresar allí, quinta en la lista después de Lenin, Zinóviev,
Trotsky y Lunacharsky.



La madrugada del 10 de octubre de 1917, siguiendo a Lenin, votó la decisión
de derrocar al gobierno provisional en nombre del pueblo en plena
revolución. Unos días después, se convirtió en comisaria del pueblo para la
Asistencia Pública, primera mujer ministra de pleno ejercicio (Sofía Panina
había sido secretaria de Estado en el gobierno de Kerensky), y desempeñó
también un papel activo en el decreto de separación entre la Iglesia y el
Estado.



En la primavera de 1918, Kollontái se desempeñó brevemente como comisaria
del pueblo para la Propaganda de la República Soviética de Ucrania. En
desacuerdo con el gobierno, dejó de ser ministra y miembro del comité
central, pero conservó funciones importantes al frente del Jenotdel, el
departamento de mujeres trabajadoras y campesinas del Partido Bolchevique.
Fue miembro del comité ejecutivo de la Internacional Comunista,
representante del comité central ante el Komsomol, la organización juvenil,
y organizó y dirigió los congresos de trabajadoras y de «mujeres de
Oriente».



En 1921-1922, la Rusia soviética sufrió una terrible crisis económica y
política: el aislamiento internacional, el fin de la guerra civil, la
hambruna en el sur del país, la enfermedad de Lenin, la insurrección de los
marinos de la base de Kronstadt contra la dictadura del Partido Bolchevique
sangrientamente reprimida. Kollontái redactó las tesis de la Oposición
Obrera, una línea interna dentro del bolchevismo, contra la burocratización
del partido y la Nueva Política Económica (NPE), vista como un
renunciamiento al espíritu colectivista e igualitario de la revolución,
donde reclamaba el restablecimiento de la libertad de expresión, así como un
mayor papel para los sindicatos.



Atacada violentamente en los congresos del Partido, bajo la amenaza de ser
excluida, escapó a una ola de detenciones y expulsiones al obtener en 1923
una misión en el extranjero, tras su pedido de ayuda al nuevo hombre fuerte,
Iósif Stalin. Ese fue el fin de sus responsabilidades políticas. La alta
funcionaria soviética, durante un tiempo «desviacionista», varias veces
denunciada como oposicionista o incluso agente del gobierno francés, debió
reafirmar continuamente su lealtad.



Las acciones para la liberación de las mujeres



¿Era Alexandra Kollontái feminista? lo fue, sin duda, para la prensa
francesa del periodo de entreguerras y desde nuestro punto de vista, aun
cuando, para ella, el término estaba demasiado connotado por el «feminismo
burgués» que combatía. Si se impuso como teórica de la cuestión femenina
desde 1905, fue para lograr que avanzara el movimiento socialista, que
adhirieran a la causa las obreras, las campesinas y las «pequeñoburguesas».



A través de sus intervenciones políticas (en la Internacional Socialista en
1907, en el Congreso Panruso de Mujeres en 1908) y sus escritos (Los
fundamentos sociales de la cuestión femenina, publicado en 1909, y numerosos
artículos), afirmó que la cuestión de los derechos de las mujeres no puede
tratarse independientemente de la cuestión social. Junto con Clara Zetkin,
ingresó en la secretaría de la Internacional Socialista de Mujeres creada en
1907 y contribuyó al nacimiento del Día internacional de las obreras (luego
de las mujeres), cada 8 de marzo.



Lenin quiso movilizar a todas las fuerzas populares para apoyar la joven
revolución. En el estrado de la Conferencia de obreras sin partido de Moscú
el 23 de septiembre de 1919, exclamó: «La obra iniciada por los sóviets solo
podrá avanzar cuando millones y millones de mujeres, en toda Rusia,
participen de ella. Entonces, y estamos convencidos de ello, el socialismo
podrá afianzarse».



En pocos meses, el gobierno bolchevique puso en marcha medidas concretas
para una causa que Kollontái había defendido públicamente durante largos
años, y analizado profundamente en su dimensión histórica y marxista. Moscú
llevaba un mensaje de emancipación inédito en el mundo occidental. A la
igualdad política adquirida desde la Revolución de febrero se sumaron el
igualitario Código de Familia de 1918, la adopción del matrimonio civil, la
despenalización del aborto, el derecho al divorcio y una serie de medidas de
protección de las mujeres en el trabajo, así como de las madres y los hijos,
legítimos o ilegítimos. Se fomentó la educación de las niñas. En el Partido
y en el nuevo Estado comunista se crearon estructuras dedicadas al «trabajo
entre las mujeres».



