Argentina/ kirchnerismo: doce años, un balance [Fernando Rosso]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Nov 23 12:59:06 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

23 de noviembre 2015

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Argentina

Kirchnerismo: doce años, un balance

Una larga trama de más de una década que fue gestando el desenlace. El
kirchnerismo como contención de la crisis de principios de siglo y como
restaurador del “país normal”. Nuevo gobierno y “nueva derecha”. La
indefectible tarea de viejos ajustes.

Fernando Rosso

La Izquierda Diario, Buenos Aires, 23-11-2015

http://www.laizquierdadiario.com/

Por estas horas una pregunta retumba en la cabeza de miles de militantes o
adherentes al gobierno saliente y su proyecto: ¿qué nos pasó?

Y ese interrogante está íntimamente relacionado con otro que también resonó
en otros momentos de la historia política argentina: ¿qué es esto? O mejor
dicho, ahora, “qué fue esto”.

Los autores de estas líneas hemos trabajado los últimos años una crítica más
o menos sistemática del kirchnerismo y sus límites (en los blogs “Los Galos
Asterix”, “El violento oficio de la crítica”, así como en La Izquierda
Diario), como parte de la elaboración y reflexión colectiva más amplia del
Partido de los Trabajadores Socialistas, parte del Frente de Izquierda.

Ante el cambio de gobierno y el fin de un ciclo político, consideramos
oportuno pasar revista a lo dicho y escrito con el objetivo de aportar a las
conclusiones políticas desde la izquierda, en este momento crucial de la
vida política nacional.

De la crisis orgánica a la “hegemonía débil”

El kirchnerismo emergió a comienzos de este siglo como una negación
dialéctica de la crisis orgánica que terminó de estallar en las jornadas
calientes de diciembre de 2001.

Una crisis catastrófica de la economía, combinada con una crisis social y
política. El fracaso de la "gran empresa" de la convertibilidad que nos
llevaría al moderno primer mundo y por la cual hubo que sacrificar hasta las
joyas de la abuela, devino en una crisis de representación y una
movilización de masas que tuvo su cenit en las "jornadas revolucionarias"
del 19 y 20 de diciembre de 2001. Jornadas que alcanzaron para que se fuera
Fernando de la Rúa, pero no para que las mayorías obreras y populares
impusieran una salida independiente.

En aquellos días también se configuró una situación clásica donde “los de
arriba no podían seguir gobernando como antes y los de abajo no querían
seguir viviendo como hasta ahora”.

Sin embargo, esta definición hay que complementarla con un limitante: “los
de abajo no pudieron articular una ‘hegemonía expansiva’ –esencialmente por
la debilidad con la que llegó la clase trabajadora al acontecimiento 2001-
que permitiera una salida superadora; y los de arriba lograron instaurar una
‘hegemonía débil’ expresada en un ‘semi-nacionalismo burgués’ que alcanzó
para una tarea de restauración de la autoridad estatal y para la apertura de
un ciclo político y de negocios.

Los momentos de crisis orgánica y sobre todo cuando existe un "empate
catastrófico" entre las fuerzas "progresistas" y "reaccionarias", son
propicios para soluciones de fuerza y para diferentes variedades de
"cesarismo" o “bonapartismo”.

De ahí el famoso “decisionismo” de Néstor Kirchner, que ocuparía varias
páginas de análisis entre 2003 y 2006.

Kirchner arribó al gobierno como candidato por default dentro del peronismo,
con poco más del 22 % de los votos y en un marco de movilización de grandes
fracciones de la sociedad. El primer elemento a señalar es que sin las
excepcionales condiciones económicas con las que se encontró, nada del
“proyecto” hubiera sido posible. La devaluación que había aplicado el
interinato de Eduardo Duhalde y que saqueó el salario obrero (el salario
real cayó alrededor de un 30 %), la amplia capacidad ociosa de un país
castigado por una recesión de casi cinco años habilitó un nuevo crecimiento
prácticamente sin necesidad de inversión, y el inicio del ciclo mundial de
alza de las materias primas (o commodities), permitió un ingreso inédito de
divisas al país y a la región. Es decir, el nuevo gobierno usufructuó la
dudosa “virtud” de los que previamente -vía recesión y luego devaluación-,
habían hecho el trabajo sucio del ajuste; y la “fortuna” de un viento de
cola de la economía mundial.

