Sociología crítica/ Robert Castel. La utopía de lo posible. [Juan Tabares]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Jul 17 14:34:55 UYT 2023


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Correspondencia de Prensa

17 de julio  2023

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Sociología crítica



Robert Castel. La utopía de lo posible



Juan Tabares *

Viento Sur, 15-7-2023

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Vivimos un tiempo incierto. El sociólogo Robert Castel, de cuya desaparición
se han cumplido diez años el pasado mes de marzo, nos dejó su certero
diagnóstico en una obra que no ha perdido actualidad. Perteneció a la última
generación de grandes intelectuales (Bourdieu, Foucault, Donzelot, etc.) que
en los años 60 renovaron el pensamiento crítico en Francia. Herederos a su
vez de la tradición abierta por Marx, Durkheim y Weber.



Nacido en la periferia rural de Brest en 1933, en vísperas de la Segunda
Guerra Mundial, su itinerario está marcado por el paso por diversas
instituciones y grandes sucesos políticos y sociales. El Centro de
Sociología Europea, la contestataria universidad de Vincennes, cuyo
departamento de sociología dirigió con Passeron, o la Escuela de Altos
Estudios (EHESS) son algunas de las instancias donde desarrolló su actividad
sociológica. Su trabajo intelectual arranca en vísperas del 68, un
movimiento que relanzó las expectativas de cambio radical y que le influyó
en buena medida para, en un segundo momento, en los años 80, asistir a la
emergencia del neoliberalismo sobre el que su texto Las metamorfosis de la
cuestión social (1997) es quizás el documento más acreditado.



El orden psiquiátrico



Son varios los rasgos que ejemplarizan su singular aventura sociológica. En
primer lugar, su concepción artesanal del oficio del sociólogo, su alergia a
las capillas, escuelas y ortodoxias tan corrientes en la época. De ahí su
corta estancia en el Centro de Sociología Europea donde ejercía Bourdieu, y
su distancia con otro de los grandes de la época, como fue Michel Foucault.
Y así llegó a desarrollar en un primer momento una sociología inédita del
campo de la salud mental. Una sociología de la psiquiatría, y del mundo psy,
que no ahorraba la crítica del psicoanálisis. Una sociología de las
instituciones y los saberes que confluía y complementaba la genealogía de la
prisión de Foucault y la de la Escuela de Bourdieu. Instituciones en torno a
las cuales se habían desarrollado grandes luchas en el contexto del 68 y los
años siguientes.



El hospital psiquiátrico, como el presidio, formaba parte de las instancias
con las que el Estado respondía a los problemas de gestión de la cuestión
social. Formaban parte de la respuesta a los problemas planteados por unas
clases trabajadoras que, también, eran peligrosas y a las que habia que
encuadrar y controlar. Era una sociología al servicio de la transformación
política e institucional, que partía de la denuncia de las situaciones
extremas de exclusión institucional y que realizaba una impugnación social
general.



Con Le réseau international des alternatives à la psyquiatrie continuó
impulsando el movimiento antipsiquiátrico hasta bien entrados los 80, pero
con el reflujo que siguió a mayo del 68, y el cambio de ciclo, su obra
realiza una revalorización del Estado social en respuesta a la nueva
problemática social que surgía entonces. En ese sentido señalaba en el curso
de una entrevista en referencia a aquellos años:



“La crítica del manicomio, del tratamiento de los pobres, la burocracia, e
incluso del control de los trabajadores sociales no cuestionaba la
naturaleza del Estado social. Lo que se criticaba a la vez era su
insuficiencia y su hipocresía. Se cuestionaba que el Estado social e incluso
el Estado republicano tratase de manera indigna, indigna de su principios, a
una parte de la gente de la que tenía que ocuparse”.



La crítica no se dirigía a sus políticas sociales, a que hiciera demasiado,
como sostenían los liberales, sino al contrario, a que no hacia lo
suficiente y a que no lo hacía bien todo.



La pensée 68



De manera general, en el texto de homenaje Changements et pensées de
changement (2012), en el que insiste en la necesidad de adecuar la crítica a
los cambios sociales, situaba su obra como parte del movimiento intelectual
de los años 70. Un pensamiento mayoritariamente crítico que, a pesar de las
especificidades e incluso antagonismos, compartía una fuerte radicalidad y
voluntad de cambio. Así, señalaba Castel:



“[dada] esta dinámica poderosa que parecía destinada al progreso, parecía
criticable (…) que subsistiesen grandes injusticias y grandes desigualdades,
relaciones de dominación y de explotación, que desmentían la celebración del
progreso y de los ideales proclamados de la modernidad. Ahí se situaba el
nudo de la critica social de la época, la conciencia de esta contradicción
(…) entre una dinámica política y social que parecía promover la
emancipación de los individuos y al mismo tiempo la persistencia e incluso
el desarrollo de prácticas, de funcionamientos institucionales y de modos de
gestión de los hombres que iban en contra de esos ideales y que incluso los
contradecían” (Castel, 2012: 27).



