Cuba/ Resistir en Centro Habana: la crisis desde el barrio popular de la capital. [Gianpaolo Contestaible]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Oct 1 23:54:54 UYT 2023


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Correspondencia de Prensa

2 de octubre 2023

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Cuba



Resistir en Centro Habana: la crisis cubana desde el barrio popular de la
capital



Estas son varias voces que entretejen un relato complejo, el de una
Revolución inacabada que sigue en pie, pero de una forma distinta a las
ideas que la vieron nacer.



Gianpaolo Contestaible, desde La Habana

Pie de Página, 30-9-2023

https://piedepagina.mx/



“¿Saben por qué en La Habana ya no hay habaneros?” dice el conductor de un
almendrón. En su rostro sudado se abre una sonrisa mientras hace una
perfecta pausa teatral y suelta el cierre del chiste: “Están todos en
Miami”. Este lugar común que repiten a menudo los cubanos tiene, como toda
broma, un fondo de realidad. Diferentes olas migratorias han efectivamente
interesado la capital a partir de la revolución del 1959. Primero, se fueron
a Estados Unidos la burguesía, los terratenientes, la “contra”, los
ingenieros, médicos, químicos y hasta los niños de las familias
conservadoras gracias a la Operación Peter Pan orquestada por la CIA y la
Iglesia católica. Ya en las sucesivas décadas se permitió la salida, como
válvula de escape en los periodos de demasiada tensión social, a miles de
personas. En los ‘80 los emigrantes se fueron desacreditados al grito de
“escorias”, “lumpen”, “gusanos” y “vende patría”, enfrentando el escrache
público y el lanzamiento de huevos. Durante el periodo especial, familias
enteras enfrentaron las intemperies marítimas del Estrecho de la Florida en
balsas autoconstruidas. Hoy en día, un éxodo masivo de jóvenes está
despoblando nuevamente La Habana. Caminar por las villas coloniales del
barrio Vedado es un suplicio a causa de la atmósfera hirviente y satura de
humedad, y parece un peregrinaje en una ciudad fantasma. En los conciertos,
ballets y espectáculos teatrales que enriquecen la vida cultural habanera se
nota la ausencia de músicos, bailarines y actrices; lo mismo pasa con la
carencia de personal y estudiantes en los salones de la histórica
Universidad de La Habana y en los prestigiosos pabellones hospitalarios del
instituto Calixto García.



Hay al menos una zona de la capital en donde la ausencia está rematada por
la vida comunitaria y callejera, donde los mercados están repletos de
señoras y las infancias juegan al béisbol en los callejones y salen
descalzos a mojarse durante las tormentas. Es el distrito municipal de
Centro Habana, una zona de urbanización popular enclavada entre las
atracciones turísticas de La Habana Vieja, los palacios decadentes del
Vedado y el largo litoral del malecón que se asoma al océano Atlántico. Los
cubanos dicen que está es la verdadera Habana, la profunda, la negra y las
más auténtica. Aquí reside gran parte de la población flotante de la ciudad
y las familias que han migrado desde las provincias de Oriente. Son quienes
se les llama de forma peyorativa los “palestinos”, son las trigueñas y los
guajiros del campo, las mulatas y negros de Santiago, Guantánamo, Holguín y
Las Tunas. Los “orientales” se desplazan a la capital para estudiar, buscar
trabajo y suerte. Son quienes han engendrado la riqueza cultural del País,
han encendido la historia política cubana y siguen animando la vida social y
comercial de la capital.



