Irak/ El orden estadounidense, una maldición con efectos duraderos. [Robin Beaumont]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Mar 26 13:06:57 UYT 2023


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Correspondencia de Prensa

26 de marzo 2023

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Irak



XX aniversario de la invasión



El orden estadounidense en Irak , una maldición con efectos duraderos



Robin Beaumont *

Viento Sur, 25-3-2023

https://vientosur.info/

Traducción de Faustino Eguberri



Veinte años después del lanzamiento de la intervención liderada por Estados
Unidos para derrocar al régimen de Saddam Hussein, Iraq encarna una
paradoja: la paradoja de un país que, a pesar de haber experimentado la
primera gran guerra ilegal del siglo XXI, el imperialismo estadounidense en
su dimensión más violenta, el nodo de una polarización confesional regional,
un número de muertos que nunca se logrará cifrar -entre 100.000 y un
millón-, pero también el corazón del califato del Estado Islámico, parece al
mismo tiempo haber caído en el olvido.



Clasificado con frecuencia en la categoría de Estados fallidos, Iraq apenas
subsiste, en el imaginario común internacional, como un ejemplo clásico de
un país condenado a la violencia, la corrupción y el confesionalismo. En
esta historia atrofiada, la sociedad iraquí y las dinámicas políticas que la
atraviesan, están como obliteradas por la obsesión extranjera por la lucha
contra el extremismo, la defensa de la estabilidad, la contención del
despertar chiíta y las consideraciones geopolíticas. Por lo tanto, Iraq
parece condenado a seguir siendo tanto una de las matrices más importantes
de la región como su punto ciego.



El Iraq de las últimas dos décadas es un estado cautivo: cautivo del orden
político producido por la guerra de 2003. Este orden se traduce en varias
grandes dinámicas, cuyos efectos persisten hasta hoy: la aniquilación del
aparato estatal y su sustitución por nuevas élites regresadas del exilio, la
construcción de un sistema político basado en un principio de reparto
etno-confesional, el bloqueo y la comunitarización del poder. Al mismo
tiempo, se desarrollan una serie de realidades que la intervención
estadounidense no había previsto: la apertura del país a la influencia
iraní, el uso masivo de la violencia como recurso político, la
cristalización del resentimiento en las comunidades marginadas por el nuevo
poder, la corrupción y la creciente relevancia de una oposición interna.



Sin tratar de dar cuenta de toda esta historia, y mientras el país conmemora
el vigésimo aniversario de la entrada en su nueva era y los criminales de
ayer creen que están autorizados a publicar, en medio de un debate que se
esperaba cerrado, artículos autosatisfechos sobre lo que habría “resultado
bien en Iraq”[1], estas pocas páginas querrían volver a las principales
aporías de un sistema político Iraqí que no deja de arrastrar a su población
al abismo.



El Estado aniquilado y el regreso de la oposición exiliada: la imposición de
un oligopolio partidista



La intervención militar internacional dirigida por Estados Unidos en 2003 y
la ocupación resultante destruyen la estructura sociopolítica del país,
vacían las instituciones del poder de su personal e imponen el principio de
un nuevo sistema cuyas reglas los Estados Unidos contribuyen a elaborar. Las
potencias ocupantes establecen una administración transitoria, la Autoridad
Provisional de la Coalición (Coalition Provisional Authority) dirigida a
partir de mayo de 2003 por el diplomático Paul Bremer en enlace constante
con la Casa Blanca, cuyo orden no 1 es la “desbaazificación de la sociedad
iraquí”, realizada según el modelo de la desnazificación de Alemania al
final de la Segunda Guerra Mundial[2]. Incluye el desmantelamiento de todas
las estructuras del partido de Saddam Hussein, el partido Baaz, y la purga
de las administraciones estatales, despidiendo a todos los miembros de los
cuatro niveles superiores del partido y prohibiéndoles el regreso a un
puesto de funcionario. Lo mismo sucedió con todos los antiguos miembros del
partido que ocupaban cargos en la alta administración de los ministerios. En
Bagdad como en las provincias del centro y del sur, la desbaazificación toma
la forma de una tabla rasa, sobre la que la administración estadounidense
construye las bases de un nuevo orden político. Esta dinámica no se limita a
los primeros años del nuevo régimen: el funcionamiento de los partidos
políticos se rige por otro decreto de Paul Bremer hasta 2015, cuando fue
reemplazado por una ley que establece como condiciones para cualquiera que
desee fundar un partido político que “no haya pertenecido al depuesto
partido Baaz, como miembro activo o de nivel superior”.