El segundo rasgo que el propio Castel suele subrayar frente, por ejemplo, a
la sociología de la reproducción o de los herederos de Pierre Bourdieu, es
su interés por quienes están en situación de flotación social, quienes
tienen trayectorias inciertas o habitan en las fronteras sociales sin tener
un lugar asegurado. “La locura, señala Castel, era un poco eso en el plano
subjetivo” (Castel, 1992: 40).



La sociología: respuesta a la demanda social



El papel de la sociología es levantar acta de los problemas que
desestabilizan y fracturan la sociedad. Problemas que afectan y preocupan a
los ciudadanos y que por ello exigen clarificación y solución. En los años
80, con el giro neoliberal y el ataque a los derechos y protecciones
sociales, surgía una nueva problemática que era preciso diagnosticar.



Así, tras 15 años de ejercicio en el campo psy, Castel se enfrenta a un
nuevo reto: objetivar el campo inédito de lo social. Un espacio social que
representa la respuesta institucional a la cuestión social, en cuyo centro
se encuentra el trabajo, y del que la sociología de la psiquiatría es una
primera introducción. La demanda social procede en este momento del problema
planteado por un proletariado que había llegado a alcanzar un significativo
grado de integración, pero que ahora ocupa una situación análoga a la de los
marginados de los años 70. En su libro Las metamorfosis de la cuestión
social. Una crónica del salariado, publicado tras años de silencio y
devenido rápidamente un clásico de la sociología, Castel compendia esta
problemática que define nuestra actualidad y nuestro futuro. A él seguirán
textos como La inseguridad social. ¿Qué es estar protegido? (2004), La
discriminación negativa (2010a) o El ascenso de la incertidumbre (2010b), de
evocador título, en los que toma el pulso a la evolución social.



Con el paro de masas, la precariedad laboral y la aparición de trabajadores
pobres y sin trabajo de que habla Hanna Arendt, en la década de los 80
resurge la antigua cuestión social. Una “cuestión social que desde mediados
del siglo XIX había gravitado en torno a la cuestión del lugar que debía
ocupar la clase obrera en la sociedad industrial: el mantenimiento de su
subordinación y explotación, o el reconocimiento por la revolución de su
verdadero papel como productora de la riqueza social” (Castel, 2012: 137).
Tras diversas tentativas frustradas como, por ejemplo, la revolución de
1848, y la lucha por el derecho al trabajo, con la Tercera República se
sientan las bases de lo que luego será la respuesta del Estado social. Una
respuesta que supone un principio de solución al problema de la integración
de las clases trabajadoras, una vez que la alternativa social popular no se
llegara a materializar.



Con el Estado social, que tras los denominados 30 gloriosos llega a su
máximo desarrollo a principios de los años 70, se da un paso crucial en la
transformación de la condición salarial, la condición de los trabajadores.
El trabajo asalariado, tras un largo periplo, sale de su indignidad secular.
La seña de identidad del proletariado, que comenzó siendo una condición
miserable y despreciada en los inicios de la industrialización, se convierte
en la base de un estatuto socialmente reconocido, al que se le atribuyen
derechos y protecciones, convirtiéndose así en la matriz de la sociedad
salarial.



La sociedad salarial



Una sociedad, cuya clave de bóveda es el Estado social, que no es
igualitaria, y en la que subsiste la explotación y la dominación, pero en la
que sus miembros son semejantes porque disponen de recursos mínimos y de
derechos y garantías equiparables. El Estado social opera como un reductor
de riesgos que aseguran unos derechos sociales que, sin modificar
sustancialmente las desigualdades, protegen y dignifican la figura del
trabajador y su familia, garantizando la ciudadanía y el mantenimiento de la
cohesión social.