En Centro Habana la vida sucede en el espacio público por qué en las
vecindades angostas y en los altos solares no llega suficiente luz o hay
demasiado calor. Muchas familias viven hacinadas y, como en el resto del
País, los apagones son continuos y extenuantes durante el verano
interminable. En la televisión se anuncia cada día un nuevo récord de calor,
el cambio climático es una realidad en la isla caribeña donde los habitantes
no recuerdan haber vivido una temporada tan caliente: “¡eso está en
candela!”. Durante el día, hay que escoger si caminar bajo el sol implacable
que quema la piel y se refleja en el cemento pálido o arriesgarse a
disfrutar las sombras angostas de los pequeños balcones deteriorados. Es la
“estática milagrosa” de la arquitectura cubana, el misterio que mantiene en
pié los edificios con fallas estructurales que desafían a la ciencia edil.
Algunos dicen que es la metáfora de la sociedad cubana que se mantiene en
vida a pesar de las crisis cíclicas, los errores, los huracanes, el
hostigamiento internacional y un proyecto de País fundando en los sueños más
allá de sus potencialidades concretas. Lamentablemente, el derrumbe de
edificios no es solo una figura retórica sino una realidad dramática que
deja escombros en las calles y tablas de madera sosteniendo los altos
pórticos de la suntuosa avenida Infanta. En estas cuadras, entre los
mendigos protegidos por San Lázaro, los antros de calle Galiano, las
jineteras del barrio chino y los guapos del Malecón, ha ambientado sus
novelas Pedro Juán Gutierres, el padre del realismo sucio cubano. En su
narrativa cruda se describe la vida de quienes han quedado al margen del
proyecto de emancipación socialista, quienes se mueven fuera de las mallas
del Estado benefactor sobreviviendo en redes clandestinas de comercios,
trabajos informales, sexualidad promiscua, pobreza y adicciones.



Quizás también por estas razones, desde las ventanas de las vecindades no se
escucha la melodía pasional del son cubano o las letras románticas de la
trova de Silvio Rodriguez, sino el ritmo frenético del repa, el reggaeton
acelerado de los repartos populares cubanos. El líder de los reparteros,
Chocholate MC, reside en Miami pero en las letras de sus canciones reclama
su origen centro-habanera: “Vengo de Los Sitios, pipo, chispa, crack y
solares”. En su pecho, Chocolate, trae tatuado el nombre de Elvis Manuel, el
jovén cantante de la movida underground habanera que murió ahogado cruzando
el estrecho de Florida en una balsa. Más allá de cualquier juicio moral y
del estigma de ser un género machista y violento, la música repartera se ha
vuelto la banda sonora de las fiestas de las nuevas generaciones que
mantienen viva la alegría y la vida de la ciudad. Los textos de los
reparteros hablan de una sexualidad explícita y sin filtros, y en su ritmo
provocativo las juventudes se desquitan del calor insostenible y las
carencias de la vida cotidiana participando en la catarsis colectiva del
“perreo” hasta la madrugada.



El centro del centro



Recorriendo la calle San Lázaro hasta llegar al malecón, se ven los
muchachos hacer carreras con las patinetas agarrándose a las guaguas
mientras en el parque Antonio Maceo se disparan rimas de rap. En el Cayo
Hueso, el “downtown” de Centro Habana, “el centro del centro”, se pueden
escuchar versos de repentismo que ridiculizan a la clase política y el ritmo
incesante de la rumba que acompaña los fines de semanas. Se narra que en los
solares y manzanas del Cayo vivieron los más prestigiosos músicos, oradores,
cantantes y tamboreros de la Isla que dieron vida al afrocuban jazz, al
género filin y construyeron una identidad cultural sin pares. “Hay que tener
cuidado con los caracoles africanos, en la televisión dijeron que son
peligrosos” dice Jaime caminando por el Cayo, y explica que “son usados para
los rituales Yoruba”. Jaime gestiona el departamento de su hija, que ahora
vive en España, como casa de renta en Centro Habana. La paradoja de la
actualidad cubana es que cada ciudadano tiene derecho a la vivienda pero
muchas de ellas se transforman en casas para extranjeros o se venden para
pagar el pasaje del viaje migratorio. Muchas familias pasan por el doloroso
proceso de subasta donde venden las pertenencias guardadas por generaciones.
En el Cayo Hueso la cultura Yoruba domina el paisaje urbano: puedes ver
degollar una gallina en la esquina y reconocer a los hombres y mujeres
Iyabó, los nuevos adeptos a la santería, caminar vestidos de blanco durante
su primer año de purificación. La tradición se mezcla con la modernidad
globalizada y el callejón de Hammel es el epicentro de la conmixtión. En la
célebre cuadra abundan los colores vivaces de las esculturas de Salvador
González Escalona dedicadas a los orishas Shangó y Oshún, junto a los
fragmentos del Principito de Antoine de Saint-Exupéry y al busto del héroe
nacional José Martí. En el callejón de Hammel se cruzan los proyectos
comunitarios con los atractivos turísticos: durante la semana los niños del
barrio aprenden a boxear y el fin de semana los santeros explican a los
“yumas”, los extranjeros, los principios de la espiritualidad afrocubana.



