Colombia/ "Los reyes del mundo" y los sueños rotos de la paz. [María Luisa Rodríguez Peñaranda]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Ene 22 10:01:20 UYT 2023


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Correspondencia de Prensa

22 de enero 2023

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Colombia



“Los reyes del mundo” y los sueños rotos de la paz



María Luisa Rodríguez Peñaranda *

Sin Permiso, 20-1-2023

https://sinpermiso.info/



Han pasado 6 años desde que el país asistió a la firma del acuerdo final de
paz entre el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y la guerrilla de
las Farc-EP, en aquel 24 de noviembre de 2016 en el Teatro Colón de Bogotá.
Esto, tras superar el fracaso del plebiscito para la paz y la modificación
del texto conforme a los reclamos de la derecha.



En su momento, la esperanza de un país en el que la convivencia pacífica
fuera posible, sin los dolores del desplazamiento forzado, el despojo, la
inequidad entre el campo y las ciudades, así como la violencia rural,
alcanzó a irradiar los sueños de un pueblo hastiado de la barbarie.  Para
lograrlo se creó una nueva arquitectura institucional que acompañara la
política transicional basada en los principios de verdad, justicia,
reparación y garantías de no repetición, como ha sido el trípode conformado
por la unidad de víctimas, de restitución de tierras, y la Jurisdicción
especial para la paz -Jep-, principalmente.



Pese a que el acuerdo pasó a ser parte de los cimientos político-jurídicos
nacionales como mandato constitucional; instaurada como una política de
estado que no puede ser ignorada por los gobiernos subsiguientes, el de
Duque (2018-2022) hizo lo menos posible para consolidarla, mientras que con
el actual gobierno de izquierda del presidente Gustavo Petro, primero en
nuestra historia, y su promesa de la paz total, pareciera que el proyecto
volviera a encarrilarse.



No obstante, la narrativa de los avances hacia la paz parece una fantasía
onírica, un caballo blanco en medio de la nada frente a la majestuosa puesta
en escena de la directora Laura Mora y su película Los Reyes del Mundo
(2022). (1) Dentro de las infinitas formas para describir el desplazamiento
forzado, el dolor de la guerra, las infancias rotas por la orfandad familiar
a la que se suma la gubernamental, la escogida por Laura nos ubica en un
viaje de emociones entre la aventura, la amistad, la irreverencia, el
abandono y el miedo desde las vivencias de un grupo de niños y jóvenes
desarraigados. Con una fotografía impecable cargada de paisajes
sobrecogedores se nos da la certeza de tratarse de un país privilegiado por
su riqueza natural e incapaz de gestionarla en forma adecuada; en el que la
violencia aparece en las formas más imprevistas y el enemigo es
prácticamente invisible.



Siguiendo la tradición de actores naturales impulsada por Víctor Gaviria y
su inolvidable Rodrigo D no futuro (1990) o la Vendedora de Rosas (1998),
Laura Mora nos introduce en el mundo de cinco muchachos sin hogar Rá,
Culebro, Sere, Winny y Nano, quienes encuentran en las calles de Medellín un
lugar que, pese a su hostilidad, les pertenece. No se trata de muchachos
inocentes ni incautos, por el contrario, a sus cortas edades van armados con
machetes (la herramienta principal de los campesinos), consumen drogas,
poseen muy poca aversión al riesgo (practican gravity bike), y su
supervivencia está necesariamente asociada con el delito.



Sin más equipaje que la promesa del estado de restituir las tierras a las
víctimas, en este caso las que le pertenecen a Ra en el municipio Nechí,
emprenden un viaje delirante por la diversa geografía antioqueña, que, tras
la belleza de sus montañas y ríos, esconde enormes peligros. Que el
escenario de este relato nacional sea Antioquia puede explicarse por el
origen de la directora, pero también es cierto que ningún departamento del
país logra representar la prosperidad y la pobreza en sus extremos más
visibles, en un contexto de violencia que muta en sus formas, razones y
actores (del narcotráfico a la minería ilegal) pero que al final del día
culmina en el gran problema nacional narrado por el escritor Caballero
Calderón hace 70 años en el entrañable Siervo sin Tierra y que aún sigue sin
resolverse: la redistribución de la tierra y el despojo a los campesinos,
indígenas y afrocolombianos.



