Brasil/ la miseria estructural de la crisis brasileña: ¿Y la lucha de clases? [María Orlanda Pinassi]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Dic 9 17:57:11 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

9 de diciembre 2015

Boletín Informativo

redacción y suscripciones

germain5 en chasque.net

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Brasil 

La miseria estructural de la crisis brasileña: ¿Y la lucha de clases? *

María Orlanda Pinassi

Rebelión 

http://www.rebelion.org/

Brasil está en crisis, pero si pensamos en su histórica condición periférica
en el circuito global de las naciones capitalistas, concluiremos que su
crisis es estructural. En este proceso, las burguesías siempre se acomodan.
Quien invariablemente sustenta el peso de la inestabilidad permanente son
aquellos que nunca usufructúan sus beneficios ni en los buenos, ni en los
malos tiempos. Es desde ese lugar social que arriesgo una mirada hacia el
presente y es hacia ese lugar que pretendo retornar.

I

En 1981, Florestan Fernandes escribió el ensayo “Reflexões sobre as
revoluções interrompidas” en el cual empleó toda su verba crítica para
analizar la situación de miseria que Brasil heredaba de dos décadas de
dictadura cívico-militar. Reproduzco algunos retazos de este ensayo para
ilustrar la gravedad del problema.

La ilusión del made in Brazil, las consecuencias y las extravagancias del
consumismo, la corrupción moral y mental de las personas, la interiorización
plena del agente dominador, de sus intereses inhumanos, de sus
corporaciones, mercados y poder, etc. – ¿volvimos o no a la conquista, sólo
que ahora de forma mucho más temeraria y disolvente? (Fernandes, 1981a:11)

A aquella altura de los hechos, nuestro autor tenía ya plena conciencia de
que la perspectiva desarrollista para el atraso brasileño, cuyo modelo se
practicaba por aquí desde los años 1970, no podría –como jamás puede–
ofrecer algo positivo para los rumbos futuros de la clase trabajadora. Un
plan poderoso e internacionalista de interacciones transnacionales,
financiarización total de la economía, exigido por organismos multilaterales
–Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional–, penetraba la médula de la
sociedad brasileña. La primera providencia fue actuar sobre un sector
crónicamente atrasado –la agricultura, foco permanente de conflictos en todo
el territorio nacional, imponiéndole un nuevo y agresivo patrón de
producción tecnológico. Lo que interesa, de hecho, es que la llamada
Revolución Verde impulsó un violento proceso de expropiación de millares de
familias campesinas, indígenas, de trabajadores rurales de sus tierras y sus
formas tradicionales de vida.[1] Se los transformó en proletarios precarios
–con bajos salarios y desprovistos de derechos–[2] para proveer la demanda
de fuerza de trabajo en el campo y en las industrias urbanas también en
ascenso. Brasil se adentraba en el mundo del Imperialismo Total, de donde

[...] el desarrollo capitalista asociado y dependiente creó su propio patrón
de articulación política a los niveles continental y mundial: la capacidad
adquirida por la dominación externa imperialista de deprimir y distorsionar
el orden político se tornó única, permitiendo a las naciones capitalistas
hegemónicas y a su super-potencia, gracias y a través de varios tipos de
instituciones (más allá de la diplomacia), maximizar intereses económicos u
objetivos políticos y militares, así como controlar a distancia un amplio
proceso de modernización acelerada (Fernandes, 1981b: 26)

La proletarización más plena de Brasil no conoció, por lo tanto, las
condiciones más favorables de la “articulación social predominantemente
productiva del capital de la época de Marx”. Ella es contemporánea de la
crisis estructural del sistema de metabolismo social del capital que avanza
como causa sui y sin que ninguna necesidad humana interfiera en su dinámica
permanente de expansión y acumulación. Según István Mészáros, el momento
alcanza [...] un nivel en que la disyunción radical entre producción genuina
y auto-reproducción del capital no es más una remota posibilidad, y sí una
realidad cruel con las más desbastadoras implicancias para el futuro. O sea,
las barreras para la producción capitalista son, hoy, suplantadas por el
propio capital de formas que aseguran inevitablemente su propia
reproducción- en gran extensión en constante crecimiento- como
auto-reproducción destructiva, en oposición antagónica a la producción
genuina. [...] Cuanto más el sistema destraba los poderes de la
productividad, más él libera poderes de destrucción; y cuando más dilata el
volumen de la producción tanto más tiene que sepultar todo bajo montañas de
basura asfixiante (Mészáros, 2002: 699, 1010)