En 2003, el estado iraquí es, por tanto, una cáscara vacía, lista para ser
rellenada de acuerdo con las reglas dictadas por sus nuevos dueños de la
situación[3]. Libre de la omnipresencia baazista, el campo político es el
terreno de una proliferación de movimientos. Este “demasiado partidista”,
como lo llama la investigadora Loulouwa Al Rachid, sin embargo, traduce
menos un florecimiento democrático que una “multiplicación del síndrome del
partido único: una multitud de partidos que aspiran a ser únicos, que no
juegan el juego de la democracia sino que funcionan como un cártel de
partidos”, y bloquean el acceso del campo a cualquier nuevo entrante[4]. El
poder que se instala en Bagdad está constituido según el visión
estadounidense del principio mayoritario, en una sociedad que Estados Unidos
lee prioritariamente a través de un prisma étnico y confesional. Los
chiítas, que se supone que representan alrededor del 60% del país, son, por
tanto, sistemáticamente mayoritarios en él, los kurdos, los árabes sunitas y
las minorías religiosas comparten el resto de las posiciones. La ocupación
por parte de estos partidos de todos los niveles de la administración se
realiza según un principio conocido como muhasasa: una distribución por
cuotas etno-confesionales. Contrariamente a lo que a veces se puede leer,
esta distribución por cuotas nunca ha tomado forma legal en Iraq (aparte de
la asignación de algunos escaños parlamentarios a representantes de
minorías, cristianos y yazidíes, por ejemplo): no aparece ni una sola vez en
la Constitución de 2005. Su principio, por otra parte, no data del cambio de
régimen. En efecto, la élite política que llegó al poder el día después de
la caída de Saddam Hussein en Iraq no se constituye ex nihilo.



La oposición al régimen baazista se había organizado a lo largo de las
décadas anteriores. Después de la Guerra del Golfo, está compuesta por una
galaxia de movimientos opositores, integrando grupos islamistas, que se
reúnen para preparar la organización del poder en un Iraq post-Saddam
Hussein. En la década de 1990, una serie de conferencias de estos
movimientos de oposición sentaron las bases del sistema político que se
desplegará a partir de 2003. Es en particular con motivo de la conferencia
celebrada en la ciudad kurda iraquí de Salah al-Din, en 1992, cuando se
confirmó el principio de distribución por cuotas etno-confesionales
respetando la composición estimada de la sociedad iraquí y, por lo tanto,
estableciendo, a nivel nacional pero particularmente en el Iraq fuera de la
región autónoma del Kurdistán, el dominio de partidos derivados del Islam
político chiíta. Por ejemplo, en virtud de este principio, el primer
ministro iraquí es necesariamente chiíta, el presidente de la República
kurdo y el presidente de la Cámara de Representantes sunita.



Aunque a menudo se reduce al carácter confesional, la distribución por
cuotas es también una distribución partidista, es decir, un sistema de
asignación de puestos en función de la pertenencia a un partido político. Si
la distribución “etno-confesional” tiene como objetivo establecer un campo
de poder representativo de una cierta lectura de la sociedad iraquí en 2003,
la distribución “partidista”, por su parte, refleja menos una preocupación
por la representatividad que por el bloqueo del campo del poder por parte de
actores partidistas que no tienen una verdadera base social. Los partidos
que regresan del exilio buscan menos crear una adhesión y construirse como
partidos de masas que construir un sistema político que asegure su
persistencia en el poder y su dominio sobre las instituciones. Los ganadores
del nuevo orden político se limitan a un número limitado de grupos
partidistas, sus aliados y sus clientelas. Si exceptuamos los partidos
kurdos, que reproducen las mismas lógicas de bloqueo en el campo político de
la Región Autónoma del Kurdistán, el campo político del Estado federal
iraquí se encuentra así dominado y cerrado por los actores partidistas que
la distribución por cuotas confesionales hace llegar al poder en nombre de
la confesión mayoritaria de la que proceden. La distribución partidista por
cuotas refuerza su dominio como partidos surgidos del Islam político chiíta
sin que tengan que preocuparse por su representatividad, es decir, de su
base.



En definitiva, fue porque fueron identificados como “ chiítas” por lo que
estos partidos llegaron al poder, y fue porque eran los partidos dominantes
por lo que permanecieron en él, sin que ninguna nueva iniciativa lograra
desalojarlos. Los momentos electorales dan cuenta de esta dinámica: si las
primeras consultas se traducen en un voto identitario (los resultados de las
elecciones legislativas de 2005 corresponden casi perfectamente a la
distribución etno-confesional de la población iraquí), las elecciones de
2010 ven una coalición transconfesional, al-‘Iraqiyya, proponiendo un
programa “laico”, ganar el mayor número de escaños; las maniobras del primer
ministro Nuri al-Maliki le permiten no obstante formar una coalición
postelectoral más importante y conservar el poder.



