Palestina/ Contra el memoricidio. A 75 años de la Nakba. [Gabriel Sivinian - Entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Mayo 13 00:08:01 UYT 2023


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Correspondencia de Prensa

13 de mayo 2023

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Palestina



Entrevista con Gabriel Sivinian



Contra el memoricidio



En el 75.º aniversario de la Nakba, el proceso de limpieza étnica que se
desencadenó con la creación del Estado de Israel, Brecha conversó con
Sivinian sobre las causas de la inestabilidad en Oriente Medio y el rol de
los estudios poscoloniales.



María Landi

Brecha, 12-5-2023

https://brecha.com.uy



El origen del problema palestino en los territorios ocupados por Israel
suele ubicarse en 1967, tras la guerra de los Seis Días. Suele olvidarse lo
que pasó 19 años antes, en 1948. Por eso este 75.º aniversario de la
destrucción de Palestina y de la implantación del Estado de Israel sobre sus
ruinas es una oportunidad para recordar que cualquier solución posible a
este supuesto «conflicto» requiere conocer, comprender y abordar sus causas
profundas.



Gabriel Sivinian es nieto de cuatro sobrevivientes del genocidio armenio.
Creció al calor de las luchas contra la impunidad del terrorismo de Estado
en Argentina, y afirma que se vinculó a la causa palestina porque «los
armenios del pasado son los palestinos de hoy». Está convencido de que hay
que romper el silencio que rodea a esta causa, también en el ámbito
académico. Sociólogo, coordina la Cátedra Libre de Estudios Palestinos
Edward Said de la Universidad de Buenos Aires (UBA), que lleva el nombre del
célebre intelectual palestino-estadounidense, figura emblemática del campo
de los estudios poscoloniales.



—¿Qué significación tiene este 75.º aniversario de la Nakba palestina? ¿Cómo
resumirías en un párrafo lo que fue ese acontecimiento?



Nakba es un término en árabe que significa ‘catástrofe’; refiere a un
proceso histórico-social que tuvo como objetivo la destrucción de Palestina
como entidad histórica, geográfica y social, y por lo tanto también de su
pueblo, sus habitantes nativos, para implantar en el territorio un Estado
judío exclusivo y excluyente.



El proyecto sionista corresponde a lo que se define como colonialismo de
asentamiento o de sustitución de población: el que se propone expulsar a la
población nativa y suplantarla por población foránea. Para ello, y hasta
hoy, las organizaciones sionistas en todo el mundo trabajan para persuadir a
personas judías de que emigren a Palestina.



Si bien la genealogía de la Nakba se remonta a fines del siglo XIX (en el
período de la Palestina otomana), cuando comienza el proceso de colonización
sionista, este proyecto tiene una etapa fundamental: en el período de
entreguerras, durante el mandato británico de Palestina, se produce el
montaje del proto-Estado sionista –que va a devenir en el Estado de Israel–,
concebido y mantenido hasta hoy como enclave colonial del imperialismo
occidental (primero británico y después estadounidense). Historiadores como
Nur Masalha e Ilan Pappé han probado que la Nakba fue bien planificada
mediante el Plan Dalet y otros diez planes más que comienzan en la década
del 30.



Un hito fundamental fue el 15 de mayo de 1948, cuando se produjo la
implantación del Estado de Israel en la tierra de Palestina. El desarrollo
de la Nakba significó la apropiación de casi el 80 por ciento del territorio
de la Palestina histórica, la destrucción de 500 localidades palestinas y la
expulsión de más de 700 mil personas, lo que da origen al drama humanitario
de la población refugiada y su sustitución por población judía foránea. Todo
esto con pretendidos visos de legalidad en la resolución 181 de la Asamblea
General de la ONU, que en 1947 recomendó (sin carácter vinculante) la
partición de Palestina, sin consultar al pueblo nativo árabe, que nunca la
aceptó. Las fuerzas sionistas tampoco la respetaron, porque se apropiaron de
mucho más territorio del que la resolución 181 les otorgaba y –violando
cláusulas de la misma resolución– expulsaron a la población palestina, a la
que hasta hoy no se permite regresar.