A pesar de su apariencia ruinosa, que recuerda a los muchos guetos del
continente controlados por el crimen organizado, en Centro Habana conviven
obreras e intelectuales, artistas y comerciantes compartiendo las mismas
condiciones de vida, hoy en día muy precarias, sin toques de queda, guerras
entre pandillas ni militarización. El derecho a la vivienda, la educación y
la salud son unos logros indiscutibles del proyecto revolucionario que, a
pesar de la crisis económica extrema, funcionan todavía como deterrentes
frente a las redes criminales y las empresas narcotraficantes que dominan
las periferias americanas.



Más allá del bloqueo



Muchos cubanos y cubanas llegan a Centro Habana para someterse a las más
complejas operaciones de cirugía y los más avanzados tratamientos médicos en
el hospital Hermanos Ameijeiras. El instituto dedicado a los mártires
revolucionarios fue inaugurado por Fidel Castro en 1982 como el máximo
ejemplo de la excelencia del sistema de salud cubano. En el Ameijeiras,
trabajan más de 40 especialidades médicas y se desarrolla tanto la enseñanza
de enfermería cómo la investigación científica de alto nivel. Los
profesionales del hospital se coordinan con los policlínicos y médicos de
familia de Centro Habana para brindar la mejor atención territorial y
promover programas de prevención.



Todos los tratamientos y operaciones son estrictamente gratuitos pero la
crisis económica extrema y el bloqueo comercial están generando una
dramática falta de medicamentos, personal e insumos. “Si una empresa que nos
está brindando una máquina para el tratamiento oncológico inicia a ocupar
una pieza producida en Estados Unidos” explica un trabajador del hospital
“ya deja de vendernos sus productos de repente, de un día para otro”. El
notorio bloqueo es una estrategia del gobierno estadounidense para evitar el
desarrollo de la economía cubana y poner a la población en un estado de
crisis permanente. Según un informe de Oxfam del 2021, el embargo impuesto
por Estados Unidos “profundiza la crisis económica, dificulta el acceso a
proveedores de insumos, medicamentos, tecnologías, equipos médicos y
productos de primera necesidad”. Esta medida, se lee en el informe, ha
generado un impacto en la educación, la agricultura, la tecnología y ha
afectado la salud física, emocional y psicológica de la población. La guerra
comercial no ha parado tampoco durante la emergencia sanitaria de la
Covid-19 y se ha sumado a la crisis del sector turístico que garantizaba la
entrada de divisa extranjera en la isla.