El principio mayoritario etno-confesional, a menudo invocado como única
fuente de todos los males del “nuevo Iraq”, es, por tanto, en primer lugar
un pacto entre partidos políticos, que asegura el bloqueo del campo político
por un número reducido de movimientos, la mayoría nacidos en la oposición a
la hegemonía del partido Baaz, y, entre ellos, partidos “chiítas” que va a
apoderarse de la parte del león en la administración del nuevo Estado
iraquí. La oferta política del Iraq post-2003 está así moldeada
estructuralmente por un principio de identidad etno-confesional. Además, es
mayoritariamente el resultado de partidos surgidos de la matriz islamista,
dado que el principal movimiento político competidor, el Partido Comunista,
que históricamente se dirigía a las poblaciones chiítas empobrecidas, había
sido diezmado por los sucesivos regímenes de la segunda mitad del siglo 20.



En el poder, los actores de este oligopolio partidista tienen todos los
instrumentos para perpetuarlo. Hasta la fecha, el Consejo de la Federación,
cámara alta del parlamento iraquí que la Constitución encarga crear a la
Cámara de Representantes, y que debería haber estado compuesto por
representantes electos de las regiones y gobernaciones, no ha sido
constituido. La ley de partidos políticos de 2015, a pesar de los sistemas
de control que prevé, no determina una cantidad máxima para las donaciones a
los partidos políticos, permitiendo así una corrupción masiva[5]. Las
diferentes leyes electorales y sus versiones modificadas, que se multiplican
a lo largo del período, también tienden mayoritariamente a reforzar, a
través de modificaciones en el sistema de asignación de escaños, la ventaja
de las grandes formaciones políticas sobre las más modestas o las
candidaturas independientes. El único elemento que indica una evolución
estructural en el funcionamiento del orden político desde 2003 es la
introducción de una nueva ley electoral en 2019, tras una movilización
histórica en 2019, que aumenta las posibilidades de que las y los candidatos
independientes accedan a la representación política.



Apoyados con fuerza en un análisis de la sociedad iraquí en términos étnicos
y confesionales, Estados Unidos ha contribuido a la exclusión del Estado
iraquí de las élites sunitas. Esta marginación se lee, por ejemplo, en la
forma en que se llevó a cabo el proceso de redacción de la nueva
Constitución iraquí, en el que la potencia ocupante estadounidense tomó
parte importante.



El primer texto constitucional del “nuevo Iraq” fue la ley administrativa de
transición: fue el Consejo iraquí de Gobierno (Iraqi Governance Council),
nombrado por la autoridad de ocupación, quien la redactó. Sirvió como el
primer borrador de gobierno iraquí y organizó la transición. La Constitución
definitiva, votada en 2005 por un parlamento elegido, se inspira en gran
medida en este primer texto. Las negociaciones sobre su redacción se
hicieron entre los diferentes líderes políticos iraquíes, pero a menudo en
presencia de diplomáticos estadounidenses, y a veces incluso en las
instalaciones de la embajada de Estados Unidos en Bagdad[6].  Más que el
contenido de las disposiciones constitucionales, los estadounidenses se
preocupan sobre todo por el calendario: por razones de política interna, la
administración Bush debe poder anunciar el inicio de su retirada militar en
2006. Su principal preocupación es obtener la redacción y adopción de un
texto constitucional lo antes posible. Es precisamente esta precipitación la
que explica que Washington decidiera excluir a los representantes suníes de
la última fase del proceso constitucional. Los líderes de los partidos
suníes habían pedido el boicot a las elecciones anteriores; por lo tanto,
estaban muy poco representados en la Asamblea Nacional de donde se eligieron
los miembros del comité de redacción de la Constitución. La toma de
conciencia del problema de legitimidad que esto induciría para el texto
constitucional llevó a integrar a 15 “representantes” árabes suníes en el
trabajo de redacción. Sin embargo, agobiado por las prisas, Estados Unidos
los excluyeron de las discusiones que se abrieron en el verano de 2005 con
los líderes políticos de los bloques parlamentarios, para evitar
negociaciones demasiado largas.



Construido y bloqueado sobre la base de la visión de Estados Unidos y de
élites políticas cooptadas entre la oposición en el exilio, el Estado iraquí
continuó a lo largo de las dos décadas siguientes dependiendo en gran medida
de la voluntad y el apoyo de Washington. La toma de Mosul y la proclamación
del Estado Islámico en el verano de 2014 llevaron a Estados Unidos, cuyas
últimas tropas habían abandonado Iraq en diciembre de 2011, a liderar una
nueva coalición internacional para luchar contra la organización terrorista
en Iraq y Siria. Pero más allá de la presencia militar, reducida desde
finales de 2021 a unos pocos cientos de “consejeros”, la influencia
estadounidense tiene formas más estructurales. Poco se sabe que, desde 2003
y hasta la fecha, los ingresos de la renta petrolera aterrizan en una cuenta
del Banco Central de Iraq en Nueva York, en una filial de la Reserva Federal
de los Estados Unidos, de donde un camión y luego un avión transportan miles
de millones en billetes verdes hasta Bagdad cada mes[7]. En el otoño de
2022, exasperado por las prácticas de corrupción por las que gran parte de
estas sumas desaparecen para alimentar a entidades sancionadas por Estados
Unidos, incluido Irán, el Tesoro estadounidense disminuyó drásticamente las
entregas, lo que provocó una caída de la cotización del dinar y
movilizaciones antigubernamentales en Iraq.



