Uruguay/ Ser mujer trans en dictadura: "Pensaban que con la violencia y la tortura nosotras íbamos a cambiar". [Stephanie Demirdjian]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Jun 21 14:14:11 UYT 2023


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Correspondencia de Prensa

21 de junio 2023

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Uruguay



Ser mujer trans en dictadura: “Pensaban que con la violencia y la tortura
nosotras íbamos a cambiar”



Testimonios develan el “ensañamiento” y las violencias específicas que
vivieron por su identidad de género, a manos de un régimen que también buscó
instaurar un “autoritarismo moral” contra todo lo que desafiara la familia
patriarcal.



Stephanie Demirdjian

La Diaria, 21-6-2023

https://ladiaria.com.uy/



La dictadura cívico-militar que inauguró el golpe de Estado de 1973 en
Uruguay no sólo persiguió a personas por razones ideológico-partidarias.
También lo hizo por motivos morales: todas las personas que desafiaban los
valores de la familia tradicional, heteronormativa y patriarcal fueron
identificadas como enemigas de ese “nuevo orden” social y político que el
régimen autoritario buscó instalar.



Este “autoritarismo moral” –como lo llama Diego Sempol, docente e
investigador del Departamento de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias
Sociales de la Universidad de la República– afectó particularmente a las
mujeres trans –en aquel entonces identificadas como travestis–, que fueron
perseguidas, privadas de libertad y sometidas a distintos tipos de violencia
por su identidad de género. Hasta el momento, no han surgido testimonios que
indiquen que los varones trans también hayan sido objeto de persecución
policial durante ese período. “Eso no quiere decir que no existan”, aclaró
Sempol a la diaria.



Si los relatos sobre las situaciones de violencia sexual que vivieron las
mujeres cis presas políticas en dictadura empezaron a aflorar mucho tiempo
después de la vuelta a la democracia, especialmente luego de la denuncia
colectiva que presentaron algunas de ellas en 2011, el silencio de las
personas trans en torno a lo vivido en ese período duró un poco más. De
hecho, los testimonios empezaron a aparecer principalmente durante el debate
en torno a la Ley Integral para Personas Trans, aprobada en 2018, que entre
otras cosas establece una pensión reparatoria para personas trans nacidas
antes del 31 de diciembre de 1975 que hayan sido víctimas de violencia
institucional debido a su identidad de género.



Los testimonios revelan episodios concretos que exponen la persecución que
enfrentaban las mujeres trans en la vida cotidiana, las prácticas
institucionales a las que eran sometidas y las violencias que enfrentaban
una vez que estaban presas. Por lo general, eran detenidas mientras ejercían
el trabajo sexual en la calle y en los prontuarios policiales aparecían bajo
el rótulo “pederasta pasivo”.



“En realidad, la prostitución en Uruguay era legal, lo que era ilegal era la
prostitución en contextos de calle, que es donde precisamente las personas
travestis ejercían el comercio sexual, y este fue el pretexto por el cual la
Policía permanentemente acosó a esta población”, explicó Sempol, que dedicó
varias de sus investigaciones a indagar sobre la violencia estatal contra
las disidencias.



El investigador señaló que la violencia contra las mujeres trans buscaba
tres objetivos específicos. Por un lado, “limpiar el espacio público”, ya
que en esa época “la población travesti era una población que ruidosamente
anunciaba esta disrupción [respecto de la familia tradicional y
heteronormativa], porque era claramente visible”. Por el otro, “instaurar
una idea de qué es lo correcto y qué no es lo correcto de mostrar en el
espacio público, entonces qué corporalidades, de alguna forma, no estaban
habilitadas”. Y, por último, tenía la intención de “obtener información”
sobre actividades delictivas.



Sempol explicó que “muchas veces se detenía a las personas travestis con el
propósito de conseguir información sobre actividades delictivas”, porque la
Policía consideraba que “formaban parte de un mundo delictivo”.



