Chile/Memoria/ Miguel Enríquez enfrentado a la muerte [Carmen Castillo Echeverría]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Oct 12 15:40:12 UYST 2014


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 12 de octubre 2014

germain5 en chasque.net

A l’encontre – La Breche

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Chile/Memoria

Su lección está viva a 40 años de su asesinato

Miguel Enríquez enfrentado a la muerte

Carmen Castillo Echeverría

Punto Final Nº 814, Santiago de Chile, 3-10-14

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Ese sábado 5 de octubre de 1974 en la casa N° 725 de calle Santa Fe
permanece. A pesar de la nieve que cubre la memoria en general, ese recuerdo
inamovible me obliga a dar testimonio. Ni “declaración verbal” ante la
justicia, ni relato literario como en “Un día de octubre en Santiago” que
refleja con exactitud lo que a fines de los 70 sentía y conocía. ¿Testigo
falible? Asumo el riesgo.

Durante el gobierno de Salvador Allende para el pueblo se abría un horizonte
de sentido, es decir una promesa de vida aun no alcanzada, pero imaginada,
deseada. Una sociedad entera en estado de enamoramiento. Los obstáculos eran
duros, pero nos fortalecían.

Frente al golpe de estado, el MIR toma la decisión de permanecer en Chile.
No éramos héroes, solo militantes movidos por la convicción de que si valía
la pena luchar para hacer la revolución. Frente al golpe de estado, nuestra
decisión de organizar la resistencia a la dictadura implicaba la defensa de
los derechos conquistados, la educación y la salud pública, los derechos
sindicales, el derecho a la vivienda, la dignidad enarbolada, la democracia
participativa. Era nuestra responsabilidad librar la batalla, resistir
siempre ha sido resistir a lo irresistible. El precio a pagar fue alto, pero
aún en ese contexto de represión, lo que vivimos era la vida simplemente.

La dictadura y su aparato represivo, la DINA, operativa desde noviembre del
73, definen su prioridad: aniquilar al MIR. No éramos un aparato militar
compartimentado sino una organización política. Los “miristas” vivían en su
gran mayoría al ritmo de las tareas políticas del movimiento social. “Crear,
crear poder popular” en todos los frentes. La cacería tiene objetivos
“visibles”.

La máquina de matar funciona a full. El 21 de septiembre de 1974 se focaliza
en una de las redes clandestinas directamente vinculada a Miguel. Lumi
Videla, asesinada, Sergio Pérez, María Cristina Pacheco, desaparecidos,
Rosalía Martínez, Julio Laks… sobrevivientes. La máquina enloquecida,
tortura sin descanso. Los prisioneros amontonados en la casa José Domingo
Cañas, cuartel principal de la DINA, cárcel clandestina, sueltan detalle
insignificantes. La Agrupación Caupolicán, dirigida por el capitán Miguel
Krassnoff Martchenko, bajo la autoridad del coronel Pedro Espinoza y Manuel
Contreras , realiza un trabajo de inteligencia y define un perímetro
geográfico donde podía estar nuestro refugio. Se inicia una labor de
rastreo, “peinar” la zona. Los agentes de la DINA siguen la pista de un
auto, una Renoleta roja, de una mujer embarazada y de dos niñas gemelas.

La amenaza se acerca. Lo sabíamos.

Miguel se encuentra al frente de las tareas de organización que la
resistencia requiere. En primera línea. Indispensable en un comienzo,
arriesgado pero sin alternativa y acorde con su deseo de proteger la vida de
los otros compañeros, en las dos últimas semanas de su vida.

En diciembre de 1973, luego de la caída de Bautista Van Schouwen, nos
instalamos en esa casa de fachada azul cielo del barrio San Miguel. Una
amiga que partía exiliada a Inglaterra la compró con el dinero del MIR. Se
estableció un contrato de arriendo. La “leyenda” que montamos para la
propietaria y los vecinos era simple. Obligado a instalarse en Santiago un
cierto tiempo para seguir un tratamiento médico, una enfermedad a los
riñones, junto a su esposa y sus hijas, compartiríamos la casa con una
pareja de familiares que nos apoyaría. Gente de clase media, en labores
comerciales pero sin trabajo estable dadas las circunstancias. Con recursos
puesto que disponíamos de dos autos. Una renoleta roja que yo manejaba, un
Fiat 125 que Humberto Sotomayor utilizaba. Ambos, en las raras ocasiones en
que Miguel debía salir por “razones médicas”, lo conducíamos. Miguel tenía
el cabello levemente ondulado, su frente despejada, la piel afeitada y
anteojos. Usaba camisas bien planchadas, corbata y pantalones oscuros.