Pero en un país convulsionado que había gritado en las calles y en las
plazas “que se vayan todos”, las posibilidades económicas necesitaban de una
traducción política. El nuevo gobierno debió establecer alguna forma de
“diálogo” con la difusa agenda de aquel diciembre.

Para esta tarea armó una coalición política y de gobierno que, si bien se
apoyaba en el grueso del personal político con responsabilidad en la
situación del país, hacia el gran público puso el tradicional PJ en el
freezer y adoptó un discurso con inclinación hacia la centroizquierda: se
apropió de la demanda histórica de los derechos humanos, impulsó el cambio
en la Corte Suprema y, en general, ensayó un relato de lucha contra las
corporaciones, hasta con ribetes “nacionalistas”.

La bajada de los cuadros de los dictadores fue uno de los momentos
simbólicos más intensos de aquellos años. Removió a los supremos de toga y
habilitó los juicios a algunos genocidas emblemáticos. Entregó la cabeza de
representantes muy odiados (y con escaso poder), para salvar la autoridad
del Estado en su conjunto.

La “guerra” contra Clarín y luego el enfrentamiento con las patronales del
campo otorgaron la sobrevida para cierta épica, hacia la segunda
administración en manos de Cristina Fernández. Así como la repentina muerte
de Néstor Kirchner que se inscribió como un hecho político en el devenir de
los acontecimientos.

El país burgués aceptaba los vientos de cambio en el discurso de la cúpula
del gobierno, acompañando -no sin roces- la operación pasivizadora, a
condición de que le aseguraran la devolución de un “país normal”, si fuera
posible “atendido por sus dueños”.

Doce años después, el establishment cumple su sueño y fiel a su naturaleza
mientras el kirchnerismo le prestó servicios con el corazón, le responde en
el festejo fervoroso de una derrota y en manos de un hijo pródigo.

El hijo burgués en el país maldito, presidirá los destinos de la Argentina a
partir del próximo 10 de diciembre.

El kirchnerismo fue víctima de la lógica de hierro de todos los “populismos”
(como variantes de reformismo): no fue lo suficientemente disciplinado como
para ser considerado por el conjunto de los dueños de la patria un gobierno
"orgánico" y 100% propio, y no fue lo suficientemente radical como para
generar un movimiento de masas en el cual apoyarse para impulsar un cambio
profundo.

Los momentos de la restauración

Hacia el año 2007/8 el “modelo” empieza a mostrar signos de agotamiento que
la recuperación espectacular de la economía mundial luego de la crisis del
2008 permitió camuflar. Desde el 2011 en adelante, la famosa "restricción
externa" volvía a poner sobre la superficie sus límites.

En ese transitar, el kirchnerismo fue dando señales más o menos contundentes
que permitían presagiar su final. Un profuso itinerario de giros a la
derecha que expresaban en el terreno político, los límites del tímido
estatismo en la esfera de la economía.

El temprano vuelco hacia recostarse en el pejotismo, abandonando las
propuestas primigenias de la “transversalidad” y la “concertación plural”,
que tenían el objetivo mayor de “refundar” un nuevo régimen de partidos
estable; fue una de las primeras derrotas de las fracciones “progresistas”
del kirchnerismo.

El destino “trágico” de que el único candidato de la coalición oficial con
chances para las elecciones de este año, fue uno que hizo de la “no
política” el alfa y el omega de todo su discurso y de la reconciliación
consensual con las corporaciones su marca de fábrica; representó otro
fracaso y una consecuencia lógica por los límites del “proyecto”
kirchnerista, en las que el progresismo depositó demasiadas esperanzas.