La desobjetivación del Estado a través de la violencia: herencias e
innovaciones



El orden político iraquí post-2003 también se caracteriza por un uso
sistemático de la violencia armada, tanto por los actores en el poder como
por la oposición. La atención mediática ha retenido los momentos y los
actores más destacados: la insurrección sunita contra la ocupación
extranjera, la oposición armada del líder chiíta Muqtada al-Sadr a las
fuerzas estadounidenses y al gobierno iraquí, los brazos armados de los
partidos chiítas constituidos en Irán como las brigadas Badr, los ataques de
al-Qaeda y la guerra lanzada por el Estado Islámico, y finalmente la
Movilización popular, conjunto de grupos armados, mayoritariamente chiítas,
que toman este nombre en 2014 para combatir al califato y son formalmente
integrados en el ejército iraquí a pesar de la fidelidad de algunos de ellos
a la República Islámica de Irán. Esta multiplicación de actores violentos
ayudó a alimentar el discurso sobre la “quiebra” del Estado en Iraq.



De hecho, la historia de la construcción del Estado iraquí es en gran medida
la de la concentración y monopolización de los medios para ejercer la
violencia. En la época otomana, en la segunda mitad del siglo XIX, la
recuperación de las provincias iraquíes por la Sublime Puerta se hizo
primero en el plano militar y contra las tribus: el gobernador otomano
Midhat Pasha instaura la conscripción nacional, exige la participación de
las tribus en el ejército, al mismo tiempo que establece un nuevo sistema de
propiedad de las tierras que transforma a los jefes tribales en propietarios
clientes de la administración.



La creación de un ejército nacional en enero de 1921 siguió inmediatamente a
la de Iraq como Estado bajo mandato de la Sociedad de Naciones. El rey
Faisal lo ve como “la columna vertebral de la nueva nación y una fuerza
protectora que el gobierno podrá utilizar para disuadir a cualquier
resistencia popular”[8]. Cuando Iraq obtiene la independencia formal en
1932, aunque en realidad todavía bajo la tutela británica, el ejército
iraquí constituye un instrumento esencial de la política de consolidación
del Estado y de fortalecimiento del sentimiento nacional, especialmente
contra los grupos tribales cuyos representantes en el Parlamento no dejan de
impugnar la ley de conscripción[9]. Así, la formación del Estado iraquí
sigue a primera vista el modelo propuesto por la definición clásica de
Estado por Max Weber: “una organización política de carácter institucional …
en la que su aparato administrativo reclama con éxito el monopolio de la
fuerza legítima para la realización del ordenamiento vigente”[10]. Desde
este punto de vista, la consolidación del poder estatal iraquí a lo largo
del siglo XX, especialmente en manos del partido Baaz a partir de finales de
la década de 1960, es lógicamente concomitante con el aumento del poder del
ejército. Siguiendo esta misma lógica, la derrota de este último por parte
del Estado Islámico en Iraq y el Levante en junio de 2014 constituye, por el
contrario, el reflejo de un estado en descomposición desde la caída de
Saddam Hussein.



A esta trayectoria común del ejército y el Estado en Iraq, sin embargo, hay
que añadir otra dinámica histórica, que aparece desde el nacimiento del
Estado iraquí independiente: el uso por parte de los actores políticos de la
violencia privada, ya sea la delegación del ejercicio de la violencia a
grupos armados separados de las fuerzas regulares, o la privatización de las
fuerzas armadas, o más aún de ciertas partes de las fuerzas armadas contra
otras. Árbitro del poder político durante décadas, el ejército iraquí, en el
origen de muchos golpes de Estado, ha sido durante mucho tiempo considerado
con sospecha por el poder. El uso de la violencia privada es entonces un
medio para que los actores del poder político hagan un contrapeso al poder
del actor militar a través de “contraejércitos”[11]. Si la constitución de
la Movilización Popular en 2014 sigue una lógica inversa - ya no
contrarrestar el poder del ejército sino suplir su debilidad frente al
Estado Islámico -, 2003 constituye más, desde el punto de vista de la
relación entre la violencia y el Estado, un vínculo entre usos comparables
de la violencia extraestatal.



La Movilización Popular ha sido objeto de innumerables comparaciones, sin
duda justificadas, con la fuerza iraní de los voluntarios basiji; pero mucho
más raros han sido los análisis que han señalado que el propio nombre de
Movilización Popular también se hacía eco de una realidad histórica iraquí
poco lejana en el tiempo: el “Ejército Popular”, o “Ejército del Pueblo”,
fuerza paramilitar concebida en 1970 por Saddam Hussein entonces
vicepresidente de la República, y que a finales del decenio habría contado
con 75.000 miembros y 500.000 en 1987[12]. El Baaz crea este ejército
paralelo, directamente vinculado al partido, para contrarrestar el poder del
ejército regular y del Ministerio de Defensa[13].