Frente al cuadro en que apenas se iniciaba aquel patrón de dominación
incorregiblemente nefasto del capital sobre el trabajo, pautado en una ley
del valor mucho más “flexible”, Florestan no se ilusiona con las promesas de
apertura política, pues comprendía que, si durante los años sombríos, el
fuerte aparato de represión impedía las manifestaciones de masas por la
fuerza, garantizando de ese modo la modernización conservadora del país, la
transición democrática necesitaba de nuevas y todavía más poderosas formas
de control sobre ellas, ya que la intensificación de aquel modelo de
desarrollo destructivo les reservaba adversidades todavía más problemáticas
y más complejas que enfrentar.

Tanto internamente, como a partir de afuera, el palco está preparado para
compatibilizar el crecimiento morfológico de los proletarios como clase en
sí con una conciencia de clase “esterilizada” y con dinamismos de “luchas de
clases” destituidos de elemento político y de un eje verdaderamente
revolucionario (Fernandes, 1981b:110)

Caso raro en la escena brasileña reciente, invadida por una corrosiva onda
de relativismos teóricos que se fundan en el agotamiento del trabajo como
productor de valor, del trabajo como punto de identificación social de los
sujetos históricos, el compromiso ético de Florestan se establecía por
entero con la construcción y las necesidades de la revolución proletaria en
un país del capitalismo dependiente y subalterno al capital central. Por
eso, no perdonó a ninguno de los segmentos empeñados en la misión de
domesticar e “incluir” los ímpetus de clase. Ni el socialismo reformista,
con sus tácticas de apoyo y alianza con la burguesía nacional; ni los
sindicatos “modernos” y “democráticos”, influenciados por el modelo
norteamericano; ni los “partidos obreros social-democratizados” y de más
movimientos de masas que capitulan en la línea de menor resistencia. Fue
particularmente duro con “los intelectuales y las universidades (que)
permanecen ciegos frente a este proceso, por el cual ellos mismos están
siendointernacionalizados, ‘cooptados’ y destruidos por la alienación”.

Todavía no se podía entrever la magnitud de los golpes que la clase
trabajadora y toda la población vulnerable del campo y de las ciudades
habrían de sufrir de los sucesivos gobiernos neoliberales,
independientemente de la forma que tomaran con Fernando Collor, Itamar
Franco, Fernando Henrique Cardoso (FHC), Lula Da Silva o Dilma Roussef.
Todos, cada uno a su tiempo y a su modo, siempre bajo el comando externo,
tuvieron una funcionalidad necesaria a la profundización de la crisis
estructural del capital. Sobre la cuestión, es a Mészáros a quien todavía
recurro para comprender la relación visceral del Estado con el orden
económico.

En la época de Mandeville, la gran preocupación, en lo que refería al papel
del Estado, [...] era usar su poder en el interior del país, de modo que la
‘propiedad fuese asegurada’ y que ‘el pobre fuese estrictamente puesto a
trabajar’; internacionalmente, la intención era sustentar las fuerzas del
capital en su emprendimiento de expansión colonial, en interés de la riqueza
creciente de ‘las grandes naciones activas’. Hoy la situación es
radicalmente diferente. No con los objetivos de ‘garantizar la propiedad’ y
‘poner al pobre estrictamente a trabajar’: en cuanto sobreviven el modo de
producción capitalista y su Estado, ellos tienen que mantener los propósitos
permanentes del sistema. La diferencia radical se hace visible en el hecho
de que el Estado capitalista precisa ahora asumir un papel intervencionista
directo en todos los planos de la vida social a una escala monumental. Sin
esta intervención directa en el proceso socio-metabólico, que actúa
solamente apenas en situaciones de emergencia, pero en forma continua, se
torna imposible mantener en funcionamiento la extrema perdurabilidad del
sistema capitalista contemporáneo (Mészáros , 2002:700).