La casa muro frontal tenía tres entradas. La puerta, una reja lateral garaje
que cubrimos de una lámina de metal, y una reja estrecha colindante con la
casa de nuestra vecina Anita Mirlo. Desde la primera visita de cortesía
Anita me contará que es actriz, que vive sola con su hijo pues su marido,
periodista, se encuentra preso en Chacabuco. Cesante, ella, cesante nuestro
vecino del otro lado, nos ingeniaremos en darles pequeños trabajos. Por
ejemplo, para Anita, buena costurera, diseñar vestidos para las niñas de 5
años, Camila y Javiera.

Desde el exterior de la casa, para los vecinos, la vida de esta familia, es
normal. Cierto, dos parejas, dos niñas y en marzo de 1974, un perro, no es
habitual. Pero el traslado a Santiago en urgencia y la enfermedad del
caballero, hacen coherentes las particularidades. Las niñas son alegres, el
perro crece, el enfermo reposa y trabaja en su casa. Los familiares lo
apoyan. Entran y salen, se abastecen en el almacén de la esquina, la señora
Ximena, mi nombre clandestino, visita a la vecina de al frente, Gladys,
conversa con los unos y los otros en la vereda, siempre impecable. Las
ventanas tienen cortinas de lona blanca, los pocos muebles son coloridos, un
estante de libros y un gran escritorio. Desde la puerta puede también
percibirse los tres cuartos alineados y al fondo un patio de baldosas negras
y un parrón incipiente.

En la casa, el espacio vibra alrededor del trabajo político. Una pequeña
colmena. Miguel escribe, estudia y devora todo lo que se encuentra a su
alcance. Trotsky, Rosa Luxemburgo, Lenin camuflados bajo tapas anodinas,
Víctor Serge, Víctor Hugo, García Márquez, Cortázar, William Reich y los
estudios de neurología, la enciclopedia británica … Nutre su pensamiento
político con la Historia, la Ciencia y la poesía , como es su costumbre. Yo
transcribo a maquina sus textos. Marilú García los fotografía en el taller
instalado al fondo del patio. Humberto Sotomayor, su esposo, asume la
mayoría de las tareas al exterior. Miguel cocina, le cuenta cuentos a las
niñas y los domingos ven algunas series de televisión infantil. Risas y
juegos. Una vida cotidiana normal. En nuestro dormitorio dos bolsos de ski
rojo, unos AK esperando ser distribuidos. Miguel tiene la suya, con un
cargador especial de 40 tiros. Ningún fetichismo por las armas. Yo salía
desarmada, pero con una capsula de cianuro en el bolsillo. Luego supimos que
no estaban activas. Miguel y Humberto andaban armados.

Más allá de todas las tensiones, durante meses, vivimos días y noches
tranquilos. La clandestinidad fue para mí vigor y color.

Las medidas de seguridad se respetaron en las pocas salidas de Miguel a
reuniones. Y en las dos visitas de compañeros de la dirección que se
realizaron cuando ya estábamos preparando el repliegue.

El repliegue estratégico, si, la dirección había tomado la decisión de
“congelar” a Miguel. Sacarlo de la primera fila, construir un lugar
inaccesible, montar una leyenda que le permitiera salir y entrar al país.

Luego de visitar varias propiedades en venta, me decidí por una parcela. En
los límites de La Florida, dos pequeñas casitas, un vasto jardín protegido
por un muro de adobe. Miguel la visitó, fue nuestra única salida juntos.
Encontramos el palo blanco para comprarla y Rosa, mi compañera fiel desde el
nacimiento de Camila, estuvo de acuerdo en vivir con nosotros. El contacto
directo con el partido sería muy espaciado y sometido a rigurosos chequeos y
contra chequeos. “La Parcela”, el lugar para comenzar otra vida.

Debíamos separarnos de las niñas. Con precaución se montó el operativo para
asilarlas en la Embajada de Italia. Frente al embarazo, se organiza un parto
clandestino . A mediados de septiembre, las niñas protegidas, Marilú y
Humberto se trasladan a otra casa de seguridad.

Nuestra partida se aproxima. La casa se hunde en el silencio, la tensión
aumenta con la caída de Lumi el 21 y de Sergio Pérez, su compañero, el 22,
la cadena continua. Abandonamos la Renoleta roja. Continuo mi trabajo de
enlace a pie.