Luchar contra la doble explotación económica y doméstica debía permitir a
las mujeres conformar plenamente una fuerza de trabajo para un Estado
proletario productivista, pero también dedicarse a la ciencia, la
creatividad artística y las responsabilidades administrativas o políticas.
Se promovió a las mujeres en los soviets, en el partido, en los sindicatos y
las cooperativas. En la medida de lo posible, la educación de los niños y
las tareas familiares serían colectivas.



En un primer balance en 1921, Kollontái escribía: «La separación de la
cocina y el matrimonio ha sido tan importante como la de la Iglesia y el
Estado». Más allá de la humorada, se observa la preocupación por las
dificultades para instaurar una igualdad efectiva. Aunque ya no ejercía
puestos de responsabilidad, la forma literaria le permitió expresar la
resistencia y la violencia que obstaculizaban la construcción de la nueva
mujer, «una mujer que rompe las oxidadas cadenas de su esclavitud». La red
de cocinas colectivas, centros de maternidad y guarderías seguía siendo muy
frágil en la inmensa Unión Soviética.



Con el regreso de los hombres de la guerra civil y la crisis económica, las
mujeres se vieron desplazadas y dejó de discutirse la dimensión de género
del trabajo. Tanto en el Partido Comunista de la URSS como en el Partido
Comunista Francés o en la Internacional Comunista, desaparecieron las
«secciones» femeninas y los periódicos especializados; las mujeres que
habían sido desplazadas de los puestos de responsabilidad siguieron siendo
estenodactilógrafas o traductoras. Kollontái fracasó en su intento de
incorporar en el Código de Familia de 1926 una protección general financiada
con los impuestos: era el retorno de la pensión alimentaria, de la lucha
para encontrar vivienda tras una separación. Se restringe el divorcio, al
igual que el aborto, que sería prohibido en 1936 (y más tarde restablecido
gradualmente en 1955 y 1968). Los historiadores calificaron este retroceso
en la URSS de Stalin como un «Termidor sexual», que confinó a la mujer a la
familia y la producción.



Sexualidad y femineidad en la sociedad comunista



A pesar de las renuncias y los defectos, los logros en materia de
emancipación económica y social de las mujeres hicieron que Kollontái
estuviera orgullosa de sus acciones. Pero su intención de que la sexualidad
y la pareja evolucionaran hacia una nueva «moral comunista» sería un
fracaso, tanto político como personal. Habría que esperar a los feminismos
de fines del siglo XX y del siglo XXI para que su reflexión profundamente
original, que integraba plenamente la dimensión privada, el sexo y el amor
en el proyecto colectivista y materialista del socialismo marxista, se
leyera y discutiera, tras haber sido rechazada y olvidada. Sus temas claves
fueron la lucha por los derechos, el combate interno de la mujer para romper
con el pasado, convertirse finalmente en una «individualidad en sí misma» y
salir de las «virtudes» estereotipadas que son la pasividad o la bondad,
para liberarse de la carga de las tareas domésticas educativas y emanciparse
de la dominación masculina, trabajar (obligatoriamente).



Prudente cuando ejercía puestos de responsabilidad, Kollontái abordó
frontalmente las cuestiones de la sexualidad en 1923 en un polémico
artículo, «¡Abran paso al Eros alado! (Una Carta a la juventud obrera)».
Allí defendía una «revolución en el frente espiritual» aún en curso, de la
que las relaciones entre los sexos formaban parte. Las tres condiciones de
este «amor alado», que sucedía al «amor-camaradería» eran la igualdad
recíproca, el reconocimiento de los derechos del otro y el cuidado del alma
del ser querido. Pero para entenderla bien, debe leerse el artículo hasta el
final: la prioridad seguía siendo efectivamente el «amor-deber», la «moral
proletaria», la emancipación de clase.