Las diferentes formas de socialismo habían hecho de la victoria sobre la
heteronomía del trabajo la condición de la fundación de una sociedad de
hombres libres. El Estado social de tipo socialdemócrata había conservado
una versión edulcorada de esa utopía: ya no era necesario subvertir la
sociedad mediante una revolución para promover la dignidad del trabajo, pero
el lugar de este seguiría siendo central como base del reconocimiento social
y las protecciones contra la inseguridad y la desgracia. Aunque el carácter
penoso y la subordinación del trabajo asalariado no hubieran sido
completamente abolidos, el trabajador se encontraba compensado al haberse
convertido en ciudadano de un sistema de derechos sociales, en beneficiario
de prestaciones distribuidas por las burocracias del Estado y también en
consumidor reconocido de las mercancías producidas por el mercado. Así, este
modo de domesticación del capitalismo había llegado a reestructurar las
formas modernas de solidaridad y el intercambio en torno al trabajo, con la
garantía del Estado (Castel, 1997: 403).



Un nuevo régimen laboral caracterizado por el paro y la precariedad laboral
se impone a partir de los años 80 con el advenimiento del capitalismo
financiero y la modernización del aparato productivo. La consecuencia es la
fragilizacion del sistema de derechos y protecciones sustentados en el
trabajo estable, que sufren una importante laminación para dejar libre curso
al mercado. A lo que se añade la rebaja de los estándares europeos por la
competencia internacional de países de bajas coberturas sociales. Así las
cosas, retorna la vulnerabilidad y la inseguridad de masas y el vivir al
día, que era la característica sempiterna de las clases trabajadoras. “De
modo que el núcleo de la cuestión social consistiría hoy en día, de nuevo,
en la existencia de inútiles para el mundo, supernumerarios, y alrededor de
ellos una nebulosa de situaciones marcadas por la precariedad y la
incertidumbre del mañana que atestiguan el crecimiento de la vulnerabilidad
de masas” (Castel, 1997: 465). Y es que todo el conjunto social esta
sometido a un proceso de desestabilización que, con el epicentro en la
empresa, tiene como final de recorrido a los supernumerarios, los inútiles,
a las poblaciones excluidas o desafiliadas.



Así, concluye Castel, la nueva problemática social se produce como
consecuencia del derrumbe y fragilizacion de la sociedad salarial por la
desestabilización de la condición salarial. De ahí la necesidad de
reconstruir histórica y sociologicamente dicha sociedad como medio de medir
lo que nos separa de ella, y porque todavía es nuestra actualidad, no hemos
salido de ella y continúa siendo nuestro horizonte futuro. Aunque lo cierto
es que ni siquiera Francia llegó al alcanzar, en su mejor momento, el modelo
de Estado social de aspiración socialdemócrata, al que solo se aproximaron
los países nórdicos.



La nueva cuestión social



En la anterior cuestión social, el proletariado, una vez que había superado
la inicial situación y fragmentación del siglo XIX, aunque dominado y
explotado, constituía una fuerza productiva, era necesario, formaba parte de
la dinámica productiva y social y, por ello, podía pesar en el curso de las
cosas, debía ser tenido en cuenta y podía luchar.



En la actualidad, el conflicto entre aquellos que deciden y quienes están
directamente sometidos al aparato de producción no desaparece. Pero se
encuentra, no obstante, secundarizado por otro fenómeno: la separación entre
los que están en al aparato de producción y aquellos que pierden su
pertenencia al sistema. La nueva cuestión social reposa en el presente sobre
la pareja trabajo/falta de trabajo.



Así, en la actualidad, sectores enteros del mundo laboral han sido
invalidados, ya no son una fuerza colectiva necesaria, se han convertido en
inútiles, en supernumerarios, y están de más en la sociedad. Por lo mismo,
aislados, al margen de los marcos colectivos y sin capacidad de incidencia
social y política, su poder como fuerza reivindicativa se ha debilitado. Hoy
lo que crea problema no es ya, como en los comienzos de la
industrialización, su fijación y sometimiento al aparato productivo, sino su
misma existencia.



El nuevo problema no sería tanto el aumento de las desigualdades, que en los
70 centraba el debate de la cuestión social. Lo cierto es que hoy no
aumentan globalmente, sino fundamentalmente en el extremo superior y el
inferior. La novedad es el surgimiento de desigualdades no reguladas, como
son las que tienen que ver con el paro y la precariedad. Aunque afectan al
conjunto social, se distribuyen de manera diferencial, impactando de manera
más acusada a los sectores menos cualificados, etc. Las desigualdades
clásicas estaban reguladas mediante una negociación conflictiva y se
desarrollaban en la expectativa de una reducción creciente, según el modelo
socialdemócrata. Lo cierto es que hoy cada tipo de desigualdades se añade al
otro. Afrontar el problema de las desigualdades clásicas exigiría políticas
redistributivas, mientras que las otras precisarían políticas de protección.



