Debates/ la lógica turbulenta del capital y el último libro de David Harvey [Esteban Mercatante]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Mar Ago 19 00:33:30 UYT 2014
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Correspondencia de Prensa
boletín informativo – 19 de agosto 2014
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Debates
La lógica turbulenta del capital
En este se discute las ideas centrales del último libro de David Harvey,
geógrafo marxista que ha escrito libros monumentales sobre El Capital, la
modernidad, y analizado el despliegue de contradicciones que realiza el
capitalismo en su producción del espacio, entre otros varios tópicos. Su
último libro define las que considera las diecisiete contradicciones
centrales del capitalismo en su fase actual y esboza en sus páginas finales
una alternativa no capitalista a partir del "humanismo revolucionario".
Esteban Mercatante
Ideas de Izquierda N°11, Buenos Aires, julio 2014
http://ideasdeizquierda.org/
En el principio, fue la crisis. Allí inicia Diecisiete contradicciones y el
fin del capitalismo (1), de David Harvey. Su premisa es que el capitalismo
no sobrevivirá tal como era –si es que lo hace– después de las ondas
expansivas que sigue produciendo la quiebra de Lehman Brothers en 2008. En
el curso de las crisis, “las inestabilidades del capitalismo son
confrontadas, rediseñadas y reconfiguradas para crear una nueva versión de
lo que hace al capitalismo”. Las crisis también alteran de forma profunda
las ideas, instituciones y relaciones entre clases. Lo peculiar de la crisis
que atravesamos es que, ya transcurriendo el sexto año de iniciada, “debería
haber ya diagnósticos en disputa sobre lo que está mal, y una proliferación
de propuestas para enmendarlo.
Es extraordinaria la escasez de nuevos abordajes o políticas”. Las
respuestas hasta el momento se mueven entre el intento de continuar y
profundizar las políticas neoliberales de los últimos treinta años, o algún
keynesianismo diluido, con poca atención –señala Harvey– en el énfasis de el
economista británico en las políticas distributivas (aunque desde la salida
del libro de Harvey el economista Thomas Piketty ha creado un best seller
referido a la desigualdad del ingreso y la riqueza (2). Ambos lineamientos
políticos siguieron contribuyendo al enriquecimiento de los súper ricos, que
continuaron multiplicando sus fortunas desde la quiebra de Lehman hasta hoy.
La izquierda “tradicional” (partidos políticos y sindicatos) tampoco muestra
capacidad de montar una oposición sólida al poder del capital, y sus
exponentes hoy aparecen concentrados en “operar principalmente fuera de
cualquier canal institucional o de oposición organizada, en la esperanza de
que acciones de pequeña escala y activismo local puedan finalmente llevar a
alguna alternativa macro que sea satisfactoria”. Es en este contexto que
Harvey presenta su libro, y pone en juego una vasta elaboración entre la que
se cuenta Los límites del capital y de la teoría económica marxista, El
enigma del capital, y los estudios recopilados en Espacios del capital, por
solo mencionar algunos. Este libro expone con rigor una mirada integradora y
una exposición sencilla de las contradicciones que caracterizan al capital
en su configuración actual.
La maquinaria económica del capital en estado “puro”
El objeto de su libro, nos previene, no será el capitalismo sino el capital.
¿Qué significa esta distinción? Con capitalismo Harvey refiere a cualquier
formación en la que los procesos de circulación y acumulación de capital
resultan dominantes en la configuración de la vida social, en términos
materiales e intelectuales. Las contradicciones que atraviesan el
capitalismo no se remontan, en todos los casos, a la acumulación de capital,
como es el caso de las de género o de raza. Aunque “son omnipresentes en el
capitalismo no son específicas a la forma de circulación y acumulación que
constituye la maquinaria económica del capitalismo”. Es esta maquinaria
económica la que constituye el centro del análisis de Harvey. El tratamiento
de la circulación y acumulación de capital como un “sistema cerrado” apunta
a identificar sus principales contradicciones internas.
Las contradicciones, en el sentido planteado por Harvey, surgen “cuando dos
fuerzas en apariencia opuestas se encuentran presentes de forma simultánea
en una situación particular, un ente, un proceso o un suceso”. Como el
título del libro lo indica, Harvey aborda diecisiete de ellas, que
caracterizan al capitalismo contemporáneo.