Teniendo en cuenta la marcha acelerada del progreso destructivo en el Brasil
de los años 1970, en el comienzo de los ’80, ya era posible vislumbrar la
degradación potencial que sería impuesta a la mayor parte de la sociedad
brasileña. Por eso mismo Florestan se preocupaba con el desierto ideológico
que se articulaba contra ella: ¿o qué decir de la barbarie que de ahí podrá
resultar si las poblaciones pobres y las clases trabajadoras no estuvieran
armadas para luchar por sí mismas y por la HUMANIDAD de explotadores y
explotados? (Fernandes, 1981:111).

Los anteriores pasajes ayudan a comprender la situación que vivimos hoy en
Brasil, situación todavía más miserable que la encontrada por Florestan en
1981, pues se cumplió lo que él temía. El espectro de la barbarie se
personificó plenamente en el país y frente a ello no se vislumbra un
proyecto emancipatorio, ninguna salida más radical al capital, capaz de
movilizar a las masas. Aquí reside la razón real de la crisis brasileña, la
crisis de una clase sin derechos, sin alma, sin futuro. El Partido de los
Trabajadores (PT), como conductor político del molino satánico, tuvo
participación decisiva en su ruina.

II

Por más de una década, los gobiernos petistas se jactaron de alzar a la
población más pobre de Brasil a la categoría de una “nueva clase media”.
Cumplían, de esta forma, con las promesas de sucesivas campañas electorales
a la presidencia de la república en que, apartándose de las tendencias más
combativas de las bases obreras y populares de su origen, comenzaron a mirar
los deseos difusos de aquel segmento social. Al frente de la administración
del Estado, el PT va a encontrar a los sectores populares desgastados,
empobrecidos y fragilizados por los ataques sufridos por las políticas
aplicadas en gobiernos anteriores, sobre todo el de FHC. Por eso también fue
tan grande la expectativa depositada en la nueva gestión.

Las urgencias de la pobreza dieron ocasión al prestigio que consolidó en los
resultados inmediatos obtenidos de las políticas socio-económicas que
siguieron a rajatabla el recetario del Banco Mundial. Se verificó un aumento
en la renta de la población, disminución de la tasa de desempleo, expansión
del consumo en función del crédito barato. Sin ninguna intención de
recomponer los derechos substraídos a la clase, de revertir el cuadro de las
desregulaciones que la afectaron, se promovió la tal “inclusión social”
mediante programas modulares y contingentes como la Bolsa Familia y Mi Casa,
Mi Vida. La educación ganaba contornos más amplios y también pragmáticos con
el Prouni (Programa Universidad Para Todos), el FIES (Fondo de
Financiamiento Estudiantil), el Pronatec (Programa Nacional de Acceso a la
Enseñanza Técnica y Empleo) y el programa de cuotas para estudiantes negros
y pobres. La reforma agraria salía de escena en función de programas de
incentivo a la agricultura familiar (Pronaf) y de la producción de
agro-ecológicos. Subió significativamente el volumen de los gastos públicos
con el fin de viabilizar el PAC (Programa de Aceleración del Crecimiento)[3]
que, con los aportes del BNDES (Banco Nacional de Desarrollo), financió
obras gigantescas por todo el territorio nacional, tales como
hidroeléctricas –entre las más polémicas están Belo Monte y Jirau–,
ferrovías y complejos portuarios para el embarque interno y externo de la
producción de commodities. Se edificaron complejos petrolíferos dedicados a
la exploración del pre-sal e, incluso, pesada infraestructura necesaria para
la realización de mega-eventos como la Copa de la FIFA de 2014 o las
Olimpíadas de 2016. Por mucho tiempo, un mismo y viciado grupo de empresas
venía obteniendo el privilegio en los financiamientos públicos.

Entre 2002 y 2010, Brasil registró un aumento del 146% en el precio medio
(en dólares) de las exportaciones, mientras que las importaciones crecieron
un 85% en el mismo periodo. El ingreso, al ritmo de los demás países
miembros del BRICS, subía 7% al año. Tales factores estimularon la compra de
productos industrializados de China, principalmente, con quien Brasil
estrechó acuerdos comerciales desde que aquel país, en curva ascendente, se
convirtió en el más importante comprador de soja y de hierro brasileños.
Como dicen algunos: un “maná que vino del cielo”.