La tortura hace su trabajo, los compañeros resisten como pueden. Nos toca a
nosotros asumir la tarea de no caer, de imaginar lo inimaginable y acelerar
el cambio de casa. Es nuestra responsabilidad alejarnos del peligro, vivir.

El dinero de la solidaridad internacional llega a tiempo, podemos ejecutar
la compra de La Parcela.

El día 4 de octubre confirmamos la caída de nuestro enlace directo, Cecilia
Jarpa.

Cecilia no entregó los dos puntos de contacto del 3 de octubre. Si ella
hubiese sucumbido a las aplicaciones de electricidad, si hubiese cedido ante
el dolor y el miedo, yo hubiese sido detenida, torturada e ignoro como
habría reaccionado. Nunca lo sabré pues ella no habló.

Movidos tal vez por la loca esperanza de que no hubiese caído decidimos ir
al punto de rescate del día 4, en avenida Grecia. Al salir Miguel me
detiene. Él y Humberto Sotomayor, en auto, pasarán una primera vez frente al
lugar. Cecilia, el cuerpo dislocado pero la mente íntegra, los alerta del
peligro. Los torturadores la golpean y disparan. Miguel responde, Humberto
acelera. Logran escapar de la emboscada. Inmediatamente abandonan el auto y
se sumergen, gracias al gesto de Cecilia.

A las 16 horas de ese mismo día 4 de octubre constatamos que la compañera
que debía comprar la parcela contesta el teléfono de forma extraña. Cada
llamada telefónica significaba un desplazamiento engorroso y largo. Ese
atardecer Miguel deduce, cuando le cuento el intercambio de palabras, que la
DINA está esperando mi llegada con el dinero para la compra.

Miguel se desplaza por las calles de Santiago, da la orden de vaciar la casa
de seguridad adonde se encontraba mi hermano Cristian, Margarita Marchi y
José Bordaz. Se ocupa personalmente de rescatar a Mary Ann Beaussire de un
punto de contacto peligroso. ¿Cuántas otras acciones, movimientos, ejecuta
en esos días? Aún no lo sé.

El 4 de octubre regresa a la casa con José Bordaz. Habían decidido pasar la
noche ahí. ¿Existían otras posibilidades? Si, pero nos parecieron más
arriesgadas.

El sábado 5 de octubre la urgencia es extrema, hay que dejar la casa antes
de la noche. Necesitamos un refugio, aunque sea precario. Nos distribuimos
las tareas. Me toca buscar un lugar. Ellos, entre otras cosas, tienen puntos
de contacto para difundir la alerta a los “ayudistas” y al conjunto de las
redes clandestinas, salvar el material del aparato de documentación,
esconder los documentos… Antes de despedirnos nos damos cita en la casa a
las 17 horas.

Subo por la calle Santa Fe hasta Santa Rosa, consciente del peligro, atenta
al más mínimo movimiento extraño en el barrio. En Santa Rosa, un bus, luego
un taxi. Puedo instalarme adonde una señora, amiga de mi madre, para
estudiar los arriendos disponibles de inmediato. No lo dudo, voy a
conseguirlo. Dispongo de dinero y papeles falsos.

A las doce tenía las llaves de una casa. Misión cumplida, ligero alivio. No
detecto nada anormal en el camino de regreso. Solo una onda eléctrica –¿qué
emana de mí?– en la atmósfera. Morder el miedo, seguir con la esperanza
entre los dientes.

Miro la hora antes de abrir la reja continua a la vecina Anita. Eran las 13
horas. Dejo el paquete de provisiones en la cocina y empujo la puerta que
conecta el patio con el pasillo interior. Sorpresa, Miguel me acoge. Esta
armado. Nos vamos, dice. Le informo la dirección del lugar entrando en
nuestro dormitorio, el tercero en la línea de las habitaciones, el que da al
jardín. Desde ahí percibo a Sotomayor y Bordaz que vigilan la calle desde
las ventanas que dan a la vereda. Un instante de conversación. Hay
movimientos extraños, tenemos que irnos, ahora, dice. La voz de uno de los
compañeros nos interrumpe: “¡Aquí están!”

Cecilia se encuentra en uno de los autos que se detienen. Ninguna lógica en
esa presencia. Solo que ese 5 de octubre les “suelta” un falso punto de
contacto: “Mediodía, en Departamental con Gran Avenida”. Dos autos, 4
agentes de la DINA por vehículo. Después de lo sucedido el día anterior en
Avenida Grecia, desconfían y van bien armados.