Esto “muchas veces no tenía que ver con la realidad de estas personas, que
eran trabajadoras sexuales que tenían una cantidad de clientes y no
necesariamente manejaban esta información fina”, pero “esta era la
presunción policial por la cual muchas veces se las violentaba física y
moralmente”.



El académico dijo que, a diferencia de la violencia sexual que sufrieron las
mujeres cis presas políticas, que tenía un objetivo disciplinador, los
testimonios de las mujeres trans revelan que, en su caso, la violencia
sexual tuvo “un fin de humillación, de subordinación y de violentar el
cuerpo”. “En el caso de las violencias hacia las mujeres cis, lo que se está
tratando de confirmar es el lugar pasivo frente a ciertos roles activos en
el activismo político, y este lugar de supuesta ‘pasividad’ en el encuentro
sexual es de ‘mujer, dedicate a lo que debés dedicarte’”. En cambio, en el
caso de las personas trans, “la violencia sexual busca el abuso, el
usufructo de ciertos placeres sin pagar, y además la humillación de ciertas
violencias que se tramitan durante todo ese procedimiento”. Así lo
atestiguan los relatos de muchas de las mujeres trans que rompieron el
silencio en los últimos años, incluidas Karina Pankievich y Jenifer Acosta,
que compartieron sus historias con la diaria.



“Queríamos ser mujeres, por más palo que nos dieran”



Pankievich tenía 13 años cuando se fue de Fray Bentos a Montevideo. Era
1976. “Pasé muchas cosas, dormí incluso en un banco de la plaza
Independencia algunas noches porque no tenía dónde vivir, hasta que después
empecé a ejercer el trabajo sexual”, recuerda. “Ahí fue lo más difícil,
porque la represión, las palizas, las picanas, las violaciones... No había
cosa que no hicieran con nosotras”, introduce la activista, que hoy es
presidenta de la Asociación Trans del Uruguay (Atru) y coordinadora para el
Cono Sur de la Red Latinoamericana y del Caribe de Personas Trans.



La persecución contra las mujeres trans “era tanta”, que no eran detenidas
solamente mientras ejercían el trabajo sexual, sino también durante
actividades tan cotidianas como “ir a hacer mandados” o mientras comían en
algún bar. “Me acuerdo que nosotras le decíamos a un señor de un bar de
Propios ‘te pagamos un poquito más, pero cerrá las persianas y dejanos
comer’, porque nos sacaban de adentro de los bares, no te dejaban ni comer,
y ahí no estabas ejerciendo el trabajo sexual, estabas comiendo. Era tanta
la persecución de la Policía, que era 24 por 24 [horas], y solamente por el
hecho de ser diferente y no ser como ellos querían”, narra Pankievich.



El tiempo que permanecían presas dependía de qué entidad las detuviera. “Si
te agarraba Orden Público, por ejemplo, te podía tener de 24 a 48 horas por
investigación. Pero si te agarraba Brigada de Asalto, Hurto, Narcóticos,
esos te podían tener siete días presa por investigación. A veces daba la
coincidencia de que salías a los siete días y, como no tenías un mango, así
como salías de ahí te ibas de vuelta a parar para ver si tenías un peso para
volver a donde vivías. Pero teníamos la tal mala suerte, que salíamos de
Narcóticos y nos agarraba Brigada de Asalto, y otros siete días presa ahí
adentro”, rememora Pankievich.



En la investigación Memorias trans y violencia estatal. La Ley Integral para
Personas Trans y los debates sobre el pasado reciente en Uruguay (2019),
Sempol señala que “si bien la persecución policial al comercio sexual
callejero siempre existió, lo que cambió con el incremento del autoritarismo
fueron los lapsos de detención y los niveles de violencia institucional”.