Al mismo tiempo, la encarnación literaria de las mujeres soviéticas bajo la
pluma de Kollontái no era en absoluto simplista. Jugaba libremente con temas
provocadores y escandalosos para la época: relaciones con hombres mayores o
más jóvenes, madre e hija que comparten el mismo amante, triángulos amorosos
(Un gran amor describe a un líder revolucionario que ha emigrado, que engaña
a su insulsa compañera con una militante más joven y más brillante, una
referencia bastante clara al trío formado por Lenin, Nadezhda Krúpskaya e
Inessa Armand).



La sexualidad, el celibato, la maternidad en solitario y la sororidad se
presentan como elecciones dichosas. La escritora no deja de abordar de
manera directa las dificultades materiales, la soledad de la mujer liberada
que debe hacer frente al trabajo, los estudios y la vida familiar. La
prostitución, la pérdida de los hijos, los cuerpos degradados, la
posesividad, la violencia, la explotación profesional y la traición política
y sexual de los hombres ya no son tabúes bajo su pluma.



La primera recepción de estas publicaciones de mediados de la década de 1920
fue extremadamente agresiva, en el contexto de la condena política a la
ex-comisaria del pueblo en la URSS, y luego por parte de los comunistas
extranjeros. Se le reprochaba a Kollontái abandonar los verdaderos problemas
de las mujeres proletarias, ser responsable a través de la famosa y apócrifa
«teoría del vaso de agua» (7) de la disolución de las familias, el abandono
de los hijos, los juegos pornográficos en las «comunas Kollontái», etc. Los
ataques personales apuntaban a sus orígenes sociales aristocráticos, su
«espíritu pequeño burgués» y por ende «antimarxista», su vida privada
anticonformista. En efecto, Kollontái tuvo parejas y compañeros de lucha
cada vez más jóvenes; los principales fueron su segundo marido, Pavel
Dybenko, nacido en 1889, y Aleksandre Chliapnikov, nacido en 1885. También
mantuvo una íntima y duradera amistad con el militante francés Marcel Body,
nacido en 1894 (Kollontái había nacido en 1872).



Alexandra Kollontái manejó de manera compleja los estereotipos de género,
alternando entre vestidos elegantes y simple vestimenta proletaria, entre
cabello corto y sombreros de plumas, dejando el cigarrillo para no herir los
tenaces prejuicios de las campesinas, manejando el autoritarismo y las
lágrimas, abandonando y luego sobreprotegiendo a su hijo Misha. Lo que no
impidió que su imagen, tanto en Rusia como en Occidente, se redujera a
apodos en el mejor de los casos irónicos y misóginos: «Jaurès con polleras»,
«valkiria de la revolución», «Kollontaïette» (8), «virgen roja» (como Louise
Michel), «ministra roja», «revolucionaria con medias de seda», «generala de
las damas bolcheviques», cuando no la trataban de prostituta.



Desde su primer cargo diplomático, las miradas se posaron sobre su
vestimenta. No se presentaba ante el rey de Noruega «con chaqueta de cuero a
la mujik, con las manos sucias y el cabello rapado», sino con «capa de visón
que dejaba ver a cada paso un vestido que olía a Rue de la Paix». Algunos de
sus dichos ocurrentes: «El lápiz labial y el rubor no impiden ser una buena
comunista», así como el supuesto diálogo con un periodista estadounidense:
«‘¿Cree usted, señora, que las mujeres deberían renunciar al vestido y
adoptar el pantalón masculino?’. ‘De ninguna manera’, respondió
enérgicamente la Sra. Kollontái; ‘no hay que pedir prestado absolutamente
nada a los hombres. Llevan demasiado mal los asuntos del mundo’».
«Lamentablemente, esta verdad es hoy muy evidente», concluía el autor del
artículo en 1939, cuando acababa de estallar la Segunda Guerra Mundial (9).



Diplomática del imperio soviético



Aleksandra Kollontái fue condecorada en 1933, por primera vez, con la Orden
de Lenin por su «trabajo con las mujeres», lo que puede resultar irónico
solo en apariencia, ya que siguió defendiendo los logros de la «emancipación
de las mujeres» en la URSS. A partir de entonces, se centraría, no obstante,
en temas menos disruptivos: higiene, infancia, lucha por la paz, tal como lo
demuestran sus intervenciones en la Sociedad de las Naciones.



