Argentina/ ¿Los pobres odian la política? [Javier Auyero/Sofía Servián]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Oct 7 13:28:41 UYT 2023


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Correspondencia de Prensa

7 de octubre 2023

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Argentina



Los sectores populares frente al Estado



¿Los pobres odian la política?



A pesar del apoyo que Milei cosecha entre los sectores populares argentinos,
los pobres de ese país no tienen una visión cerrada anti-Estado. Saben que
necesitan de la asistencia estatal para sobrevivir. Sin embargo, sí critican
su funcionamiento concreto –la escuela intermitente, el hospital que no da
turnos– y cuestionan a los funcionarios y punteros que encarnan la política.



Javier Auyero y Sofía Servián *

Le Monde diplomatique, edición uruguaya, octubre 2023

https://ladiaria.com.uy/



Entre 2019 y 2021 realizamos una investigación etnográfica en varios barrios
populares del sureste del conurbano bonaerense. Examinamos las maneras en
que los más necesitados se las arreglan para satisfacer sus necesidades
básicas, lo que la sociología y la antropología denominan “la cuestión de la
sobrevivencia”. ¿Cómo hacen los pobres para garantizar su subsistencia? La
conclusión general a la que llegamos, en base a docenas de entrevistas y
cientos de horas de observación participante, es que son denodados
bricoladores. Combinan una diversidad de estrategias: trabajo informal
precario y altamente explotado, acción colectiva más o menos beligerante,
participación en arreglos clientelares, redes de reciprocidad y ayuda mutua,
y asistencia estatal.



Varias de estas estrategias ponen a los más pobres en contacto directo con
oficinas públicas. Los encuentros cotidianos con las burocracias estatales y
con los burócratas de calle le dan forma concreta a lo que de otra manera
sería una abstracción: el Estado. Y en esos encuentros se aprende no sólo lo
que el Estado es y lo que hace, sino también lo que es y lo que debe (y no
debe) ser la política. Esas interacciones –con un policía, con un empleado
público, con un dirigente barrial, con una maestra o con una directora de
escuela– socializan a los ciudadanos a tener (o no) expectativas acerca de
los servicios que puede dar (o no) un gobierno, y el lugar que ocupan en la
comunidad política.



Las formas institucionales del Estado, sus estructuras organizativas y sus
capacidades son muy importantes para entender su funcionamiento. Pero
también lo es lo que el Estado significa para quienes más lo necesitan. Y
este significado muchas veces está condicionado no sólo por los servicios
que ofrece el Estado, sino por la manera en que lo hace, por sus
prestaciones y por quienes las encarnan, hombres y mujeres de carne y hueso.
Estos significados se constituyen menos a partir de lo que empleados
públicos y políticos dicen que a partir de lo que esas interacciones cara a
cara producen.



En el transcurso de nuestra investigación notamos que, aunque el Estado es
objeto de críticas por escasez de recursos, por falta de confiabilidad en su
funcionamiento, por ausencia de servicios, por arbitrariedad –y, en el caso
de la policía, por ser brutal y corrupto–, los más necesitados saben también
que en más de un sentido cuentan con él para subsistir. Un ejemplo: en
promedio, una tercera parte del presupuesto de las familias que estudiamos
proviene de transferencias del Estado. Estas familias entienden muy bien que
esos recursos que provee el Estado son fundamentales para su subsistencia.
En lo más bajo de la escala social se sabe que, sin el Estado, la vida
cotidiana sería aún más difícil, más miserable.



Los más pobres también entienden, y no hay contradicción en eso, que las
intervenciones estatales han sido siempre precarias y no han conseguido
sacarlos de la marginación. De ahí que, sin asumir posiciones cerradas
“anti-Estado”, cuestionen el funcionamiento de los llamados bienes públicos.
Pensemos en la escuela y en el hospital, cuyo deterioro comenzó hace
décadas. Los más necesitados perciben la escuela pública como intermitente,
poco confiable: faltan los maestros, hay paro, se suspenden las clases por
problemas con la infraestructura, etcétera. No es difícil entender entonces
por qué aquellos que aun con escasos recursos gozan de una situación
económica un poco más estable optan por enviar a sus hijos a escuelas
parroquiales: allí se garantiza el dictado regular de clases (1). Pensemos
en las esperas interminables para obtener un turno en los hospitales
públicos, en las largas filas a la madrugada para poder ser atendidos, en la
falta de insumos básicos...



