Palestina/ "El origen de la violencia en Gaza está en la ideología racista de la eliminación del nativo. [Ilan Pappé]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Nov 7 15:11:13 UYT 2023


  _____  

Correspondencia de Prensa

7 de noviembre 2023

 <https://correspondenciadeprensa.com/> https://correspondenciadeprensa.com/

redacción y suscripciones

 <mailto:germain en montevideo.com.uy> germain en montevideo.com.uy

  _____  

 

Palestina

 

“El origen de la violencia en Gaza está en la ideología racista de la
eliminación del nativo”

 

El historiador israelí Ilan Pappé repasa los casi cien años de historia de
la lucha anticolonial palestina.

 

Ilan Pappé 

CTXT, 7-11-2023

https://ctxt.es/es/ 

Traducción de Paloma Farré

 

El siguiente texto es una transcripción de la charla que ofreció el
historiador israelí Ilan Pappé en la Universidad de Berkeley, California, el
pasado 19 de octubre de 2023. Pappé es director del Centro Europeo de
Estudios Palestinos en la Universidad de Exeter y autor de diversos libros
en los que trata la cuestión de la ocupación israelí.

 

****

 

Les agradezco mucho que nos dediquen su tiempo en este momento tan crucial y
doloroso de la historia de Israel y Palestina. Antes del 7 de octubre de
2023, la mayor parte de la sociedad judía israelí observaba con cierto temor
y aprensión la situación creada durante las últimas semanas de este mes, y
el principal debate en Israel versaba sobre su futuro. Las manifestaciones
semanales de cientos de miles de israelíes formaban parte de un movimiento
de protesta contra el intento del Gobierno de cambiar la legislación
constitucional en Israel y de crear un nuevo sistema político mediante el
cual los poderes políticos tendrían un control total sobre el sistema
judicial y la esfera pública estaría mucho más controlada por grupos judíos
mesiánicos y religiosos.

 

En uno de mis artículos describo esa lucha particular por la identidad de
Israel –que era el tema principal hasta el 7 de octubre de 2023– como una
lucha entre el Estado de Judea y el Estado de Israel. El Estado de Judea lo
establecieron los colonos judíos en Cisjordania y era una combinación de
judaísmo mesiánico, fanatismo sionista y racismo que se convirtió en una
especie de estructura de poder que se hizo mucho más notoria e importante en
los últimos años –especialmente bajo el gobierno de Netanyahu– y que estaba
a punto de imponer su forma de vida al resto de Israel más allá de lo que
llamamos Judea y, en cierto sentido, más allá de Cisjordania o del espacio
judío en Cisjordania. En su contra se alzó el Estado de Israel o, si se
quiere, la ciudad de Tel Aviv, su mayor exponente. La idea de que Israel es
pluralista, democrático, laico –y lo más importante, occidental o europeo– y
que está luchando por su vida contra el Estado de Judea parecía ser el foco
de atención de lo que podríamos llamar, si no una verdadera guerra civil, al
menos una guerra civil fría, sin duda una guerra cultural entre los judíos
israelíes, entre ellos mismos.

 

Cuando algunas personas preguntamos a los dos bandos de este conflicto
interno israelí si, por ejemplo, la ocupación de Cisjordania no debería
formar parte del debate sobre el futuro de Israel, se nos respondió que no,
que ninguna de las partes debía mencionar la ocupación, que es irrelevante
para el futuro de Israel. De hecho, a cualquiera que intentara introducir el
tema de la ocupación en las protestas semanales contra la reforma judicial o
“revolución judicial”, como les gusta llamarla, se le pidió que se marchara
y que no se dejara ver con el grupo más numeroso de manifestantes que
ondeaban la bandera israelí. Sin duda, si alguien llevara la bandera
palestina a esa manifestación, recibiría una paliza y le echarían, del mismo
modo que si alguien mencionara el hecho de que tal vez el futuro de Israel
también son las condiciones y la situación de los casi dos millones de
ciudadanos palestinos de Israel que en el último año han atravesado un
proceso de persecución por parte de bandas criminales que aterrorizan sus
vidas. Por todo Israel hay bandas criminales fuertemente armadas –muchas de
ellas formadas por antiguos colaboradores de Israel en Cisjordania y la
Franja de Gaza que fueron sacados de estos territorios tras el Acuerdo de
Oslo y que son totalmente inmunes a cualquier tipo de persecución policial o
acción penal efectiva–, lo que supone que, como muchos de ustedes sabrán,
los palestinos que viven en el propio Israel, me refiero a ciudadanos
israelíes, tienen miedo de salir por la noche debido a la nueva realidad en
sus calles y espacios. Tampoco se permitía que este tema formara parte del
debate público sobre el futuro de Israel.