A las causas exógenas de la crisis económica se les suman las
responsabilidades de la clase política cubana que hacen enfurecer a la
población. Antes de la contingencia de la pandemia, se empezó a aumentar el
sueldo mínimo de los empleados públicos para enfrentar la crisis de
abastecimiento e invertir la “pirámide salarial”, o sea para que el salario
de ingenieras, maestros y médicas no se quedara por debajo de los ingresos
mensuales de los operadores turísticos y quienes comercia con el extranjero.
Con la llegada de la Covid-19, la caída del turismo y la producción
amparada, se generó una inflación galopante y la diferencia de poder
adquisitivo entre las dos monedas nacionales, el peso cubano y el viejo CUC,
fue levitando. El gobierno aprovechó la contingencia para cancelar la
segunda divisa, el peso cubano convertible. Se introdujo a cambio el MLC, la
moneda digital libremente convertible que equivale a un dólar y se usa
trámite específicas tarjetas. El resultado ha sido que los precios se han
ajustado al cambio informal de dólar que se aplica en la calle y que aumenta
cada día sin frenos. En vez de tener una sola moneda, hoy en la Habana
circulan 3 diferentes divisas: el peso, el dólar y el euro. Muchos jóvenes
han emprendido la peligrosa odisea migratoria por Centroamérica para
depositar dinero en las tarjetas de MLC de su familia. En el mientras, la
comida racionada que le corresponde a los ciudadanos ha ido disminuyendo y
algunos productos, como el café, han desaparecido de la libreta básica por
semanas. De contra, el costo de los alimentos en las tiendas particulares y
en los mercados se ha hecho inalcanzable. El “trapicheo”, la compra y venta
de productos en el mercado informal, es una actividad cotidiana para la
sobrevivencia de las familias. En el calor tropical del verano más caliente
del que se haya memoria, conseguir huevos, leche en polvo, jabón, condones o
detergente se vuelve una empresa agotadora. La supervivencia en la crisis
genera una economía clandestina que involucra hasta a las autoridades. Se
pueden, por ejemplo, comprar unas cuantas libras de pollo en el patio
trasero del presidente del Comité de Defensa de la Revolución local.



Para evitar el desastre social, el gobierno ha impulsado, aunque con
reticencias y mucha vigilancia, la creación de las Mipymes, las micros,
pequeñas y medianas empresas privadas que tratan de brindar los servicios y
productos que el sistema comercial estatal no alcanza a proveer. Una nueva
clase social de cuentapropistas está impulsando la economía con proyectos
innovativos a pesar de los obstáculos administrativos que surgen en curso de
obra. En el mientras, los salarios de profesoras y personal médico, así como
las pensiones de los adultos mayores, no alcanzan para conseguir los
productos básicos. Moverse con el transporte público se ha vuelto un acto de
fe: a los ciudadanos les toca esperar en la calle hasta horas que pasen las
pocas guaguas funcionantes saturadas de personas. El precio de la gasolina
se ha disparado y los taxis colectivos, siempre más caros, deben esperar
días para abastecerse de carburante. Desde Centro Habana se puede ver la
cúspide de la nueva torre K, el hotel de lujo de 42 pisos todavía en
construcción en el distrito del Vedado. Su altura irrumpe en el skyline
habanero y supera en altura al histórico hotel Habana Libre donde se hospedó
el ejército rebelde en el ‘59. Su presencia engorrosa es quizás el símbolo
más evidente del aumento descontrolado de la desigualdad en el país. El
rascacielo, cuya construcción está impulsada por las empresas de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias, aumenta también la preocupación de los cubanos de
que las élites estén especulando con el paisaje y los recursos nacionales.
La cesión de tierras en usufructo a los empresarios rusos y la creación de
la Zona Especial de Desarrollo del Mariel alimentan tal desconfianza.



