Venezuela/ Guarimba por la renta: la debacle del chavismo y las necesidades de la clase obrera [Eduardo Sartelli]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Abr 17 01:37:12 UYT 2014


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 17 de abril 2014

germain5 en chasque.net

A l’encontre – La Breche

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Venezuela



Guarimba por la renta



La debacle del chavismo y las necesidades de la clase obrera venezolana



¿Usted cree que en Venezuela se está perpetrando un golpe fascista a Maduro?
Si su respuesta es afirmativa, lo invitamos a conocer la verdadera situación
venezolana y las tareas que tienen que emprender la izquierda en beneficio
de la clase obrera.



Eduardo Sartelli

Razón y Revolución

http://www.razonyrevolucion.org/





La estructura económica venezolana, como la ecuatoriana, la boliviana y la
argentina, tienen una matriz común: las cuatro dependen de la renta
(petrolera, gasífera, agraria). A partir de esa base común se organizan
sistemas productivos relativamente sencillos, incluso en el caso argentino,
el más complejo de todos ellos. Son capitalismos chicos, que compensan su
atraso relativo, es decir, la menor productividad del trabajo que impera en
sus fronteras, con los ingresos extra que supone el monopolio del elemento
fuente de renta. De allí que, históricamente, las diferentes clases y
fracciones que componen la estructura social (incluyendo al capital
extranjero) construyen, destruyen, arman y desarman alianzas en torno a la
disputa de la renta. El reformismo, cualquiera sea la forma ideológica que
asuma, tiene, en estos países, su base en alianzas entre fracciones
burguesas, pequeño-burguesas y obreras, cuya función consiste en apelar al
“pueblo” como masa de maniobra en las disputas intra-burguesas. El chavismo,
el masismo, el peronismo, eso que algunos llaman “populismo”, son la
expresión fenoménica de estos procesos.



Siendo en general muy similares, cada uno de estos epifenómenos de la lucha
de clases tiene su peculiaridad. En una estructura tan simplificada como la
venezolana, el control de una sola empresa (PDVSA) crea un poder de
arbitraje fabuloso para quien detente el poder del Estado. Recordemos
brevemente cómo es el país de Bolívar. Por empezar, una burguesía nacional
reducida y débil, dependiente del Estado en grado sumo, dominada por las
fracciones mercantiles y financieras, con una muy pobre presencia
industrial. Por debajo, una extensa capa de pequeña burguesía ligada sobre
todo al pequeño comercio y los servicios, incluyendo un amplio funcionariado
estatal. Una amplia clase obrera se divide una pequeña fracción industrial,
una mayor cantidad de empleados mercantiles y de servicios y una gigantesca
masa de población sobrante. El rasgo dominante de la estructura social
venezolana es esta debilidad general de la burguesía nacional combinada con
la extensísima presencia de la población sobrante. No se trata de un
panorama exclusivo de Venezuela, sino que se repite en muchos países
latinoamericanos.



Estas características peculiares han confundido a muchos compañeros que
tienden a ver a las masas desocupadas, semi y seudo-ocupadas (parados, con
empleo precario, estacional o temporario, empleados en empresas por debajo
de la productividad media, vendedores callejeros, empleados estatales
excedentes, masas rurales, etc.), como no obreros. Campesinos, indígenas,
cuentapropistas, auto-empleados o “trabajadores”, son conceptos usualmente
utilizados para describir a estas masas, lo que tiene por consecuencia
ocultar a la población sobrante como capa de la clase obrera. A esta
situación se suma la tradición de la izquierda revolucionaria
latinoamericana que tiende a ver como “sujeto revolucionario” sólo a la
clase obrera fabril y que define como “campesino” todo lo que transita por
el campo. De las peculiaridades de la estructura y las tradiciones heredadas
obsoletas, la izquierda latinoamericana tiende a recaer permanentemente en
una especie de menchevismo espontáneo que reproduce la política de alianzas
con la burguesía “progresista” que desarrollaron los partidos comunistas
estalinistas desde los años ’30 del siglo pasado. Esta tendencia es común a
maoístas, estalinistas, socialistas “nacionales”, trotskistas y guevaristas,
todos los cuales coinciden en que Latinoamérica es un continente de naciones
incompletas en las que, o la burguesía (maoístas, estalinistas,
nacionalistas, guevaristas), o el proletariado (trotskistas) tienen que
culminar la tarea.