 

Si se intentaba mencionar Jerusalén Este y la limpieza étnica de los barrios
árabes de Jerusalén, los manifestantes y sus líderes declaraban, de nuevo,
que no era un tema importante. O como dijo Amira Hass, la valiente
periodista de Haaretz, por lo que respecta a los israelíes, hasta el 7 de
octubre de 2023, la ocupación no existía, lo que significaba que ya no
existía como problema. Está resuelto; hay una enorme presencia de
asentamientos judíos en Cisjordania, ya nadie tiene que ocuparse de ello. De
hecho, en las últimas cuatro campañas electorales en Israel, y hubo una cada
año, nadie mencionó el tema, la cuestión u ocupación palestina, como quieran
llamarlo. No se le pidió a los israelíes que votaran sobre este tema porque
ya no existía como problema. Si alguien mencionaba la Franja de Gaza y se
volvía a hablar del asedio, le respondían: ¿de qué estás hablando? Se
trataba de una cuestión que ya no preocupaba a nadie, del mismo modo que la
matanza diaria de palestinos en los últimos dos años en Cisjordania. Pero la
constante y recurrente invasión de Al-Aqsa no pasa desapercibida, y el hecho
de que las débiles autoridades palestinas sean incapaces de proteger a los
palestinos de la violencia ejercida por los colonos, el ejército israelí y
la policía fronteriza israelí, no significa que no haya grupos dispuestos a
defender a los palestinos, no sólo en la Franja de Gaza, sino también en
otras partes de la Palestina histórica. Esto se ha comunicado una y otra vez
a la opinión pública israelí, a los responsables políticos, a los jefes del
ejército y de los servicios secretos israelíes, pero todos sostenían que no
había ningún problema. El único problema era la reforma legal, nos gustase o
no.

 

Y estaba muy claro por qué no se trataban todas estas otras cuestiones.
Porque, en esencia, lo que teníamos en Israel era una lucha entre dos formas
de apartheid. Por una parte, estaba el apartheid israelí laico, en el que
los judíos israelíes sin duda disfrutan de la vida en una democracia plural,
al estilo occidental. Por otra parte, tenías la versión contraria del
apartheid, la mesiánica, la religiosa, la teocrática. De modo que la lucha
era una cuestión interna judía sobre el tipo de vida judía en la esfera
pública, sin ninguna referencia a la vida de los palestinos, ya fueran
palestinos sometidos a la ocupación en Cisjordania, al asedio en la Franja
de Gaza o a un sistema discriminatorio dentro de Israel, por no hablar de
los muchos millones de refugiados palestinos: todo esto no estaba allí.

 

La mañana del 7 de octubre, todo esto explotó en la cara de los israelíes. Y
ahora existe la ilusión óptica de que, debido a la conmoción que sin duda
sufrió Israel esa mañana, todas estas grietas del edificio sionista han
desaparecido porque el ataque de Hamás fue tan brutal, tan devastador, que
todos los debates internos se han olvidado, y todo el mundo está unido en
torno al ejército y su plan actual para invadir la Franja de Gaza y comenzar
con lo que ya estaba en marcha: las políticas genocidas sobre el terreno.
Creo que es una ilusión óptica, que el conflicto interno israelí no va a
desaparecer. Volverá. No sé cuándo, pero volverá. Sin embargo, lo más
importante es que como activistas, como académicos, cualquiera que de un
modo u otro esté relacionado con Palestina y la lucha palestina,
independientemente de cómo entendamos y enfoquemos los acontecimientos del 7
de octubre desde un punto de vista humano, estratégico, moral, como quiera
que lo hagamos, no caigamos en la trampa de descontextualizar y eliminar la
perspectiva histórica de estos acontecimientos –y parece que hay bastante
gente buena en este país que está cayendo en ello–. Esto es algo que no va a
cambiar en las próximas semanas. La realidad básica sobre el terreno sigue
siendo la misma que existía antes del 7 de octubre.