El 11J



El parque Trillo es un lugar emblemático del Cayo Hueso donde se respira la
efervescencia y las contradicciones de Centro Habana. Aquí las infancias
juegan al fútbol con los padres cuando el sol se esconde detrás de los
solares concediendo una tregua de sombra. Decenas de familias se forman para
comprar plátanos o vinagre a precios rebajados frente a los camiones de la
feria dominguera con el trasfondo de los murales afrocubanos. Las
conversaciones de la gente en las colas refleja un malestar y descontento
que parece a punto de explotar. La crisis actual es el enésimo ciclo de
fracasos económicos y sacrificios que se han vuelto insostenibles. A pocas
cuadras del parque, cruzando avenida Infanta, la carretera sube hasta la
estatua del líder estudiantil Antonio Mella, quien vigila sobre la elegante
escalinata de la Universidad de la Habana. “En Cuba están aplicando la
terapia del choque” dice Alejandro, profesor de la facultad de psicología:
“cuando nos daremos cuenta de la tragedia de lo que está pasando será
demasiado tarde”. Sus palabras recuerdan a la doctrina della shock economy
descrita por Naomi Klein. La autora canadiense usa la metáfora del
electrochoque, que resetea el cerebro para implantar nuevos esquemas
cognitivos, para explicar cómo se impulsan reformas neoliberales
aprovechando el pánico y desorientación de la población frente a desastres
naturales y crisis económicas extremas. Sin embargo, a pesar de la
contingencia sanitaria, la población cubana ha logrado movilizarse para
denunciar el deterioro de sus condiciones de vida. El 11 de julio de 2021 es
la fecha que queda grabada en la memoria colectiva del País. Miles de
personas se manifestaron en gran parte de la isla frente a la desesperación
por los continuos recortes de luz, la falta de productos y la incapacidad de
la clase política de dar respuestas. Los cubanos no estaban acostumbrados a
las protestas masivas ni a la represión de las autoridades. Por lo tanto,
los desórdenes provocados por unos cuantos miles de manifestantes y el
encarcelamiento y vigilancia de cientos de jóvenes involucrados en las
protestas han marcado un trauma social en la ciudadanía. El acontecimiento
acabó con muchas de las esperanzas de la juventud que sigue migrando
masivamente también a causa de la falta de participación política y la
frustración de cualquier perspectiva de cambio. La brecha generacional es
siempre más ancha, los jóvenes nacidos a partir de los años ‘90 han vivido
en un continuo alternarse de “períodos especiales”: la desaparición del
bloque socialista, la caída del precio del petróleo que garantizaba el apoyo
del gobierno venezolano, las tensiones con el gobierno de Trump, la pandemia
y ahora la crisis financiera. Quizás solo los últimos años del gobierno de
Obama, con el deshielo de las relaciones diplomáticas, habían creado las
condiciones para imaginar un futuro mejor e incentivar las inversiones en la
isla.



“Para mí el horizonte es la barrera que me separa del mundo” dice Eva, una
joven artista y modelo trans, mirando las pinceladas rosas del cielo que se
mezclan con el azul del mar, “estoy bloqueada aquí desde hace 30 años, nunca
pude salir”. Eva espera conseguir el “parole” en Estados Unidos y alcanzar a
su madre en Miami, quien la abastece de comida a través de internet. Con el
nuevo Código de la familia, promovido por Mariela Castro, hija del
expresidente Raúl, se incluyen el matrimonio igualitario y la gestación
subrogada, la adopción por parte de parejas homosexuales, se aborda la
violencia de género y se rechaza la homotransfobia. A pesar de que las
instituciones están tratando de asumir un lenguaje y prácticas incluyentes
con las diversidades sexuales, según Eva, la carencia de personal médico y
productos farmacológicos en el País no hace posible mantener en modo regular
una hormonoterapia y la debida atención médica durante la transición.
También por eso, Eva, aunque acaba de mudarse a Centro Habana desde el
cerro, sigue viendo su futuro más allá del horizonte: “Sé que voy a extrañar
a mi país” comenta melancólica frente al espectáculo de la puesta del sol en
el litoral habanero que ningún pintor ha logrado reproducir fielmente. Según
ella y muchos jóvenes artistas cubanos, hoy en día en la Isla hay una
dictadura que no deja libertad de expresión y todos están esperando que el
régimen se caiga.



Con la llamada “Ley mordaza”, en vez de canalizar la potencia creadora de
las nuevas generaciones, el gobierno está persiguiendo penalmente las voces
disidentes en las redes sociales con el pretexto de la defensa nacional
frente a las noticias falsas y actividades contrarrevolucionarias. El
espacio digital se ha vuelto un campo de batalla estratégico sobre todo a
partir de la difusión masiva de los smartphones y planes de datos en los
últimos 5 años. Las nuevas generaciones manejan perfectamente la red y saben
cómo evitar tanto el bloqueo de Estados Unidos como la censura del gobierno
cubano. Abundan las aplicaciones para compartir archivos entre celulares y
los programas VPN que permiten modificar la ubicación virtual. Los canales
de Telegram se han vuelto medios de difusión de eventos culturales
independientes y reuniones de las “tribus urbanas”. Los contenidos rebosan
en tiempo real entre la costa de Florida, los albergues de Tapachula, las
plazas de Barcelona y las pantallas de los adolescentes de Centro Habana.
Las injusticias que enfrentan los migrantes cubanos como, por ejemplo, la
violencia de las autoridades migratorias, la trata del trabajo sexual, la
explotación laboral, el endeudamiento y el choque cultural con las
sociedades racistas, se mantienen silenciados. Al contrario, las imágenes de
la opulencia, el lujo y el consumo desenfrenado construyen unas narrativas
de éxito y superación personal.