Estas conclusiones estratégicas son las que han llevado a muchos a
denominarse socialistas con algún aditamento que explique la evidente
distancia entre los dichos y los hechos. El “socialismo del siglo XXI” es su
formulación más célebre y no por ello menos mentirosa. En efecto, el
chavismo no alteró en ningún grado significativo la estructura de la
sociedad venezolana, no importa cuál haya sido el grado de distribución de
la renta alcanzado o los beneficios que haya aportado a la condición de vida
de las masas. En realidad, el chavismo no es más que una alianza de
fracciones de clase con dominio burgués, lo que Marx denominaba
“bonapartismo”. Esa alianza reúne a las fracciones más débiles de la
burguesía venezolana, a la pequeña burguesía y a la clase obrera, en
particular, a la capa constituida por la población sobrante. Básicamente,
“boliburguesía” y población sobrante son las bases del bonapartismo
chavista, cuyo personal político se recluta fundamentalmente en el aparato
del Estado, las fuerzas armadas, junto con un sector proveniente de filas
obreras. Por fuera de la alianza quedan, por arriba, las fracciones más
poderosas de la burguesía y el proletariado industrial. La primera se
organiza a través de las variantes derechistas que conforman la “oposición”
y los segundos en los partidos de izquierda revolucionaria no incorporados
al chavismo. La fuerza del chavismo resulta de aglutinar a la mayoría de la
población en torno del reparto de la renta. Mientras esta se mantuvo a alto
nivel, su primacía resultó incontestable. Con su decadencia, se abra la
crisis.



La crisis y la clase obrera



El bonapartismo venezolano atraviesa su peor crisis, luego de más de una
década de gobierno. La inflación llegó al 56% en 2013, el nivel de
desabastecimiento es del 30%, los cortes de luz se multiplican y falta agua.
En breve, se anunciará un aumento de los combustibles. Las condiciones de
vida de la clase obrera descienden abruptamente y los reclamos no se han
hecho esperar. Previamente a la marcha organizada por Leopoldo López, el 12
de febrero, trabajadores petroleros, gráficos, estatales, automotrices
habían emprendido sendos planes de lucha contra la precarización y contra
los despidos. Las bases sindicales del chavismo son cada vez más reducidas.
Las elecciones resultaron en un completo fracaso para toda la política
burguesa. Si el chavismo se jacta de haber ampliado su ventaja en términos
porcentuales, debería tomar nota de que perdió un millón y medio de votos en
relación al último comicio. La oposición, claro, perdió cuatro millones, por
eso ha buscado un recambio.



La crisis provoca, primero que nada, la ruptura de la alianza chavista. Los
rumores del destronamiento de Maduro, un hombre ligado por origen a la
población sobrante, por Diosdado Cabello, un representante del aparato del
Estado y cercano a la boliburguesía, son síntoma de que una parte de la
alianza busca resolver la crisis a costa de la otra. La inflación y el
desabastecimiento son los elementos desencadenantes de la crisis en la
alianza chavista. Su resultado es el engrosamiento de la oposición, que
recluta proporciones crecientes de los componentes del chavismo. No es
cierto que la clase obrera venezolana no haya estado en la calle luchando
del lado opositor. De hecho, no hay forma de que en Venezuela un candidato
se arrime al 50% de los votos sin recoger amplias simpatías entre el
proletariado. En este terreno, a mitad de camino entre Maduro y López, se
mueve Capriles y con él, el imperialismo en general, incluyendo sus socios,
como Colombia. Porque no es cierto, tampoco, que la oposición quiera la
caída de Maduro. Eso sólo es pretensión de López y los sectores más
extremos, pero minoritarios, de un arco político muy amplio. Solo los locos
del Tea Party y alguno que otro más apoyan a López y Machado. La apuesta de
Capriles y la mayoría del arco opositor es que el chavismo caiga solo, de
ser posible, en las urnas, envuelto en una crisis generalizada que opere de
hecho el ajuste de la economía venezolana. Acelerar la crisis sólo
reforzaría al ala dura del chavismo dominada por Cabello, sobre el cual se
recostaría Maduro en última instancia, además de entregarle el poder a
Capriles antes de que la crisis reordene las variables económicas por sí
sola y lo obligue a realizar un ajuste que pondría en jaque a un gobierno
opositor a poco de arribado al poder. El riesgo, para esta estrategia, se
encuentra en la posibilidad de una recomposición de la renta que permita al
Gobierno restablecer la situación, algo que hoy parece lejano.



Por lo tanto, a diferencia de lo que dicen los chavistas más recalcitrantes,
no estamos en un escenario de estabilidad, el cual los fascistas vendrían a
romper. Esta avanzada de la derecha no se produce, como en el 2002, en el
marco de una creciente influencia política de los trabajadores y su
expresión en conquistas económicas, sino que se monta en un proceso de
quiebre de la relación entre el chavismo y la clase obrera. Eso es lo que
explica dos elementos a tener en cuenta. El primero, que entre las consignas
principales de la marcha sea la exigencia con terminar con el
desabastecimiento y la inflación. Es decir, que se levanten reclamos
netamente obreros. El segundo, la presencia de la clase obrera en esas
marchas, reconocida incluso por dirigentes de izquierda que no la apoyan
(como Chirino) y chavistas que hablan de “demagogia”. Eso no quiere decir
que hayan movilizado a millones. En la última marcha de “unidad” opositora,
La Nación –un diario afín a Capriles- informó la asistencia de sólo 50.000
personas. La diferencia que hace la oposición es más bien a nivel nacional.