 

El pueblo palestino está inmerso en una lucha por la liberación
probablemente desde 1929. Es una lucha contra sus colonizadores y, como toda
lucha anticolonial, tiene sus altibajos, sus momentos de gloria y sus
difíciles momentos de violencia. La descolonización no es un proceso
farmacéutico y estéril, es un asunto desordenado. Y cuanto más duren el
colonialismo y la opresión, más probable será que el estallido sea violento
y desesperado en muchísimos sentidos. Es sumamente importante recordar a la
gente la historia de las rebeliones de los esclavos en este país y cómo se
acabó con las revueltas de los nativos americanos, las rebeliones de los
argelinos contra los colonos en Argelia, la masacre de Orán durante la lucha
del ELN (Ejército de Liberación Nacional) por la liberación. En ocasiones se
pueden cuestionar algunas de las ideas estratégicas, se puede tener momentos
de inquietud, y con razón, sobre la forma en que se están haciendo las
cosas; sin embargo, si no se descontextualiza, si no se elimina la
perspectiva histórica del propio acontecimiento, nunca se pierde la brújula
moral.

 

Parece que estemos luchando contra una cobertura típica –tanto por parte de
los medios de comunicación como del mundo académico de este país, de
Occidente y del hemisferio norte en general–, que tiene esa capacidad de
tratar un acontecimiento como si no tuviera historia ni consecuencias.
Incluso los relatos sobre el festival que fue atacado el 7 de octubre no
mencionan el hecho de que se trataba de un festival sobre el amor y la paz:
a kilómetro y medio del gueto de Gaza, la gente estaba celebrando el amor y
la paz mientras la población gazatí estaba siendo sometida a uno de los
asedios más brutales de la historia de la humanidad, que se prolonga desde
hace más de 15 años. Los israelíes deciden cuántas calorías entran en la
Franja de Gaza, quién entra y sale, y retienen a dos millones de personas en
la mayor cárcel a cielo abierto del planeta.

 

Todos estos contextos permiten navegar con moralidad sin perder esa brújula;
sin embargo, mucho más importante que el contexto inmediato e incluso el
contexto del asedio –y en esto me gustaría centrarme hoy– es el hecho de que
uno de nuestros mayores retos como activistas en defensa de Palestina, o
estudiosos de Palestina comprometidos, es que no podemos desafiar décadas de
propaganda e invención, enfrentarnos a esa narrativa, con frases cortas.
Creo que este es nuestro principal problema. Necesitamos espacio y tiempo
para explicar la realidad ante la enorme cantidad de canales, fuentes de
información e instituciones culturales que han proyectado una imagen y un
análisis de Palestina falso, inventado, que se ha construido a lo largo de
los años con la ayuda del mundo académico, los medios de comunicación,
Hollywood, las series de televisión, etcétera. Todo esto influye en las
mentes y las emociones de la gente y crea una historia determinada que no se
puede cuestionar con una sola frase. Ni siquiera se puede desafiar
únicamente con el sentido de la justicia, sino con un sentido de la justicia
basado en un profundo conocimiento de la historia, con un análisis profundo
y preciso de la realidad mediante el uso del lenguaje adecuado, porque el
que utilizan incluso las fuerzas liberales, llamadas progresistas, es un
lenguaje que inmuniza a Israel y no permite que la lucha anticolonial
palestina se justifique, se acepte y se legitime. Y, ya saben, en el panteón
de la lucha anticolonialista, en el que mucha gente pondría a un montón de
héroes –desde Nelson Mandela a Gandhi y a otros importantes líderes del
movimiento por la liberación–, no encontrarán a ningún palestino. Siempre
serán tratados como terroristas, cuando en esencia es un movimiento
anticolonialista. Y para emplear el lenguaje adecuado, conocer la historia
del lugar y llevar a cabo un análisis correcto se necesita, como he dicho,
espacio; no puedes llegar y decirle a alguien: tú estás equivocado y yo
tengo razón. Y es un enorme reto para todos nosotros en un momento como el
que se está viviendo estos días en Estados Unidos, por ejemplo, donde parece
haber un apoyo incondicional a Israel y una postura hipócrita ante el
sufrimiento de los israelíes que no se mostró ante el sufrimiento de los
palestinos en ningún momento de la historia de Palestina.