Un nuevo Estado social



Así las cosas, Castel apuesta por el redespliegue de un Estado social
adaptado a las nuevas exigencias tecnológicas y de flexibilidad laboral,
pero sin ceder en la defensa de los derechos y protecciones. Derechos y
protecciones laborales que han supuesto una auténtica revolución social, por
lo cual es preciso preservarlos y ampliarlos. Y frente a los que reclaman,
como André Gorz, la “salida de la sociedad del trabajo”, Castel defiende
que, pese a su creciente precarización, el trabajo no ha perdido su
importancia y centralidad y, por ello, debe ser considerado como el frente
de lucha principal.



Una genealogía del individuo



Su último proyecto innovador e inconcluso fue una sociología o una
genealogía del individuo. De ello da cuenta, por ejemplo, en el bello texto
Propiedad privada, propiedad social, propiedad de sí mismo (2003). Se
trataba, en primer lugar, de una crítica al modelo neoliberal. En
particular, de uno de los pilares básicos de su ideario: la concepción del
individuo como un ser autosuficiente.



Sin embargo, para Castel no hay individuo sin soportes. La propiedad privada
ha sido históricamente uno de los más importantes, garantizando a la
burguesía la independencia necesaria para disfrutar de la ciudadanía
política. Con el Estado social surge la propiedad social, como un análogo de
la propiedad burguesa. Un modelo inédito de propiedad, configurado por los
derechos y protecciones sociales y merced al cual los miembros de las clases
populares han accedido al reconocimiento como individuos, al estatuto de
individuo. Ya que la propiedad social funcionaba como base de la
independencia económica y social y, con ello, de la ciudadanía social y
política del proletariado. Se democratizaba así una prerrogativa de las
clases dominantes, pero que en rigor es uno de los fundamentos de la
modernidad y de la declaración universal de los derechos humanos y de la
democracia misma.



Sin embargo, con el retroceso de los derechos sociales, asistimos a la
emergencia de lo que Castel denomina “individuo por defecto”. Por defecto de
soportes sociales, y ello cuando, además, se impone el mandato social y
laboral de actuar como un individuo responsable y autónomo. Un individuo en
disposición de crear su propio puesto de trabajo, de emprender, de ser el
empresario de sí mismo, etc. Lo que con frecuencia se traduce en un fracaso
para los que carecen de soportes y en una dinámica que conduce al paro, la
ruptura de vínculos colectivos y al aislamiento social.



En verdad, este proceso se inscribe en una dinámica general de
individualización que atraviesa la sociedad fracturando los colectivos en
los que se apoya el sistema de solidaridad y protección social. Se produce,
además de por el fenómeno del paro, como efecto del nuevo régimen laboral
dominado por el “modelo biográfico” del que habla Ulrich Beck, de la
individualización de las tareas, de movilidad laboral, etc.



En el otro extremo se desarrolla el “individuo por exceso”. Dispone de un
exceso de recursos que lo convierte en alguien supuestamente al abrigo de
las coacciones y obligaciones sociales, y que vive como si no existiese la
sociedad.



No hay una oposición entre individuo y Estado, como pretenden el liberalismo
y ciertas orientaciones de izquierda. El individuo moderno está atravesado
por el Estado. No son las regulaciones estatales las que impiden el
desarrollo individual, como piensan los liberales, pues precisamente son
dichas regulaciones las que han permitido a las clases populares vivir
positivamente como individuos. Es decir, no estar sometido a la necesidad,
ni a la dependencia de nadie, y así poder vivir como sujetos independientes
que controlan su propia vida y realizan diferentes estrategias
profesionales, educativas, culturales, etc.



El compromiso del sociólogo



Según Castel, “lo que se hace en ciencias sociales se inscribe siempre en el
marco de un debate de sociedad que exige se tome partido” (Castel, 2001:
185). En este sentido, en el contexto de las luchas antipsiquiatricas de los
años 70 y 80, entabló una relación de alianza con el psiquiatra crítico
Franco Basaglia, quien consiguió el cierre por ley de los manicomios en
Italia. Un sistema semicarcelario formalmente terapéutico, pero donde
imperan relaciones de poder homologables a las del presidio, la cárcel o el
cuartel. Castel encarnaba entonces la figura del intelectual específico
comprometido en las luchas parciales e institucionales. Una figura sin la
pretensión hegemónica del intelectual tradicional y diferente también del
intelectual orgánico vinculado a los partidos políticos. De la relación con
Basaglia guarda una enorme nostalgia, como en general de aquella época de
gran efeverscencia de las ciencias sociales y luchas sociales, y en las que
la conexión entre trabajo intelectual y práctica militante era fácil y
habitual.



