EEUU/Cuba/ Ana Belén, en silencio. [Amaury Valdivia]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Ene 14 22:24:36 UYT 2023


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Correspondencia de Prensa

14 de enero 2023

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Estados Unidos/Cuba



La espía estadounidense que trabajó más de 15 años para Cuba



Ana Belén, en silencio



Ni siquiera en sus mayores licencias pudieron las ficciones televisivas, que
ofrecían a los cubanos una imagen romántica del espionaje y los sacrificios
de quienes lo asumían, acercarse a una historia como la de Ana Belén Montes.



Amaury Valdivia, desde Camagüey

Brecha, 13-1-2023

https://brecha.com.uy/



Cuando, en 1984, viajó a La Habana para incorporarse oficialmente a los
servicios secretos de Cuba, Ana Belén Montes pasaba por una «joven
estadounidense con inquietudes izquierdistas», que no se escondía para
criticar el injerencismo de Reagan en América Latina, mientras alternaba sus
estudios de posgrado en la Universidad John Hopkins con un puesto de
mecanógrafa en el Departamento de Justicia, en Washington DC.



Su perfil era tan anodino que un año más tarde consiguió ser admitida sin
mayores contratiempos en la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA, por sus
siglas en inglés), subordinada al Pentágono. Allí eslabonaría una carrera de
más de 15 años hasta convertirse en la analista sénior sobre Cuba, mientras
en su vida paralela acopiaba información secreta para enviarla al país que
teóricamente debía combatir.



En todo ese tiempo Ana Belén siguió comportándose como la profesional segura
de sí -a veces al punto de ser «agria», según la describió su colega y
exasesor del presidente Clinton Brian Latell-, que pautaba la leyenda
escrita para ella en La Habana. Su tapadera llegaría a ser tan efectiva que
en los años noventa uno de sus exprofesores, Piero Gleijeses -la mayor
autoridad académica en el campo de las relaciones entre Cuba y África y
amigo de varios altos cargos de la isla-, se apresuró a rehuir de una
conversación formal a la que lo había invitado. «La recordaba como una
estudiante brillante, que comenzaba a ganar fama de conservadora», comentó
luego de conocerse la detención de la exagente, a finales de setiembre de
2001.



«Se habría sentido ofendida»



Este 6 de enero, Ana Belén fue liberada luego de permanecer casi 22 años en
prisión, la mayor parte de los cuales cumplió en condición de aislamiento
dentro de un centro médico federal adjunto a la base militar de Fort Worth,
en Texas.



Desde allí partió rumbo a Puerto Rico, la tierra de origen de su familia
paterna, donde ha decidido asentarse. Durante los próximos cinco años estará
sujeta a supervisión personal y de su acceso a Internet.



No está en sus planes violentar esas normas. A poco de llegar a su nueva
casa, declaró que no participaría en actividades mediáticas y animó a
quienes desean enfocarse en ella a que dirijan su atención a asuntos más
importantes, «como los serios problemas que enfrenta el pueblo
puertorriqueño o el embargo económico de Estados Unidos hacia Cuba». «Tras
dos décadas bastante agotadoras y ante la necesidad de volver a ganarme la
vida, quisiera dedicarme a una existencia tranquila y privada», concluyó.



La circunstancia de que un espía de su nivel deba preocuparse por el
sustento entra en contradicción con la imagen hollywoodense construida sobre
el tema. Pero Ana Belén no fue una versión femenina de James Bond. De hecho,
sus servicios nunca fueron retribuidos por Cuba -monetariamente hablando-.
«No recibió ningún pago, lo que hace pensar que era espía por razones
ideológicas. De hecho, ella nos dijo que se habría sentido ofendida si los
cubanos le hubiesen dado dinero por espiar», ha contado Peter Lapp, el
agente especial del FBI que condujo la operación que acabó desenmascarando a
la exanalista.



«No tengo hijos ni esposo. Creo que ese fue el precio que me di cuenta que
tenía que asumir. Me interesó tener un compañero y formar una familia, pero
no fue posible porque en la marcha todo se tornó complejo. Mi refugio
personal es saber que hice algo útil», le escribió Ana Belén a uno de sus
familiares en 2015, cuando el breve acercamiento entre los gobiernos de Raúl
Castro y Barack Obama alentó esperanzas de un indulto en su favor.