 

Las lecciones de Historia, por así decirlo, son el antídoto a la eliminación
de la perspectiva histórica de los acontecimientos del 7 de octubre y los
que se están desarrollando ante nuestros ojos hoy –y probablemente en las
próximas semanas, si no meses–. El contexto histórico tiene dos niveles, dos
pilares básicos sobre los que deberían apoyarse el ámbito académico o el de
los medios de comunicación y que considero muy importantes para cualquiera
que participe en debates públicos a título individual o institucional. Uno
es no dejar nunca de insistir en una definición precisa del sionismo, esto
es muy importante: no se debería permitir ninguna discusión sobre lo que
ocurre hoy en Israel o en Palestina sin hablar del sionismo. Israel y sus
partidarios han invertido mucho esfuerzo en equiparar el antisionismo con el
antisemitismo para que, si alguna vez mencionas la palabra “sionismo”, estés
pisando el peligroso terreno de ser considerado antisemita, y por lo tanto,
seas silenciado. Sin embargo, eso no significa que esta no sea la única
manera correcta de iniciar el relato, que comienza con una ideología que es
racista y muy dura. El sionismo pertenece a la genealogía del racismo, no a
la historia de los movimientos de liberación –que es como se enseña en la
mayoría de las universidades estadounidenses–, no a la historia de los
movimientos nacionales –que es como se enseña en la mayor parte del
hemisferio norte o de la que hablan o cubren los medios de comunicación
occidentales–. No, pertenece a la historia del racismo, que originalmente no
era una ideología, sino que se manifestó como tal en la tierra de Palestina.

 

Y este racismo forma parte de la naturaleza colonialista del movimiento
sionista, que no es excepcional y con la que ustedes también están
familiarizados en este país de europeos que no eran aceptados como tales,
que fueron expulsados de Europa y tuvieron que encontrar un lugar diferente.
Y encontraron países en los que vivían otras personas y, como dijo el
difunto Patrick Wolf, en ese encuentro se activó la lógica de la eliminación
del nativo, en el momento en que esos colonos se encontraron con los
indígenas. Y eso también es cierto en el caso de Palestina. Las políticas de
eliminación forman parte del ADN sionista desde el inicio mismo del
movimiento a finales del siglo XIX. Para decirlo con palabras menos
académicas, se quería la mayor parte posible de Palestina con el menor
número posible de palestinos. Siempre existieron la dimensión demográfica y
la geográfica, la de la población y la del espacio: cuanto más espacio
tienes, menos quieres a la población indígena que hay en él.

 