Cecilia, sin venda, de pie, en ese punto. Por supuesto nadie se presenta,
ese contacto no existe. La golpean, la empujan dentro del auto. No le
vuelven a colocar la venda. Se dirigen de regreso al cuartel. Ella escucha,
ve. Junto a ella van Miguel Krassnoff, Osvaldo Romo, agente civil reclutado
en el lumpen y Teresa, una de las feroces mujeres de la DINA. Todavía tienen
tiempo, antes de almorzar, para rastrear una vez más el perímetro sospechoso
que por casualidad no se encuentra lejos. Recorren Gran Avenida y luego
circulan por las calles interiores, del lado este. Los dos autos se siguen,
los agentes comunican de un vehículo al otro por radio. Cecilia los escucha,
piensa haber reconocido la voz de Marcelo Moren Brito, pero no sabe con
certeza.

Cazadores olfateando a su presa, al acecho ante el mínimo indicio. Se
detienen frente a una lavandería, un almacén… Se topan con la calle Santa Fe
continúan interrogando a jóvenes que juegan a la pelota, luego Romo le habla
a una mujer, la mujer señala desde lejos, varias cuadras, la casa. Por radio
se comunican con el cuartel de José Domingo Cañas. “Es lo último que alcancé
a escuchar: la instrucción de pedir refuerzos. Eso, antes de que me sacaran
y me llevaran a esa casa, tan pobre, como yo la recuerdo, donde me dejaron
amarrada mientras se efectuaba el allanamiento y el tiroteo”, me dice
Cecilia.

« En una operación conjunta de los servicios de inteligencia de las Fuerzas
Armadas fue allanada en el día de hoy a las 13:30 horas, una edificación
ubicada en … La operación registró una fuerte resistencia desde el interior
de la casa con armas automáticas. A las 15:30 horas las fuerzas pudieron
ingresar al lugar encontrando el cuerpo sin vida del dirigente mirista
Miguel Enríquez y con heridas de gravedad a Carmen Castillo Echeverría »
Declaración oficial de la Dirección Nacional de Comunicación Social del
Gobierno. Otras informaciones de prensa señalan las 13:15 horas como inicio
del operativo.

Esa es para mí la hora en que Humberto Sotomayor y José Bordaz nos avisan
“¡Allí están!”. Miguel y yo estamos en el cuarto. Es de ahí que él sale, con
el AK en la mano, ya engatillada, pues escuchamos el primer intercambio de
ráfagas de metralletas. Es ahí donde tomo la Scorpio y apunto desde la
ventana, al frente solo hay un muro colindante con la vecina Anita, no puedo
ver la calle. El me había dicho: “No te muevas de aquí”. Obedezco, carente
de emociones.

Comienza el enfrentamiento. Para nosotros se trataba de alcanzarlos, de
obligarlos a retroceder, de forzarnos un paso para escapar del cerco,
ejecutar el plan de escape mil veces estudiado.

Y lo conseguimos. Después de un corto momento de intercambio de tiros, se
alejan. Ese primer tiempo del enfrentamiento no duró más de 15 minutos. Son
entonces entre las 13:30 y las 13:45.

En el instante mismo en que ninguna bala roza la casa, Miguel da la orden de
salir. Entra en la habitación, toma uno de los dos bolsos de dinero, yo el
otro, caminamos rápido, él delante, yo detrás, a un metro. Nos dirigimos
hacia el auto, por esa salida lateral de la gran pieza donde hay una puerta
ventanal ubicada frente al Fiat.

Justo en ese momento una granada explota. ¿Quién la tiró?¿Adónde cayó? Aún
no lo sabemos. No aterrizó demasiado cerca de nosotros, nos hubiera matado,
no demasiado lejos, quedamos heridos.

Pequeños trozos de acero puntiagudos me seccionan la arteria y los nervios
del brazo derecho a la altura del músculo superior, algunos se incrustan en
la parte alta del pecho, y también, lo sabré mucho tiempo después, dos
minúsculos llegan hasta la pared del pulmón. Todavía estoy parada cuando
José Bordaz se cruza conmigo. Después me desplomo lentamente.

Miguel también fue alcanzado, está en el suelo.

Sotomayor pasa junto a él, cree que Miguel está muerto. Una herida en la
cabeza, dice. En ese instante, entonces, Humberto está convencido de que
Miguel yace herido de muerte. Bordaz contará esa noche que al escucharlo él
también lo cree. Continúan entonces a abrirse camino para romper el cerco y
escapar. Saltan los muros hacia la calle Veras Mena… Lo logran.

