Ucrania/ Rusia/¿por qué no hay un movimiento antiguerra? [Ilya Budraitskis]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Ago 18 11:23:35 UYT 2014


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 18 de agosto 2014

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A l’encontre – La Breche

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Ucrania/Rusia

Ucrania y el movimiento antiguerra en Rusia

Ilya Budraitskis

Colta 

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Traducción de Viento Sur

¿Por qué no hay un movimiento antiguerra en Rusia? ¿Por qué hoy por hoy son
muy pocos los que están dispuestos a salir a la calle y acusar públicamente
al Estado de prolongar la guerra en Ucrania oriental? Estas son las
preguntas que seguimos planteándonos quienes hace unos cuantos meses
apoyamos la “marcha de la paz” del 15 de marzo en el centro de Moscú. Este
círculo de personas no deja de reducirse, pero sobre todo incluso aquellas y
aquellos que en su fuero interno todavía apoyan las protestas ya no están
seguros de que las manifestaciones sirvan para cambiar nada.

Si existe algún punto de consenso entre diversos estratos sociales y
culturales en el nuevo estado de guerra (o de preguerra) en que está
hundiéndose la sociedad rusa, sin duda es esta conciencia agobiante e
inquietante de la propia impotencia frente al poder elemental del conflicto
entre Estados. Y sin un sistema de coordenadas ni siquiera inestable, cada
ciudadano por sí solo se ve abrumado por el flujo de noticias. La mente no
puede soportar la presión y capitula ante la lógica inasible y opaca de los
acontecimientos, una lógica que parece obedecer cada vez menos a alguna
voluntad concreta. “Al no saber cómo controlar la guerra, la guerra controla
la conciencia”, escribió León Trotsky sobre la guerra de comienzos del siglo
que algunos recuerdan hoy tímidamente.

Los desafortunados habitantes de Lugansk y Donetsk se hallan actualmente en
la primera línea del encontronazo con los elementos destructivos de la
guerra. Su testimonio en las redes sociales –el intercambio de datos
dispersos sobre los muertos, las fotografías de la destrucción de los
bombardeos de artillería, las peticiones de empatía elemental y las
respuestas que reciben– es la voz de las víctimas, la voz de quienes ya han
perdido. Allí no hay separación entre los partidarios de la “Nueva Rusia” o
de la “Ucrania Unida”, no esperan la victoria de “su bando”, sino únicamente
la paz… no importa de dónde, en qué condiciones, desde qué poder. En vez de
casas, infraestructuras, escuelas y hospitales, en el este de Ucrania es la
sociedad la que está siendo destruida prácticamente hasta los cimientos. Y
esto significa que el vencedor, capaz de llevar la estabilidad aunque sea a
las ruinas humeantes, obtendrá tal grado de sumisión y obediencia con el que
ningún Estado ni siquiera podría soñar en tiempos de paz.

Las ondas expansivas de esta bárbara destrucción alcanzan a la población de
ambos lados de la frontera. Ya es un lugar común afirmar que desde el pasado
mes de marzo la política interior parece haber desaparecido en Rusia. Es
más, de acuerdo con la afirmación del filósofo Jacques Rancière, es posible
afirmar que la política “como forma de actividad humana basada en el
desacuerdo” ha desaparecido rápidamente, y a la inversa, que la política de
Estado como “arte de gestión de la comunidad” ha alcanzado la perfección.
Todo lo que se desvíe siquiera un milímetro a la izquierda o la derecha de
la línea presidencial queda devaluado al instante, hipotecando cualquier
atisbo de pensamiento independiente. Aquellos que tratan de aplaudir al
Estado con más fuerza que los demás son políticamente tan invisibles e
impotentes como quienes se oponen al mismo. Los patriotas que apoyan a su
Estado se convierten instantáneamente en su instrumento obediente. Los
liberales que critican a su Estado comienzan a hablar, lo quieran o no, como
defensores del enemigo.

La lógica de la guerra conduce inevitablemente a la identidad del Estado y
el pueblo, a la completa fusión de ambos, anulando sin piedad toda veleidad
de “desacuerdo”. Esta identidad no solo se basa, contrariamente a una
opinión muy extendida, en el chovinismo que impregna rápidamente la
conciencia colectiva. La “unidad nacional” que comporta la guerra, a la que
estamos aproximándonos actualmente, extrae su fuerza del miedo a la
inestabilidad, de las expectativas de defensa desde arriba, de la sensación
de que los súbditos y los gobernantes se hallan, a fin de cuentas, “en el
mismo barco”. Es difícil describir qué improbable libertad de actuación
tiene el Estado, en esta situación, con respecto a sus ciudadanos. Esta
victoria de la elite dirigente sobre su propia sociedad –al menos a corto
plazo– contrarresta las pérdidas y sanciones y la vergüenza del aislamiento
internacional. Hoy por hoy es imposible predecir cuánto durará este estado
de cosas, y en cualquier caso el éxito previo de la “unidad en tiempos de
guerra” ha sido capaz a menudo de mantener a la mayoría en absoluta sumisión
durante años.

