Argentina/ Elecciones, crisis e incertidumbre. [Francisco Longa]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Mayo 6 14:57:19 UYT 2023


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Correspondencia de Prensa

6 de mayo 2023

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Argentina



Elecciones, crisis e incertidumbre



El actual gobierno peronista no logra resultados económicos favorables: una
altísima inflación se suma al aumento de la pobreza y a las fluctuaciones
del dólar. La coalición fundada por Mauricio Macri aparece como favorita
para retornar al poder, mientras un espacio de extrema derecha crece en
intención de voto. En estas elecciones no sólo se juega un gobierno, sino la
propia identidad del peronismo.



Francisco Longa *

La Diaria, 6-5-2023

https://ladiaria.com.uy/



El gobierno del Frente de Todos (FdT), que asumió en 2019 con Alberto
Fernández como presidente y Cristina Fernández de Kirchner como
vicepresidenta, representaba las expectativas de reparación económica frente
a lo que dejaba el malogrado gobierno de Juntos por el Cambio. Durante la
presidencia del empresario Mauricio Macri, entre 2015 y 2019, el poder
adquisitivo del salario cayó en promedio 20%. La inflación se duplicó
–superó el 50% en su último año de gobierno–, la pobreza aumentó y el
presidente contrajo el préstamo más grande que haya otorgado el Fondo
Monetario Internacional (FMI) en toda su historia. El empréstito tuvo un
fuerte simbolismo político, ya que “FMI” es una sigla particularmente
desapacible para la memoria colectiva de los argentinos.



Este delicado escenario fue el contexto en el cual Cristina Fernández de
Kirchner ideó un singular y riesgoso artefacto político. La dos veces
presidenta del país urdió el FdT al modo de una alianza peronista amplia,
donde debían convivir desde la “izquierda” peronista –sintetizada en ella
misma y sus seguidores– hasta peronistas promercado como el propio Alberto
Fernández o Sergio Massa, un dirigente con raíces liberales, amigable para
el empresariado y de diálogo frecuente con la embajada estadounidense. Este
corrimiento hacia el centro tuvo éxito electoral: el FdT le ganó cómodamente
a Macri y frustró su reelección. Pero una cosa es ganar y otra muy distinta
es gobernar.



Desde su llegada al poder, el funcionamiento de la coalición fue en extremo
deficiente. Cada “campamento” del gobierno funcionó de manera aislada, en
muchos casos boicoteando las iniciativas del otro espacio. “Cristinistas” y
“albertistas” se sumieron en un internismo exasperante, que en muchas
ocasiones llegó a paralizar la gestión del Estado. Por caso, desde el sector
de la vicepresidenta cuestionaron la forma en que el presidente y sus
ministros encararon la renegociación de la deuda con el FMI y le reclamaron
una postura más dura frente el organismo. Este deficiente funcionamiento
político tuvo su correlato en el desempeño económico.



A tres años y medio de su victoria electoral, los resultados del gobierno
están muy lejos de lo esperado. La inflación del año pasado fue cercana a
100%. Las reservas en el Banco Central son exiguas y la inestabilidad del
tipo de cambio denota la poca confianza de la población en el peso. Si bien
el país mostró signos de recuperación económica tras la pandemia –aumentó el
PIB y bajó el desempleo–, la pobreza creció durante el actual gobierno hasta
llegar a 39%, y la distribución del ingreso es incluso más desigual que
durante el cuatrienio macrista.



La coalición oficialista enfrenta entonces este año una nueva instancia
electoral con el boletín de calificaciones casi reprobado, con una disputa
interna feroz entre los socios de la coalición gobernante –Alberto y
Cristina no se hablan desde hace meses– y negociando a contrarreloj
adelantos por parte del FMI que le permitan llegar con un colchón mínimo de
reservas de dólares para aplacar las corridas cambiarias que desestabilizan
el escenario.



No sorprende, entonces, que Alberto Fernández haya renunciado semanas atrás
a competir por la reelección. Esto, sin embargo, no alcanzó para calmar las
aguas en el oficialismo ni para arribar a una fórmula electoral de consenso.
El FdT aún no tiene candidatos definidos y –si las negociaciones continúan
siendo infructuosas para encontrar un candidato- se encamina a dirimirlos
mediante elecciones primarias, una opción inusual para el peronismo, más
acostumbrado a consensuar fórmulas vía la negociación de sus dirigentes.
Massa, quien parece más cerca de ser candidato, es hoy el ministro de
Economía y se dedica cada día a apagar incendios, sobre todo a evitar que se
descontrole el valor del dólar blue (cotización del mercado informal). A
ello se suma que las encuestas muestran como favoritos a los candidatos de
la oposición. ¿Se encuentra el país a las puertas de una nueva alternancia
en el poder?



