Brasil/ disputa por el "legado" del Mundial va más allá de las elecciones [Hamilton Octavio de Souza]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Jun 23 22:36:13 UYT 2014


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 23 de junio 2014

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A l’encontre – La Breche

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Brasil

Disputa por el legado del Mundial va más allá de las elecciones

Los efectos del campeonato de fútbol independientemente de la polarización
retórica, afectan concretamente al pueblo y dejan huellas profundas en los
conflictos políticos de los próximos años.

Hamilton Octavio de Souza *

Pressenza

http://www.pressenza.com/es/

Traducción de Ernesto Kramer

Independientemente del resultado y de la selección que resulte campeona en
el Mundial de Fútbol, Brasil vive una intensa disputa en torno al legado del
torneo organizado por la FIFA, entidad privada que convenció al gobierno
brasileño para que invirtiera la bagatela de 30 mil millones de reales en
acciones y obras que resultan cuestionables, como la remoción de comunidades
pobres, la ocupación militar de barrios populares, la construcción de
aeropuertos y de estadios de fútbol y un fuerte aparato de seguridad
destinado a proteger a los segmentos más privilegiados de la sociedad.

El resultado, por parte del gobierno, que asumió un papel preponderante en
el megaevento de las grandes corporaciones internacionales, es un montón de
cosas positivas, comenzando con los mismos aeropuertos y estadios, a las
obras de la llamada movilización urbana [nuevas avenidas, pavimentación de
las calles antiguas, corredores viales expresos, vehículos, etc...], los
gastos que efectuarán miles de turistas, la divulgación del país en las
redes mundiales de comunicación, hasta la acción articulada de las Fuerzas
Armadas –entrenadas en Haití- con las policías federales, estatales y
municipales.

En defensa del evento, la presidente de la República enfatizó en el hecho de
que la FIFA no podrá llevarse en su equipaje las obras de los estadios,
aeropuertos y de movilización urbana. Ellas se quedarán en el país para los
brasileños. El ministro de la Justicia también se adelantó a considerar que
el mayor logro de su área es la integración policial – un aparato sin
precedentes montado exclusivamente para asegurar la realización del evento y
anular las incomodidades provocadas por las protestas sociales, políticas y
populares.

Es evidente que la FIFA y sus patrocinadores no colocaron en el equipaje los
problemas del caos social, político y jurídico que causaron al país, como
por ejemplo, corromper los poderes de la República para la aprobación de
leyes y normas que contrarían al régimen jurídico existente, entre las
cuales se encuentra la que permite vender bebidas alcohólicas en los
estadios, utilizar el trabajo infantil y de adolescentes durante el evento,
crear zonas de seguridad en áreas densamente habitadas e innumerables
exenciones fiscales especiales – que crean iniquidades entre los impuestos
pagados por las empresas patrocinadoras del evento y lo que debe ser pagado
por las demás empresas.

Es claro que las fuerzas en juego en esta situación, especialmente las que
apoyan al gobierno federal, quieren sacar el máximo provecho político del
fútbol con fines electorales, como ya sucedió en innumerables ocasiones en
Brasil y en muchos otros países. Es imposible olvidar el Mundial de 1970,
cuando el gobierno Médici explotó la pasión de la “torcida” por la selección
para mostrar un país que iba bien, que vivía un milagro económico y para
esconder la más feroz dictadura y la más brutal violación de los derechos
humanos. En esa época, las izquierdas criticaron a la publicidad oficial
como una forma usada para entorpecer y desmovilizar a la oposición al
régimen militar.

En ese aspecto, entonces se reveló también la fragilidad intelectual de
importantes sectores de la izquierda, en especial de los investigadores
universitarios, académicos y periodistas que acompañaron el desenvolvimiento
del circo de la FIFA sin posicionarse de forma clara y sin hacer críticas,
para mantener el alineamiento automático con un gobierno compuesto por lo
más atrasado del país. Al contrario, muchos intelectuales que otrora
criticaban el fútbol como el opio del pueblo, ahora lo silencian con
cobardía o pasan a justificar la fuerte represión contra los críticos del
mega-evento. Nunca antes en este país se reprimió manifestaciones con tamaña
violencia y nunca las policías militares gozaron de tanta impunidad.

Las oposiciones neoliberal y de centro-derecha tienen gran interés en
desgastar al actual gobierno [una coalición del PT, PMDB, PTB, PP y una
decena más de siglas] con vistas a las elecciones generales del 5 de
octubre, pero actúan básicamente en el campo institucional, en el Congreso
Nacional, en las redes sociales y en los grandes conglomerados mediáticos –
que nutren simpatías por las candidaturas lanzadas por el PSDB y por el PSB,
en la expectativa de una decisión en la segunda vuelta.