Las políticas de eliminación pueden ser el genocidio, la limpieza étnica o
el apartheid. Adoptan formas diferentes en lugares diferentes o en el mismo
lugar según la capacidad, las circunstancias históricas y la situación. Sin
embargo, no se puede separar lo que pasa en Gaza de estas políticas
israelíes de eliminación del nativo, que tienen su origen en el pensamiento
sionista –en los dibujos de los pintores sionistas, en la escritura de los
intelectuales sionistas–, y que en 1930 se convirtieron en una estrategia
que se implementó por primera vez en 1948, con la limpieza étnica que
terminó con la expulsión de la mitad de los palestinos y la destrucción de
la mitad de los pueblos de Palestina. Por cierto, muchos pueblos israelíes
están construidos sobre las ruinas de aquellos; algunos kibutz que fueron
ocupados por Hamás durante unas horas se construyeron sobre las ruinas de
esos pueblos palestinos de 1948, y una cantidad considerable de los
palestinos que entraron en los kibutz eran una tercera generación de
refugiados de estos mismos pueblos destruidos no lejos de Gaza. Esto también
forma parte de la historia. No estoy justificando lo que se hizo, sino que
trato de ofrecer un contexto histórico, sin el cual no se llega al origen de
la violencia y sólo se abordan sus síntomas. Hay que ir al origen de la
violencia, que es una determinada ideología racista que, en su esencia, es
la idea de la eliminación del nativo y, como digo, no es algo exclusivo del
sionismo.

 

Hubo otros movimientos coloniales europeos que, sin duda, estaban motivados
e inspirados por la idea de la eliminación del nativo. De modo que, si
observamos esa historia de un modo superficial, se infiere que lo
verdaderamente importante de un movimiento ideológico que está motivado por
la idea de poseer la mayor cantidad posible del nuevo territorio con la
menor cantidad posible de su gente nativa es el período histórico en el que
fue concebido y en el que se promulgaron sus políticas de eliminación. Ahora
bien, si esas políticas de eliminación se promulgan en el siglo XIX, como se
hizo en Estados Unidos, estamos hablando de un mundo bastante indiferente al
colonialismo, al racismo y a otros derechos humanos o derechos civiles
colectivos. Sin embargo, si te paras un minuto a pensar, te das cuenta de
que esto se hizo después de la Segunda Guerra Mundial, el año que se
promulgó la Declaración de los Derechos Humanos que el hemisferio norte
estaba tan orgulloso de mostrar al mundo para manifestar que ya teníamos las
bases morales que aseguraran que la matanza masiva de personas y el racismo
que habíamos visto en tantos lugares serían erradicados, porque existía un
consenso moral. Cuando te das cuenta de que, ese mismo año, Sudáfrica
promulgó la ley del apartheid e Israel ejerció la limpieza étnica de
Palestina, empiezas a comprender el mensaje que, en 1948, recibieron tanto
el régimen del apartheid en Sudáfrica como, lo que es más importante, el
Estado sionista por parte de la comunidad internacional: sí, anunciamos con
orgullo la Declaración de los Derechos Humanos, pero también les decimos que
a ustedes no se les aplica. El mensaje del mundo era que la limpieza étnica
de Palestina era aceptable principalmente por una razón –esta era la
propaganda, yo no creo que fuera la verdadera razón–, que era, como dijo un
intelectual estadounidense, tolerar una pequeña injusticia para corregir una
injusticia mucho mayor. Concretamente, los palestinos tenían que compensar a
los judíos por mil años de antisemitismo europeo y cristiano. El trato
estaba muy claro, y por eso Israel fue el primer Estado en reconocer una
nueva Alemania. La gente en Europa y en Occidente dudaba mucho si aceptar a
Alemania Occidental como miembro de las naciones civilizadas tan pocos años
después del régimen nazi. Israel pretendía, y no con razón, representar
tanto a los supervivientes como a las víctimas del Holocausto. Como máximos
representantes del Holocausto, los israelíes dijeron: reconoceremos una
nueva Alemania y, a cambio, queremos la no injerencia de Occidente en lo que
estamos haciendo en Palestina. Se habría esperado que Israel fuera, como
mínimo, el tercer país que reconociera una nueva Alemania, no el primero.
Pero llegar a este acuerdo era muy importante para ellos. También implicó
que la nueva Alemania proporcionara a Israel una enorme ayuda financiera que
contribuyó a construir el moderno ejército israelí a principios de la década
de 1950.

