Uruguay/ tragedia y farsa: el proyecto de monumento para la "reconciliación" de tupamaros y militares [Aldo Marchesi]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Jun 5 00:00:20 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 5 de junio 2015

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Uruguay

La revolución fundida en los hierros de los “bandos”

El proyecto de monumento para la reconciliación

El sueño revolucionario de los Tupamaros en los años 60 tuvo algo de
tragedia. La propuesta de Mujica y Fernández Huidobro tiene bastante de
caricatura de aquel pasado.

Aldo Marchesi

La Diaria, Montevideo, 4-6-2015

http://ladiaria.com.uy/

“Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la
historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de
agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”. Con esta frase, al
comienzo de El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, Karl Marx expone las
diferencias entre Napoleón Bonaparte y su sobrino Luis. Debe ser una de las
frases más citadas de Marx, pero no por eso deja de ser pertinente para
pensar diversos ciclos históricos. Cuando escuché la iniciativa del ex
presidente José Mujica, plasmada luego en un decreto firmado también por el
ministro de Defensa Nacional, Eleuterio Fernández Huidobro, acerca de fundir
armas utilizadas por el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T)
y el Ejército para realizar una escultura que cierre los conflictos del
pasado, la frase comenzó a resonar en mis oídos.

La tragedia griega consistía en contar historias de valerosos hombres que se
enfrentaban al destino impuesto por los dioses. La farsa consistía en
transformar una historia en algo caricaturesco, alejado de la realidad. Las
analogías resultan bastante obvias. El sueño revolucionario de los años 60
tuvo algo de tragedia. Los comentarios actuales de Eleuterio Fernández
Huidobro y la propuesta de dicho monumento tienen bastante de caricatura de
aquel pasado.

Es cierto que en aquellos movimientos de izquierda de los 60 la dimensión
militar tuvo un lugar importante. Tales movimientos, que se expandieron por
América Latina, el Tercer Mundo e incluso el Primero, pensaron la acción
política como guerra revolucionaria. En un tiempo de “guerra fría”, el
lenguaje militar proveyó herramientas para trascender los límites que la
acción política parecía tener. En América Latina, Ernesto Che Guevara
expresó esta sensibilidad de una forma muy transparente en su mensaje a la
Conferencia Tricontinental, publicado en 1967.

El MLN-T fue parte de dicho movimiento global. Logró traducir con
inteligencia y creatividad las maneras en que el lenguaje de la guerra
revolucionaria se podía incorporar a un país de sectores medios y
mayoritariamente urbanos. Sus documentos fundamentales vieron a la guerra
como una continuación de la política. Pero la guerra revolucionaria no era
un mero conflicto entre dos bandos de militares profesionales. Era una
guerra “entre imperio y nación”, cuyo objetivo final era el cambio social,
concebido como la liberación nacional y el socialismo. Dicha noción de
guerra revolucionaria tenía dimensiones militares pero implicaba un cambio
político radical de la sociedad uruguaya.

Esa estrategia nunca llegó a consolidarse. En 1972, cuando los tupamaros se
sentían dispuestos a avanzar en la construcción de su ejército
revolucionario, la participación de los militares en la lucha antisubversiva
(con su Justicia Militar, sus asesinatos políticos, sus métodos sistemáticos
de tortura y su ampliación de la represión al conjunto de la izquierda)
llevó a una fuerte derrota militar del MLN-T y a que los militares se
entronizaran en la vida política del país. Para fines de ese año, gran parte
de los militantes de la organización estaban en la cárcel o en el exilio.

En 1973 llegó el golpe y la represión se incrementó aún más. La dictadura
cívico-militar desarrolló sistemáticamente el terrorismo de Estado. Las
Fuerzas Armadas asumieron un rol central en los operativos represivos contra
toda la izquierda, algunos sectores de los partidos tradicionales y el
movimiento social, mientras que los civiles se dedicaron a otras áreas de la
vida estatal como la economía y la cultura.

El MLN-T se mantuvo fragmentado entre el exilio, la cárcel y las
autocríticas que llevaban a diversas conclusiones sobre la derrota. Recién
en 1985, luego de la liberación de los presos, comenzó a reagruparse. En el
contexto de los democráticos años 80, cuando la revolución parecía cosa del
pasado, uno de los dilemas que tuvieron que afrontar fue el de cómo explicar
su opción por la guerra revolucionaria. Las críticas no sólo venían por la
derecha sino también, en varios casos, desde la izquierda. En un documento
preparatorio del Tercer Congreso del PIT-CNT, realizado en 1985, sectores
cercanos al Partido Comunista plantearon que las acciones del MLN-T en 1972
habían acelerado y habilitado la intervención militar. Frente a esto, los
recién organizados tupamaros respondieron con un documento llamado “La
Historia no se transa”, en el que describían el golpe de Estado como
resultado de un gran plan ideado desde mediados de los 60 por sectores
militares.

Ésa fue la retórica central de los tupamaros durante los 80. La dictadura
había sido el resultado de una guerra contra el pueblo en la que los
militares habían tenido un papel central. Y de ahí se derivaba un discurso
fuertemente antimilitarista que, entre otras cosas, los llevó a tener un
activo papel en el movimiento por el referéndum para la derogación de la Ley
de Caducidad.

Investigadores, periodistas y ex tupamaros han señalado que a partir de los
90 algunos líderes del MLN-T comenzaron a cambiar su visión y a acercarse a
los militares. El desarrollo de una ONG integrada por el general retirado
Hugo Medina y el ex dirigente tupamaro Mauricio Rosencof fue uno de los
encuentros que tuvieron visibilidad. Estos acercamientos, entre personas que
efectivamente sentían que habían vivido una guerra pero tenían voluntad de
hablar entre ellos, ocurrieron a espaldas del público. Fernández Huidobro,
como líder histórico del MLN-T, senador y por último ministro de Defensa,
tuvo un activo rol en las conversaciones. No sabemos qué se discutió en
ellas, pero por algunas declaraciones de Fernández Huidobro podemos suponer
que se ha ido desarrollando una suerte de idea reconciliatoria, seguramente
basada en un discurso nacionalista, donde ambos se ven como combatientes que
hicieron lo que creyeron justo para defender la nación.

El último momento de esos encuentros parece estar vinculado con la
iniciativa del monumento. Dos cosas resultan llamativas. Por un lado, el
secretismo con el que se manejó esta propuesta. El decreto fue firmado en
total silencio, tan es así, que el actual presidente Tabaré Vázquez declaró
no conocer la iniciativa. La reconciliación que se procura realizar parece
ser un acto más privado que público, del que queda por fuera el resto de la
sociedad, incluyendo a las víctimas del terrorismo de Estado, pero también
varios de aquellos tupamaros, que se han expresado duramente sobre la
iniciativa.

Por otro lado, llama la atención el cambio de interpretación del conflicto.
Aquella guerra parece haber dejado de ser considerada revolucionaria, para
ser evocada de la misma manera en que los partidos tradicionales evocaron
los conflictos del siglo XIX cuando, durante el XX, intentaron acercarse. En
el camino parece haber quedado la idea de revolución vinculada con el cambio
social, la liberación nacional, el socialismo, la lucha contra la pobreza y
contra la concentración de la propiedad de la tierra, y tantas otras
consignas que caracterizaron a la lucha tupamara en la segunda mitad del
siglo XX.

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