En ese sentido, afirma que, a fines de los años 60, los arrestos de Orden
Público o en una comisaría no superaban en general las 24 horas, mientras
que “a partir de 1974 pasaron a durar siete o 15 días”. A la vez, “los malos
tratos y la tortura para obtener información sobre delincuentes
(narcotráfico, contrabando, robos), al principio casi ausentes, se fueron
instalando progresivamente en forma frecuente”.



Esto se condice con el testimonio de Pankievich, que durante su relato
repite varias veces la palabra “ensañamiento” para referirse a las
violencias que vivieron las mujeres trans en la cárcel. “No era solamente la
violencia física, sino la psicológica, porque de repente a vos te ponían en
un calabozo y estabas incomunicada, pero sonaba la chicharra y eso
significaba que te venían a buscar para torturarte o hacerte submarino o
darte picana o pegarte, para que vos entregaras a alguna persona”, explica
la referente de Atru. “Te decían ‘decime quién está robando’, y nosotras
decíamos: ‘No sabemos quién anda robando, si nosotras vamos a trabajar, no
le preguntamos al cliente si es médico, cirujano o chorro. El tipo viene,
nos paga y se va”.



Recuerda un episodio en particular: cuando fue detenida en 8 de Octubre y
Garibaldi porque pensaban que era “la mujer de un tal Toro, que andaba
robando en Villa Española”. “Yo les dije que me estaban confundiendo. Cuando
llegué a Jefatura, me empezaron a dar. El primer piñazo me lo dieron en la
boca del estómago, sin avisarme, y me doblaron que me sacaron el aire.
Después estaba otro, que era tremendo, que me dio una patada en la cola que
me reventó. Ahí me dijeron ‘o hablás o te vas a ir en silla de ruedas, pero
de acá caminando no vas a salir’, y me tiraron adentro de un calabozo”,
relata Pankievich. Unas horas después, rompió una bombita de luz contra un
banco de cemento y con los pedazos de vidrio se autolesionó. “Me corté las
venas para morirme”, dice, “pero me salvó uno de los llaveros que me
encontró”.



La violencia sexual que vivieron las mujeres trans durante la dictadura tuvo
la marca del transodio y la homofobia, pero también la discriminación por
ejercer el trabajo sexual. Cuenta Pankievich: “Te decían ‘si vos chupás la
pija y te hacés coger, ¿por qué no me la vas a chupar a mí? ¿No te voy a
poder coger yo? Vení acá porque, si no, te meto en el calabozo’. Y bueno,
algunas se rebelaban y las mataban a palos, pero otras preferíamos acceder a
hacer lo que ellos querían porque después tenías que pasar seis o siete días
con los machucones, con los golpes, con los dolores en la espalda de las
patadas que te daban porque no querías acostarte con ellos. Había algunos
que te decían directamente ‘te vamos a dar tanta pija, que nunca más vas a
querer ver a un hombre para que se te vaya la putez que tenés y seas un
hombre como debe ser’”. Ella dice que sólo cuenta “algunas anécdotas”,
porque hay muchas más, también siniestras, como “que te pusieran
desodorantes o la cachiporra adentro, o que te agarraran entre cuatro o
cinco”.



La activista resalta el cinismo de que fueran fichadas con el rótulo
“pederasta pasivo”: “Nosotras lo único que estábamos haciendo era ejercer el
trabajo sexual, y la palabra ‘pederasta’ es cuando abusás sexualmente de

un niño, y acá era al contrario; nosotras éramos las niñas, las
adolescentes, que con 13, 14, 15 años, venían los clientes y nos compraban”.



“Ensañamiento”, dice de nuevo. Hace una breve pausa y sigue: “Fue un
ensañamiento contra la población de travestis por solamente ser diferentes,
porque no era que nosotras éramos subversivas o éramos tupamaras.



Nosotras no teníamos armas, no peleábamos por ninguna causa, no era político
lo nuestro. Lo nuestro era por tener una identidad de género diferente a la
que ellos querían que tuviéramos”.