 

Ahora bien, como el mensaje que lanzó el mundo fue que, en el caso del
Estado de Israel, la limpieza étnica era un método aceptable de estrategia
para la seguridad nacional, no es sorprendente que la limpieza étnica
continuara. Israel expulsó a 36 pueblos entre 1948 y 1967 dentro de Israel,
Israel expulsó a 300.000 palestinos de Cisjordania y la Franja de Gaza
durante la guerra de junio de 1967. Desde 1967 hasta hoy, Israel ha
expulsado a casi 700.000 palestinos de Cisjordania y la Franja de Gaza. Y
mientras hablamos, Israel continúa la limpieza étnica en lugares como
Maghazi, Gaza, el sur, las montañas de Hebrón, la zona del Gran Jerusalén y
otros lugares de Palestina. La limpieza étnica se ha convertido en el ADN de
la política israelí hacia los palestinos, y emplea a cientos de miles de
personas para llevarla a cabo, porque no se trata de limpiezas étnicas
masivas como en 1948, sino de limpiezas étnicas graduales. A veces es la
expulsión de una persona o de una familia, a veces es el cierre de un pueblo
o el cerco de la Franja de Gaza, que también es una forma de limpieza
étnica, porque si creas el gueto de Gaza, no tienes que incluir a esos dos
millones de palestinos dentro del balance demográfico de árabes y judíos,
porque estos palestinos no tienen voz ni voto en el futuro de la Palestina
histórica.

 

Este es el único pilar histórico necesario para responder cuando alguien nos
diga que si ondeamos la bandera palestina estamos apoyando el terrorismo o
emplee ese vil lenguaje que la gente utiliza ahora contra los palestinos. Si
la gente compara lo que ocurrió el 7 de octubre por la mañana con el
Holocausto –y con ello tergiversan totalmente el Holocausto, su memoria–, o
no lo entienden o no saben lo que hacen. Pero incluso si insisten y tratan
de dar lecciones de moralidad, es muy importante situar este acontecimiento
concreto en la historia más amplia de la Palestina moderna, y en la historia
particular del asedio inhumano de dos millones de personas en Gaza que
comenzó en 2007 –probablemente el más largo que jamás haya sufrido un número
tan grande de personas en lo que respecta a alimentos, agua, libertad de
movimiento y otras necesidades básicas de la vida–, y que, en 2020, llevó a
las Naciones Unidas a considerar que la vida en la Franja de Gaza es
insostenible para los seres humanos. Hace ya tres años pensaban que ya
habíamos cruzado la línea roja en Gaza, así que no se sorprendan cuando la
gente se desborde: hay indignación, hay venganza, hay violencia, por
supuesto que la hay.

 

Esto mismo ocurrió con las rebeliones de los esclavos, de los indígenas
americanos, de los pueblos colonizados desde la India hasta el norte de
África. La lucha anticolonial, como he dicho antes, no es cosa de cuáqueros
y pacifistas. Puede ser muy violenta o muy pacífica, y en gran parte depende
de hasta qué punto el colonizador, el limpiador étnico, esté dispuesto a
asumir el hecho de que las personas a las que colonizaron u oprimieron no
van a desaparecer y no van a abandonar su lucha. Cuanto antes lo entiendan,
más probabilidades habrá de que se produzca una transformación mucho más
pacífica de una realidad colonialista a una realidad poscolonialista. Si se
niegan a entenderlo, les golpeará en la cara una y otra vez, y el 7 de
octubre no será el último momento de dicha circunstancia.

 