La posibilidad no resultaba descabellada toda vez que aquel «deshielo» se
había iniciado el 17 de diciembre de 2014 con un intercambio de prisioneros.
Washington había recibido a un contratista de seguridad estadounidense
detenido mientras introducía equipos de comunicaciones no autorizados en la
isla y a un exoficial de los servicios secretos cubanos cuyo nombre al
principio no se reveló; La Habana, a los tres últimos miembros de una red de
espías suyos que el FBI había detenido en Florida en setiembre de 1998,
cuando vigilaban a grupos violentos del exilio anticastrista.



El acuerdo fue posible, en primer lugar, por el secreto con que se negoció.
Para cuando ambas capitales dieron la noticia, ya los aviones con los
prisioneros se encontraban a pocos minutos de sus aeropuertos de destino.



La “perfecta espía»



El caso de Ana Belén Montes era radicalmente distinto, tanto por su
condición de ciudadana estadounidense como por el hecho de que sus informes
no habían tratado sobre anticomunistas que alternaban el narcotráfico con la
colocación de bombas en hoteles y restaurantes de la isla.



La «perfecta espía», como la describe Lapp en un libro de su autoría
publicado hace pocos meses, desempeñó un rol protagónico durante crisis como
la de febrero de 1996, luego de que el derribo de dos avionetas piratas a
pocas millas de La Habana estuviera a punto de desencadenar un ataque
militar de parte de Estados Unidos. Los líderes miamenses y los halcones del
Capitolio y el Pentágono así se lo exigían a Clinton, quien, inmerso en su
precampaña de reelección, estuvo a punto de ceder.



Montes era la analista especializada en temas militares cubanos con mayor
rango de la DIA y fue convocada como asesora del grupo de trabajo creado por
el Pentágono. «Durante días, ella ayudó a elaborar la respuesta
estadounidense. Pero todas las noches salía del Pentágono para reunirse en
persona con su contacto cubano, “Germán”, para pasar detalles de esos mismos
planes al gobierno de la isla», le contó Lapp a El Nuevo Herald.



Precisamente El Nuevo Herald, el mayor diario en español de Miami, fue por
años una tribuna para los congresistas y empresarios que luchaban contra la
excarcelación anticipada de la espía, entre ellos la legisladora republicana
Ileana Ros-Lehtinen. «Un canje de Montes por fugitivos de la Justicia
[estadounidense, refugiados en Cuba] sería otro mal negocio de Obama, hay
muchos detalles que deben aclararse en cuanto a ese acuerdo», denunció en
junio de 2016, apenas comenzaron los rumores sobre un probable
entendimiento. En un año de elecciones sería un tema determinante en las
preferencias del exilio, insistió en sucesivas entrevistas.



Ros-Lehtinen, quien por 30 años representó en el Congreso uno de los
distritos del área metropolitana de Miami, convirtió el «caso Montes» en un
arma arrojadiza contra los gobiernos, sobre todo demócratas, que intentaban
negociar con Cuba. En su etapa de mayor poder, cuando, en la década del 90,
presidió el comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes,
Ros-Lehtinen sostuvo numerosas reuniones con Montes y fue una de las
contadas destinatarias de los informes de inteligencia elaborados bajo la
«influencia nefasta» de la espía; «¿Cuántos otros Montes existen dentro de
nuestro gobierno? Es un pensamiento aterrador», reflexionó la exlegisladora
en un artículo de opinión publicado hace una semana por El Nuevo Herald.



Históricamente, el exilio anticastrista ha vivido bajo el trauma de que
«cualquiera puede ser de la “Seguridad”», en referencia a los servicios
secretos del gobierno cubano. A la sombra de la sospecha no han escapado
siquiera personalidades como la congresista María Elvira Salazar, actual
titular del antiguo distrito de Ros-Lehtinen, que en varias ocasiones ha
tenido que renegar de su supuesta sintonía con el «régimen». En las
elecciones de noviembre último, el tema la persiguió con especial intensidad
durante las primarias del Partido Republicano, alentado por su rival, el
también cubanoamericano Frank Polo.