“Pensaban que con la violencia, con la tortura y con obligarnos a hacer
trabajo sexual con ellos, nosotras íbamos a cambiar” –agrega–, “pero
nosotras no queríamos ser hombres, queríamos ser mujeres, por más palo que
nos dieran, por más violaciones a las que nos sometieran. Por suerte,
tuvimos la valentía de seguir luchando y aguantando palo, porque hoy, a los
61 años que cumplo este año, te puedo estar contando esta historia. Muchas
quedaron en el camino”.



“Nuestra identidad de género podía más”



“Lo más fuerte” que vivió Acosta fue durante los últimos dos años de la
dictadura. Ella tenía “13 o 14 años” y vivía en Las Piedras. En esa época
empezó a ejercer el trabajo sexual en Montevideo y dice que “ahí fue la
guerra”. “Era una cacería lo que hacían con nosotras. Nos llevaban, nos
detenían y nos preguntaban por cualquier cosa. Me acuerdo que estábamos
todas en un mismo calabozo, dos o tres días. Sonaba una chicharra y, cuando
sonaba, te llamaban, te llevaban a un calabozo chiquito, ahí te torturaban
con picana eléctrica, te dejaban desnuda, atada, con agua fría. Imaginate
que a veces íbamos hasta 30, 40 chicas”, relata a La Diaria.



“Cómo sería la psicología que nos hacían que, a veces, cuando sonaba esa
chicharra, queríamos ir primero, porque si éramos 30 y estabas entre las
últimas, sentías los gritos de las compañeras, y ya ibas mal. Ahí hubo hasta
violaciones”, recuerda.



Consultada sobre si vivió situaciones de violencia sexual, repite: “Sí,
muchas veces. Muchas veces. Muchas veces”. Y continúa: “Para que te
soltaran, primero tenías que... te violaban, te violaban en todas las
jefaturas. Picanas en las partes íntimas, en camas viejas de hospital con
unos ganchos y resortes, ahí te ponían y te tiraban agua y la picana”.



También cuenta que a veces las “llevaban para la escollera” y les hacían
“submarino” para obtener alguna información. En otras ocasiones, la
obligaban a ponerse de rodillas: “Un oficial, de atrás, sentado en una
silla, me agarraba de las manos, y otro de la cabeza, y me cinchaba para
atrás. El que estaba adelante te daba cada patada en la boca del estómago,
para preguntarme cosas que yo no sabía. Cuando ya estaba desmayada que no
podía más, me llevaban a un chorro de agua fría, en invierno, que ahí te
ataban con las manos para arriba y te dejaban hasta que te despertaras. Ahí
podías tener fiebre, congestión, lo que sea, no les importaba nada”. “Yo con
14 años qué iba a saber”, dice; “ninguna sabía nada porque íbamos a trabajar
nada más”.



Acosta recuerda que a las mujeres trans “siempre” las trataban “como varón”.
“Nos decían ‘los travestis’, nos decían ‘vos vas a dejar de ser puto, vas a
ver’, y ellos mismos hablaban de ‘estos putos cómo no dejan las polleras y
eso que les hacemos de todo’”, cuenta. “Pero era nuestra identidad de
género, podía más que todo eso”, aclara.



Al igual que Pankievich, habla de “un ensañamiento cruel”. Y asegura que,
desde entonces, convive con las secuelas. “Hoy por hoy las consecuencias que
tenemos todas nosotras de los riñones… […] Sufro de claustrofobia, a veces
de pánico, tengo eso todavía de andar en la calle... esas cosas te quedan.
El maltrato psicológico, el maltrato sexual, todas esas cosas te quedan”,
asegura Acosta, que hoy tiene 56 años. “Te queda un sufrimiento horrible que
una no puede borrarlo. ¿Cómo un ser humano puede hacerle eso a otro por ser
o sentirse diferente?”, reflexiona, y agrega: “Soy mujer y eso no lo
pudieron cambiar los palos, no lo pudieron cambiar las violaciones. No lo
cambia nada”.