Muchos de quienes contribuyen a la financiación de los bienes públicos no
los utilizan, habiendo desertado de ellos hace tiempo. Quienes los usan a
diario los sienten rotos o destartalados. Quizás esto sirva para entender
las razones por las que el discurso libertario cosecha adherentes en
diversos sectores sociales: el Estado te quita, el Estado no te da, el
Estado te hunde (2).



***



Hace tres meses Manuel se quedó sin trabajo. Cobra 50.000 pesos argentinos
del Fondo de Desempleo. Norma, su esposa, trabaja de empleada doméstica a
dos horas (un tren, dos ómnibus) de su casa y cobra la Asignación Universal
por Hijo. Los sábados va a la feria a vender ropa que le regalan sus
“patrones” para hacer algo más de plata. Sus dos hijos reciben la beca
Progresar y asisten regularmente a la escuela secundaria parroquial. Viven
“con lo justo”. Lo que ingresa en el presupuesto doméstico les alcanza para
pagar la comida, la matrícula de la escuela, las garrafas, el internet, los
teléfonos celulares, los uniformes de los equipos de fútbol de los hijos y
un curso de computación.



***



Desde la década de 1980, la zona sur del conurbano en la que realizamos
nuestra investigación fue testigo de tomas de tierras masivas, altamente
conflictivas y a menudo exitosas. Examinando los asentamientos poblacionales
que tuvieron lugar en la zona a fines de 1981, María Cristina Cravino y
Pablo Vommaro afirman: “[Estos] fueron el resultado de una ocupación
organizada, desarrollada en un momento específico y acotado. Los ocupantes
invadieron colectivamente parcelas de tierra vacante, pública o privada,
sobre las cuales construyeron velozmente sus primeras viviendas con
materiales precarios, las que luego fueron mejorando y construyendo en
firme...” (3).



Una vez asegurada (siempre de forma precaria) la posesión, la
autoconstrucción es para los sectores de bajos ingresos la manera de erigir
sus casas, con trabajo propio y con recursos (ladrillos, vigas, etcétera)
muchas veces obtenidos mediante la participación en redes de acción
comunitaria y protesta colectiva. Quienes habitan en lo más bajo de la
escala social no sólo carecen de ingresos sino también de infraestructura
básica, así como contaron y cuentan con la acción política popular para
obtener tierra y vivienda, utilizaron y utilizan en esa misma acción
colectiva (dependiendo del contexto político, más o menos transgresiva o
disruptiva) para obtener alumbrado, pavimento, veredas, escuelas, centros de
salud.



Es posible que, si se les pregunta, hombres y mujeres que participaron en
estas acciones para mejorar su hábitat y su vida cotidiana expresen su
insatisfacción con “la política”. Y una interpretación superficial –de esas
que suelen emerger en las encuestas de opinión– dirá que la antipolítica
domina la cultura política de los pobres urbanos. Pero si uno observa un
poco más atentamente, con la mirada cercana y granular de la etnografía, la
historia reciente y la lógica de sus prácticas –tomas de tierras, protestas,
reuniones comunitarias, etcétera–, detectará confianza compartida en la
acción política mancomunada. No hay deshonestidad intelectual en esa
interpretación alternativa.



***



“Pedro organizó a la gente por manzana. Él ya tenía experiencia de otras
tomas”, nos cuenta María sobre su esposo. Los “tomadores” u “ocupantes”
sabían (o reconocieron con rapidez a quienes sabían) cómo demarcar los
terrenos para las viviendas particulares, cómo abrir calles y zanjas (“Era
todo a pulmón; nos juntábamos un grupo de vecinos, un sábado o domingo, y
hacíamos la vereda”), cómo resguardar otros para espacios públicos, cómo
enfrentarse a la Policía (“Poníamos a los chicos adelante para que la
[Policía] montada no los saque... pasamos las mil y una... con las máquinas
para desalojar. Nos daban susto, querían romper las casas de chapa y
cartón”), cómo evadir el cerco policial para entrar materiales de
construcción y cómo negociar con autoridades estatales.



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En los márgenes urbanos, la política partidaria se encarna en las figuras de
funcionarios municipales, intendentes, concejales, candidatos, además de
dirigentes barriales o punteros. En nuestra investigación detectamos que el
círculo cercano a esos funcionarios y dirigentes barriales suele llenarlos
de elogios por su sacrificado trabajo, pero que buena parte de los vecinos
los ven como oportunistas, manipuladores y negociantes. Son percibidos como
personas que utilizan los problemas del barrio para fines personales. Esa
política no es vista como productora de actores colectivos que luchan por la
transformación social, económica o cultural, sino como generadora de
divisiones y como instrumento para el enriquecimiento personal.



