Memoria/ genocidio armenio: centenario de una barbarie [Coriún Aharonián]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Abr 25 20:43:57 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo - 25 de abril 2015

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Memoria

El genocidio armenio

Centenario de una barbarie

El centenario del genocidio del pueblo armenio viene cargado de buenas
sorpresas pero también de decepciones. En la conmemoración se juegan otros
genocidios, otras reivindicaciones. Las grandes injusticias históricas
suelen ser irreversibles. Un muerto no resucita. La reparación válida es
fundamentalmente simbólica.

Coriún Aharonián

Brecha, Montevideo, 24-4-2015

http://brecha.com.uy/

Enrique Martínez Moreno tenía claro, cuando redactó el proyecto uruguayo de
ley de conmemoración del cincuentenario, que había que dar la lucha por la
justicia a nivel del derecho internacional, y que la convención de las
Naciones Unidas sobre genocidio tenía que ser un instrumento importante.
Transcurridos otros 50 años, es poco lo que se ha avanzado en el
reconocimiento del crimen contra el pueblo armenio y menos aun lo que se ha
hecho por prevenir e impedir las aniquilaciones masivas de otros pueblos. La
movilización unitaria de la colectividad armenia de Uruguay en 1964 y 1965
sigue siendo uno de los hitos entre los actos de conmemoración del
genocidio. Y la ley redactada por Enrique Martínez Moreno y refrendada en
1965 por todo el espectro político uruguayo ha sido durante décadas un punto
de referencia a nivel internacional.

Un primer hecho: el 24 de abril de 1915 (11 de abril en el calendario
juliano de la época) el gobierno de Turquía inició una serie de acciones que
provocarían el exterminio o el desplazamiento de entre uno y dos millones de
armenios, ciudadanos de ese Estado. El genocidio se extendió a otros pueblos
cristianos que vivían en los antiguos territorios del imperio otomano, y no
cesó hasta 1923. Hubo variadas formas de destruir a las naciones
minoritarias, dependiendo de las etapas de la escalada, y también de los
modos de proceder de las autoridades militares de cada región. El primero de
los múltiples procedimientos fue el descabezamiento de la comunidad,
mediante la ejecución sorpresiva de intelectuales y de dirigentes políticos
y religiosos. Luego, las matanzas masivas (que ya habían sido ensayadas por
el sultán Abdul Hamid II entre 1894 y 18971), la destrucción de los
poblados, las marchas forzadas al desierto, la conversión por la fuerza a la
fe musulmana, la deportación acompañada por la anulación del lugar físico de
origen. Sólo quedaron algunos miles de armenios en Constantinopla (Estambul,
desde 1930) y algunos otros centros poblados próximos a Occidente, y muchos
armenios "secretos" en Anatolia.

Y, es claro, los pobladores de la parte de Armenia bajo dominio ruso.

Un segundo hecho: tras un brevísimo interregno -al finalizar la Primera
Guerra Mundial-, de reconocimiento del genocidio y de juzgamientos a sus
responsables, el Estado turco pasó a negar la mera existencia del genocidio,
y en esos trece se mantiene hasta hoy, a pesar de los sucesivos cambios de
gobierno. La sola mención del genocidio es considerada delito castigable.

Por otra parte, los gobiernos turcos han sabido explotar la importancia
geopolítica de su país frente a las potencias mundiales, atemperando las
acciones que pudieran surgir en relación con los reclamos de reconocimiento.
En consecuencia, las potencias han sido tibias a la hora de esos reclamos.
También la mayor parte de los países comunes y corrientes. Estados Unidos no
ha reconocido el genocidio como tal. Tampoco lo ha hecho Israel, en una
incomprensible dualidad entre los reclamos por el genocidio propio y el
ajeno. El propio Vaticano ha debido esperar la llegada del papa Francisco
para decir lo que sabía desde el comienzo.

Entretanto, algunos grupos de capital han estado, estos últimos años,
enchastrando la cancha. Si el reclamo por el reconocimiento del genocidio es
un reclamo simbólico, desinteresado, de simple justicia ante la barbarie que
tuvo lugar hace un siglo, hay otros reclamos que el pasaje del tiempo ha ido
relativizando. A pesar de que la población armenia estaba dispersa en un
amplísimo territorio del mapa de Turquía, había lugares de una concentración
alta, y zonas de población armenia mayoritaria. Hace medio siglo, entonces,
podía ser sensato reclamar devolución de tierras a la República Armenia,
vecina de Turquía desde 1918. Hoy día tal reclamo resulta más problemático,
puesto que en esas tierras han vivido durante un siglo varias generaciones
de turcos y de kurdos que quedarían, ahora, despojados de "su" tierra. A
pesar de ello, podría ser un rasgo de inteligencia el devolver a Armenia el
mítico Monte Ararat, símbolo nacional desde tiempo inmemorial.