Entre los órganos de seguridad paramilitares más conocidos de la historia
iraquí, la Guardia Republicana fue creada en la década de 1960 como guardia
pretoriana, luego recuperada por Saddam Hussein, que podía contar con la
lealtad de estos hombres, en su mayoría árabes sunitas del norte de
Bagdad[14]. A finales de la década de 1980, cuando la Guardia Republicana se
amplió para luchar en el conflicto con Irán, se creó la Guardia Republicana
Especial, un verdadero “ejército privado de Saddam Hussein”, encargado de
“proteger al presidente, sus palacios, los edificios estratégicos en Bagdad
y todas las carreteras de acceso”[15].



Otras estructuras paramilitares se suman al aparato de seguridad baazista
después de la Guerra del Golfo. Este es el caso del Ejército de Jerusalén,
que se estima que cuenta con medio millón de voluntarios, creado
oficialmente como fuerza externa pero movilizado contra las amenazas
internas, y cuyo desarrollo se produce en detrimento del ejército
regular[16]. Este es también el caso de los Fedayyin de Saddam, creados en
contra de la opinión de algunos militares que temen la complejidad del
aparato de seguridad, dirigidos por Uday Hussein, uno de los hijos de Saddam
Hussein, supervisados por oficiales profesionales, y encargados de eliminar
las “cabezas podridas” del país, incluidos, en particular, enemigos
personales de Uday[17]. Más allá de estos grupos paramilitares, el aparato
de seguridad baazista “regular” incluía muchas áreas de competencia comunes
a más de un servicio, favoreciendo estos solapamientos la competencia y la
vigilancia mutua entre entidades administrativas[18].



Por lo tanto, la constitución de grupos armados separados de las fuerzas
regulares y puestos al servicio de intereses personales o partidarios
integrados de cerca o de lejos en el aparato estatal no data de ayer en
Iraq: ni de 2014, ni de 2003, ni siquiera en realidad del período baazista.
De hecho, toda la historia del Estado iraquí está recorrida por la creación
de estructuras paramilitares cuyas lealtades están garantizadas por vínculos
étnicos, tribales, confesionales o familiares[19] o ideológicos y
partidistas, y reforzadas por un trato preferencial: ventajas financieras,
en material y tecnología militar, elusión de la jerarquía y las estructuras
militares y vínculo directo con el jefe, incluyendo el seguro de la
impunidad en la comisión de crímenes y exacciones.



Si el Iraq post-2003 se distingue de los períodos anteriores y en particular
del período baazista, por lo tanto, no es por la existencia misma de la
violencia miliciana, sino por la configuración política en la que se
integra. A un estado baazista caracterizado por su “unicidad orgánica”[20]
sucede un estado oligopolizado por los nuevos partidos en el poder: una
“casa con muchas moradas”, por usar la expresión utilizada por el
historiador Kamal Salibi durante la guerra civil libanesa[21].



Iraq se encuentra entonces en lo que Benjamin Gourisse, aplicando la
propuesta conceptual de Michel Dobry a la Turquía de los años 1975-1980,
califica de “desobjetivación del Estado”: “las instituciones se convierten
en la arena de las interacciones conflictivas de los funcionarios, que
politizan sus prácticas profesionales para seguir el juego de los partidos
políticos que apoyan, y cuya victoria electoral debe permitirles permanecer
en sus puestos. El Estado se convierte en un espacio de competencia entre
organizaciones con intereses y prácticas diferenciadas[22]. Sin embargo, el
concepto, aplicado al Iraq contemporáneo, no debe entenderse como designando
el proceso histórico del paso de un Estado objetivado a un Estado
desobjetivo: se ha visto que el Estado baazista también puede considerarse
un Estado ya desobjetivado, en la medida en que las funciones y las
dinámicas administrativas estaban fuertemente personalizadas y puestas al
servicio de intereses internos. Se trata más bien de considerar que se pasa
de un régimen de desobjetivación del Estado a otro, el primero en una
configuración de Estado monopolizado, el segundo en una configuración de
Estado oligopolizado.



