[Gcap-mujeres] [alai-amlatina] Los pobres también lloran

Luisa Cruz chluisa en gmail.com
Mar Ago 25 11:33:07 UYT 2009


Hola, este artículo testimonial talvez pueda servir para algún trabajo
testimonial sobre la pobreza, la migración internacional y las mujeres...

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Date: 2009/8/24
Subject: [alai-amlatina] Los pobres también lloran
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Los pobres también lloran

Jorge Majfud

ALAI AMLATINA, 24/08/2009.- San Sebastián Nopalera, un pequeño pueblo de la
Sierra de Oaxaca, sur de México, tiene cinco mil habitantes registrados pero
allí sólo viven la mitad. Las tierras que antes daban café ahora a duras
penas dan maíz y no hay brazos para sacarles más. Sus habitantes, casi todos
mujeres y niños, sobreviven de la ayuda que envían sus hombres de las
plantaciones de Estados Unidos.

Como en una guerra entre dos países, cada año cien o doscientos migrantes
vuelvan a Oaxaca en cofres funerarios. Los trabajos para los cuales están
destinados son casi tan mortales como el cruce de la frontera.

Pero no son mujeres todas las que se quedan ni son hombres todos los que se
van. Como su hermano, un día María Isabel Vásquez Jiménez decidió irse al
otro lado con la promesa de ayudar a su madre viuda y volver en tres años
con el capital suficiente para iniciar un pequeño negocio.

El 11 de febrero de 2009 la joven de 17 años salió de su pueblo y contactó
un coyote en Putla de Guerrero que la ayudó a cruzar la frontera norte. Tres
meses después, el 11 de mayo, encontró trabajo en un viñedo de la West Coast
Grape Farming Company, cerca de Modesto, Califorina.

Como María, los indígenas mexicanos que casi no hablan español en California
son los hispanos que se dedican a la pizca, a pizcar, palabras que, como
tantas otras miles del spanglish, fueron creadas con el material sustantivo
del inglés —pick up, recoger— y moldeadas por la conjugación del castellano.

Quizás nunca podamos imaginar los miedos de María al dejar su pueblo con tan
pocos años y tan poco conocimiento del mundo exterior, sus nervios al llegar
a Putla para contactar a un coyote, el vértigo y el cansancio de su paso por
la ilegalidad. Quizás fue feliz alguno de los tres días que trabajó en la
pizca. Casi sin dudas debió ser feliz descansando al lado de su novio,
Florentino Bautista, otro inmigrante sin papeles con quien vivía y planeaba
casarse antes de regresar a México en tres años.

Pero algo salió mal. El 14 de mayo el termómetro marcó casi cuarenta grados
centígrados a la sombra. Después de nueve horas bajo el sol despiojando
retoños de las vides, María se sintió mareada. Tambaleándose, caminó hacia
su novio y antes de llegar se desplomó.

Florentino pidió ayuda y trató de reanimarla. El encargado le dijo que no se
preocupara. Esos desmayos eran algo normal.

—Aplícale un poco de alcohol y se le pasa—, le dijo

Pero María seguía inconsciente.

La pusieron en la camioneta que llevaba a la cuadrilla a sus casas y
esperaron la hora de salida.
Los paños de agua fría y las fricciones de alcohol no dieron resultado y el
conductor de la camioneta decidió llevarla a un médico. María hervía de
fiebre en los brazos asustados de su compañero. En el camino, Florentino
recibió la llamada del encargado del viñedo, Raúl Martínez, recordándole que
su novia era menor de edad, por lo cual en su declaración debía decir que se
había desmayado haciendo ejercicio para mantenerse en forma.

Llegaron a la clínica a las 5:15. Cuando los médicos contactaron que María
tenía más temperatura de la que puede soportar un ser humano, la derivaron
de urgencia al Lodi Memorial Hospital.

Dos días después, María y su hijo de dos meses en el vientre murieron de
insolación. El informe médico menciona un paro cardíaco.

Su novio, Florentino, no ha vuelto a trabajar. Tampoco ha recibido ninguna
llamada en su celular. Pero el fiscal de distrito, James Willett, ha acusado
a María De Los Ángeles Colunga, propietaria de la compañía de trabajo, a
Elías Armenta, director de seguridad y al supervisor Raúl Martínez por no
haber provisto a los trabajadores de sombra y agua, por no poseer asistencia
en caso de insolación y por mentir en el proceso.

El gobierno de México, como es su costumbre, manifestó su preocupación por
las injustas condiciones en que trabajan los mexicanos en Estados Unidos.
También el gobernador de California, Arnold Schwarzenegger, lamentó la
muerte de María.

Al igual que María, alguna vez en su juventud Schwarzenegger fue un
inmigrante ilegal, aunque su esfuerzo y sudor lo dejó en un gimnasio de
Santa Monica, no en los campos de producción agrícola. El mundo lo conoce
como el actor que en 1984 dio vida al cyborg The Terminator, el
hombre-máquina enviado por las máquinas inteligentes del 2029 al año 1984
con el objetivo de terminar con la resistencia de los humanos eliminando al
futuro líder guerrillero antes de nacer. En su remake hollywoodense de
Herodes, la casi invencible máquina es derrotada por la pareja de humanos y
la madre del futuro rebelde, Sarah —Sarai—, logra huir. Finalmente aparece
meses después en México. En una gasolinera, un niño mexicano le toma la
fotografía que viajará por el tiempo normal hasta las manos de su hijo y
luego de su padre. John, el líder rebelde, podía haber sido un mexicano,
hijo de una inmigrante ilegal huyendo de su propia tierra. Hoy tendría
veinticinco años y probablemente estaría cruzando la frontera. Pero si su
madre hubiese sido una mexicana pobre, como María, quizás hubiese tenido que
enfrentar una pesadilla peor que la del cyborg y el futuro rebelde jamás
hubiese nacido.

El miércoles 27 de mayo de 2009, el cuerpo de María salió de la iglesia
católica de St. Anne de Lodi, California. El viernes 29 pasó por Asunción
Nochixtlán en un ataúd blanco y, después de seis horas de camino, llegó a su
pueblo en la sierra. Su humilde dormitorio fue la capilla ardiente. En la
cabecera pusieron esa foto que se la ve sonriendo, poco antes de partir. Más
abajo, la corona de flores y una nueva deuda para la madre.

Sepultaron a María y a su retoño vestida de novia, de madre novia. No tuvo
misa, porque el pueblo no tenía párroco y ninguno pudo llegar hasta la
capilla del pueblo.

En el dormitorio vacío de María quedó Jovita Margarita Jiménez Bautista,
mirando la fotografía sonriente de su hija. Su madre viuda, o como se llame.
Porque en español hay nombres para un hijo que pierde a una madre, para una
madre que pierde a su esposo, pero no hay nombre para una madre que pierde a
una hija. Seguramente en ningún idioma hay un nombre para tanto dolor y
tanta injusticia.

- Jorge Majfud, PhD, Lincoln University, School of Humanities, Department of
Foreign Languages and Literatures. www.majfud.50megs.com -
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