Otro hito trascendente fue, a partir de 1967, la conquista total y la
ocupación del 22 por ciento restante del territorio palestino. Desde
entonces hay una cantidad innumerable de resoluciones del Consejo de
Seguridad y de la Asamblea General de la ONU, del Consejo de Derechos
Humanos, de la Corte Internacional de Justicia, de organizaciones
internacionales, como Amnistía Internacional, Human Rights Watch, la israelí
B’Tselem, que dan cuenta de la persistente violación del derecho
internacional por Israel y de las continuas violaciones de todos los
derechos humanos que ha cometido a lo largo de estas décadas de ocupación y
colonización de Palestina. En los últimos años esas instituciones han
llegado al consenso de que Israel impone un régimen de apartheid y de
supremacía judía sobre el pueblo palestino en todo el territorio bajo su
control, desde el Mediterráneo hasta el Jordán.



—¿Cuál ha sido el conocimiento y el reconocimiento de la sociedad en
general, y de la academia en particular, respecto al hecho histórico de la
Nakba? ¿Creés que se ha avanzado algo en la última década, por ejemplo?



Se trata de una situación internacional que, como lo definió Edward Said,
conforma el más espinoso problema internacional de la posguerra, uno que ha
consumido la energía de más gente que cualquier otro caso en un período de
tiempo tan prolongado.



En Argentina la comunidad araboislámica es muy importante en términos
cuantitativos y la comunidad judía, si bien es relativamente menor, es muy
importante en relación con las comunidades judías que viven fuera del Estado
de Israel: después de Estados Unidos, Canadá y Francia, Argentina es la
cuarta en el mundo occidental. Todo esto hace que la cuestión de Palestina,
y lo que sucede allí, tenga repercusiones en nuestra sociedad.



El tema es cómo se transmite y de qué medios dispone cada uno de los
portavoces. Claramente, así como hay una asimetría de fuerzas materiales,
hay también una asimetría en términos del capital simbólico, del capital
económico y del capital cultural. Entonces, muchas veces son las narrativas
sionistas las que buscan la hegemonía; pese a eso, en los últimos años, en
función de los nuevos dispositivos tecnológicos y de la solidaridad que
recoge la causa palestina, se viene difundiendo lo que sucede en el
territorio, y eso ha hecho que el relato sionista pierda eficacia simbólica.
Esa visión de que se trata de un conflicto entre partes equivalentes o el
relato en el que los victimarios pasan a ser víctimas están siendo cada vez
más cuestionados.



—¿Cuál es el estado de los estudios palestinos en nuestra región? En
particular, ¿cuál es la relación entre los estudios decoloniales o
poscoloniales y los estudios sobre la cuestión palestina? Hay grandes
dificultades –paradójicamente en un continente atravesado por el
colonialismo– para comprender la cuestión palestina como un caso de
colonialismo; se tiende a verla desde otros paradigmas, partiendo de la
inadecuada definición de conflicto.



En el ámbito de la academia, como bien sostiene Edward Said en su libro
Representaciones del intelectual, la cuestión palestina habita los márgenes,
y desde los márgenes se trabaja –y nosotros en particular– en intersección
con otros campos de estudio: el de los genocidios, el de los derechos
humanos y el de los estudios poscoloniales.



En general, la cuestión de Palestina en nuestra región se aborda en el marco
de los estudios árabes, de los estudios islámicos, de los estudios de Asia y
África o de la historia mundial contemporánea. No así en el marco de los
estudios coloniales o poscoloniales. Esto en parte se explica por lo que la
relatora especial de la ONU para los derechos humanos en los territorios
palestinos ocupados, Francesca Albanese, sostiene en su informe de 2022: que
el pueblo palestino padece una trágica ironía, porque fue víctima de un
proyecto colonial en curso cuando el resto del mundo avanzaba lentamente
hacia la descolonización. En efecto, la implantación del Estado de Israel en
Palestina se produce en momentos en que se abren los procesos de
descolonización de Asia y África al calor de las luchas populares en esas
regiones, que van a ser legitimadas luego por la normativa internacional,
incluso de la ONU.



Pese a esto, los estudios poscoloniales y decoloniales deberían tomar la
cuestión de Palestina con carácter central, porque ese campo de estudio se
inspira en gran parte en el trabajo de Edward Said, en sus estudios sobre el
discurso colonial, las formas de representación que este desarrolla, la
construcción de imaginarios, los vínculos entre la cultura y el
imperialismo. La mundanidad sobre la que reflexiona y luego teoriza Said
tiene a Palestina en su centro. Es una operación epistémica un tanto
peculiar tomar a Said y no tomar la cuestión de Palestina. Ha habido, sí,
algunas excepciones de intelectuales decoloniales que han escrito sobre
ello, pero en términos generales no es la regla.