Para esas oposiciones, el mayor legado del Mundial está en la incapacidad
gerencial del gobierno federal, en la incompetencia para planificar y
ejecutar un proyecto de tamaña grandiosidad dentro de los presupuestos y
plazos establecidos. Los neoliberales centran la crítica en los aspectos
relativos al desvío de recursos públicos, superfacturación de las obras y en
la denuncia de la corrupción – o por lo menos en la sospecha de financiación
de las campañas electorales con propinas por parte de las empresas
contratistas que hicieron obras y de las empresas que gozaron de exenciones
de impuestos u otros beneficios previstos en las leyes especiales para el
campeonato de fútbol.

Legado social

Las oposiciones desde el campo de la izquierda y los movimientos emergentes
critican principalmente los daños sociales del Mundial para el país, el
resultado de innumerables acciones privadas y públicas que producen efectos
contrarios a lo que se esperaba de un proceso democrático y de la
construcción de una sociedad más justa e igualitaria, con respeto a los
derechos sociales y a las libertades civiles. Al contrario de un proceso
civilizatorio, las consecuencias del Mundial, ya computadas y
materializadas, son un gran retroceso político en dirección a la barbarie, a
la exclusión, al preconcepto y al desacato a los derechos de los que más
necesitan del apoyo del Estado.

Desde los primeros momentos de preparación de las obras para la realización
del torneo, en 12 capitales estatales, los primeros afectados fueron las
poblaciones de bajos ingresos desarraigadas de sus casas para permitir la
construcción de obras como estadios y vías públicas para los accesos. Se
calcula que más de 250.000 familias fueron desalojadas a manu militari en
todo el país. Ahí hay un problema de difícil reparación, en un país en el
cual el déficit de habitación aumenta más rápido que los programas
habitacionales. Los movimientos de los sin techo aparecen por todo el país
mientras los patrocinadores del Mundial aprovechan la especulación
inmobiliaria.

Después se sucedieron las ocupaciones militares y policiales de cerros,
favelas y comunidades pobres de Río de Janeiro y de otras ciudades, siempre
con el pretexto de combatir el tráfico de drogas, pero con abusos de todo
orden y violaciones de derechos constitucionales. Esas ocupaciones,
cínicamente denominadas como “pacificadoras”, continúan proyectando un
rostro de sangre que coloca a Brasil en el ranking de los países más
violentos del mundo.  Si la idea era silenciar el descontento de las
poblaciones excluidas, el resultado de asesinatos ha sido un grito que
repercute por todas partes – en especial en las diversas cortes
internacionales de defensa de los derechos humanos.

Nunca antes en este país se ocupó barrios enteros con tropas militares y
policiales como sucedió en el complejo de Maré, en Río de Janeiro, con
autorización general del Poder Judicial para operaciones de búsqueda y
aprensión en 40.000 residencias, sin justificación determinada, una
violencia sin precedentes y en flagrante violación de los derechos
democráticos y humanos previstos en la Constitución Federal. Esa acción,
evidentemente, demuestra que el costo del Mundial incluye la discriminación
practicada por el Estado con el apoyo de los sectores más reaccionarios de
la sociedad – aquellos que piden siempre más golpes y palos para los más
pobres. Como siempre, la derecha y el gobierno, con todo el aparato
mediático, tratan de criminalizar a los movimientos sociales y a los que se
manifiestan en contra del Mundial.

Todavía necesitan ser computadas entre las consecuencias sociales los
incentivos al turismo sexual, la explotación de la prostitución infantil y
el aumento de la segregación de los que pueden frecuentar los nuevos
estadios de fútbol en el estándar FIFA y los que se quedarán fuera del
espectáculo después del Mundial. Todo indica que el mayor legado deportivo y
cultural es la expulsión de los pobres y negros de las galerías, en el
proceso de selección que se realiza mediante el poder adquisitivo, en busca
de un nuevo público de élite – notoriamente blanco – por su estándar de
consumo. Para los anunciantes y patrocinadores parece que ya había llegado
el momento en que los estadios fueran ocupados por las clases medias,
limpias y educadas, sin la amenaza de las “torcidas” integradas por las
“clases peligrosas”.

Legado económico

Conmemorado por el gobierno como un evento que vino a inyectar una enorme
cantidad de dinero a la economía, en especial en las sedes de los juegos,
por la presencia de turistas y por el gasto en hoteles, restaurantes y todo
tipo de comercio, con ganancias generosas para todos, en verdad la mayor
parte del dinero queda en la FIFA y sus asociados, que recogen la caja de
los estadios y de los paquetes internacionales [pasajes aéreos, hoteles y
traslados]. En la esencia también están las empresas contratistas, que
cobran abusivamente por todas las obras [estadios, aeropuertos, vías
públicas, etc.], los patrocinadores y, muy probablemente, algunos expertos
que descubrieron nichos para obtener algún dinero de la FIFA.