Apatía y subversión



En las plataformas digitales se alimenta la polarización política y se
enfrentan las versiones oficiales de las noticias con la información
alternativa y teorías conspirativas. Desde Miami se desprende un bombardeo
cotidiano de influencers y youtubers que fomentan la rabia contra el
gobierno de Díaz-Canel. También la memoria histórica del país se vuelve
objeto de discusiones encendidas entre bandos contrarios. De un lado, los
medios oficialistas insisten en presentar la actual clase política como “la
continuidad” del proceso revolucionario, por el otro lado, los opositores
deslegitiman a la Revolución del ‘59 desterrando antiguos errores e
injusticias cometidas en el afán de construir el sueño socialista. Más allá
del extremismo alimentado por los algoritmos de las plataformas, en la
mayoría de la población se va difundiendo un sentido de desilusión y apatía
hacía los símbolos políticos. La fecha del 26 de Julio, a 70 años del asalto
al cuartel Moncada, pasa totalmente desapercibida: los habitantes de Centro
Habana prefieren acudir al estadio de béisbol donde los Industriales de la
capital enfrentan a los rojos de Santiago. En el aniversario del cumpleaños
de Fidel Castro, unas veinte personas se reúnen para conmemorar al
comandante en jefe a una cuadra de la calle Galiano. Hoy en día, la “lucha”
a la que se refieren los cubanos ya no es la batalla contra el imperialismo
ni el compromiso internacionalista a favor de las revoluciones del tercer
mundo, si no el esfuerzo cotidiano para traer suficientes proteínas en la
mesa de casa.



No obstante, hay quien sigue creyendo que un cambio subversivo es posible
sin desconocer la historia gloriosa del proceso revolucionario. Sergio es un
profesor y un histórico militante del partido comunista, aunque su postura
crítica frente a la sordera de los dirigentes lo ha alejado de las
jerarquías de la organización. “A los veinte años tuve un cáncer” recuerda
Sergio, “recibí todos los tratamientos y nunca me pidieron si tenía un
seguro médico y no me cobraron ni un centavo”. Su historia es la de muchos
cubanos y cubanas, pero también de miles de extranjeros salvados por las
brigadas médicas internacionalistas o de quienes han venido a la isla para
curarse, como los niños ucranianos que sobrevivieron al accidente de
Chernobyl. Ahora que estos logros se están cuestionando se necesita formar a
las nuevas generaciones sin paternalismo, dice Sergio, para que sepan
sobrevivir a las condiciones de vida adversas, donde lo que antes era
gratuito y universal ya no está alcanzando para toda la población. Por ello,
el profesor se dedica a formar las organizaciones estudiantiles. Cuando
estallaron los motines del 11 de julio, Sergio pedaleó hasta Centro Habana
siguiendo la llamada del gobierno y de las organizaciones de trabajadores
oficialistas para detener a los manifestantes. “Me paré en frente de la masa
que bajaba por San Lazaro y les grité – ¡viva la revolución!”. Tuvo la
suerte que el lanzamiento de objetos no le ocasionó daños y que los sujetos
más agresivos fueron detenidos por los mismos opositores. Según Sergio,
muchas de las personas fueron fomentadas a manifestarse y crear desórdenes
desde el extranjero a través de las redes sociales. Sin embargo, reconoce
que fue un error del gobierno el hecho de no escuchar la rabia legítima del
pueblo y silenciar a las voces de la juventud. Hay que replantear la
formación de los cuadros del partido, afirma Sergio, y dar más espacio a las
nuevas generaciones para superar el dogmatismo, la deriva burocrática y el
conservadurismo de la vieja clase dirigente.