La ruptura con Hugo Moyano y los paros generales de los años 2012 y 2014,
por las políticas de ajuste más claras (techo e impuesto al salario,
sintonía fina, devaluación y recesión) significó el quiebre de la coalición
con la burocracia sindical unificada, una expresión distorsionada de la
separación de franjas significativas del movimiento obrero con el gobierno.
Tras la ruptura, se vio impulsado a apoyarse con métodos de prebenda y
corporativismo “menemistas”, en la fracción más conservadora y totalitaria
de la dirigencia sindical (Antonio Caló de la UOM y el “demócrata” Ricardo
Pignanelli de SMATA, entre otros).

La estatización de la militancia juvenil y la “fusión” de sus dirigentes (en
realidad, muchachos grandes, que trabajan de jóvenes) en el seno del
pejotismo, liquidó toda posibilidad de la construcción de una juventud con
épica y convicciones que no se reduzca a los patios de la Casa Rosada.

Las "huelgas" policiales fueron otro capítulo de la larga serie de
capitulaciones a los poderes fácticos de las corporaciones (armadas o no).
No hay que olvidar que el cierre de esos conflictos fue con un “felices
pascuas”, y el resultado, una paritaria express con aumento de
remuneraciones otorgado en tiempo récord.

En el 2013 el fracaso de la “experiencia Insaurralde” (como la calificó
delicadamente la revista El Ojo Mocho), cuando el actual intendente de Lomas
de Zamora pierde en la provincia de Buenos Aires con Sergio Massa, no fue
más que un adelanto de la caída de la “experiencia Scioli”.

La “rebelión de los espías” que estuvo en el trasfondo de la muerte del
fiscal Alberto Nisman, fue una manifestación y una muestra del peso que
tiene sobre las instituciones de la democracia capitalista el poder real que
habita en sus sótanos.

La reconciliación con la Iglesia y con Jorge Mario Bergoglio, convertido en
el Papa Francisco en 2013 y el encumbramiento de un general como Cesar
Milani, como jefe del Ejército fueron golpes certeros a los “batalladores
culturales” y a la moral de quienes habían creído el discurso de los
orígenes.

El conflicto de la autopartista Lear (y antes Gestamp) y las represiones
llevadas adelante por el Secretario de Seguridad Sergio Berni, terminaron de
borrar en el suelo de la Panamericana una desteñida bandera de la “no
represión” a la protesta, que encontró su límite justo donde empiezan los
intereses de las multinacionales de la industria mimada del “modelo”.

El ajuste de 2014 con la devaluación y el enfriamiento de la economía y las
diatribas desde la tribuna contra la protesta social y especialmente el
impulso fracasado para regimentar los piquetes se anudaron en el nunca bien
recordado “Macri Moment” en el que ya se hacía patente la política de
levantar a Macri como “adversario a medida”.

Los errores políticos (la candidatura de Aníbal Fernández en la provincia de
Buenos Aires, clave para la victoria del PRO) no son más que la
manifestación en la superficie de la resolución imposible de las dos almas
de kirchnerismo. Partido de la contención y del orden, del desvío y la
restauración, que, por último, pero no menos importante, nunca dio una
explicación sobre lo que pasó con Jorge Julio López ni dio muestras de
impulsar seriamente la investigación sobre su desaparición.

Cosecharás tu siembra

El kirchnerismo fue un eficaz desmovilizador de los movimientos sociales que
antes del 2003 eran más o menos independientes del Estado. Pero, orgullosos
de esta labor restauradora, nunca imaginaron que estaban socavando el propio
apoyo popular potencial de su gobierno. Salvo durante la llamada “crisis con
el campo”, en la que el gobierno tuvo que ponerse en manos del Sindicato de
Camioneros y los punteros del PJPBA y algunos actos en los que movilizó
masivamente en épocas electorales, no estaba en su hoja de ruta ni las tomas
de fábrica ni los cortes de ruta, por el contrario reprimió a los que
cortaron rutas y calles y se apoyó en los burócratas sindicales contra el
activismo fabril.

