Argentina/ la historia de David Moreira, el joven "ajusticiado" en Rosario [Sandra Russo]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Abr 12 02:48:02 UYT 2014


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 12 de abril 2014

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A l’encontre – La Brèche

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Argentina

 

La historia de uno de los “ajusticiados”

 

El buen nombre de David Moreira 

 

 

Sandra Russo

Brecha, Montevideo, 11-4-2014

http://brecha.com.uy/

 

 

Gracias a La Garganta Poderosa,* que de estas cosas –de víctimas que nunca
son visualizadas como tales, ni por las instituciones ni por los medios–
sabe más que muchos, se pudo oír la voz de la madre de David Moreira, el
chico señalado como un ladrón y asesinado a patadas en el barrio Azcuénaga,
de Rosario, donde tampoco eran nuevas esas confusiones: dos semanas antes
otros dos jóvenes que andaban en moto también fueron confundidos con
ladrones por un grupo de remiseros, que los persiguieron a tiros. Los de la
moto creían que los perseguían para robarles la moto, hasta que se cayeron y
a uno de ellos lo molieron a palos, sin enterarse, y a esa altura sin que
tuviera importancia, si eran ellos los culpables de algo o eran otros. Es
necesario retener en la memoria el peso del asesinato de David, porque
aunque él hubiese sido el verdadero ladrón de carteras, su asesinato
seguiría siendo un homicidio. Pero su familia y sus amigos dicen que David
no era un ladrón. Eso reclamó enseguida su familia: salvar su buen nombre.
No se podrá esclarecer ese caso, porque David ya fue declarado culpable y
escarmentado hasta la muerte en el medio de la calle. Las crónicas sobre su
muerte fueron el disparador de otras similares aunque no tan extremas. El
nombre de David quedó sepultado entre otros sin nombre. La cosificación de
los pobres, en las oleadas de mano dura, es lo primero que sucede.

 

En este equívoco de la turba que persigue al ladrón pero termina linchando
al que se le parece –porque al que se persigue es a un fantasma–, se basa la
cosificación del otro, sea cual fuere el otro, si una mujer, si un negro, si
un pibe, si un sin techo. El linchamiento de David fue uno de los primeros,
y a pesar de que terminó con su muerte y a pesar de que su familia afirma
que no era él el ladrón, esa confusión, esa posibilidad de equivocación
quedó tapada en los debates televisivos. Ese dato –¿y si nos equivocamos?–
no perturbó a ninguno de los exaltados que brotaron como un herpes en
diversos puntos del país, ya evidentes contagiados mediáticos con ansias de
liberar eso que no tuvo un repudio unánime ni general. Los grandes medios –y
otros más chicos que ya se alinearon con ellos– lo presentaron como un
debate posible: “¿Está bien o mal linchar?”. A la historia de la confusión
de los vecinos de Rosario se la tragaron la dinámica periodística y la
miseria política de sus líneas editoriales. Pero no es menor esa confusión,
y el margen que este estallido de barbarie le deja a esa confusión. Por esa
grieta delgada se filtra la violencia social indiscriminada y sin más salida
que el crescendo.

 

Cuando se desatan estos bajos instintos sociales, es en esa posibilidad de
equívoco en la que intentan hacer pie sus promotores: el “caos” es
precisamente la ruptura de las causas y las consecuencias. La aprobación o
la justificación de una condena a muerte ejecutada de facto por una banda de
exaltados que aunque sean designados con la palabra “vecinos” actúan como
bestias, la justificación, decía, es la piedra libre para que sea linchado
cualquiera. Es el abecé del terror. No hay que saber teoría del derecho –en
lo que Sergio Massa se excusa– para advertir que, si se animan las turbas,
el linchado no será necesariamente el ladrón, sino el que pase corriendo y
al que le griten ladrón. Ese es el núcleo duro del escenario que vienen a
proponerle a esta sociedad ahora, 38 años después del último golpe militar,
quienes se llaman a sí mismos “renovadores” y que se dejan asesorar y rodear
por los residuos del funcionariado judicial que acompañó a la dictadura. En
ese escenario basta un grito señalando a alguien para direccionar la furia
bestial en su contra.

 

La cosificación consiste en borrar todas las huellas personales de alguien,
para reducirlo a un vago objeto de odio, de un odio que tampoco es
estrictamente personal. Da lo mismo cómo se llame, da lo mismo si tiene o no
familia, da lo mismo lo que hizo o lo que no hizo. Algo habrá hecho, parecen
decir las patadas a mansalva de quienes se animan unos a otros para ver
quién es más macho en la acepción más caricaturesca del término. Es un
instinto de eliminación que lo primero que elimina es la subjetividad del
que lo experimenta. Por eso las turbas son turbas y capaces de cualquier
cosa, porque ellas también están integradas por cosas. Porque quienes las
componen se descomponen en ellas, degradados. De todavía mucho más abajo de
nuestros impulsos animales, de allí sale esa fuerza que hace del otro una
cosa a disposición para vomitar sobre ella la descarga de furia.

 

Gracias a la madre de David Moreira –esa cosa de 18 años pateada por otras
cosas que terminaron matándolo– nos enteramos de que había nacido un 4 de
enero y que en su último cumpleaños había decidido, con sus ahorros,
tatuarse en el tobillo el nombre de sus hermanitos menores, Micaela, Elías y
Tomás. Nos enteramos de que, como su papá era vendedor ambulante y estaba
poco en la casa, David ayudó a criar a esos hermanitos. Que había dejado el
secundario y que su mamá se enojó mucho, pero quiso ayudar en la casa y
empezó a trabajar como albañil. Que él creció rodeado de cariño. Que tuvo
padres y tíos que lo quisieron mucho. Que era muy tímido, que se ponía
colorado enseguida, pero que igual tenía muchos amigos. Nos enteramos de que
ese chico muerto por las patadas de esos extraviados no era de los que viven
en la calle. Que tenía una relación tan estrecha con su madre que la llamaba
siempre para decirle dónde estaba o a qué hora iba a llegar. Que era hincha
de Central. Que esa tarde que no llegó a su casa su madre creyó que tal vez
había ido a la cancha, pero después averiguó que no, que David había
decidido, tal como le había dicho, no gastar en la entrada. Cuidaba cada
peso. Su billetera, cuando cobraba, se la daba a su madre, y le decía: “Sacá
lo que necesites”. Hasta de su cuerpo hubo otros que pudieron sacar lo que
necesitaban: la familia de David donó sus órganos a siete personas que
estaban en lista de espera. “Se fue mi mano derecha, mi David querido, pero
hay muchos como David que pueden ser asesinados o maltratados”, escribió su
madre en la carta a La Garganta Poderosa.

 

Pero el agite mediático se olvidó de él. No está en agenda. El debate
vergonzante que surgió de su asesinato insiste en si está bien o está mal
linchar ladrones. David ha quedado sumergido bajo la maraña de falacias y
reducciones que perforan los tímpanos desde las pantallas o las radios. Fue
privado de la vida y de la oportunidad de un buen nombre. El proyecto de
país que late bajo este tipo de violencia reintroduce la idea de la
población sacrificable. n

 

*  Revista mensual de cultura villera, editada por la organización social La
Poderosa desde 2010.

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