¿Péndulo o tobogán?



Para algunos analistas, la sociedad argentina se mueve al modo de un
péndulo: oscila entre elegir gobiernos peronistas y gobiernos liberales. Los
primeros se orientan históricamente al mercado interno, al proteccionismo
económico y a la distribución del ingreso, mientras que los segundos se
inclinan por la desregulación de la economía y son más abiertamente
promercado. Movimientos sociales y sindicatos por una parte, empresarios y
grupos financieros internacionales por la otra, operan respectivamente como
base de sustentación de cada bloque.



Si las encuestas aciertan en su pronóstico, desde el 10 de diciembre
Argentina refrendaría nuevamente su “bicoalicionismo”: dos bloques que
reemplazaron el bipartidismo tradicional de peronistas y radicales. La
llegada de un gobierno de otro signo político confirmaría también la
tendencia regional por la cual (salvo en Paraguay) pierden los oficialismos.
Haber gobernado durante los aciagos tiempos de la pandemia podría explicar
el poco éxito de las administraciones de turno al buscar revalidarse en las
urnas.



A diferencia de lo sucedido durante los períodos de hegemonías largas, como
la de Carlos Menem (1989-1999) y la de Néstor Kirchner y Cristina Fernández
de Kirchner (2003-2015), la volatilidad del voto que se percibe desde 2015
redunda en que ninguna de las dos grandes coaliciones parezca capaz de
implementar su programa, el cual termina bloqueado en las elecciones
siguientes por el partido que está en la oposición. Algo así como un loop de
identidades negativas que se manifiesta en las urnas, para decirlo desde la
innovadora conceptualización de las identidades políticas que propone el
politólogo peruano Carlos Meléndez en su reciente libro The Post-Partisans:
Anti-Partisans, Anti-Establishment Identifiers, and Apartisans in Latin
America (Cambridge UP, 2022).



Esta alternancia en continuado podría encarnar un agiornado “empate
hegemónico”, fórmula con la que Juan Carlos Portantiero describiera el
escenario en la década de 1960, en el cual dos grandes bloques políticos
obturaban los objetivos del adversario “pero sin recursos suficientes para
imponer, de manera perdurable, los propios”.



Sin embargo, la idea del péndulo político electoral o la replicación del
“empate” de los 60 omite una tendencia constante de la estructura social
argentina. Como marca el antropólogo Pablo Semán, si se comparan los
indicadores socioeconómicos desde aquellos años hasta hoy, el derrotero del
país, antes que la trayectoria de un péndulo, se parece más bien a la caída
sin atenuantes de un tobogán.



Metamorfosis en el mundo del trabajo



Las transformaciones en la estructura social argentina tienen su centro de
gravedad en el mundo del trabajo. La dictadura militar primero y la década
neoliberal después disolvieron la matriz productiva que venía sustentando
aquella sociedad de casi pleno empleo. La destrucción de los marcos de
sentido y de sociabilidad que brindaba el mundo del trabajo formal abrió
paso a una transformación profunda de los vínculos sociales, en un proceso
de desafiliación partidaria y de desafección social que modeló una “sociedad
excluyente”, al decir de la socióloga Maristella Svampa en su libro que
lleva ese nombre (Taurus, 2005).



La sociedad argentina reconocida décadas atrás por sus altos niveles de
inclusión y por su capacidad de movilidad social ascendente mediante la
acción redistributiva de un Estado fuerte parece ya cosa del pasado. Para el
sociólogo Juan Carlos Torre, en las últimas décadas Argentina pasó de ser un
país con pobres a ser un país con pobreza, instalada ahora como problema
estructural.



La crisis de 2001 escenificó de manera dramática esa transformación. Las
enormes masas de desocupados que dejaron las privatizaciones neoliberales se
lanzaron al espacio público exigiendo trabajo y asistencia estatal.
Despojados de los repertorios de protesta que ofrecía el mundo gremial del
trabajo formal, lo hicieron sin más herramientas de acción colectiva que los
cortes de rutas y de calles, los famosos “piquetes”. Nació así el movimiento
“piquetero”, que dinamizó la protesta social en aquellos años de crisis.
Estas organizaciones sociales, lejos de haberse disuelto, continuaron
creciendo.



