Debates/ sobre Piketty: una lectura crítica de "El Capital en el Siglo XXI" [David Harvey]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Mayo 23 14:13:46 UYT 2014


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 23 de mayo 2014

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A l’encontre – La Breche

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Debates



Una lectura crítica de “El Capital en el Siglo XXI”



Algunas ideas sobre Piketty





David Harvey

Rotekeil

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Thomas Piketty ha escrito un libro llamado El Capital en el Siglo XXI que ha
causado un cierto revuelo. Defiende los impuestos progresivos y un impuesto
global sobre la riqueza como la única forma de contrarrestar las tendencias
hacia la creación de una forma de capitalismo “patrimonial” marcada por lo
que califica como desigualdades de riqueza y renta “aterradoras”. A su vez,
documenta de una forma minuciosa y difícil de refutar, cómo la desigualdad
social tanto en riqueza como en renta ha evolucionado a lo largo de dos
siglos, con un énfasis particular en el rol de la riqueza. Destruye la idea
ampliamente extendida de que el capitalismo de libre mercado extiende la
riqueza y que es el mayor bastión en la defensa de libertades individuales.
El capitalismo de libre mercado, cuando se hallan ausentes las
intervenciones redistributivas del Estado, produce oligarquías
antidemocráticas, tal y como demuestra  Piketty. Esta demostración ha dado
alas a la indignación liberal mientras que ha enfurecido al Wall Street
Journal.



El libro se ha presentado a veces como el sustituto del siglo XXI a la obra
del XIX de mismo título de Karl Marx. Piketty ha negado que ésta sea su
intención, lo cual parece justo dado que su libro no trata en absoluto del
capital. No nos explica por qué se produjo el crash de 2008, ni por qué le
está costando tanto tiempo salir a la gente del mismo bajo la carga doble
del desempleo prolongado y los millones de hogares desahuciados. No nos
ayuda a entender por qué el crecimiento se halla ahora mismo ralentizado en
los EEUU en comparación con China, ni por qué Europa se halla atrapada entre
las políticas de austeridad y el estancamiento económico. Lo que Piketty nos
muestra mediante estadísticas (y ciertamente estamos en deuda con él y sus
colegas por ello) es que el capital ha tendido a crear, a lo largo de su
historia, niveles cada vez mayores de desigualdad. Esto, para mucho de
nosotros, no es ninguna noticia. Era exactamente la conclusión teórica de
Marx en el “Volumen Primero” de su versión del Capital. Piketty no resalta
esto, lo cual no es ninguna sorpresa, ya que para defenderse de varias
acusaciones de la prensa de derechas de que se trata de un criptomarxista,
ya ha señalado en varias entrevistas que no ha leído el Capital de Marx.



Piketty recoge muchos datos para apoyar sus argumentos. Su explicación de
las diferencias entre renta y riqueza es útil y convincente. Y desarrolla
una defensa razonable de los impuestos sobre sucesiones, la tributación
progresiva y un impuesto global a la riqueza como un posible antídoto
(aunque con toda seguridad, inviable políticamente) a la creciente
concentración de riqueza y poder.



Pero ¿por qué se produce esta tendencia a una mayor desigualdad a medida que
pasa el tiempo? A partir de sus datos (condimentados con algunas
interesantes alusiones literarias a Jaune Austen y Balzac) deriva una ley
matemática para explicar lo que pasa: la incesante acumulación de riqueza
por parte del famoso uno por ciento (un término popularizado gracias al
movimiento Occupy, por supuesto) es debido al simple hecho de que la tasa de
retorno del capital (r) siempre supera a la tasa de crecimiento de renta
(g). Piketty dice que ésta es y ha sido siempre la “contradicción central”
del capital.