En el nuevo contexto de debilitamiento y reflujo de las organizaciones
políticas y sindicales, este tipo de relaciones son complicadas. Y es que el
proletariado, que fue la referencia esencial del pensamiento crítico en los
70, ya no es portador de una alternativa social transformadora como lo era
entonces:



La construcción de una fuerza de protesta y transformación supone la reunión
de por lo menos tres condiciones: una organización estructurada en torno a
una condición común, un proyecto alternativo de sociedad y el sentimiento de
ser indispensable para el funcionamiento de la máquina social. Si la
historia social giró durante más de un siglo en torno a la cuestión obrera,
fue porque el movimiento obrero realizaba la síntesis de estas tres
condiciones: tenía sus militantes, sus aparatos, un proyecto de futuro, y
era el principal productor de la riqueza social de la sociedad industrial.
Los supernumerarios de hoy no satisfacen ninguna de estas condiciones
(Castel, 1997: 445).



Aunque, sin duda, no se trata de una situación definitiva y como ya sucedió
en el pasado, señala Castel, es previsible su pronta reconstrucción como una
fuerza social y política. Indica Castel:



Lo primero es que no es evidente que todas esas poblaciones invalidadas
estén resignadas. La existencia del movimiento de parados, incluso aunque es
minoritario, muestra lo contrario (…). Una salida positiva pasaría por una
colectivización de ese potencial de resistencia. Si enseguida a la clase
obrera no le ha ido mal, al menos en un primer tiempo, es porque pronto se
organizó como una fuerza de organización colectiva (Castel y Haroche, 2003:
199).



Con todo, la crítica sociológica ha debido aprender el camino del realismo y
moderar su alcance. En el campo intelectual la toma de posición política de
Pierre Bourdieu a favor del revolucionarismo político contrasta con la de
Castel. El autor de El Psicoanalismo (1980a), que se define como un
socialista radical, considera que esta opción es minoritaria y tiene hoy
poca credibilidad. Así, entre las dos vías al socialismo que han competido
durante más de un siglo, opta por la reformista. Frente a la estrategia
revolucionaria de un cambio del modelo de Estado se impone la
socialdemócrata de una reforma y una mejora social progresiva. Porque el
Estado, frente a su anterior concepción como un poder normativo y
disciplinario del proletariado, aparece ahora como barrera de una economía
basada en la búsqueda del beneficio a cualquier precio. Por otra parte,
señala Castel, en el haber del reformismo está el desarrollo de lo social,
de la propiedad social. Así, a la vez que reivindicaba el carácter crítico
de su sociología, señalaba en el Círculo de Bellas Artes, en una de sus
últimas vistas a España en 2004:



“Hoy en día el reformismo de izquierdas audaz representa la posición
maximalista de una izquierda creíble, decidida a poner en marcha un proyecto
político de desarrollo de las protecciones sociales. Un programa de esta
naturaleza contiene el germen de utopía necesario para mantener la esperanza
de contribuir a mejorar el curso del mundo” (Castel, 2006: 26).



* Juan Tabares es profesor de filosofía jubilado.



Referencias



Castel, Robert (1980) El orden psiquiátrico. la Edad de Oro del alienismo
(Prólogo de Michel Foucault). Madrid: La Piqueta.

(1980a) El psicoanalismo. El orden psicoanalítico y el poder. Buenos Aires:
Siglo XXI.

(1980b) La gestión de los riesgos. De la anti-psiquiatría al
post-psicoanálisis. Barcelona: Anagrama.

(1997) Las metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado.
Buenos Aires: Paidós.

(2004) La inseguridad social. ¿Qué es estar protegido? Buenos Aires:
Manantial.

(2004) Las trampas de la exclusión. Trabajo y utilidad social. Buenos Aires:
Topia.

(2006) Pensar y resistir. La sociología critica después de Foucault. Madrid:
Círculo de Bellas Artes.

(2010a) La discriminación negativa. ¿Ciudadanos o indigentes? Barcelona:
Hacer.

(2010b) El ascenso de las incertidumbres. Trabajo, protecciones, estatuto
del individuo. México: Fondo de cultura económica.

Castel, Robert y Lovell, Anne (1980) La sociedad psiquiátrica avanzada. El
modelo norteamericano. Barcelona: Anagrama.

Castel, Robert et al. (1992) “Autour de Robert Castel”, Revue Vie sociale,
3/4.

Castel, Robert y Haroche, Christine (2003) Propiedad privada, propiedad
social, propiedad de sí mismo. Conversaciones sobre la construcción del
individuo moderno. Rosario: Homo Sapiens.

Castel, Robert y Martin, Claude (2012) Changements et pensées du changement.
Échanges avec Robert Castel. Paris: La Découverte.

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