El desarrollo de los movimientos sociales durante estos últimos años da
cuenta del devenir del mundo del trabajo y del peronismo como su espacio de
referencia política “natural”. Los gobiernos kirchneristas entre 2003 y 2015
lograron mejorar los índices de empleo y redujeron la pobreza. Sin embargo,
un sector de la sociedad nunca pudo ser plenamente incluido y ha sobrevivido
mediante estrategias de autoempleo en cooperativas de las organizaciones
sociales, desde las cuales ha disputado subsidios estatales y generado
emprendimientos productivos.



Tras 12 años de kirchnerismo, cuatro de macrismo y tres de peronismo
“albertista”, este sector no fue reabsorbido por el empleo formal. En los
ciclos en que bajó la desocupación, lo hizo a caballo de la informalidad.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en marzo de 2023, 45%
de quienes trabajaban en Argentina lo hacían en empleos precarios, sin
derechos ni estabilidad laboral. Además, muchos cobran salarios
extremadamente bajos, lo cual configura un fenómeno novedoso en el país
–aunque quizás más frecuente en países vecinos–: la consolidación de un
segmento de la población con empleo formal pero bajo la línea de la pobreza,
“trabajadores pobres”.



Actualmente, el Estado otorga un subsidio mensual cuyo monto equivale a 50%
del salario mínimo a casi 1,2 millones de personas que se encuentran en la
informalidad. A cambio, deben cumplir con una contraprestación laboral de
medio tiempo que, generalmente, realizan en cooperativas de los movimientos
sociales. Este es el sector de trabajadores que las organizaciones que
provienen del mundo piquetero buscan agrupar de manera estratégica, y cuyas
tareas engloban bajo el rótulo de “economía popular”.



Este sector, además de su enorme capacidad de movilización, viene
diversificando sus estrategias de poder. Por el lado sindical conformó un
gremio, la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular
(UTEP), que ya lleva afiliadas a casi medio millón de personas. Por otra
parte, inició negociaciones con los líderes del peronismo, a partir de las
cuales apoyó al FdT y colocó a militantes en puestos del gobierno. Así,
desde 2019 se observa la presencia de dirigentes movimientistas en cargos
estatales, con la particular novedad de que han asumido en el Congreso
Nacional ocho diputados y diputadas que responden a estas organizaciones.



Con frecuencia, los medios de comunicación muestran cómo, en diversas
coyunturas, los gobiernos deben negociar con los sindicatos y con los
movimientos sociales casi en tándem. Se trata, este último, de un sector que
se ganó un espacio por derecho propio en el mundo político, a partir de la
representatividad que tiene entre las personas más necesitadas. A más de 20
años del estallido social de 2001, todo parece indicar que a los movimientos
sociales les esperan aún largos años de protagonismo en la escena pública.



El peronismo tras la sociedad



El peronismo no fue ajeno a estas transformaciones en el mundo del trabajo.
Durante las últimas décadas, el movimiento político más importante de la
historia argentina cambió su relación con las bases sociales. En su libro La
transformación del justicialismo (Siglo XXI, 2005), el politólogo
estadounidense Steven Levitsky sintetizó este derrotero con una sugestiva
frase como subtítulo: “Del partido sindical al partido clientelista”.
Debilitadas las estructuras sindicales tras la crisis del mundo del trabajo,
las redes de reclutamiento del peronismo se reorientaron a las barriadas
populares a través de los mediadores estatales, con el conurbano bonaerense
–la región más densamente poblada del país– como principal bastión
electoral.



Al mismo tiempo, y desde el retorno democrático de 1983, una de las
múltiples facetas que asumió el peronismo fue la de organización capaz de
suturar los escenarios de crisis económica. Durante las dos crisis más
dramáticas de estos últimos años, la de 1989 y la de 2001, los gobiernos de
turno no pudieron concluir sus mandatos y en elecciones anticipadas la
ciudadanía le dio votos de confianza al peronismo para reencauzar el
deterioro institucional.



Tanto en su versión neoliberal con Carlos Menem en la década de 1990 como en
su formato progresista con Néstor Kirchner en los 2000, el peronismo ofreció
orden, estabilidad económica y un ciclo inicial expansivo de consumo. La
promesa de estabilidad y consumo sintetizaba también las esperanzas que
despertó el FdT tras el fracaso de Macri, y es justamente lo que retorna
ahora como una enorme frustración para quienes acompañaron la candidatura de
Alberto Fernández.