Pero una periodicidad estadística de este tipo difícilmente puede constituir
una explicación adecuada, y mucho menos una ley. Así que ¿qué fuerzas
producen y mantienen dicha contradicción? Piketty no nos lo dice. La ley es
la ley y punto. Marx obviamente habría atribuido la existencia de dicha ley
al desequilibrio de poder entre capital y trabajo. Y esa explicación todavía
se sostiene. El declive constante en la participación del trabajo en la
renta nacional desde los años 70 se deriva del poder político y económico en
decadencia del trabajo mientras que el capital movilizaba tecnología,
desempleo, deslocalizaciones y políticas anti-trabajo (como las de Margaret
Thatcher y Ronald Reagan) para aplastar a su oposición. Como Alan Budd, un
asesor de Margaret Thatcher, confesó en un descuido, las políticas contra la
inflación de los años 80 resultaron ser una “muy buena forma de aumentar el
desempleo, y aumentar el desempleo fue una forma extremadamente atractiva de
reducir la fuerza de la clase trabajadora… lo que se diseño allí fue, en
términos marxistas, una crisis del capitalismo que recreaba un ejército de
reserva del trabajo y que ha permitido a los capitalistas generar grandes
beneficios desde entonces”. La diferencia en remuneración entre un
trabajador promedio y un alto directivo estaba alrededor de 30:1 en 1970.
Hoy en día se halla fácilmente sobre los 300:1 y en el caso de McDonald’s,
sobre los 1.200:1.



Pero en el “Volumen Segundo” del Capital (el cual Piketty no ha leído, a
pesar de que alegremente lo deseche) Marx señaló que la tendencia del
capital a la depresión salarial en algún momento llega a restringir la
capacidad del mercado de absorber el producto del propio capital. Henry Ford
reconoció este dilema hace tiempo, cuando instituyó los 5 dólares por día
para sus trabajadores para, según decía, aumentar la demanda de los
consumidores. Muchos pensaron que la falta de demanda efectiva era lo que se
hallaba tras la Gran Depresión de los años 30. Esto es lo que inspiró las
políticas expansivas keynesianas después de la Segunda Guerra Mundial y
produjo como resultado cierta reducción en las desigualdades de renta
(aunque no tanto en las de riqueza) junto a un crecimiento estimulado por
una intensa demanda. Pero esta solución descansaba en el empoderamiento
relativo del trabajo y la construcción de un “estado social” (según el
término que usa Piketty) financiado por una tributación progresiva. “Y así
–escribe- durante el periodo 1932-1980, casi medio siglo, el mayor impuesto
federal sobre la renta en los Estados Unidos era como promedio del 81 por
ciento”. Y esto no limitaba de ninguna forma el crecimiento (otra de las
pruebas que Piketty aporta para refutar ideas de la derecha).



Hacia el final de los años 60, estaba claro para muchos capitalistas que
necesitaban hacer algo acerca del poder excesivo del trabajo. Y así, la
retirada de Keynes del panteón de economistas respetables, la transición al
pensamiento de Milton Friedman, la cruzada para estabilizar cuando no
reducir los impuestos, para desmontar el estado social y para castigar a las
fuerzas del trabajo. Después de 1980, los tipos impositivos máximos
descendieron y las ganancias de capital -una de las mayores fuentes de renta
de los ultra-ricos- tributaban a un índice mucho inferior en los Estados
Unidos, canalizando de el flujo de riqueza de forma intensa hacia el uno por
ciento. Pero el impacto en el crecimiento, según muestra Piketty, fue
negligible. Así que el “goteo” [trickle down] (/1) de los beneficios desde
los ricos al resto (otra de las creencias favoritas de la derecha) no
funciona. Nada de esto fue el resultado de una ley matemática. Todo era
política.



Pero entonces, la ruleta dio una vuelta entera y la pregunta se convirtió
en: ¿dónde está la demanda? Piketty ignora de forma sistemática esta
pregunta. En los años 90, la respuesta fue escamoteada gracias a una enorme
expansión del crédito, incluyendo la extensión de las finanzas hipotecarias
a los mercados sub-prime. Pero la burbuja resultante estaba condenada a
estallar, tal y como hizo entre el 2007-2008, llevándose consigo a Lehman
Brothers y al sistema de crédito. Sin embargo, los índices de beneficios y
la concentración aún mayor de riqueza privada se recuperaron muy rápidamente
después de 2009, mientras el resto del mundo aún lo seguía pasando mal. Los
índices de beneficios empresariales están ahora tan altos como siempre en
los Estados Unidos. Las empresas están sentadas sobre montones de billetes,
y se niegan a gastarlos porque las condiciones del mercado no son sólidas.



La formulación que hace Piketty de la ley matemática esconde más de lo que
revela acerca de las políticas de clase que están en juego. Tal y como
Warren Buffet señaló: “por supuesto que hay una lucha de clases, y es mi
clase, la de los ricos, los que la están librando, y vamos ganando”. Una de
las formas clave de medir esta victoria son las desigualdades de riqueza y
renta crecientes del uno por ciento respecto al resto del mundo.