La política de reparación de la autoridad estatal terminó con el curioso
saldo de que el “empoderamiento” popular tomó la forma de una
“estadolatría”. Ya no era la gente movilizada la que hacía los cambios, sino
el Estado dirigido por el peronismo en una variante más o menos de
centroizquierda. Algunos progres se reconciliaron con el peronismo y
tuvieron su “ida al pueblo” (en muchos casos desde la virtualidad
posmoderna), pero esta política fue una “bandeja de plata” para el
desembarco de Scioli. Y Scioli fue un puente de oro para la repentina y
“sorpresiva” irrupción de Macri.

Con un sapo en la barriga

“-¿En qué te han convertido Daniel?- preguntó Mauricio con celo de CEO de
empresa al que le han arrebatado a uno de sus empleados del mes.

- Me he convertido en un enorme batracio que al ser tragado genera uno nuevo
que tiene que volver a ser tragado y así hasta el infinito”.

Con esta broma, el historiador Fernando Aiziczon, sintetizó a la perfección
el dilema del progresismo oficialista y el de muchos votantes no agrupados,
decididos a apoyar el “mal menor”.

Dos años antes, el cineasta Nicolás Prividera había notado inteligentemente
las alternativas poco halagüeñas que se planteaban para la continuidad del
“proyecto”: ser una víctima de la astucia de la razón peronista (en el
sentido de un agente “involuntario” de la recomposición del pejotismo) o
peor aún, terminar como un “muerto vivo” dentro del movimiento que hasta hoy
mostraba credenciales de resiliencia eterna. El temor se concretó
potenciado, el kirchnerismo fue agente de la reconstrucción de un peronismo
que sufrió una de las peores derrotas de su historia.

¿Cómo llegamos, si el kirchnerismo había “avanzado” tanto en término de
cambios sociales significativos, a la disyuntiva marcada por el “sciolismo o
barbarie”?

La respuesta evidente es que la larga serie de acciones políticas que
describimos más arriba, no fueron gratuitas y configuraron la política del
gobierno cada vez más a la derecha hasta llegar a identificarse con Scioli.
Además de que las “conquistas” sociales tuvieron sus marcados límites.

En este contexto, si los “años kirchneristas” pueden leerse a través del par
conceptual "orden y progresismo", como afirma Martín Rodríguez, allí
precisamente está planteada la contradicción que el kirchnerismo estuvo
condenado a reproducir una y otra vez. Porque si la instalación de la idea
de "más Estado" es en parte expresión de una renuncia de los ciudadanos a
ser "sociedad civil" es porque la propia política oficial desmovilizó y
subordinó al Estado amplias expresiones de los movimientos sociales surgidos
al calor de la crisis. En este contexto, el kircnherismo instaló "batallas"
y "conflictos" a su medida, como si fueran "contradicciones principales" de
la sociedad argentina, en la misma medida que su repolitización estuvo
mediatizada por el Estado, que a su vez se sostiene en poderes reales poco y
nada "progresistas": la policía, la burocracia sindical y el aparato
peronista. Contra ellos chocaron constantemente los nuevos actores de las
protestas sociales de los años kirchneristas. Especialmente sectores
combativos de la clase trabajadora, movimientos sociales opuestos a la
contaminación y el saqueo de las petroleras y mineras y pueblos originarios
en defensa de sus derechos.