Es cierto que desde su asunción esta coalición tuvo que enfrentar
condiciones adversas: lidiar con la pandemia de covid-19, con la
inestabilidad de los precios producto de la guerra en Ucrania y, luego, con
una sequía histórica, que según consultoras privadas mermará en casi 20.000
millones de dólares los ingresos a las arcas públicas este año debido a la
reducción de las cosechas. Pero no es menos cierto que tanto la pandemia
como la guerra afectaron también al resto de los países y, si se considera
el cuadro regional, la mayoría de las economías latinoamericanas tuvieron
cifras de inflación muchísimo más bajas (y que además ya se encuentran en
descenso), sumado a que sus guarismos de pobreza no aumentaron como sí
sucedió en Argentina.



A finales de este año el país conmemorará 40 años ininterrumpidos de
gobiernos democráticos. Esta estabilidad en el régimen político contrasta
con la recurrente inestabilidad económica, con una macroeconomía siempre
afectada por un insuficiente ingreso de divisas y sin proyectos de
desarrollo a largo plazo.



Gane este año la oposición o logre ser reelecto el oficialismo, el peronismo
no podrá mirar hacia atrás y decir que esta vez cumplió plenamente con las
promesas de reparación económica. Al respecto, una publicidad de aquella
campaña electoral de 2019 regresa ahora como un recuerdo incómodo: el spot
del peronismo mostraba a un trabajador en su casa, con su parrilla sucia y
en desuso a causa de la crisis económica del macrismo. Una voz en off
narraba sus lamentos: “Antes llegaba el fin de semana y alguien decía:
¿hacemos asado? La verdad, empezar a perder esas cosas...”. Al finalizar, el
trabajador decía ilusionado: “Lo bueno es que en un tiempo todo esto va a
mejorar”, para cerrar con el logo partidario y los nombres de la fórmula:
“Alberto+Cristina”.



El historiador Roy Hora señaló que el consumo de carne operaba, durante el
siglo XX, como una “promesa peronista de reparación de los agravios del
pasado”. Las estadísticas actuales son elocuentes: en 2022 se registró el
nivel más bajo de consumo de carne de los últimos 100 años.



Tal vez estas frustraciones, junto con los traspiés tanto del macrismo como
del peronismo en sus últimas experiencias de gobierno, expliquen la
emergencia del “libertario” Javier Milei, un economista de 52 años exponente
de la extrema derecha. Su figura busca encarnar una versión local de Donald
Trump o Jair Bolsonaro. De hecho, en las franjas jóvenes –y en especial
entre los varones– aparece como un candidato con altísima imagen positiva.
Algunos análisis sugieren que Milei logra ser un catalizador de aquellos
varones jóvenes frustrados por la falta de horizontes laborales y
económicos, a lo cual algunos suman un componente ideológico: esa franja
sería las más “herida” por el enorme avance de la agenda feminista y de la
diversidad sexual. Pero su propuesta de dolarización de la economía y su
reivindicación del expresidente Carlos Menem entroncan también con cierta
añoranza de la “estabilidad” de los años 90.



Como sea, es evidente que en la actual coyuntura el peronismo ya no resulta
tan atractivo como en los “años dorados” del kirchnerismo, cuando la
juventud se sentía seducida por los discursos apasionados de la líder y por
un país con índices socioeconómicos más saludables. Fue la propia Ofelia
Fernández, joven militante feminista y parlamentaria que se sumó al FdT en
2019, quien lo resumió sin ambigüedades en estos días: “Los jóvenes ya no se
enamoran del peronismo”.



Sin embargo, no hay que perder de vista que, desde 1955, todos los presagios
de muerte del peronismo fueron una y otra vez desmentidos por la realidad.
Este movimiento ha mostrado a lo largo de los años una enorme resiliencia y
capacidad de reagrupamiento tras situaciones críticas. También ha exhibido
reflejos y creatividad para irradiarse en sectores medios y bajos ante
cambios de vientos ideológicos.



Por ello, quizás no se trate de augurarle un nuevo final, sino de
interpretar cómo responderá este histórico movimiento político ante los
nuevos tiempos. O para decirlo con la pregunta de San Pedro: ¿quo vadis,
peronismo?



* Francisco Longa es politólogo y doctor en Ciencias Sociales por la
Universidad de Buenos Aires. Es investigador del Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina y autor de Historia del
Movimiento Evita (Siglo XXI, Buenos Aires, 2019). Este artículo fue
publicado originalmente por Nueva Sociedad:
https://nuso.org/articulo/Argentina-peronismo-elecciones/

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