Hay, con ello, un problema central al argumento de Piketty. Y éste descansa
en la definición errónea que hace del capital. El capital es un proceso, no
una cosa. Es un proceso de circulación en el cual el dinero se utiliza para
crear más dinero a menudo, pero no exclusivamente, a través de la
explotación de la fuerza de trabajo. Piketty define el capital como el stock
de todos los valores que son propiedad privada de los individuos,
corporaciones y gobiernos, y que pueden servir para el comercio en el
mercado, sin importar si estos valores están siendo utilizados o no. Esto
incluye los terrenos, la propiedad inmobiliaria y los derechos de propiedad
intelectuales, así como también mi colección de obras de arte y joyería. El
cómo determinar el valor de todas estas cosas es un problema técnico difícil
al que todavía no se ha dado una solución satisfactoria. A fin de calcular
una tasa de retorno (r), tenemos que disponer primero de una forma de
otorgar valor al capital inicial. Por desgracia, no hay forma de valorarlo
independientemente del valor de los bienes y servicios que se usa para
producir, o de por cuánto se puede vender en el mercado. El conjunto de la
escuela neoclásica de economía (que es la base de las ideas de Piketty) está
basado en una tautología. La tasa de retorno del capital depende de forma
crucial en el índice de crecimiento porque el capital se valora en base a lo
que produce y no según lo que se ha utilizado para su producción. Su valor
está altamente influenciado por las condiciones especulativas y puede verse
distorsionado por la famosa “exuberancia irracional” que Greenspan supo
detectar como característica de los mercados de acciones y vivienda. Si
quitamos las casas y la propiedad inmobiliaria – y eso sin hablar del valor
de las colecciones de arte de los hedge funders – de la definición de
capital (y la razón para incluirlas es bastante floja) entonces la
explicación de Piketty para las desigualdades crecientes en riqueza y renta
se desmorona, incluso aunque su descripción del estado de las desigualdades
en el pasado y el presente todavía permanezca en pie.



El dinero, los terrenos, la propiedad inmobiliaria, las fábricas y las
máquinas que no se utilizan de forma productiva no son capital. Si la tasa
de retorno del capital que se utiliza es alta, es porque una parte del
capital se retira de la circulación y a efectos prácticos, está de huelga.
Restringir el suministro de capital a las inversiones nuevas (un fenómeno
que podemos observar que ocurre ahora mismo) garantiza una alta tasa de
retorno en el capital que sí que está en circulación. La creación de esta
escasez artificial no es algo que sólo hagan las compañías petroleras para
garantizar sus altas tasas de retorno: es lo que hace todo capital cuando
tiene la oportunidad de hacerlo. Esto es lo que se halla tras la tendencia
para que la tasa de retorno del capital (no importa cómo se defina o mida)
siempre supere la tasa de crecimiento de renta. Es así como el capital
garantiza su propia reproducción, sin que le importen las desafortunadas
consecuencias que pueda tener para el resto de nosotros. Y es así como vive
la clase capitalista.



Hay muchas cosas valiosas en los datos ofrecidos por Piketty. Pero su
explicación de por qué las desigualdades y las tendencias oligárquicas
aumentan incurre en un error de bulto. Sus propuestas para remediar dichas
desigualdades son inocentes, si no utópicas. Y ciertamente, no ha ideado un
modelo que explique el capital del siglo XXI. Para ello, todavía necesitamos
a un Marx, o a su equivalente actual.



Nota



1) “Trickle down economics” es un término utilizado en los Estados Unidos
para referirse, en sentido peyorativo, a las políticas económicas que
sostienen que, beneficiando a los miembros más ricos de la sociedad, en
particular mediante la eliminación de impuestos, su riqueza “goteará” o
“calará” hacia las capas más bajas de la sociedad (por ejemplo, porque
supuestamente un empresario con un alto nivel de ingresos se sentirá más
cómodo llevando a cabo iniciativas económicas, contratando, etc.). A menudo
suelen asociarse con las ideas que se engloban en el término amplio de
“Reaganomics” o políticas económicas iniciadas en la época Reagan (N. del
T.).

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