La Diaria se intentó comunicar con otras mujeres trans que padecieron la
dictadura. “Muchas no quieren dar su testimonio, no sé si por miedo, por no
volver a recordar…”, señala Pankievich. “Yo te cuento a ti las cosas, pero a
mí se me vienen a la mente esos momentos y es como estar metiendo el dedo
donde te dieron una puñalada. Pero para que se sepa cómo realmente fue la
historia, estos detalles tienen que aparecer en el testimonio”, afirma. “Si
hay muchas que no quieren dar su testimonio, no quieren comprometerse o
tienen miedo, yo puedo hablar por ellas porque viví con ellas, caí presa con
ellas, estuve en los calabozos con ellas, y nadie me puede desmentir”, dice
la activista; “mi voz habla en nombre de las demás. Mi lucha es por las
demás”.



Sobrevivir juntas



En el medio de un contexto tan hostil, las mujeres trans desplegaron
estrategias para resistir y sobrevivir. “Solidaridad en las comisarías o,
por ejemplo, tenían toda una estrategia para avisarse cuando empezaba a
recorrer la Policía, para que todo el mundo saliera corriendo, es decir, una
estrategia de huida, de escape, de vigilancia conjunta”, describió Sempol.



A su vez, llevaron adelante ciertas “estrategias colaborativas”, como
organizarse para llevarles comida y ropa a las que pasaban mucho tiempo
detenidas, o “compartir el poco dinero que se tenía para pedir que se
compraran cosas afuera”, señaló el investigador. Pankievich contó que, por
ejemplo, “si éramos tres paradas en una esquina, caían dos milicos, nos
llevaban a dos y una se salvaba, esa que se salvaba podía llevarnos una
frazada o un plato de comida a la Jefatura”.



“Había una cantidad de estrategias de resistencia que incluso, en algunos
casos, construyeron vínculos de mucha solidaridad que después van a estar en
la base del activismo y la construcción del sujeto político trans”, afirmó
Sempol. El académico dijo que, de hecho, muchas de las personas que luego
crearon la Mesa Coordinadora Travesti en 1991 “se conocieron ejerciendo el
comercio sexual en calle, en plena dictadura o en los primeros años de
democracia, y resistiendo toda esta persecución policial”.



La ley trans: un punto de inflexión



La aprobación de la Ley Integral para Personas Trans en 2018 marcó un antes
y un después para las mujeres trans que sobrevivieron a la dictadura. En
primer lugar, porque estableció una pensión reparatoria para todas las
personas trans nacidas antes del 31 de diciembre de 1975 que hayan sido
víctimas de violencia institucional y/o privadas de libertad por su
identidad de género, una política que las incluye a ellas específicamente.
Segundo, porque el propio debate sobre la ley habilitó espacios para que
muchas empezaran a contar lo que vivieron en aquella época. Pero, además, la
propia creación de la reparatoria significa que el Estado reconoce su
responsabilidad en la violación de los derechos de las personas trans
durante ese período.



Desde que entró en vigencia la ley hasta ahora, se aprobaron 186 solicitudes
de pensión reparatoria, según aseguró Pankievich, que desde 2019 integra la
Comisión Especial Reparatoria en representación de la sociedad civil. “No te
va a solucionar la vida, son 15.000 pesos (400 dólares: ndr), pero te da la
posibilidad de que tu vejez sea más digna”, acotó la activista.



“La reparatoria te cambia; yo hasta que no la tuve tenía que seguir saliendo
a la calle a hacer cualquier cosa por 100 pesos para el pan y la leche. A mí
me cambió la vida”, evaluó Acosta. Dijo que hoy, después de todo lo que
vivió, gracias a esta pensión, se siente “muy agradecida” y “feliz”. “Como
si me hubiera sacado el 5 de Oro”.



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Por qué la dictadura también fue un proyecto “antifeminista” y de
“restauración patriarcal”. -La Diaria
(https://correspondenciadeprensa.com/?page_id=1)

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