La bonanza dependiente de las exportaciones de commodities y de la lógica
crediticia creó la sensación de que todas aquellas ventajas serían
definitivas. El optimismo gubernamental hizo creer que “todos” ganaban y
que, con sus bases de apoyo en una fuerte alianza con sectores de la
burguesía nacional, sería capaz de controlar internamente las sacudidas de
la crisis internacional que, desde 2008, viene ensayando un colapso
generalizado. Concretamente, el alardeado neo-desarrollismo petista que
salió en defensa de la industria nacional fracasó en sus intenciones al
adoptar una política de consumo muy superior a los que la industria
doméstica podría atender. El resultado fue una brutal desindustrialización
comprobada por los números: en 2010, la industria correspondía al 15% del
PBI, mientras que en 2014, cayó al 11%.

Y, coherentemente con el modelo de desarrollo inaugurado en los años 1970,
los programas de crecimiento de los años 2000 continuaron ampliando
enormemente el poder del capital financiero, del agro-negocio, de la
minería, del sector energético y de la construcción civil. Se fortaleció el
mono cultivo, la producción decommodities y de bienes manufacturados para la
exportación. La ampliación y el fortalecimiento de la Revolución Verde
confirma el viejo modelo agrícola, basado en la gran unidad productora y
fuerte impacto ambiental, racionalizado mediante una larga utilización de
tecnologías basadas en máquinas, en semillas transgénicas
auto-reproductivas, en el consumo campeón de insumos químicos y de veneno
(mil millones de litros por año). Bajo el control de las grandes
transnacionales del sector, el modelo hegemonizado por la commoditización
domina el país generando y beneficiándose del desmonte de la mal sedimentada
industria de bienes de producción, de la reestructuración productiva, del
desempleo estructural, del debilitamiento de las entidades sindicales y
movimientos sociales, de la incidencia generalizada del trabajo
informalizado, precarizado, esclavizado, de la superexplotación del trabajo
infantil y femenino.

El PT vela por las necesidades del capital destructivo, ampliando la
tragedia de la clase trabajadora brasileña. El desierto ideológico del que
se preocupó Florestan fue llenado por el abstracto concepto de ciudadanía y
por una amplia gama de planes, proyectos y programas de reducción de la
miseria. Sin duda alguna, la obra más importante del PT se encuentra en el
manejo magistral con que operó su relación con las masas, con los sectores
populares, organizados o no.[4] Los trajo hacia las huestes del Estado, los
institucionalizó, los tuteló, controló su miseria, convirtiéndola en virtud.
Calló su voz combativa, tornándolos dependientes de políticas y de
burocracias estatales. Los compañeros de los sindicatos, partidos y
movimientos sociales son los nuevos socios; los trabajadores se convirtieron
en colaboradores y emprendedores fustigados por el fetichismo de la
mercancía (china) e invadidos por la lógica del enemigo. Sobre todo, se
apartaron de la incómoda y peligrosa conciencia de clase.

En el comando del Estado, el petismo constituyó un importante vector
político de la miseria brasileña. Y, si los militares usaron la fuerza bruta
para acallar a las fuerzas insurgentes contra el capital, el PT en el poder
las silencia por la ilusión del ascenso social –la clase media ciudadana–, y
el valor ideológico que atribuye a su empobrecimiento en amplio espectro.
Así, como un conocido político brasileño profirió la perla “bandido bueno es
bandido muerto”, el PT sentenció que pobre bueno es el pobre “amigo del
orden”.

III

En junio de 2013, vivimos un fenómeno semejante a lo ocurrido en la
Primavera Árabe (2010), cuando millones de brasileños salieron a las calles
para romper con el mito del crecimiento tranquilo y las bravatas del orden
consentido. Explotaba allí la recuperación de una gran onda rebelde, de
revueltas populares más o menos conscientes. Desde entonces, el país vive un
ascenso de luchas, una multiplicidad desconcertante de enfrentamientos,
reactivos en su mayoría y muy distintos de los que se podría esperar de una
organización social en tiempos más favorables. La actualidad está marcada
por activismos fragmentados, contingentes y, en no pocos casos, espontáneos
e ideológicamente confusos. Aún así resurgen como manifestaciones de
liberación de la clausura que representó el extrañamiento ideológico que les
fue impuesto durante más de diez años.