Tras la Segunda Guerra Mundial, el compromiso feminista desapareció tanto de
su discurso como de su imagen pública. El título de una biografía muy
oficial de 1964 de Anna Itkina resulta elocuente: Revolucionaria, oradora,
diplomática. Poco a poco, la prensa extranjera irá mencionando sus acciones
sin hacer referencia a su sexo, su ropa y sus joyas, ni a los titubeos del
protocolo que, considerándola «el ministro», ¡la ubicó en la mesa entre dos
mujeres!



Su carrera de consejera de la legación, luego ministra plenipotenciaria en
Noruega (tras un primer rechazo del Imperio Británico a su designación en
Canadá), en México, nuevamente en Noruega, en la Sociedad de las Naciones y
finalmente embajadora en Suecia durante aproximadamente 15 años siguió
siendo menos observada que su actividad como revolucionaria y ministra
bolchevique. Se sabe que se destacó en la diplomacia cultural y manejó
importantes asuntos económicos, en tanto las relaciones con los vecinos
países escandinavos y neutrales eran vitales para la URSS. Se sabe muy poco
de su actividad en el marco de la «doble política» soviética, que utilizaba
las representaciones diplomáticas como bases clandestinas de la actividad
revolucionaria comunista.



Durante la Segunda Guerra Mundial, el papel de Kollontái le valió nuevos
reconocimientos y condecoraciones y una reputación internacional como
negociadora. Como intermediaria entre la URSS y Finlandia, que había sido
invadida por el Ejército Rojo, para lograr un primer tratado de paz en 1940;
al frente de una acción diplomática secreta para que Suecia mantuviera su
neutralidad; negociando nuevamente en 1944 con Finlandia un armisticio al
que se sumaron otros aliados de la Alemania nazi: Rumania, Hungría y
Bulgaria. Helsinki impulsó en vano su candidatura al Premio Nobel de la Paz
en 1946. Tras su regreso a Moscú en 1945, llevó una vida confortable y
privilegiada como alta funcionaria del Ministerio de Relaciones Exteriores.



Si bien Kollontái pareció haber dudado en emigrar a Francia o España en el
momento de la consolidación del poder estalinista, mostró luego una
fidelidad inquebrantable. Así, negó la hambruna de 1932-1933, impidió que
Trotsky obtuviera asilo político en Suecia y guardó las cartas de mujeres
víctimas de la violencia sexual de la policía política y los testimonios de
deportaciones de kulaks muertos por el frío.



Sus archivos no censurados por las publicaciones soviéticas permitirían
comprender el miedo que sentía por sí misma y por su familia que permaneció
en la URSS, sus reacciones cuando muchos diplomáticos y antiguos compañeros
y amigos desaparecieron en el Gran Terror de la segunda mitad de la década
de 1930: víctimas de purgas, encarcelados, fusilados o asesinados en el
extranjero. Kollontái y Stalin fueron los únicos dos sobrevivientes del
Comité Central de octubre de 1917. Sus frecuentes relaciones con Stalin, a
quien conoció en 1917, la abundante correspondencia al «muy respetado y
querido Iósif Vissariónovich», desde la primera carta de pedido de ayuda de
1923, permanece en gran medida inédita.



¿Cuál fue su experiencia como propagandista en Ucrania en 1918,
fotografiándose con los padres campesinos de su compañero, el marino Pavel
Dybenko, que llegó a tener un alto grado en el Ejército Rojo, y luego
huyendo en tren durante los combates de la guerra civil en los que Ucrania
intentó en vano independizarse? Hija de padres de origen ucraniano y
finlandés, que pasaba todos sus veranos en la finca familiar antes de la
independencia de Finlandia, mantuvo una íntima relación con estos confines
del norte del Imperio, que estudió en sus primeros trabajos, y que luego
contribuyó, a partir de 1940, a colocarlos nuevamente bajo la dependencia de
la URSS.



Cuando en 2017 el ministro de Relaciones Exteriores ruso Serguéi Lavrov
descubrió una placa con motivo del 145° aniversario de su nacimiento en el
edificio moscovita donde había vivido, elogió a la «patriota soviética».