Esta desobjetivación del estado iraquí post-2003 se ve acentuada por el
hecho de que un cierto número de partidos del oligopolio que domina el campo
político tiene recursos privados de violencia. Históricamente, de hecho, los
partidos políticos iraquíes a menudo se han dotado de ramas armadas,
especialmente con el fin de protegerse frente a un entorno político de
represión del pluralismo. A la heterogeneidad del panorama militar oficial,
a menudo hecho y complementado por grupos milicianos en los que se delegaba
el uso de la violencia, responde, por tanto, una práctica opositora apoyada
en el recurso a las armas. Ya sea para acceder al poder o mantenerlo una vez
adquirido, los actores partidistas iraquíes a menudo han buscado, en la
historia contemporánea, disponer de fuerzas armadas separadas del aparato
militar estatutario del Estado. El Partido Comunista Iraquí, del que
conocemos los ansar (“partisanos”), una milicia creada en 1981 para luchar
contra el gobierno baazista desde el Kurdistán[23], también llamó en 1958,
el día después de la toma del poder por su aliado Abdu al-Karim Qasim, al
establecimiento de una “resistencia popular”, fuerza paralela al ejército,
encargada de mantener la victoria frente a los rivales nacionalistas de
Qasim[24].  Hay dinámicas comparables en el Kurdistán iraquí, donde los
movimientos insurreccionales del PDK y la UPK acaparan los recursos de la
administración del GRK e imponen un duopolio en el campo político regional
apoyándose en sus propios servicios de defensa y seguridad, que dependen más
de la milicia partidista que del ejército y la policía unificados de un
protoestado kurdo.



Los partidos chiítas que se imponen en el campo político iraquí a partir de
2003 no se desvían, en muchos casos, de esta práctica histórica; contribuyen
así a lo que se puede llamar “pluralismo violento”[25] . En lugar de un
brote de violencia, Iraq asiste a partir de 2003 a un paso de la violencia
miliciana “unitaria” del régimen baazista a una violencia miliciana
vinculada a una multitud de partidos, en la que los actores violentos
dependientes de un partido político vienen a apoyarlo en la competencia
política, ya sea como un simple brazo armado o como un componente integrado
en el aparato de seguridad del segmento del Estado iraquí controlado por el
partido. Fue así, por ejemplo, como las Brigadas Badr tomaron el control del
Ministerio del Interior iraquí en abril de 2005, infiltrando a las fuerzas
de la policía federal y sus fuerzas especiales[26] . El movimiento sadrista
obtuvo en 2004 el Ministerio de Salud, donde sus milicianos se dedicaron a
una chiitización del personal médico, amenazando o haciendo desaparecer a
los médicos sunitas[27].



El recurso a la violencia privada no consiste simplemente en movilizar a sus
grupos milicianos formados en la oposición. El partido al-Da'wa, del que
procedieron todos los primeros ministros iraquíes entre 2006 y 2018, y que
representa una fuerza central del campo político desde 2003, por ejemplo, no
tiene una fuerza partidista armada de alcance nacional: las Fuerzas del
mártir al-Sadr, un grupo de milicias afiliado a Da'wa, es una creación de la
oficina del partido en Kirkuk, compuesta de combatientes turcomanos chiítas
locales. Esto no significa sin embargo que sus dirigentes recurran
únicamente a las fuerzas regulares. Desde su llegada al poder en 2006, Nouri
al-Maliki trabaja para crear órganos de seguridad extraconstitucionales que
le permitieron cortocircuitar los Ministerios de Defensa e Interior: es en
particular la función de la Oficina del Comandante en Jefe de las Fuerzas
Armadas, bajo la autoridad directa del Primer Ministro, y que supervisa
todas las tropas de élite iraquíes, algunas de las cuales son encargadas de
la detención de figuras políticas de la oposición. El establecimiento de tal
“cadena de mando informal” se duplica con prácticas de purga dentro de las
fuerzas armadas que permiten al primer ministro colocar a los fieles en los
puestos de toma de decisiones más estratégicos, especialmente dentro de los
servicios de inteligencia. En lugar de recurrir a la cooptación de elementos
violentos fuera del Estado, la dirección del ejecutivo iraquí bajo al-Maliki
se distingue por una estrategia de privatización de una parte de la
violencia estatal.



Esta competencia partidista basada en recursos violentos también tiene
manifestaciones más locales. La provincia de Basora, en el sur de Iraq, es
un ejemplo bien documentado. Entre 2003 y 2006, ésta, cuyos recursos
petroleros proporcionan la mayor parte de la riqueza económica iraquí, es
escenario de una feroz competencia entre los partidarios de Muqtada al-Sadr,
el Consejo Supremo, y el partido al-Fadila que tiene en Basora su núcleo de
implantación. Cada partido dirige grupos violentos integrados en estructuras
oficiales: los servicios de inteligencia de la provincia están dominados por
el Consejo Supremo, la policía por los sadristas; en cuanto a al-Fadila,
tiene los cientos de hombres de la Fuerza de Protección de la
Infraestructura Petrolera de Basora[28]. A nivel nacional, al-Fadila
controla en 2005-2006 el muy estratégico Ministerio de Petróleo; un
telegrama revelado por Wikileaks describe las prácticas de corrupción que
permiten a los ejecutivos del partido dentro del ministerio desviar en
beneficio de este último una parte de los ingresos del petróleo iraquí en
lugar de entregarlos al Ministerio de Finanzas[29].