Nunca he emitido un juicio sobre aquel hecho u otros. He gritado contra el
destino pero no me he detenido en los “si… tal cosa…” La tragedia se asume
entera o nada puede desprenderse de ella. Exigir un balance político y sacar
lecciones es indispensable. Lamentar no.

Ese 5 de octubre aprendí y para siempre que “aquel que no ha sufrido el
miedo, que no ha convivido con él ni negociado con él las condiciones de su
sobrevida, no puede, no debe ni comprender ni juzgar. Solo respetar lo que
se le escapa.” Privilegiada, la historia me adjudica el buen papel, pero
solo la entereza de los otros evitó mi posible derrumbe. Lo sé.

Mientras Humberto y José se alejan, unos segundos después de desplomarme veo
a Miguel, del otro lado de la puerta ventanal, a menos de un metro de
distancia. Su cuerpo extendido en el suelo, su rostro mirando hacia el
cielo, su torso fuerte agitado al ritmo acelerado de su respiración. Un hilo
fino de sangre corre de su mejilla izquierda. Vive.

Unos minutos después abro nuevamente los ojos y allí está, de pie, en
posición de tiro, el ojo en el visor de su AK. Dispara, protegido de los
proyectiles que chiflan tras el muro saliente, al costado del auto.

Recién comienza entonces el segundo tiempo del enfrentamiento.

La DINA reforzada lanza una nueva embestida. Aullidos que son órdenes,
ráfagas de metralletas, lanzacohetes, granadas… Violencia desatada. Los
vecinos lo contarán, los prisioneros de la Casa José Domingo Cañas vivirán
la histeria y los chirridos de las camionetas desde la oscura pieza donde se
encuentran amontonados. Cuando Cecilia es extraída al fin de su prisión
provisoria escuchará todavía el ruido de los helicópteros sobrevolando el
lugar.

Como lo revelan los medios, la dictadura está convencida de que en ese
combate participan varios militantes. Augusto Pinochet Manuel Contreras
Pedro Espinoza Marcelo Moren Miguel Krassnoff… los jefes militares y sus
comanditarios civiles NO pueden concebir que quien se enfrentó a su Poder
fue UN solo hombre, Miguel Enríquez.

Tiene 30 años, dos hijos, es médico, militante e intelectual revolucionario.
Va a morir, pero todo recomenzará. “La revolución nunca se acaba.”

Ese lapsus de tiempo, dos horas. Intentemos imaginar: sus desplazamientos al
interior de la casa, sus gestos precisos, la extrema concentración de su
mente para ejecutarlos. Maestría en el combate. El enemigo aumenta su número
de hombres y armamento. Maestría en la resistencia. Segundo tras segundo,
Miguel actúa. Su vida entera, toda su razón, todos sus deseos y sueños, todo
su pensar y su amor por los otros se concentran en ese instante. El acto
libre de un hombre libre.

El coraje político nada tiene que ver con el sacrificio, sí con el querer y
la fuerza. El valor se juega su existencia en el instante del hecho, nunca
se sabe de antemano.

Ese 5 de octubre, una última ráfaga lo acalla. Se ha replegado hacia el
patio, se encarama al muro divisorio de la casa de San Francisco 5959. La
vecina Isabel protege a sus hijas bajo un catre, asoma la cabeza y lo ve, de
pie sobre la pandereta: “Estaba herido y empuñaba un arma. Lanzó un grito :
Hay una mujer embarazada herida, paren el fuego ! Los tiros continuaron. Su
cuerpo cayó junto a la artesa, el suelo era de tierra” .

La autopsia indica las 15:30 como la hora de su muerte.

Edgardo Enríquez, su padre escribirá: “Tenía diez heridas a bala. Una de
ellas, la última, le entró por el ojo izquierdo y le destruyó el cráneo. Al
verlo, con el resto de su cara serena, sonriente casi, y con un dejo
burlesco en la expresión, dije a mi mujer, su madre: ‘Quienes le dispararon
sabían que aunque desfiguraran su hermoso rostro y destruyeran su cerebro
privilegiado no lograrían jamás borrar la imagen de él que se ha formado el
pueblo, ni sepultar sus generosos y sabios pensamientos inspirados por sus
elevados y dignificadores ideales’.”

Aprehender la vida de Miguel, un revolucionario, el equipaje de sus sueños,
su pensamiento, sus penas, su sentido del humor.

Recordar su fuerza, la realidad de sus esperanzas y continuar a llevarlas,
con él.

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