Estas se organizan en tres niveles: siete contradicciones fundacionales,
otras siete que denomina contradicciones móviles, y tres contradicciones
peligrosas. El primer grupo está asociado a rasgos básicos de funcionamiento
del sistema, invariables a lo largo de su historia. La más elemental de las
contradicciones la constituye la relación entre valor de uso y valor de
cambio. Harvey elige abordarla desde lo que ha sido una de las expresiones
más elocuentes de esta contradicción en tiempos recientes como es la
cuestión de la vivienda, que estuvo en el corazón de la burbuja que estalló
en 2007. De forma creciente, las necesidades son definidas y dominadas por
el valor de cambio, ya que el capital se encuentra empujado de forma
permanente a incursionar en nuevas esferas de la producción social:
Por este motivo, numerosas categorías de valores de uso que eran provistos
de forma gratuita por el estado han sido privatizadas y mercantilizadas
–vivienda, educación, salud y servicios públicos han ido en esta dirección
en varias partes del mundo.
Continúa analizando la contradicción entre el valor social y su expresión
necesaria –en términos de Marx– en el dinero. Este permite que la polaridad
de la mercancía entre valor de uso y valor, se pueda desplegar, facilitando
el intercambio. Pero también crea las condiciones para que el centro de la
escena lo ocupe el crecimiento sin fin del valor, la acumulación. El dinero,
“a diferencia del valor social que representa, es inherentemente apropiable
por personas privadas”, y esto significa “que puede ser acumulado sin límite
por personas privadas”. El dinero, de medio, se transforma en fin, y domina
el proceso social. La tercera contradicción que Harvey presenta es entre la
propiedad privada y el Estado capitalista, que es a la vez garante de ésta y
de procesos que son centrales para la reproducción del capital, pero que a
la vez defiende intereses que van más allá de la lógica de la acumulación,
pudiendo crear contradicciones. La cuarta contradicción definida por Harvey,
aquella que se genera entre la apropiación privada y el bien común, remite a
un aspecto clave de la elaboración del autor, la desposesión como fuente
primaria para la valorización del capital.
La desposesión no es otra cosa que la apropiación de la riqueza común por
parte de agentes privados; contrariando las idílicas presentaciones de la
economía capitalista como una basada en los mercados y que genera
valorización “a través de intercambios legalmente sancionados”, Harvey
sostiene que existen fuertes razones teóricas para considerar que una
economía basada en la desposesión, yace en el corazón de lo que define
fundamentalmente al capital”. La “desposesión” en el lugar de trabajo es una
de las vías, importante pero no la única, a través de las que se sustenta la
apropiación privada de la riqueza común. Uno de los aspectos a través de los
que ilustra esto es cómo la clase obrera puede ser expoliada por los
terratenientes, el sistema de crédito, las cadenas comerciales, y los
impuestos, todas vías de apropiación de plusvalía.
Apoyándose en el estudio de Karl Polanyi en La gran transformación, Harvey
señala cómo la conversión del dinero, la tierra, y la fuerza de trabajo (que
en palabras de Polanyi “obviamente no son mercancías”), que ha sido esencial
para el funcionamiento del capitalismo, “se apoyó en la violencia, el
engaño, el robo, el fraude y medios similares”. Estas formas “nunca
desparecieron”. Otra de las contradicciones fundacionales, sobre la que nos
detendremos más adelante, la constituye la relación capital-trabajo. Y,
finalmente, Harvey analiza la naturaleza contradictoria del propio capital y
la unidad diferenciada que conforman producción y realización.
Si el primer grupo de contradicciones son “rasgos constantes del capital, en
cualquier tiempo y lugar”, las contradicciones móviles tienen como único
elemento constante que son inestables y están en continuo cambio. Estas
contradicciones refieren al desarrollo de la técnica y su apropiación por el
capital, al desarrollo desigual que lo caracteriza, y que adquiere contornos
específicos en cada momento, a la relación contradictoria entre monopolio y
competencia, las disparidades de ingreso y riqueza, y a la dialéctica de
liberación y dominio. La forma que asume este conjunto de contradicciones en
cada momento determina cambios significativos en la estructura del sistema
capitalista, aunque sus leyes básicas permanezcan iguales. Las respuestas
políticas, argumenta Harvey, deben partir de un análisis específico de estas
contradicciones en el momento actual.