Quienes se quedan



En un parque público entre San Lázaro y Malecón, una niña toca el violín y
una pared amarillenta y destartalada le hace de escenografía. Su público son
los vecinos del barrio sentados en las banquetas, un hombre demacrado que
busca comida en el contenedor de la basura y las pequeñas olas que se
infringen en las rocas del litoral. Su mamá la observa con atención
corrigiendo y aplaudiendo cada paso de su ensayo. Los éxitos y fracasos del
sueño revolucionario, las paradojas y las inalcanzables contradicciones de
la sociedad cubana se reflejan en la vida cotidiana de Centro Habana. En las
avenidas Infanta y Carlos III, en los callejones del Cayo Hueso, en el
llamado Barrio Chino, en Los Sitios y en el paseo del Malecón los jóvenes
comparten contenidos virtuales con todo el mundo, expresan sus identidades
líquidas, miran las vitrinas de las Mipymes y ahorran dólares para poder
migrar. Hay quienes recuerdan a familias enteras bajando de los solares con
las balsas autoconstruidas para meterse al mar y quienes revocan la llegada
de Fidel en el parque Trillo para calmar los tumultos de los años ‘90.
Mientras tanto, aparece la pobreza extrema en las calles y aumenta la
inseguridad en los barrios. La crisis financiera es también una
transformación ideológica, las estudiantes abandonan las aulas de escuela
para trabajar en los cafés o bares privados. Las propinas de los turistas
son más llamativas que la carrera de medicina con los salarios estancados y
sin poder adquisitivo. Las tabernas estatales se quedan vacías y las colas
fuera de las bodegas se hacen más largas. “¿El último?” se ha vuelto el
mantra que se repite llegando a formarse en el cajero, la panadería, la
parada del transporte o la oficina pública. Quienes se van del País, se
llevan el bagaje cultural de uno de los mejores sistemas educativos del
mundo y una cultura extraordinaria fundada en los más grandes filósofos
latinoamericanos y en los ideales de humanidad, justicia y solidaridad. No
obstante, los new arrivals cubanos en Florida engrandecen el bacín electoral
de la extrema derecha de Trump que sugiere más sanciones y las políticas de
manos duras con Cuba. Por otro lado, el gobierno revolucionario es siempre
más dependiente de las remesas de los que fueron tildados de “traidores” y
“gusanos”. Desde el extranjero, hay quienes borran las contradicciones y
reducen la crisis cubana al contexto geopolítico para defender una idea
romántica de la revolución.



Muchos de los migrantes que han dejado la isla están, en vez, absorbidos en
el vortex de la propaganda capitalista que quiere demonizar a Cuba para
callar cualquier esperanza de justicia social y defienden la libertad de
explotar a los más pobres. La mayoría de quienes han llegado a vivir en
Centro Habana no tienen familiares en Estados Unidos que le garanticen el
parole, ni apellidos españoles para solicitar la nacionalidad y tampoco
suficientes ahorros para pagarse el viaje por Centroamérica. Hay, además,
quienes se quedan porqué deciden quedarse: artistas, docentes, artesanos,
personal médico, educadores, ingenieras, activistas ambientales y de la
diversidad sexual, quienes se inventan cada día nuevos proyectos y formas de
sobrevivir. Su amor hacía Cuba supera las facciones y los intereses
geopolíticos, y su creatividad permite vislumbrar un futuro digno más allá
de la tormenta. A ellos y ellas les toca la difícil tarea de resistir
durante la catástrofe e imaginar un nuevo país en medio de las ruinas de sus
sueños. La esperanza es que puedan hacerlo sin negociar la soberanía
nacional sino rescatando su memoria histórica y el legado de los jóvenes
valientes que soñaron una Cuba libre y más justa.



* Los nombres reales de los testimonios en este trabajo han sido cambiados
para tutelar la privacidad de las personas.

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