Así pues, ¿por qué es necesario un movimiento antiguerra en estos momentos?
Hay que reconocer que casi nunca un movimiento antiguerra civil, por muy
masivo que fuera, ha sido capaz de detener una guerra. Desde el comienzo de
la primera guerra mundial tuvieron que pasar más de tres años de muerte y
destrucción a gran escala para que los defensores de la “paz sin anexiones
ni indemnizaciones” dejaran de constituir una minoría marginal en los
distintos países y configuraran una fuerza capaz de cambiar el curso de los
acontecimientos. El conocido movimiento contra la intervención de EE UU en
Vietnam intentó ganarse a la opinión pública occidental durante casi una
década antes de que un nuevo presidente, a la vista de las graves pérdidas,
pudiera emprender la retirada de las tropas. Finalmente, en febrero de 2003
el gobierno de Tony Blair se pasó por el forro la manifestación contra la
invasión de Irak más grande de la historia (con más de un millón de
participantes), que tuvo lugar en Londres.

Sin embargo, incluso en estos casos en que estaba nadando contra la
corriente, el movimiento antiguerra desempeñaba una función muy importante:
decir la verdad. La propaganda del Estado, que ha demostrado en los últimos
meses su poder colosal, no solo miente por mentir: en condiciones de “unidad
en tiempos de guerra”, la mentira se convierte en la continuación directa de
la acción militar y constituye el principal instrumento para reforzar el
“frente interno”. Y la confianza en esa mentira y la simpatía con su
propagación se convierten en una virtud civil, en una comprensión
responsable del “interés del Estado”, del que cada ciudadano y ciudadana
comienza a considerarse un agente. En los últimos meses, muchos de nosotros
hemos descubierto que solo podemos saber la verdad con la ayuda de la
comparación con las mentiras de guerra que emiten los dos bandos
enfrentados. Hoy por hoy, este es el único método disponible, aunque
encierra un peligro enorme: en cualquier momento uno de los dos bandos puede
empezar a sonar más convincente.

El movimiento antiguerra, si realmente desea reintroducir el desacuerdo en
la sociedad, debería mantener una “tercera posición”. Las víctimas, los
derrotados e intimidados, todas las personas cuya voz propia ha sido
acallada por la “unidad en tiempos de guerra”, deben recobrar la voz en el
seno del movimiento antiguerra. Este movimiento no debería determinar el
mayor o menor grado de responsabilidad de cada bando, no debería “comprender
el punto de vista” de quienes jamás han asumido nuestro punto de vista.
Exactamente por esta razón, en la situación actual el movimiento antiguerra
en Rusia, cuando protesta contra su propio gobierno, puede ser honesto y
eficaz hasta el final si va de la mano con el mismo tipo de movimiento en
Ucrania. Tanto en Moscú como en Kiev debemos cuestionar permanentemente el
derecho del Estado a monopolizar la representación de “la nación”.

Esta “tercera posición” –apenas escuchada, casi inadvertida– puede perderse
fácilmente en el patetismo humanista de los portadores voluntarios o
involuntarios de la mentira del “interés del Estado”. Si un análisis de la
situación en Donbás prescinde totalmente de la interferencia de Rusia y los
acontecimientos se interpretan exclusivamente en términos de “guerra civil”
en que el gobierno de los oligarcas de Kiev lucha contra su propio pueblo,
en el análisis contrario todo se reduce a una intervención oculta de Rusia y
por consiguiente todos los elementos del conflicto interior desaparecen, y
entonces nos encontramos con una nueva variante de la “astucia de guerra”.
Decir la verdad no solo significa desenmascarar la propaganda, sino también
denunciar los motivos del conflicto militar: la lucha por el gasto militar,
la redistribución de los mercados y las tierras, la determinación de ganar
el control absoluto sobre los de abajo en interés de la elite. Hace cien
años, este mensaje, aparentemente radical, utópico e ingenuo, acabó
cambiando el mundo. Y este hecho puede aportar, ojalá, un grano de esperanza
en nuestro mundo desesperado.

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