Esta cristalización de órdenes milicianas locales, ralentizada por las
campañas de desarme llevadas a cabo por el gobierno de al-Maliki en 2008, se
reanuda a favor del retorno en gracia de los grupos milicianos en el marco
de la Movilización Popular a partir de 2014. Por tomar solo un ejemplo, la
investigadora Alexia Martin ha documentado la implantación de “Asa”ib Ahl
al-Haqq en la región de Tikrit, al final de la violenta competencia que la
enfrentó al movimiento sadrista en 2016[30]  .



La privatización y el estallido de la violencia por parte de los actores del
oligopolio partidista chiíta conduce a una situación de
multiposicionalidades: los actores que ocupan posiciones dominantes se
encuentran simultáneamente en el campo del poder administrativo, tanto
nacional como regional, y en el espacio miliciano. Esta multiposicionalidad
facilita las prácticas de depredación de los recursos estatales por parte de
los actores de la violencia. La creación por el gobierno iraquí de la
Movilización Popular para sustituir al ejército en la “guerra contra el
terrorismo” facilitará así estas prácticas de depredación y reforzará estas
dinámicas de confusión de lo estatal y lo miliciano, simbolizada por la
alternancia, entre estos actores, del uniforme militar y del traje de
responsable político. Este es particularmente el caso de Abu Mahdi
al-Muhandis, número dos de la Agencia de la Movilización Popular hasta su
asesinato por un dron estadounidense en enero de 2020: figura central del
Hashd, también fue comandante de la Organización Badr. Thamer al-Tamimi,
asistente del presidente de la Agencia, también es representante de Badr.
Muhammad al-Ghabban, antiguo Ministro del interior de Haydar al-Abadi, era
un miembro importante de Badr, cuyo comandante, Hadi al-Amiri, fue ministro
de Transportes con al-Maliki.



El fin de la guerra contra el Estado Islámico no pone fin a esta dinámica:
por el contrario, refuerza a los grupos armados de la Movilización Popular
que sustituyen al Estado en las zonas que han liberado de las garras del
grupo terrorista y establecen allí órdenes milicianas locales. A escala
nacional, a pesar de la prohibición de participar en el juego político, los
que no constituían la rama armada de un movimiento ya establecido se dotan
de una fachada partidista y presentan sus candidatos en las elecciones.
Desde la retirada de los diputados de Muqtada al-Sadr del Parlamento en
2022, ahora son la principal fuerza del parlamento iraquí, de la que surgió
el nuevo gobierno nombrado en otoño.



La delicuescencia de varios Estados del mundo árabe que se han hundido en la
guerra civil en los últimos años ha suscitado una revivificación del
discurso de que los países de la región solo podrían sobrevivir a costa del
autoritarismo de un hombre fuerte. Esta nostalgia autoritaria tiene sus
seguidores entre muchos políticos occidentales; sin embargo, en el mejor de
los casos traduce una grave amnesia, en el peor de los casos un desprecio
insultante. Los iraquíes no se equivocan cuando constatan con desolación que
“un Saddam ha sido reemplazado por múltiples pequeños Saddam”.



Si la invasión de 2003 constituye uno de los primeros e inmensos crímenes de
nuestro siglo, si el sufrimiento que soporta el pueblo iraquí hoy es sin
duda el resultado directo del orden político injusto y originalmente viciado
que estableció, también es necesario mostrar y recordar cuánto este orden
también acentuó ciertas prácticas que le preexistían. Así, la guerra
emprendida por Estados Unidos en Iraq hace 20 años marca una ruptura brutal
en el orden social, económico y político, en particular por la destrucción
de las infraestructuras del país, al igual que refuerza y cristaliza las
lógicas confesionales y la violencia miliciana que le preexistía.



Conjurar esta maldición puede llevar veinte años más; pero de un país del
que más de la mitad de la población ha nacido después de 2003, en el que
cientos de miles de sus ciudadanas y ciudadanos continúan desafiando las
amenazas y la muerte cada año para expresar su rechazo a la arbitrariedad,
la violencia, la corrupción, el confesionalismo y las injerencias
extranjeras de dondequiera que vengan, está permitido esperar lo imposible.



* Robin Beaumont, doctor en ciencias políticas, examina en particular el
orden político establecido por Estados Unidos en Iraq y cuyas consecuencias
todavía sufren las y los iraquíes. (Artículo publicado en Contretemps,
20-3-2023: https://www.contretemps.eu/Iraq-guerre-imperialisme-etats-unis) 



Notas



[1] Paul Bremer,  « What Went Right in Iraq », The Interpreter, 16 marzo
2023

[2] Loulouwa Al Rachid, « Irak : la malédiction du trop-plein partisan »,
Confluences Méditerranée, 98, automne 2016, 0. 129

[3] En la región kurda del norte de Iraq, la situación es diferente: de
facto autónomo desde 1990, el Kurdistán iraquí desarrolla su propio espacio
partidista, dominado por el Partido Democrático del Kurdistán (PDK) y la
Unión Patriótica del Kurdistán (UPK), que desde antes de 2003 controlan el
conjunto de las instituciones de lo que se convierte oficialmente en una
región federada autónoma. Los mismos partidos, por otro lado, también están
representados a nivel federal.