En nuestra región se ha desarrollado en los últimos años, en el seno del
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), un grupo especial que
aborda la relación entre Palestina y América Latina. En Argentina, además,
Clacso lleva adelante cada dos años el Congreso de Estudios Poscoloniales;
allí la Cátedra Edward Said coordina las mesas sobre modernidad,
imperialismo y colonialidad, y también participa con trabajos sobre
Palestina en las Jornadas de Feminismo Poscolonial, que son simultáneas. En
ese sentido, abrigamos esperanzas de que en poco tiempo –como ya viene
sucediendo– se desarrolle en la región una corriente de pensamiento que
aborde la especificidad de la cuestión de Palestina con mayor entidad.



—Hablame sobre el origen, la trayectoria y las líneas de trabajo de la
Cátedra Libre Edward Said. ¿Qué contribuciones creés que ha hecho a lo largo
de estos años?



Nuestra cátedra se funda en 2008, en el seno de la Facultad de Filosofía y
Letras de la UBA. Es una continuidad de la tarea que venía desarrollando el
profesor Saad Chedid, su creador, respecto a la cuestión de Palestina en el
ámbito universitario. En su origen se llamó Cátedra Libre de Estudios
Cananeos, de la Antigüedad al Presente; cuando, a fines de 2010, el Estado
argentino reconoce al Estado de Palestina, pasa a llamarse Cátedra Libre de
Estudios Palestinos Edward Said.



Las cátedras libres dependen de la Secretaría de Extensión de la facultad, y
tenemos tres líneas fundamentales: investigación y docencia en el ámbito
académico, y extensión hacia la comunidad: la divulgación de nuestra tarea.
En los años que llevamos hemos logrado impulsar y apoyar cátedras hermanas
en la Universidad Nacional del Comahue (Neuquén), en la Universidad Nacional
San Juan Bosco de la Patagonia y en la Universidad Nacional de Mar del
Plata. También damos cursos en otras facultades de la propia UBA y en otros
centros de estudio, como la Universidad Nacional del Centro, la Universidad
Nacional de Jujuy, la Universidad Nacional de Lanús, entre otras.



Además de la participación en Clacso, trabajamos con instituciones de
formación docente y terciaria, y fundamentalmente desarrollamos un trabajo
de divulgación y de articulación con la comunidad a partir del movimiento de
solidaridad con Palestina que existe en nuestro país. El Comité Argentino de
Solidaridad con Palestina es un referente muy importante, y a partir de él
nos vinculamos con movimientos sociales, políticos, sindicales,
territoriales, y aportamos nuestra tarea específica, que es la académica y
docente en todos esos ámbitos.



—¿Hay experiencias similares en América Latina? ¿Qué falta hacer y qué
obstáculos existen para que la cuestión palestina sea estudiada en los
programas de Historia y Ciencias Sociales?



En América Latina existen intelectuales o espacios colectivos que promueven
los estudios de Palestina y también los estudios araboislámicos o de Oriente
Medio, tanto en el ámbito académico como en las comunidades procedentes de
esa región. Esto existe en Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Venezuela y
en algunos países centroamericanos, como El Salvador, Nicaragua.



Ahora bien, para que la cuestión de Palestina pueda entrar en los programas
de estudio de Historia o de Ciencias Sociales, para que tenga el lugar que
le corresponde en los niveles secundario o terciario formales, se requiere
de un giro epistémico, de una ruptura en términos de las perspectivas
eurocéntricas que en general son dominantes en los planes de estudio en
nuestra América. Si bien hay un proceso en marcha de descolonización de los
saberes, siempre está ligado al proceso de descolonización del poder. Las
elites que gobiernan con proyectos neocoloniales son aliadas de las fuerzas
reaccionarias en el ámbito internacional, entre las cuales está el sionismo,
y son permeables a las presiones que pueda ejercer en los distintos ámbitos
de la vida social. Y, cuando esas elites no gobiernan directamente, también
presionan sobre los gobiernos populares o progresistas, con resultados
muchas veces similares.



La Shoá sí está presente fundamentalmente en el estudio de los crímenes de
lesa humanidad, como el genocidio, lo cual por supuesto es valorable; pero
muchas veces esos planes y programas concluyen con viajes a Israel o con
relatos en los que se esconde el proceso de conquista y colonización y la
violación sistemática de derechos humanos que sufre el pueblo palestino. En
definitiva, termina siendo funcional a una narrativa y a una práctica de
colonialismo en curso, como es lo que viene sucediendo en estos 75 años de
Nakba.



—¿Y en relación con Uruguay en particular cómo lo ves?