Dicho de otro modo, entre los pobres urbanos hay una mirada más bien
escéptica respecto de la política partidaria y sus actores. Este
descreimiento no proviene de un “sistema de valores” alternativo, sino de
las reiteradas experiencias negativas con formas de hacer política que no
procuran construir sujetos y potencias colectivas (a pesar de la retórica
que así lo reclama), sino obtener ventajas particulares (“negocios para
ellos”, como escuchamos en más de una oportunidad). En el terreno áspero de
la cotidianidad barrial, en el día a día repleto de riesgos, urgencias e
incertidumbres (no en la televisión, no en Twitter, Instagram o Facebook,
donde políticas y políticos postean sus logros con sus seguidores), “el
cambio republicano” que ofrece la oposición y “el proyecto nacional y
popular” del peronismo se encarnan en personajes que, habiendo capturado al
Estado, son percibidos como predatorios, corruptos (“todos chorros”) o, en
el mejor de los casos, oportunistas. De ellos hay que sacar la ventaja que
se pueda. La política tiende a ser entendida como puro interés, como una
actividad instrumental que suele ser percibida como ilegal o inmoral.



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“Pocho (uno de los punteros del asentamiento del sureste del conurbano) es
mujeriego”, nos cuentan Valentina y Emilia. “Todos en algún momento
dependieron de él, porque económicamente te sirve. Vas y le pedís un plan…
Yo una vuelta fui a verlo. Yo estaba alquilando y necesitaba una casa, y él
quería que yo fuera la mujer para darme una casa [...] Me dijo ‘vos me tenés
que dar otra cosa’ y me miró de arriba abajo [...] Yo le dije ‘no, gracias’
y me fui a la calle”. Valentina agrega: “Pero eso lo hizo con muchas chicas.
Todas cuentan que a todas les hace eso [...] Económicamente les sirve. El
chabón te va a dar una posición o un puesto, o un trabajo como es una
cooperativa, pero ‘pasá para el cuarto primero’”.



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El punto –escribe el periodista Ted Connover en su libro Immersion: A
Writer’s Guide to Going Deep (4)– es que pasando tiempo con las personas,
estando a su lado cuando se encuentran con situaciones desafiantes, en otras
palabras, pasando el rato, aprendés mucho más sobre ellos de lo que podrías
aprender sólo realizando entrevistas. Al comer con ellos, viajar con ellos,
respirar su aire, obtenés más que sólo información. Obtenés experiencia
compartida. Y a menudo obtenés poderosas historias reales”. Durante más de
dos años, la coautora de esta nota hizo lo que Connover recomienda: pasó
buena parte de sus días entre los sectores más pobres del conurbano para
entender qué estrategias diseñaban para sobrevivir y cuándo y cómo estas
involucran la acción política.



Con base en este trabajo, no creemos que exista una visión anti-Estado o
antipolítica entre los sectores populares, sino más bien una mirada
profundamente crítica (porque está basada en interacciones regulares) hacia
hombres y mujeres que, relacionados de manera más o menos directa con el
Estado, tienen comportamientos oportunistas, predatorios o extorsivos. De
allí que la promesa de “deshacerse de ellos” encuentre en lo más bajo de la
escala social y simbólica un terreno fértil. Los sectores populares no son
antipolítica o anti-Estado, pero sí tienen una posición reprensiva frente al
caótico –y a veces corrupto– uso que hacen los políticos del Estado.



* Javier Auyero, egresado de la Universidad de Buenos Aires, profesor de
Sociología en la Universidad de Texas en Austin y profesor investigador
Ikerbasque en la Universidad del País Vasco. Su último libro, escrito junto
a Sofía Servián, se titula ¿Cómo hacen los pobres para sobrevivir? (Siglo
XXI Editores, 2023). Sofía Servián, estudiante de Antropología en la
Universidad de Buenos Aires.



Notas



1) Emilio Tenti Fanfani, “La educación escolar y la nueva ‘cuestión
social’”, Punto de Vista, N° 81, Buenos Aires, 2005; y E. Tenti Fanfani, La
escuela bajo sospecha. Sociología progresista y crítica para pensar la
educación para todos, Siglo XXI, Buenos Aires, 2021.

2) Agradecemos a Ernesto Semán habernos sugerido este punto.

3) María Cristina Cravino y Pablo Ariel Vommaro, “Asentamientos en el sur de
la periferia de Buenos Aires: orígenes, entramados organizativos y políticas
de hábitat”, ri.conicet.gov.ar, 2018.

4) University of Chicago Press, 2016.

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