Sin embargo, también hay otro pilar histórico sobre el que me gustaría poner
el foco. Es muy importante porque en todo el discurso que acompañó la
cobertura de los medios de comunicación y de los políticos de este país, y
de Occidente en general, era muy fácil ver cómo se tiende a generalizar
sobre los palestinos. Lo hemos oído antes sobre los musulmanes en general
después del 11-S, contra cualquier pueblo que se atreviera a desafiar a los
imperios durante el período colonialista. No hay nada nuevo en ello, pero es
importante recordar a la gente que el sionismo fue un desastre que destruyó
una Palestina que habría sido diferente sin el sionismo. Es muy importante
recordar a la gente cómo era Palestina antes de 1948: un lugar donde
musulmanes, cristianos y judíos coexistían, cuando la coexistencia no era
una idea imaginaria de vive y deja vivir, sino que era una forma genuina de
convivir. No hay que idealizarla, por supuesto que tuvo su tensión y sus
momentos de crisis, pero era un mosaico de vida que, en particular en
Palestina, permitía a la gente disfrutar también de lo que la tierra
ofrecía, algo que hoy no existe, como por ejemplo, abundancia de agua.
Únicamente las personas que recuerdan la Palestina anterior a 1948 saben que
cada pueblo palestino tenía un arroyo de agua dulce. Esa fábula sionista que
acaba de repetir la presidenta de la Comisión Europea al afirmar que el
sionismo hizo florecer el desierto, es una tremenda invención. En muchos
lugares, el sionismo convirtió un país floreciente en un desierto. Hay que
recordarlo, pero sólo se puede hacer si, con la ayuda de historiadores, se
reconstruye la Palestina anterior a 1948 en lo que respecta tanto a las
relaciones humanas como a la ecología; la conexión que había entre los
palestinos y las hierbas, por ejemplo, en la naturaleza que el sionismo
destruyó y que formaba parte de la calidad de vida que tenían los
palestinos. O, como dijo el difunto Emil Habibi: “Cuando vivía en la calle
Abbas de Haifa, antes de 1948, no sabía quién era cristiano o musulmán en mi
calle”. Y creo que no es una mera cuestión nostálgica; si se quiere, se
trata de una historia alternativa, en el sentido de que existía la
posibilidad de una Palestina diferente.

 

Y en esa historia hay que incluir también el hecho de que el movimiento
nacional anticolonialista palestino, desde el momento en que el sionismo
puso un pie en la Palestina histórica, fue fiel a dos principios –y esto
está tan bien documentado que no hay que esforzarse mucho para encontrarlo–,
que comunicaron a los americanos porque fueron estos los que llevaron estos
principios al mundo árabe a través del presidente Woodrow Wilson,
especialmente al Mediterráneo oriental en 1919, y después fue Naciones
Unidas la que, de algún modo, insistió sobre estos principios. Uno de los
principios era el derecho de autodeterminación de los pueblos. Los
palestinos dijeron que también merecían el derecho a la autodeterminación,
como los iraquíes, los libaneses, los egipcios. El otro principio era la
democracia. Si nos apartan del dominio otomano, bajo el que estuvimos 400
años, y quieren que decidamos nuestro futuro posotomano cabe preguntarse
cuál será la naturaleza de nuestro régimen, de nuestro Estado, de nuestra
existencia política, razonaron. Queremos decidir democráticamente, a través
del voto de la mayoría, si queremos formar parte de la Gran Siria, ser una
Palestina árabe independiente o formar parte de una república panárabe
federada. En cualquier caso, depende de nosotros. Y todas las delegaciones
estadounidenses que fueron a Palestina desde 1918 hasta 1948 respondieron a
los palestinos que, aunque los principios de democracia y autodeterminación
eran apreciados por el mundo occidental y los consideraban los pilares sobre
los que construir el nuevo mundo árabe posotomano, no podían aplicarse a
Palestina. El Imperio británico había prometido que Palestina se convertiría
en un Estado judío, y como los judíos son una minoría tan pequeña, el
principio de autodeterminación no podía aplicarse a los palestinos. Y, por
supuesto, el principio de elección mayoritaria o democrática estaba
descartado para ellos. Esto también es importante en el contexto de nuestro
viaje histórico al pasado, para contextualizar el tipo de opresión, el tipo
de historia o genealogía del racismo que fue respaldado y apoyado por
Occidente en el caso de Palestina.