El espía y el brujo

Rodolfo Walsh y John William Cooke terminaron convertidos en los pensadores
malditos del universo kirchnerista porque trataron temas y tópicos
problemáticos para los años recientes. El primero fue demasiado enemigo de
la burocracia sindical. El segundo habló demasiado de la lucha de clases.
John William Cooke ya había advertido, en los años de la Resistencia
peronista contra los sectores reaccionarios del “Movimiento”: “(…) la lucha
de clases existe y no se trata, como sostiene la reacción, de un invento
comunista (…) Algunos pequeños maccarthys infiltrados en el movimiento
popular difunden estos puntos de vista, contribuyendo a sembrar el
divisionismo. La lucha de clases no es un problema de sentimientos ni de
ideas. Es algo concreto, resultante de la estructura económica. Por lo
tanto, querer solucionar los problemas de ella derivados por medio de
fórmulas conciliadoras es creer en la magia negra y ser tan reaccionario
como los que niegan su existencia”. (La lucha por la liberación nacional.
John William Cooke – 1959).

Siguiendo las metáforas cookistas, podemos decir que el kirchnerismo hizo al
mismo tiempo de espía y de brujo. Después de un breve período en que las
luchas sindicales eran reconocidas en el discurso oficial como supuestas
“tensiones del crecimiento”, pasó primero a denunciar las luchas duras las
del Casino Flotante de Buenos Aires, Mafissa en La Plata o el Hospital
Garraham, como producto de conspiraciones de una izquierda que, como decía
en los comienzos del ciclo el intelectual Horacio González, perseguía un
“modelo de guerra”. Luego de la ruptura con Moyano, pretendió detener las
“potencias infernales” de la protesta obrera con una combinación de pacto
social con los sindicatos adictos, uso de la patota contra el sindicalismo
de izquierda (que terminó entre otras cosas en el asesinato de Mariano
Ferreyra) y desarrolló un discurso general contra los asalariados (en
especial los docentes) que se “quejaban de llenos”.

El sueño dogmático peronista de “reemplazar la lucha de clases por un
acuerdo justo tutelado por el Estado” tomaba la forma de una lectura de la
historia nacional en clave del “frepasismo rabioso”: un hecho burgués para
el maldito país obrero. Y una administración estatal que decretó bajo no se
sabe qué artilugio contable, que el salario es ganancia.

Las “conquistas de El Proyecto” con números fríos

La continuidad de problemas sociales estructurales y su profundización en
algunos casos, también estuvo entre las causas del retroceso del
kirchnerismo.

Algunos números del saldo: más del 50% de los trabajadores gana menos de
6.500 pesos (la canasta familiar está en 13 mil pesos), el 34% trabaja en
negro y otro tanto en condiciones precarias. El nivel de pobreza es de 21,8
% en el primer semestre de 2015 y 4,1 % el nivel de indigencia, según el
informe de la Comisión Técnica de ATE INDEC. En las industrias de la
construcción y textil el empleo no registrado afecta a más del 60 % de los
asalariados. El salario de este grupo es un 60 % inferior al de los
registrados. El promedio de participación de los trabajadores en el ingreso
nacional 36,5 % es el promedio. En los años noventa fue de 38,35 %. Más de 3
millones de personas se encuentran en déficit habitacional, mientras que las
viviendas construidas producto de la especulación inmobiliaria, permanecen
en gran parte vacías y ascienden a más de 2,5 millones.

Sería engorroso citar la multiplicación de las ganancias y las rentas de los
empresarios industriales y agrarios, la fuga de capitales y la renta
bancaria. La Presidenta lo sintetizó muy bien cuando afirmó que “la juntaron
con pala”.

Se produjo una extensión exorbitante de la frontera sojera, un desarrollo de
la megaminería contaminante a cielo abierto y una profundización de la
primarización de la estructura de la economía.

Es una realidad que creció el empleo (aunque no variaron cualitativamente
sus condiciones) y que la AUH y otros planes sociales permitieron pasar la
frontera del hambre. Pero como señala la politóloga Camila Arbuet Osuna:

“Con el kirchnerismo mucha gente que había tocado fondo pasó de no comer a
comer (y mucha otra no se enteró siquiera que había cambiado de gobierno),
de estar desocupada a tener un trabajo (en muy diversas condiciones:
ocupación, subocupación, trabajo en negro, también dentro del Estado) y eso
no puede ser nunca una pequeña diferencia; pero que comer y trabajar,
subsistir sean un programa político y que haya que darles las gracias al
Estado por mantener viva la población que va a gobernar (el sustento de su
gobernabilidad), es en el mejor de los casos un producto del cinismo”
(Camila Arbuet Osuna, “Democratizar la derrota” en “Qué queda de los cuatro
peronismos”. AAVV. Editorial Octubre, 2015).