La osadía de las masas indicaba que la historia podría salir de control, de
aquella zona de confort en la cual se estableciera la política de consenso
del lulismo. Por eso, la parte más desconforme de los manifestantes viene
siendo duramente reprimida y criminalizada por la violencia policial.[5] La
otra parte, convencida por el adoctrinamiento pequeño-burgués, engrosa el
campo de la moral y de las buenas costumbres, vocifera contra la corrupción.
Desde allí, un clima de divisiones y de inestabilidad generalizadas es
orquestado por la delincuencia de los medios de comunicación que desinforma
y deforma, por la actitud reaccionaria del congreso que pisotea la
constitución, por el golpismo de la base aliada del gobierno y de sus
opositores. Una muchedumbre fascistizante convoca en todo momento a que se
practique la Ley de Lynch contra pobres, negros, indios, homosexuales.
Grupos de exterminio actúan con ferocidad en las periferias. Los noticieros
arman y rearman crónicas de una crisis sin historia, pasajera. El problema
se reduce a los individuos y a las siglas que ahora ocupan la gestión del
Estado. El mero recambio de ellas sanearía el ambiente y la normalidad sería
reconducida al país.[6]

Un análisis más preciso, sin embargo, muestra que los problemas que nos
afectan son más antiguos, mucho mayores y más graves de lo que las
posibilidades internas tendrían para controlarlos. Primero, porque poseen
singularidades históricas estructurales, y segundo, porque esas
singularidades están, más que nunca, sintonizadas con la crisis estructural
del sistema. Urge recomponer, sobre nuevas bases, nuestra función endémica
que, desde las medidas anticíclicas del keynesianismo, se presta a absorber
las contradicciones más agudas del sistema. El agravante del patrón global
de crecimiento en curso desde los años 1970 es la dificultad creciente de
mantener, en niveles aceptables, las tasas de ganancias. De ahí el abismo
impresionante que se viene cavando entre la riqueza concentrada en las manos
del 1% y la miseria potencial destinada al 99% de la población mundial. Para
garantizar esa irracionalidad se vuelve imprescindible derrumbar todos los
límites que impiden la explotación del sobre-trabajo y de los recursos
naturales necesarios a la lógica de producción destructiva.

En este escenario, los trucos del lulismo son inútiles para contener los
ánimos. Para mejor ejercer su papel histórico y atender a los requerimientos
del sistema, el momento precisa que adopte formas de gobernabilidad
absolutamente indiferentes a las expectativas de los trabajadores y de la
población vulnerable. Para el capital, el momento es de ruptura con ellos y
no de consensos. Irónicamente, el propio PT toma distancia estratégica del
lulismo para mejor conducir la transición hacia el abismo.

Dilma, rehén de su propio ministerio –con el banquero Joaquim Levy al
frente–, se empeña en hacer su parte para salvar al capital. Está en curso,
el mayor ajuste fiscal de la historia del país que, en términos nominales,
reorienta el monto de 70.000 millones de reales, antes destinados a aéreas
esenciales, para el pago de intereses de la deuda pública. Medidas
Provisorias de todo tipo afectan directamente al mundo del trabajo, entre
las cuales se destacan las MPs 664 a 665, que dificultan y disminuyen las
posibilidades de obtención del seguro de desempleo y jubilación; el proyecto
de Ley 4330, que permite la tercerización de la actividad principal de las
empresas; el cambio en el carácter de las inversiones de los fondos de
pensión, liberando la aplicación de recursos hacia la especulación
financiera; la MP 680, también conocida como Programa de Protección al
Empleo (PPE), que permite disminuir la jornada de trabajo y el salario en
hasta el 30% y cambia el pago de los abonos salariales del PIS/PASEP.