Reparaciones

Hay aspectos más complejos: las reparaciones. Hasta ahora, los
sobrevivientes del genocidio dispersos por el mundo han aceptado su destino
y raramente han planteado interés en ser recompensados por el abuelito
genocidado. Pero recientemente han aparecido firmas de abogados en Estados
Unidos que ofrecen sus servicios para demandar a las firmas de seguros que
no pagaron a los familiares las debidas reparaciones monetarias por las
muertes de sus padres o hermanos. Se hace difícil imaginar quiénes (y
cuántos) podían, en 1915, tener pólizas de seguros de vida o de propiedad
entre los armenios de Turquía, y quiénes (y cuántos) de entre ellos pudieron
haber guardado celosamente esos documentos durante un siglo, atravesando el
horror y el exilio. Obviamente, no el campesinado ni el proletariado
armenio, pero tampoco la pequeña burguesía. Me resulta penoso que una docena
de señores adinerados -como los que mostraban los hermanos Taviani en su
cuestionable filme La casa de las alondras- usen un genocidio como excusa
para hacer más dinero.

En las actividades de conmemoración del centenario las hay más banales, y
las hay trascendentes. Por un lado están los ciudadanos de Turquía de origen
turco y kurdo que desafían el (des)orden impuesto desde el gobierno para
avivar la memoria y asumir la carga histórica que el negacionismo de los
sucesivos gobiernos ha tratado de esconder durante un siglo.2 Las posturas
oficiales han sido, década tras década, no sólo de insistir en que allí no
pasó nada, sino de institucionalizar la mentira, tanto a nivel del discurso
de las autoridades políticas, militares y judiciales, como a nivel de los
medios de comunicación y del sistema educativo todo.

En Turquía

Para numerosos turcos, la fuerza simbólica del siglo transcurrido desde el
genocidio, y la asociación de ideas entre ese crimen impune y los numerosos
crímenes impunes que se siguen cometiendo a diario, ha estado detonando
acciones concretas. El primer paso con resonancia internacional fue el muy
valiente pedido de perdón firmado por más de 30 mil intelectuales turcos a
comienzos del año 2009.3 Mientras tanto, el velo de la ocultación se ha
empezado a correr en la producción literaria de los últimos años (como en
Orhan Pamuk y otros menos conocidos en el exterior), varios historiadores de
gran coraje han abordado la investigación de documentos y la reescritura de
la historia escamoteada, varios editores han publicado libros reveladores
(desde Los 40 días del Musa Daga, de Franz Werfel, hasta los nuevos trabajos
historiográficos) asumiendo el riesgo de prisión y tortura, y han ido
creciendo los actos públicos de rescate de la memoria del horror,
especialmente desde el asesinato del periodista armeno-turco Hrant Dink en
enero de 2007, que provocara una inesperada y multitudinaria manifestación
callejera, una marea humana de más de 100 mil personas.

Algunos aspectos de estos cambios -imprevisibles hasta hace muy pocos años-
son muy emocionantes. Uno de ellos es la solidaridad que la causa de los
armenios ha estado recibiendo de parte de los dirigentes kurdos, una
castigada nación que un siglo atrás había sido utilizada por parte de los
gobernantes turcos -en nombre del Corán- para masacrar armenios, y que hoy
recupera su voluntad de existir como grupo nacional y homenajea a sus
vecinos que fueron, por un momento, adversarios. La ciudad de Diarbekir, en
territorio kurdo y con gobernantes kurdos, inició la reconstrucción de una
iglesia armenia del siglo XIV, a pesar del gobierno de Ankara. En noviembre
de 2012 volvió a funcionar su campanario.