[4] Loulouwa Al Rachid, , 2016, op. cit., p. 130.

[5] Lina Musawi, « How the Iraqi Parties Law Enables Electoral Corruption »,
1001 Iraqi Thoughts, 11 agosto 2020.

[6] Saad N. Jawad, « The Iraqi Constitution: Structural Flaws and Political
Implications », Paper Series, n° 1, LSE Middle East Center, novembre 2013,
p. 13.

[7] Sereni Jean-Pierre Sereni, « L’argent de l’Irak toujours sous contrôle
américain », Orient XXI, 23 février 2023.

[8] Cité par Parasiliti Andrew Parasiliti et Sinan Antoon, « Friends in
Need, Foes to Heed: the Iraqi Military in Politics », Middle East Policy, 7,
4, hiver 2000, pp. 130-140.

[9]  Matthieu Rey, « L’armée en Irak de 1932 à 1968. Entre arbitrage et
contrôle du pouvoir », Vingtième Siècle. Revue d’histoire, 124, Presses de
Sciences Po, 2014, p. 35.

[10] Max Weber, Économie et société, tome 1, « Les catégories de la
sociologie », Plon, 1971, p. 97.

[11] Ibrahim Al-Marashi et Sammy Salama, Iraq’s Armed Forces. An analytical
history, Routledge, 2008, p. 125.

[12] Ibid., p. 126, 143.

[13] Ibid., p. 125

[14] Ibid., pp. 156-157.

[15] Joseph Sassoon, op. cit., p. 151.

[16]  bid., pp. 147-149.

[17]  Ibid., p. 149-150.

[18]  Ibrahim Al-Marashi, « Iraq’s Security and Intelligence Network: A
Guide and Analysis », Middle East Review of International Affairs, vol. 6,
no 3, septembre 2002, p. 1.

[19]  Para una instantánea fotográfica del paisaje de los “agnats” de Saddam
Hussein en las instituciones de seguridad en vísperas de la invasión
estadounidense, leer David Baran, « L’État-Major de Saddam Hussein »,
Document de travail, n° 2, Ifri, mars 2003. Más allá de la cuestión de la
violencia, ahora se ha establecido que los “primordialismos”, lejos de
oponerse en sí mismos al Estado, pueden invertir la idea estatal. Véase
Myriam Catusse, “Introduction. L’État au péril des sociétés du Moyen-Orient
? », in Anna Bozzo et Luizard Pierre-Jean Luizard (dir.), Vers un nouveau
Moyen-Orient ? États arabes en crise entre logiques de division et sociétés
civiles, Rome, TrE-Press, 2016, p. 43-44.

[20]  Hamit Bozarslan, « États, communautés et marges dissidentes en Irak »,
Critique internationale, 34, Presses de Science Po, 2007, p. 19, note 3.

[21] Kamal Salibi, A House of Many Mansions. The History of Lebanon
Reconsidered, I.B. Tauris, 1988.

[22]  Benjamin Gourisse, L’État en jeu. Captation des ressources et
désobjectivation de l’État en Turquie (1975-1980), thèse de doctorat,
Université Paris I – Panthéon Sorbonne, 2010, p. 14.

[23]  Tareq Y. Ismael, The Rise and Fall of the Communist Party of Iraq,
Cambridge University Press, New York, 2008, p. 192.

[24]  Hanna Batatu, The Old Social Classes and the Revolutionary Movements
of Iraq. A Study of Iraq’s Old Landed and Commercial Classes and of its
Communists, Ba‘thists, and Free Officers, Princeton University Press, 1978,
p. 848-849.

[25]  Enrique Desmond Arias et Daniel M. Goldstein, Violent democracies in
Latin America, Duke University Press, 2010.

[26]   nternational Crisis Group, « The Next Iraqi War? Sectarianism and
Civil Conflict », Report, 52, 7 février 2006 ; International Crisis Group, «
Shiite Politics in Iraq: the Role of the Supreme Council », Report, 70, 15
novembre 2007 .

[27]  Nir Rosen, Aftermath: Following the Bloodshed of America’s Wars in the
Muslim World, Nation Books, 2010.

[28]  International Crisis Group, « Where Is Iraq Heading? Lessons From
Basra », Report, 67, 25 juin 2007, pp. 11-12.

[29]  Télégramme diplomatique de l’ambassadeur américain en Irak, «
Corruption in the Iraqi Oil Ministry Favors Fadhila Parti Shaykh; Forces
SOMO Director Out—For Now », WikiLeaks, 9 mars 2006.

[30]  Alexia Martin, « Le phénomène milicien à Tikrit : s’engager auprès
d’Asa’ib ahl al-Haqq (1) », Les carnets de l’Ifpo, 4 mai 2020.

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