Cargada de simbolismos, la película nos arrastra a un laberinto de lo
marginal de la urbe a lo imprevisible del campo, en el que el control del
territorio es ejercido por un puñado de hombres sin uniformes ni fusiles,
pero identificables con ruanas acompañadas de sombreros blancos, que incluso
cuentan con la complicidad del cura y que sin gesto alguno dominan a una
sociedad paralizada por el miedo. Un ensordecedor silencio grita -vete-,
cuando Ra busca comida para él y sus amigos, mientras el tendero lo ignora
bajo la mirada de los hombres. Es el silencio impotente que han padecido
innumerables pobladores ante la presencia de grupos armados y la ausencia de
estado en sus territorios.  “Estas tierras no son tan mansas como parecen”
le dice el ermitaño a los muchachos antes de continuar en su viaje por el
rio.



Un momento de ensoñación ocurre cuando los muchachos llegan a un burdel en
medio del campo. En el recinto deslucen varias banderas desgastadas, las
mujeres envejecidas acogen a los jóvenes con abrazos no erotizados,
maternales. Son mujeres amorosas, cuidadoras, tal vez una metáfora de las
madres ausentes en la vida de los jóvenes. La plácida estancia es
interrumpida cuando Nano, el único negro del grupo, mira desprevenido a un
hombre con el sombrero y este le grita “qué te pasa negro hijueputa”. El
racismo irrumpe recordándonos que solapada en las capas de la violencia
armada, yacen otras formas de discriminación que también la soportan,
aspecto que se puso en total evidencia con la candidatura de la ahora
Vicepresidenta Francia Márquez.



Siendo una mujer directora que refiere la violencia, Laura pone el lente en
los hombres quienes desde su infancia se encuentran insertos en el
conflicto, como protagonistas principales. Por el contrario, la presencia de
las mujeres resulta la opuesta, como un contraste de reposo y protección,
pero en ocasiones ausentes. Aunque este modelo binario podría parecer
estereotipado, los datos de la población desmovilizada según la Agencia para
la Reincorporación y la normalización parecen darle la razón, conforme a los
cuales en los últimos 20 años (2001-2021), de los 76.447 desmovilizados,
64.937 fueron hombres y 11.510 mujeres.  Lo que reitera la magnífica obra de
Svetlana Alexiévich , La guerra no tiene rostro de mujer.



La burocracia es también un personaje en esta historia, el encuentro de Ra
con la funcionaria de la oficina de restitución de tierras escenifica el
portazo que reciben las víctimas frente al formalismo estatal, que pese a
las buenas intenciones de la Ley 1448/11, recientemente modificada para
extenderla por 10 años más, no consigue darle abrigo, ni una respuesta
oportuna a los desplazados. “La tierra es suya pero eso no es tan fácil” le
dice la funcionaria, explicándole que le faltan algunos documentos, que
además debe contratar nada menos que un abogado porque la sentencia de
primera instancia fue apelada y existen otros demandantes. Con la mirada de
digna rabia de los jóvenes, el corazón se nos arruga al igual que los
papeles que con tanto esfuerzo ha logrado atesorar Ra, y que se convierten
en su única posesión. Unos papeles viejos, sucios, que revelan tres
generaciones sometidas a la violencia y que aún están lejos de alcanzar el
retorno legal, pero que siguen luchando por ello.



Finalmente, el regreso de las víctimas a sus tierras, a las ruinas de lo que
alguna vez fue su hogar, no significa la recuperación de una propiedad en
términos como lo concibe el capitalismo, se trata de un retorno a la
dignidad, al reconocimiento, al dejar de recibir humillaciones, menosprecio.
Una vuelta a los ancestros, a la identidad, tal vez simplemente un primer
paso hacia la ciudadanía.



La desoladora mirada del postacuerdo que nos deja Los Reyes del Mundo nos
enrostra la vergüenza de un país que sigue en deuda con las víctimas, en el
que la brecha entre los derechos formales y su realización parece un océano
imposible de atravesar. Laura nos deja con un nudo de sentimientos que no
quiso desatar con escenas de violencia explícita o una narrativa
perfectamente lineal. En ocasiones entre escena y escena lo único que las
une son los sonidos y la libertad interpretativa que les caracteriza.



Los Reyes del mundo es una película poderosa que nos permite imaginar las
múltiples formas de construir solidaridad y familias, es una oda a la
resistencia, a la dignidad, una denuncia poética de un Estado que promete,
pero no cumple, y que como el puente inacabado, lo intenta pero por alguna
razón falla, para dejarnos como dicen los muchachos -sin palabras-.



* María Luisa Rodríguez Peñaranda  Profesora de la Facultad de Derecho,
Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Colombia.



Nota



1) La película ganó el premio Concha de Oro en el Festival Internacional de
Cine de San Sebastián, 2022, puede verse en Netflix. (Redacción
Correspondencia de Prensa)

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