Otras propuestas tendrán un impacto arrasador en varios sectores de la
sociedad brasileña como aquella que menciona el fin de la unión aduanera con
el Mercosur y la apertura comercial con los Estados Unidos; la propuesta de
enmienda a la Constitución, PEC 171, que reduce de 18 a 16 años la edad
penal para crímenes graves, homicidio doloso y lesión corporal seguida de
muerte; la PEC 215 que confiere al Congreso Nacional la competencia
exclusiva de la aprobación de la demarcación de las tierras tradicionalmente
ocupadas por los indios y la revisión de la demarcaciones ya homologadas.

Proyectos de ley que inciden directamente sobre la libertad de los
individuos, como el PL 867, que impide que los profesores aborden cuestiones
políticas en el aula; sobre la soberanía nacional, como el PL 131, que
tramita un régimen de urgencia en el Senado y procura transferir hacia las
multinacionales las ganancias con la explotación de los recursos del
pre-sal; sobre desregulaciones con fuerte impacto social, como la PL 5807,
que define un nuevo marco regulatorio para el sector de la minería en Brasil
abriendo territorios de las comunidades tradicionales para la explotación
extractiva; sobre impactos educacionales, como el Plan “Brasil Patria
Educadora” que destina gran parte de los recursos públicos de la educación
hacia instituciones privadas; sobre el recrudecimiento de la represión como
el PL 2016, que caracteriza como terroristas a las manifestaciones políticas
equiparándolas al uso de explosivos nucleares.

El senado, a través de Renan Calheiros, presentó como propuesta todo un plan
de acción para “solucionar la crisis”, llamado Agenda Brasil. En ella se
prevé: 1) la protección legal para inversiones privadas en concesiones y
privatizaciones en la forma de Asociaciones Público Privadas (PPP, su siglas
en portugués), a través del desarme de las agencias que ponen límites a los
impactos ambientales y sociales, flexibilizando las leyes laborales,
desregulando la actividad extractiva, la protección ambiental y del
patrimonio histórico y retrocediendo en la demarcación de las tierras
indígenas, bien como estimulando mega eventos en detrimento del bien público
y relativizando los estudios de impacto social y ambiental en las obras de
infraestructura; 2) la búsqueda de equilibrio fiscal por medio de la
reducción de impuestos sobre el patrimonio y el aumento de impuestos sobre
la renta, de la desvinculación de recetas presupuestarias en áreas
esenciales, privatización del patrimonio público, caracterización de las
inversiones de las empresas estatales como gasto público, imposibilidad de
ajuste salarial para los empleados públicos; 3) el desmontaje de la
protección social que acaba con el principio de la gratuidad del Sistema
Único de Salud (SUS) y recoloca las inversiones en educación para el gago de
la deuda pública; 4) la exención de impuestos para las empresas y acceso a
fuentes de financiamiento público.

Obviamente no tendremos la oportunidad de analizar aquí el peso de cada uno
de estos puntos, pero podemos imaginar que si todas estas medidas fueran
aplicadas, y todo indica que sí, Brasil vivirá la mayor tragedia social,
ambiental y humana de su historia. Algo, posiblemente, semejante a la
tragedia de los refugiados de África y de Medio Oriente. Frente a tal
futuro, es muy importante la continuidad y la intensificación de las luchas
tanto por la recuperación de los derechos suprimidos como contra las medidas
que intentan otras supresiones. Pero es todavía más urgente una lucha que no
caiga en las artimañas politicistas, en las salidas economistas y en los
pactos que invariablemente caen en la línea de menor resistencia. El gran
desafío de la actualidad es conseguir recuperar la conciencia que la
democracia del consenso robó a las masas; desafiar a las miserias materiales
e ideológicas y reasumir, a través de las luchas, la condición de sujeto de
la historia. Un primero paso podría ser dado por las organizaciones –o lo
que quedó de ellas– en el sentido de romper con las arengas de la
recuperación del crecimiento y de comprender, definitivamente, que no hay un
fin para la crisis de la clase trabajadora y para los pueblos atacados por
el capital. Que el accionar revolucionario precisa recrearse sin el canto de
sirena de las instituciones mediadoras del orden.

Todo está perdido, a menos que… Frantz Fanon, Los condenados de la tierra. 