 

Ahora bien, este otro pilar no sólo es importante para recordarnos lo que
hizo el sionismo o lo que podría haber sido Palestina. Es la base sobre la
que construiremos una Palestina posliberada, poscolonial, son los cimientos.
Y hay que pensar en los elementos de este pasado y en cómo se relacionan con
una realidad diferente de la que tuvimos, y no hay que dejar que el actual
ataque a la Franja de Gaza, las políticas genocidas de Israel, impidan
seguir pensando en la liberación de Palestina y en cómo sería la Palestina
liberada. Y hay que hablar con los palestinos que no sólo piensan en el
movimiento táctico de mañana, sino que visualizan una Palestina liberada.
Eso es lo que hice en el libro que escribí con Ramzy Baroud: hablamos con
cuarenta intelectuales palestinos y les preguntamos cómo visualizaban una
Palestina liberada. Y su visión de la liberación no sólo incluye cómo luchar
por ella, sino lo que traerá consigo, que es todo lo que tenían en Palestina
antes de 1948: una sociedad que no discrimina por motivos de religión, secta
o identidad cultural, una sociedad que respeta la democracia y el principio
de vive y deja vivir. Y lo que es más importante, tal vez más que cualquier
otra cosa, una sociedad que devuelva Palestina al mundo árabe, al mundo
musulmán, que le permita volver, de forma natural, al lugar del que fue
extraída por la fuerza.

 

Ahora bien, formar parte del mundo árabe no es un escenario fácil para mucha
gente, y con razón. Pero es imposible ser parte de la solución, o de
escenarios más positivos para el mundo árabe, si no se forma parte de los
problemas del mundo árabe. No se puede debatir sobre los derechos humanos en
Irán o los derechos civiles en Egipto sin incluir los derechos humanos y
civiles de los palestinos. Estos debates no tienen sentido porque siempre se
llega a la excepcionalidad de los palestinos por esa falta de derechos, y a
una posición de inferioridad si, desde fuera, se pretende ayudar al mundo
árabe a tratar estas cuestiones de derechos humanos y civiles. Y únicamente
cuando la Palestina del futuro forme parte del mundo árabe, será parte de
sus problemas, pero también será parte de su solución.

 

Terminaré diciendo, sólo para insistir en el punto principal que realmente
quiero plantear hoy, que siempre hay un espejismo dentro del drama, y no se
puede subestimar el drama que estamos viendo. Desgraciadamente, creo que
sólo es el principio: Israel va a imponer una catástrofe humana no sólo en
la Franja de Gaza, sino lamentablemente también en Cisjordania, porque van a
utilizar lo que está ocurriendo como pretexto para cambiar también las
políticas en Cisjordania. Por supuesto, lo más urgente es intentar pararlo
desde Occidente con todos los medios a nuestro alcance, presionar para que
haya una intervención internacional que ponga fin a estas políticas
genocidas que, mucho me temo, se extenderán también a Cisjordania. Sin
embargo, también tenemos que elaborar estrategias para el futuro, porque las
cuestiones básicas seguirán ahí después de que este momento concreto termine
de un modo u otro. Y, en mi opinión, este tipo de debate es el que garantiza
que no perdamos nuestra brújula moral. No nos disuade el modo en que la
gente intenta decirnos, sin duda después de lo que ocurrió el 7 de octubre,
que no podemos mantener nuestras antiguas posturas sobre moralidad. Y
debemos recordarles que nadie cuestiona el derecho de Argelia, Kenia e India
a liberarse del colonialismo a pesar de los incidentes que hubo en la lucha
por la liberación, de cualquier nivel de violencia que hubiera allí o de
cualquiera que fuera el modo en que se produjera el enfrentamiento entre las
fuerzas anticolonialistas y las fuerzas colonialistas, nunca cuestionamos el
derecho básico a la liberación y la independencia, y tampoco deberíamos
hacerlo en el caso de Palestina: si queremos una Palestina en paz, hay que
hablar, ante todo, de una Palestina libre. Gracias.

  _____  

 

 



-- 
Este correo electrónico ha sido analizado en busca de virus por el software antivirus de Avast.
www.avast.com
------------ próxima parte ------------
Se ha borrado un adjunto en formato HTML...
URL: http://listas.chasque.net/pipermail/boletin-prensa/attachments/20231107/e5b21cab/attachment-0001.htm


Más información sobre la lista de distribución Boletin-prensa