Dejemos para el final unas notas escritas por Aleksandra Kollontái, poco
antes de morir:



Los rasgos de carácter que detesto:



Los insultos y la humillación a la dignidad humana



La injusticia y la crueldad



La fatuidad



La falsedad y la hipocresía



La cobardía



La falta de disciplina



(…)



Los rasgos de carácter que aprecio:



La benevolencia hacia los demás



El coraje moral [muzhestvo, con una connotación de virilidad]



El dominio de sí



La disciplina



La curiosidad y el sentido de observación



El amor por la vida, la naturaleza y los animales



La organización y la anticipación en el trabajo y en la vida



Instruirse siempre (10).



* Sophie Cœuré, Profesora de Historia Contemporánea en la Universidad de
París 7 Denis Diderot, investigadora en el Laboratorio
Identidades-Culturas-Territorios (ICT EA 337, Universidad de París 7
Diderot) e investigadora asociada en el Centro de Estudios de los Mundos
Ruso, Caucásico y Centroeuropeo (CNRS-EHESS). Sus investigaciones sobre
Francia y Rusia se ubican en el cruce de la historia cultural y la historia
de las relaciones internacionales. Dedicó sus trabajos a la construcción de
una mitología de la Unión Soviética en Francia, en especial a través del
estudio de los viajes a la URSS, el compromiso de los intelectuales
comunistas y los estudios eslavos en Francia. Contribuyó además al
resurgimiento de las investigaciones sobre historia y política de los
archivos. (La versión original de este artículo en francés se publicó en La
Vie des Ideés, 10/1/2023, con el título «Alexandra Kollontaï,
révolutionnaire et féministe».
(https://laviedesidees.fr/Alexandra-Kollontai-revolutionnaire-et-feministe.h
tml)



Notas



1.La révolution, le féminisme, l’amour et la liberté, textos escogidos y
presentados por Patricia Latour, Montreuil, Le Temps des cerises, 2017.
«L’amour dans la société nouvelle» en Variations, No 23, 2020; Conférences
sur la libération des femmes, La Brèche, París, 2022, trad. de Barbara
Spielman, prefacio de Elsa Collonges (primera ed. de 1978 con una
introducción de Jacqueline Heinen republicada en Critique communiste No 150,
1997). [Hay edición en español: Catorce conferencias en la Universidad
Sverdlov de Leningrado (1921), Cienflores, Madrid, 2018; La mujer nueva y la
moral sexual. Y otros escritos, Ayuso, Madrid, 1976].

2.L’amour libre. Fictions, trad. A. Hugonnot, prefacio de Sophie Cœuré, Les
Prouesses, Forcalquier, 2022.

3.La femme nouvelle et la classe ouvrière, trad. de Marie Bor, prefacio de
Marcelle Capy, L’Eglantine, París, 1932. Ver. también: «Petit dictionnaire
des grands amoureux» en Elle, 11/6/1951.

4.Autobiographie suivie du roman Les Amours des abeilles travailleuses
(Vassilisa Malyguina), trad. y presentación de Christine Fauré y Nicolas
Lazarevitch, Berg-Belibaste, París, 1976. El primer capítulo fue publicado
en Louis Constant (dir.): Mémoires de femmes mémoire du peuple, La
Découverte, París, « Petite collection Maspéro », 1979; Marxisme et
révolution sexuelle, textes escogeidos y presentados por Judith
Stora-Sandor, trad. Claude Ligny, Maspéro, París, 1973, rééd. La Découverte,
París, 2001 [Hay edición en español: Autobiografía de una mujer sexualmente
emancipada. Y otros textos sobre el amor, Traficantes de sueños, Madrid,
2015; El amor de las abejas obreras, Alba, Barcelona, 2008.].

5.L’opposition ouvrière, trad. Pierre Pascal, introducción de Jean-Marie
Gélinet, posfacio de Astrid Valh, Le Seuil, París, « Bibliothèque politique
», París, 1974. [Hay edición en español: La oposición obrera, Anagrama,
Barcelona, 1975].

6.Alexandra Kollontaï, Fayard, París, 1993.

7.En referencia a que una relación sexual debía ser algo tan simple como
beber un vaso de agua [N. del E.].

8.En francés y en alusión a las «suffragettes» [N. del E.].

9.Paris Soir, 13/11/1939 ; La Presse, 26/11/1946.

10.Iz moei zhini i raboty, Isd. Sovietskaïa Rossiia, Moscú, 1974.

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