Mientras tanto, las comunidades de descendientes de armenios dispersas en el
mundo han cultivado su desunión con perseverancia, un dato que los
dirigentes turcos manejan con astucia. A la diáspora armenia le resulta
difícil entender los cambios que se han estado produciendo en Turquía,
especialmente entre los intelectuales turcos y entre los dirigentes kurdos.
El paso del tiempo hace que se vaya borroneando en sus integrantes la noción
de cuál es la realidad allí, si bien conservan en alguna medida el
imperativo moral de que hay pendiente un acto de justicia en relación con
sus ancestros. Pero esa diáspora armenia tiene poco peso numérico, y la
propia Armenia es un país pequeño con una población pequeña, otro dato
geopolítico relevante para el negacionismo de los dirigentes turcos. Hrant
Dink era portavoz de una postura de dirigentes armenios de Turquía que
reclamaban de sus connacionales del exterior que les dejaran a ellos la
iniciativa para resolver la cuestión con Turquía. Aun a costa de la prisión
o de la muerte.

Las autoridades políticas turcas han variado su discurso, si bien en forma
zigzagueante. En algún caso, se ha llegado a maquillar el negacionismo, como
en un abortado intento de acercamiento entre Armenia y Turquía producido con
la excusa de un partido de fútbol. En las últimas semanas, el presidente
Recep Tayyip Erdoğan ha admitido la muerte masiva de armenios (haciendo un
descuentito y reduciéndola a medio millón -como si medio millón fuera una
bicoca-), repitiendo una y otra vez que no se trató de un genocidio sino de
consecuencias de la guerra, en la que habría muerto igual cantidad de
turcos. No importa que no haya existido guerra contra los armenios y que la
guerra en cuestión haya sido contra las potencias aliadas.

Ahí se entrevera nuevamente el juego. Porque en el discurso oficialista
turco hay un dejo de antiimperialismo, y ese dejo tiene asidero. Las
potencias europeas necesitaban aniquilar el imperio otomano a fin de
quedarse con el Cercano Oriente y su petróleo (y de paso algunas otras
riquezas naturales), objetivo en el que siguen perseverando un siglo más
tarde. Es cierto que la batalla de Galípoli fue un cruentísimo acto de
barbarie y que los turcos que pelearon allí lo hicieron en buena medida
contra el imperialismo europeo. Pero nada tenían que ver los armenios con
Galípoli, y -es más- mientras transcurría la interminable batalla, el Estado
turco regido por el partido de los Jóvenes Turcos estaba procediendo
metódicamente al exterminio de la población armenia (y de otros pueblos
no-musulmanes). Erdoğan echó mano este año a la celebración de la victoria
de Galípoli para esconder la persecución de los armenios y no le fue bien:
la mayor parte de los países invitados a los fastos no confirmó su
asistencia, forma diplomática del pito catalán.

Las vueltas de tuerca son muchas, también en la historia de la Turquía de
hace un siglo. El partido de los Jóvenes Turcos gana el gobierno con el
apoyo de los partidos revolucionarios armenios, que los consideran hermanos
en los novísimos ideales político-sociales (parcialmente importados de la
Europa occidental imperialista, qué se le va a hacer). Mi familia conserva
una magnífica foto en la que se ve a la población armenia de Akseray (la
población masculina, como era normal en ese entonces), la ciudad de mis
abuelos maternos, celebrando en 1908 el triunfo de los Jóvenes Turcos (mi
abuelo enarbola una de las banderas turcas), los mismos que los iban a
deportar y matar pocos años después. El genocidio, perpetrado ante la mirada
complaciente de los aliados germanos, se detiene al finalizar la Primera
Guerra Mundial, y los responsables pasan a ser juzgados por sus crímenes.
Pero Mustafá Kemal, héroe de Galípoli, que va a convertirse en el político
de mayor envergadura pasada la guerra, considera que un juicio en territorio
ocupado no es un juicio respetable, y no sólo perdona a los genocidas sino
que incorpora a su gobierno a algunos de ellos. A partir de 1919 se reanudan
las persecuciones contra los armenios, que se extenderán hasta 1923. Es
decir, el genocidio iniciado en 1915 tiene un respiro por manes del fin de
la Primera Guerra Mundial, pero se reanuda rápidamente y deja limpia Turquía
de infieles.

A cien años de la barbarie, los descendientes de los sobrevivientes siguen
sin entender cómo fue posible el genocidio. Cómo son posibles, cien años
después, los genocidios.

Notas

1. Con un resabio de matanzas en Adaná en 1909.

2. Véanse mis entrevistas en Brecha al historiador turco Taner Akçam
(14-I-11), al editor turco Ragıp Zarakolu (9-V-14) y al luchador kurdo
Mehmet Doğan (23-V-14). Véase asi-mismo la entrevista al historiador Vahakn
Dadrián (15-II-08).

3."Pedido de perdón de intelectuales turcos", Brecha, 23-I-09.

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