El último conjunto son las contradicciones que Harvey define como
“peligrosas”. Estas están constituidas por el requerimiento del capital por
el crecimiento compuesto (es decir acumulativo) sin fin, la relación del
capital con la naturaleza, y la “alienación universal”. Las denomina como
peligrosas por contraposición a fatales, distinción que apunta contra la
idea de que el capitalismo vaya a colapsar por el peso de sus
contradicciones. Aunque parte de una prudente prevención contra el fatalismo
y destaca la necesidad de una voluntad consciente para superar al
capitalismo, Harvey sobreestima la capacidad de perpetuarse del capital
cuando sostiene que éste puede continuar funcionando indefinidamente “en un
modo que provocará una degradación regresiva en la tierra y empobrecimiento
masivo, incrementando de forma radical la desigualdad, de la mano de la
deshumanización de la mayor parte de la humanidad”, sostenido mediante la
represión estatal creciente.
La última de las contradicciones peligrosas es la alienación universal. Ésta
remite a diversas dimensiones. “El trabajador enajena legalmente el uso de
su fuerza de trabajo durante un período de tiempo al capitalista a cambio de
un salario […] el trabajador se ve enajenado del producto de su labor, así
como lo está del resto de los trabajadores” y “de la naturaleza”. Esta
carencia y desposesión “son experimentadas e internalizadas como un
sentimiento de pérdida y pena por la frustración de los instintos
creativos”. El malestar generalizado que tiende a crear la desposesión
generalizada en todos los órdenes de la vida, y que el capital intenta
remontar con el impulso de un consumismo vacío, podría llegar a constituirse
en el freno fatal para la distopía que promete el capital como perspectiva,
como freno último a la perpetuación de la maquinaria desenfrenada de la
acumulación. La posibilidad de una alternativa, para nada garantizada,
depende de una revuelta generalizada ante la alienación universal.
Un fin político sin medios para alcanzarlo
Yo creo, como lo hacía Marx, que el futuro ya está en buena medida presente
en el mundo que nos rodea y que la innovación política (al igual que la
innovación tecnológica) es cosa de reunir posibilidades existentes aunque
separadas de un modo distinto.
A pesar de esta afirmación, a diferencia de Marx, Harvey no prefigura las
vías por las cuáles podría ser posible la radical transformación por la que
brega. Reconoce correctamente varias de las debilidades que aquejan hoy a
los movimientos de oposición anticapitalista, como es la dificultad para
trascender una escala local, para alcanzar una nacional (o internacional).
También apunta correctamente que “no hay una respuesta no contradictoria a
la contradicción”, y que cualquier iniciativa contra la “alienación
universal” impone tener presentes de conjunto las diecisiete contradicciones
que Harvey estudia a lo largo de su texto. No puede haber un movimiento
emancipatorio que sólo se proponga intervenir sobre algunas de ellas. A modo
de cierre de Diecisiete…, Harvey ofrece como “guía para la praxis política”
una serie de “mandatos” –diecisiete, como respuesta de cada una de las
contradicciones reseñadas en su libro–, que son como un programa “máximo”
para una sociedad no capitalista, y van desde la provisión directa de
valores de uso para todos (vivienda, educación, seguridad alimentaria) hasta
la conformación de seres humanos no alienados, pasando por la organización
de la producción a través de productores asociados que decidan libremente
qué, cómo, y cuanto producir, en atención de las necesidades sociales. Pero
nos presenta esto que es, si se quiere, un fin político, sin especificar los
medios por los que éste podría alcanzarse. Esto es inseparable de la
carencia de un agente que pueda articular una política que nos conduzca
hacia esa transformación de raíz a la que aspira. Harvey propone como
horizonte un “humanismo revolucionario”.
La creencia de que podemos, a través del pensamiento y la acción conscientes
cambiar el mundo en que vivimos y a nosotros mismos para mejor, define a una
tradición humanista. El humanismo revolucionario, al contrario del planteo
de Althusser (“el marxismo no es un humanismo”), …unifica el Marx de El
capital con el de los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 y da un
flechazo en el corazón de las contradicciones que cualquier programa
humanista debe estar dispuesto a abrazar si habrá de cambiar el mundo.
Pero entre ambos textos, media en Marx el desarrollo más acabado de la
perspectiva comunista, así como la precisión de los contornos del sujeto
capaz de llevarla a cabo. Para Harvey, en cambio, sería erróneo asignar un
lugar central al proletariado. La contradicción entre capital y trabajo es,
sin duda, una muy importante. Pero Harvey critica la “tendencia en el
pensamiento de izquierda a privilegiar el mercado de trabajo y el lugar de
trabajo como gemelos terrenos centrales de la lucha de clases”, cuando en su
opinión “hay otros terrenos de lucha que pueden ser de igual sino de más
imperiosa significación”.