Salazar «negó haber ingresado a Cuba más de una vez en un programa de
televisión hispana (El espejo, de Juan Manuel Cao), pero luego de que Juan
Manuel la presionara, admitió otras tres visitas más», resalta un reportaje
difundido por la campaña de Polo. Según la misma fuente, la entonces
reportera de televisión habría viajado a la isla en casi una veintena de
oportunidades, entre ellas la que aprovechó para sostener una complaciente
entrevista con Fidel Castro, que todavía le critican en Miami.



La «infiltración cubana» favorece la entrada masiva de agentes de la
inteligencia castrista a Estados Unidos, han denunciado políticos
conservadores e influencers de la comunidad exiliada. Siguiendo la lógica de
sus argumentos, entre los 250 mil cubanos que en el último año llegaron a la
nación norteña se habrían camuflado potenciales colaboradores de los
servicios secretos de La Habana. Varios líderes opositores emigrados
insisten en que así ha sido, y promueven la elaboración de listas con los
nombres de antiguos funcionarios y militares asentados en Estados Unidos.



Lo que en principio parece un sinsentido pudiera no serlo tanto. Otras
oleadas migratorias fueron efectivamente aprovechadas por La Habana para
sembrar partidarios suyos en las comunidades cubanas en el exterior. Un
número indeterminado de iniciativas anticomunistas fracasó en el pasado,
muchas veces de manera inexplicable.



El último frente de la guerra fía



Aunque el ejército cubano no es una amenaza para el de Estados Unidos, sus
servicios de inteligencia sí son eficaces, consideró en la primera semana de
enero el periodista de investigación Jim Popkin. En un conversatorio sobre
su libro acerca de Ana Belén Montes, organizado por The Washington Post,
Popkin insistió en no menospreciar las capacidades de los espías isleños:
«Fueron entrenados por los soviéticos y son muy inteligentes y astutos, aun
cuando no tienen muchos fondos. Un funcionario del FBI dijo que no tienen
reglas. No hay moralidad ni Congreso vigilándolos», acotó.



La historia de la agente puertorriqueño-estadounidense confirma su
valoración. Montes empleaba una radio de onda corta para recibir sus órdenes
en código, y las informaciones que transmitía salían de documentos secretos
que memorizaba y luego recomponía empleando una simple computadora personal.
Los intercambios podían ser mediante disquetes o -excepcionalmente- en
persona. Un esquema tan simple resulta irrastreable mientras no se produzcan
indiscreciones de parte de alguno de los implicados, lo que se logró por más
de una década.



No fue hasta mediados de los años noventa que la Agencia Central de
Inteligencia (CIA) pudo comprar un legajo de códigos a un oficial de la
Dirección General de Inteligencia de Cuba y embarcarse en el trabajoso
proceso de desmantelar las redes tejidas por la isla en Florida y en los
departamentos de Defensa y Estado. Rolando Sarraff Trujillo, el oficial
cubano que vendió la información, intentó escapar con la ayuda de la CIA,
pero fue detenido y condenado a 25 años de prisión; sería el prisionero de
nombre no revelado que Obama reclamó en diciembre de 2014.



Con los códigos comprados, la CIA -y, más tarde, el FBI y la DIA- dedicó los
años siguientes a identificar a casi medio centenar de espías cubanos. Uno
de los últimos fue Montes, que en ese período llegó a pasar con éxito varias
pruebas de polígrafo y en 1997 recibió un certificado especial de manos del
director de la CIA. Mientras, transmitía informaciones de interés para Cuba
y probablemente algunos de sus aliados estratégicos.



Casi 30 años después parece increíble que haya podido operar durante tanto
tiempo luego de la adquisición de los códigos, sin ser detenida o renunciar
ante el peligro al que se exponía. También, que haya soportado 22 años en
prisión prácticamente sin un solo gesto público de parte del país por el que
se sacrificó.



Una teleserie de comienzos de los años ochenta, llamada En silencio ha
tenido que ser…, influyó en varias generaciones de cubanos transmitiéndoles
una imagen romántica del espionaje y los sacrificios de quienes lo asumían
como forma de servicio al país. Pero ni en sus mayores licencias aquella
ficción se acercó a anticipar una historia como la de Ana Belén Montes. No
había forma de que lo hiciera.

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