Nunca antes en este país se inauguraron tantas obras inacabadas. En la
víspera de la abertura del Mundial por lo menos 50% de las obras previstas
no han sido terminadas. El problema de ese asunto no es sólo el costo
financiero para que tales obras sean debidamente entregadas. El meollo está
en una práctica política que ya debería haber sido superada, pues nos remite
a los tiempos de mando absolutista del coronelismo y de las oligarquías.
Imaginar que todo eso está siendo comandado por el PT y por el PCdoB, otrora
partidos comprometidos con la transformación cultural y política,
verdaderamente es un gran retroceso que, una vez más, sólo favorece al
conservadurismo y a la derecha, así como a la reiterada farra de las
empresas contratistas.

Como legado para el pueblo brasileño va a quedar la cuenta de todo lo que la
administración directa gastó en el evento y aquello que fue financiado de
forma subsidiada, lo que consiguió exención tributaria y aumentó la evasión
de los cofres públicos, sin contar el riesgo de picos de inflación en
función de un brutal aumento en los precios de alquileres y de alimentación.
Evidentemente, si la inflación diese señales de que vamos a pasar del límite
máximo del objetivo del 6,5% en el año, corremos el riesgo de tener que
tomar nuevas medidas de austeridad con más apretura salarial y mayor control
del crédito. Una cosa es cierta: el trabajador brasileño va a sentir en
carne propia el resultado del Mundial durante varios años.

Para citar un ejemplo singular de cómo este torneo va a pesarle al pueblo,
basta comparar el costo del estadio del Real Club Deportivo Español, en
Barcelona – inaugurado recientemente, por el valor total de 100 millones de
euros [aproximadamente 300 millones de reales]. Un estadio moderno,
confortable, para 60 mil personas, con sistemas de energía solar y
reaprovechamiento de agua de lluvia – con el costo del Itaquerão, un estadio
inacabado, que ya costó más de 1.100.000 millones de reales, casi cuatro
veces más que el estadio español. Eso significa que la nación corintiana
tendrá que saldar la deuda con el estadio en los próximos años no sólo con
el alza de  los precios de los ingresos, sino también con el endeudamiento
del club, con efectos en el propio elenco y desempeño del equipo, por lo
menos en los próximos 20 años.

Legado político

Sin mayores chances en las elecciones de octubre y con espacios reducidos en
el juego institucional, las oposiciones de izquierda apuestan que el mayor
legado del Mundial será, en primer lugar, sacarle algunas máscaras más al
gobierno Federal, que por un lado ejerce fuerte influencia en las clases
trabajadoras y en las camadas de menor renta [debido a programas sociales y
alianzas con diferentes sectores políticos], y por otro lado continúa
favoreciendo al gran capital, nacional e internacional, con políticas
neoliberales, con pago de intereses altos y total libertad de los mercados y
del flujo de capitales.

Además de eso, las oposiciones de izquierda y los movimientos populares
apuestan también al aumento de las luchas sociales, con un número creciente
de movilizaciones, manifestaciones, huelgas y protestas – dadas por las
condiciones objetivas de vida precaria de la mayoría de la población, y de
la escasez de políticas públicas de salud y saneamiento, educación,
habitación, transportes y protección social. El Mundial evidenció la mirada
popular sobre la desigualdad, la distancia de las autoridades y amplió el
descontento con las condiciones de vida en los grandes centros urbanos. El
Mundial, para las oposiciones de izquierda, es la posibilidad de un salto
cuantitativo y cualitativo de concientización y organización de las luchas
populares, cobrando cada vez más la cuenta a los gobiernos y poderes
públicos.

Esa disputa extrapola el discurso y la perspectiva puramente electoral.
Independiente de quien gane la elección del 5 de octubre [presidente de la
República, gobernadores estatales, senadores, diputados federales y
diputados estatales], lo que importa para los sectores más combativos de
izquierda [excluyendo las fuerzas que pasaron a colaborar con el
neoliberalismo, con el empresariado y con las oligarquías conservadoras] es
mantener y ampliar los caminos alternativos para la construcción de otra
sociedad – más democrática, más justa y más igualitaria.

Ese legado no se confunde con la retórica triunfalista y engañosa de la
crónica oficial ni con la crítica superficial y oportunista de las
oposiciones neoliberales y de derecha. Las verdaderas batallas políticas van
mucho más allá del juego electoral.

* Hamilton Octavio de Souza, desde 1972 y columnista de Brasil de Fato,
Caros Amigos y en la revista de los Sin Tierra. Es profesor de periodismo en
la Pontificia Universidad Católica de San Pablo (PUC-SP).

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