Harvey enfatiza que la contradicción entre capital y trabajo está
estrechamente entrelazada a las restantes contradicciones del capital. Esto
sin duda es así. Y tiene razón en que cualquier transformación
anticapitalista debe vérselas con el conjunto de las contradicciones del
capital. Sin embargo, al descartar los aspectos que la distinguen dentro del
conjunto de contradicciones, Harvey termina presentando un vasto conjunto de
tensiones que el capitalismo está obligado a mover más que a superar (“las
contradicciones tienen el molesto hábito de no ser resueltas sino meramente
desplazadas”) para continuar funcionando, pero no halla un centro de
gravedad a quebrar para construir otra sociedad alternativa.
Esta cuestión se encuentra estrechamente ligada al rol que juega en el
esquema teórico de Harvey la acumulación por desposesión. En varios trabajos
señala que ésta se ha vuelto la forma dominante en el capitalismo
neoliberal, concediendo primacía a las formas de valorización que
trascienden la esfera de la explotación en el lugar de trabajo. En realidad,
los mecanismos de “desposesión” han jugado un rol importante en el
enriquecimiento de la clase capitalista en tiempos recientes, pero esta
característica acompañó toda la historia del capitalismo. Ernest Mandel,
señalaba en El capitalismo tardío que lo que caracteriza el desarrollo
histórico del capitalismo estaba configurado por “una unidad dialéctica de
tres momentos”. La “acumulación continua de capital en el dominio de los
procesos de producción ya capitalistas”; la “acumulación originaria continua
de capital fuera del dominio de los procesos de producción ya capitalistas”,
y la “determinación y limitación del segundo momento por el primero” (3).
Esta determinación, que opera de distintas maneras, se comprueba en los
rasgos que tuvo la acumulación de capital en el último período. El
desenfreno de la financierización, y la multiplicación de los mecanismos de
desposesión, deben su origen a las condiciones a través de las cuales pudo
el capitalismo recuperar la rentabilidad luego de la crisis que puso fin al
boom de posguerra.
Atacando las condiciones de trabajo, reestructurando y localizando la
producción en países que se transformaron en plataformas manufactureras,
pudo imponer una norma descendente a los salarios, y recuperar así la
rentabilidad, pero a costa de agravar las contradicciones en el plano de la
valorización. Es acá donde hunden sus raíces el crecimiento de la
valorización financiera, y la presión creciente para subsumir nuevas esferas
en la valorización. El capital sin duda muestra inventiva en expoliar a la
fuerza de trabajo de todas las formas posibles, y crea múltiples terrenos
para la resistencia contra la expoliación. Pero el terreno laboral encierra
una potencialidad que otros no tienen, para amenazar un dominio central de
todo el edificio de desposesiones que opera el capital, como es el de la
fuerza de trabajo, convertida en mercancía.
Harvey apunta correctamente que, en el cruce entre capital y capitalismo, se
plantea la necesidad de “luchar contra toda otra forma de discriminación,
opresión y represión violenta en el capitalismo como un todo” y que por esto
“es necesaria claramente una alianza de intereses”. Pero justamente, porque
la contradicción capital-trabajo no es una más de las que caracterizan a
este modo de producción, es que puede el proletariado, si se dota de una
política hegemónica y no corporativa, actuar como articulador para esta
alianza que pregona. En Harvey no hay base ni estrategia para esta alianza.
Entre el horizonte no capitalista y las distopías de las cuáles ya encuentra
presentes varios elementos, sólo queda el vacío.
La vibrante exposición del desenfrenado avance del capital desplazando sus
contradicciones, y ahondando las múltiples alienaciones, que nos recuerda la
sentencia del Manifiesto Comunista, “todo lo sólido se desvanece en el
aire”, resulta no obstante un gran estimulante para disparar el debate sobre
la misma.
Notas
1) Oxford University Press, 2014.
2) Para una lectura sobre el fenómeno Piketty y una crítica a sus planteos,
ver Paula Bach, “Sobre Thomas Piketty y la desigualdad como destino
manifiesto”, IdZ 10.
(3) México D.F., Era, 1979, p. 47.
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