Maduro ha tenido dos reacciones: llamar a la movilización popular y apelar a
las fuerzas armadas. La primera, ha sido un fracaso: ha juntado 40.000
personas en Caracas. La segunda, la militarización de Táchira, la promoción
del personal militar, además y la creación de “milicias obreras” controladas
por Maduro, a lo que se suma un virtual estado de sitio en todo el país. Se
trata de un ataque a la clase obrera y a sus posibilidades de reclamo, por
más que se disfrace del combate al fascismo. No se puede permitir que en
nombre del combate a los “golpistas” se les impida a los trabajadores
reclamar una salida obrera a la crisis. En ese contexto, el llamado a la
“paz” por el gobierno se revela como el intento de crear un cogobierno
Maduro-Capriles, que enfrente la situación y aplique un ajuste consensuado.



Con todo, la llave del conflicto sigue sin aparecer: el grueso de la
población obrera, la sobrepoblación relativa, la que habita barrios como el
23 de enero o el Petare en Caracas, todavía no se ha pronunciado. El núcleo
de la estabilidad política en Venezuela se encuentra en el control de esta
población. Todavía el chavismo puede aspirar a él siempre que sostenga a los
subsidios y a las misiones. Su desmantelamiento daría aire económico a la
burguesía venezolana, pero podría constituir un suicidio político en estas
condiciones.



La izquierda y la crisis



Para la izquierda revolucionaria se inicia un período de prueba. Esta
izquierda es muy débil, como resultado del impacto del chavismo y su
capacidad de arrastre de las masas, pero también por sus decisiones
estratégicas. En primer lugar, buena parte de ella ha sucumbido
ideológicamente al chavismo, incorporándose al PSUV o realizando una
política de “entrismo” más o menos explícito, ya sea organizativo o bajo la
forma de “apoyo crítico”. Otros, que han sabido resistir a estas presiones,
lo han hecho, en general, desde un obrerismo extremo, que abandona la
población sobrante a manos del chavismo, concentrándose en el proletariado
fabril. Se condena así a la inanidad social y a la irrelevancia política.
Así, entre el Frente popular y el sectarismo, la izquierda resulta incapaz
de acaudillar a las masas en la resistencia al ajuste en marcha, que no hará
más que profundizarse, con cualquiera de las variantes burguesas que se
disputan la capitalización de la crisis.



Una estrategia posible de acción se encuentra ya a mano, provista por la
historia del movimiento socialista. Nos referimos al Frente único. Las
organizaciones de izquierda revolucionaria deben llamar a todas las
organizaciones obreras, provengan del arco ideológico que sea, a conformar
un organismo centralizado, un congreso nacional de trabajadores ocupados y
desocupados de todas las ramas de la economía, a fin de construir un
programa contra el ajuste:



1. Aumento salarial de emergencia.

2. Freno a la inflación sin afectar los ingresos obreros, sean salarios,
planes sociales, misiones, etc.

3. Resolución del problema del desabastecimiento.

4. Estabilización de la moneda.

5. Ataque profundo a la corrupción estatal.

6. Plan nacional inmediato para resolver el problema de la seguridad.

7. Contra la militarización de la vida política y por el desarme de todos
los elementos represivos paraestatales.

8. Nacionalización de todas las empresas que colaboren en el
desabastecimiento.

9. Nacionalización del comercio exterior bajo control obrero.

10. Ocupación de todas las empresas cerradas o vaciadas.

11. Control obrero de la producción en todas las empresas.



Los trabajadores deben exigir la derogación inmediata de la Conferencia
Nacional de Paz y la instauración de un Comité de Crisis integrado por
delegados de los organismos obreros. Para ello, la población que ya se está
movilizando debe organizarse por barrio y/o lugar de trabajo y debatir un
pliego de demandas y un curso de salida a la crisis, con la perspectiva de
desarrollar un Congreso Nacional de Trabajadores Ocupados y Desocupados. Si
Maduro quiere derrotar al fascismo, entonces que deje de reprimir obreros,
saque al ejército y de lugar a la clase obrera organizada. Si la derecha
quiere combatir el desabastecimiento, entonces que deje de organizar el
ajuste y permita a los principales perjudicados encabezar el reclamo y
dirigir las acciones.

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