La exigencia de un fervoroso agradecimiento que manifestó una gran parte del
kirchnerismo frente a esta elección, se pareció mucho a la descripción de
Osuna.

La demagogia de Macri tuvo una autopista en los deslizamientos del
kirchnerismo, en sus giros a la derecha y su exigencia pedante de que se
canten loas al “Proyecto” que, como muestran los números, estuvo flojito de
papeles.

El aprendizaje del PRO

La astucia que muchos descubren en Macri, tiene mucho más fundamento en los
errores y contradicciones del oficialismo que en méritos propios. Sin
embargo, un movimiento inteligente de parte del líder el PRO fue el
aggiornamiento de su discurso sellado la noche en que ganó Horacio Rodríguez
Larreta en la Capital.

Además de las ventajas de las que gozaba el kirchnerismo en el terreno
económico, la mayoría de las coaliciones tradicionales que lo enfrentaron
tuvieron una característica común: eran “pre-2001”. Es decir, no tomaban
nota del cambio que había significado aquel acontecimiento en la relación de
fuerzas del país y su desarrollo posterior.

Macri llevó adelante una caprilización forzosa y acelerada que ayudó a
unificar a la oposición detrás suyo. El radicalismo le alquiló los restos de
su partido en la Convención de Gualeguaychú, pero Macri mantuvo esa
estructura más o menos detrás de escena. Mientras el kirchnerismo ponía al
frente al aparato y a las figuras a las que quince años atrás se les había
gritado “que se vayan todos”; el macrismo hizo una operación exitosa de
marketing para mostrarse como “lo nuevo”. Que además, no iba a atacar
ninguna de las conquistas y derechos adquiridos por los trabajadores.

Scioli lamenta hoy no haber podido llegar a ocupar el lugar que tiene Macri,
y Macri es un Scioli “exitoso”.

Lo que no cambia Cambiemos

En otros artículos de esta edición de La Izquierda Diario realizamos los
primeros análisis de las contradicciones inmediatas del escenario político y
el mapa que deja el resultado electoral.

Pero a nivel de lo que venimos desarrollando en esta lectura, hay que
recordar que en la Argentina belicosa y con una conciencia media
pro-estatalista (o que algunos llaman de centroizquierda) el triunfo de esta
derecha “sui generis”, encuentra su límite en esta relación de fuerzas.

El aggiornamiento del discurso de Cambiemos no será gratuito y el aval
político a través de un balotaje (que tiene su aspecto de espejismo),
tampoco.

En analista liberal Eduardo Fidanza, lo plantea de esta manera nada más y
nada menos que en el diario La Nación: “Será importante entender que el
nuevo presidente encontrará una sociedad donde las expectativas de bienestar
superan largamente la capacidad del sistema económico e institucional para
satisfacerlas (…) El nuevo gobierno deberá considerar estas creencias para
calibrar, si no quiere equivocarse, el reacondicionamiento que necesita la
economía”.

La historia más o menos inmediata pasará por el choque entre la
recomposición social de la clase trabajadora y las expectativas (que muchos
depositaron ilusoriamente en el PRO) altas de gran parte de las mayorías
populares y la imposición del ajuste más anunciado de la historia.

Una lucha de clases que resurgirá por el empeño en no dejarse domesticar por
los decretos bonapartistas y porque está en la naturaleza de este régimen
social. Una nueva etapa que implicará responsabilidades y desafíos, e
impondrá la necesidad imperiosa de sacar todas las conclusiones de un ciclo
que hoy llega a fin.

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