* Este artículo fue enviado por la autora para ser publicado en este número
de Herramienta, contó con la colaboración inestimable del Colectivo Canudos,
de Araraquara y da continuidad al anterior “El ocaso de un proyecto
engañador”, publicado en el número anterior de Herramienta (Argentina)
Tomado de  http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article208

Bibliografía

Fernandes, Florestan, “Reflexões sobre as revoluções interrompidas”. En: –,
Poder e contrapoder na América Latina. Río de Janeiro: Zahar Editores, 1981
[1981a]. –, “Notas sobre o fascismo na América Latina”. En: –, Poder e
contrapoder na América Latina [1981b].

Mészáros, István, Para além do capital. San Pablo: Boitempo, 2002.

Notas

[1] Este proceso que, en bien de la verdad, sucede todavía durante la
colonización portuguesa, se renueva y se intensifica a cada salto
modernizador en el país, incluso en nuestros días. Ejemplo de esto es la
masacre, articulada por estancieros, contra indígenas que luchan por la
autodemarcación de tierras.

[2] Muchos de ellos fueron esclavizados y mantenidos en campos de
concentración para trabajar en las agro-industrias creadas en el periodo.

[3] “Anunciado como un guiño en la política económica, el Programa de
Aceleración del Crecimiento (PAC) fue recibido por muchos –a izquierda y a
derecha– como una negación de la herencia neoliberal y la vuelta del papel
regulador del Estado en la economía. Nada más lejos de la realidad. Las
medidas anunciadas son apenas un poco más de lo mismo. Sus fines y sus
medios se encuadran perfectamente en los parámetros del patrón de
acumulación neoliberal-periférico, implantado por Collor de Mello,
consolidado por FHC y reciclado y re-legitimado por Lula da Silva.
Presentada como la tabla de salvación que lograría finalmente concretizar el
prometido ‘espectáculo del crecimiento’, la estrategia de aceleración del
crecimiento se organiza en función de dos objetivos primordiales: enfrentar
el estrangulamiento en la infraestructura económica en la áreas de energía,
transporte y puertos; e incentivar la iniciativa privada a salir de la
especulación financiera y realizar inversiones productivas”. Plínio de
Arruda Sampaio Jr. “Notas sobre o PAC – um passo atrás”
htpp://www.corecon-rj.org/artigo_plinio_seminario_pac.pdf.

[4] La creación del Catastro Único ha sido un excelente instrumento de
control y mapeamiento de los pasos de los individuos pobres.

[5] La propuesta de una ley antiterrorista surge exactamente en este
momento.

[6] Se diseña un cuadro de acusaciones contra los errores de la conducción
económica y contra la decadencia moral y política de la gobernabilidad
petista. De allí la articulación de un proceso de investigación y juicio
político contra la presidenta Dilma. Sin entrar en el mérito de las pruebas
condenatorias que, desde el Mensalão hasta la operación Lava Jato, derrumban
uno a uno a los principales líderes del PT, llevándose consigo,
definitivamente, a lo que un día fue el faro de la izquierda
latinoamericana, importa comprender las razones que ahora llevan a la
burguesía –fuertemente transnacionalizada– a defenestrar al partido que,
desde 2003 al frente del Estado brasileño, tantos y tan buenos servicios le
prestó. [Mensalão: así se denomina al proceso de investigación que desnudó
un esquema de compra y apoyo político operado en el Congreso Nacional
durante el primer mandato del ex-presidente Luiz Inácio Lula da Silva, y por
el que ya fue condenado José Dirceu, figura clave de dicho gobierno.
Operação Lava Jato (Operación lavado de autos): investigación llevada a cabo
por la Policía Federal de Brasil en 2014, sobre un esquema de lavado de
dinero con fuertes vínculos con el poder político gubernamental. La
operación recibió ese nombre debido al uso de una red de lavanderías y
estaciones de servicio para mover valores de origen ilícito (Nota del
traductor)].

Este artículo fue enviado por la autora para ser publicado en este número de
Herramienta, contó con la colaboración inestimable del Colectivo Canudos, de
Araraquara y da continuidad al anterior “El ocaso de un proyecto engañador”,
publicado en el número anterior de Herramienta.

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