Conocemos el valiosísimo trabajo que, tanto en el campo de los derechos
humanos como del periodismo, han desarrollado colegas, compañeras y
compañeros, como Anahit y Aram Aharonian, Luis Sabini Fernández y tú misma,
que ha trascendido las fronteras. También sabemos del compromiso histórico
que ha tenido el Estado uruguayo con la causa sionista y de la solidaridad
que recoge en una parte considerable de la sociedad política y aun de la
sociedad civil. Uruguay tuvo un rol protagónico en la Unscop [Comité
Especial de Naciones Unidas para Palestina, por sus siglas en inglés] de
1947, colaboró en la redacción e impulsó el cuestionado plan de partición
plasmado en la resolución 181. Ya había estado implicado en otra de las
«declaraciones de guerra» contra el pueblo palestino, como les llama el
historiador palestino-estadounidense Rashid Khalidi, que fue la declaración
Balfour, de 1917; Uruguay fue uno de los pocos Estados que la apoyó.
Conocemos, entonces, lo que cuesta arraigar la cuestión de Palestina en el
seno de la sociedad civil y política uruguaya, por eso no hemos logrado
construir vínculos ni en el ámbito docente ni en el académico, que es lo que
más nos compete desde la Cátedra de Estudios Palestinos. Pero no perdemos
esperanzas de lograrlo.



—Contame sobre la editorial Canaán, donde también Saad Chedid fue una figura
clave.



Yo diría que la editorial Canaán es la hermana mayor de nuestra cátedra.
Nace hacia fines de 2003, creada por el profesor Chedid. Su primera
publicación se titula El legado de Edward Said y en el prólogo de ese primer
libro él sostiene que el objetivo fundamental, tanto del libro como de la
editorial, es difundir el pensamiento de este magnífico intelectual
palestino en el mundo hispanohablante. Creo que allí abrevaba la idea de la
creación de la cátedra. Si bien ya había un trabajo editorial previo del
propio Chedid, que en los setenta había publicado Los argentinos y
Palestina, y de ahí en adelante una serie de libros, con la editorial Canaán
–a partir de ese año y hasta el día de su fallecimiento– trabajó sobre 40
títulos. El denominador común es la crítica y el posicionamiento ético a las
prácticas y las políticas del Estado de Israel contra el pueblo palestino, y
también al sionismo en tanto proyecto supremacista, segregacionista, que
tiene como objetivo la expulsión de la población palestina.



Saad estuvo en contacto con distintos autores palestinos –y difundió sus
obras–: Rashid Khalidi, Elías Sanbar, Nur Masalha, Mazin Qumsiyeh, Lila
Abu-Lughod, y con judíos israelíes, como Ilan Pappé, Shlomo Sand, Nurit y
Miko Peled, Gilad Atzmon y otros autores internacionales. De todo ese bagaje
se nutre nuestra cátedra; fue el acervo cultural y bibliográfico sobre el
cual se fundó. La cátedra creció al calor de la editorial, y yo creo que
también la hizo crecer. Claro que la editorial tuvo un golpe con la partida
de ese hombre fundamental que fue Saad. Luego de su fallecimiento, quienes
continuamos con esa tarea logramos publicar solamente el libro de nuestra
propia cátedra, al cumplirse los diez años de trabajo. Estamos buscando
financiamiento, y esperamos que en el transcurso de este 75º aniversario de
la Nakba podamos publicar finalmente una serie de obras muy valiosas que
tenemos en carpeta y que serían también un merecido homenaje al profesor que
creó la editorial.



Para terminar, me gustaría subrayar que la cuestión de Palestina constituye
un proyecto colonial en curso, en pleno siglo XXI. La Nakba es continua, aún
se encuentra en devenir. Pese a esto, el pueblo palestino resiste; y lo hace
a través de distintas formas. Hay un término popular árabe que expresa esa
firmeza, ese arraigo a la tierra simbolizado en el árbol de olivo milenario:
sumud. Con frecuencia, desde una perspectiva orientalista solo se destaca la
lucha violenta, armada, pero hay muchas otras formas en que el pueblo
palestino ejerce su derecho de resistencia a la opresión colonial, desde la
propia permanencia en el territorio, las huelgas, las manifestaciones en el
ámbito público, la desobediencia civil, las expresiones artísticas, las
campañas de boicot, desinversión y sanciones, la presentación de denuncias
ante los organismos internacionales… También, reafirmando la enseñanza de su
historia, su geografía y su cultura, reproduciendo sus relatos y relaciones
comunitarias para vencer el memoricidio.

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