Argentina/ recuperación y límites en el mundo laboral: el nuevo poder de los trabajadores [Fernando Rosso]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Oct 5 13:57:37 UYST 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 5 de octubre 2015

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A l’encontre – La Breche

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Argentina 

Recuperación y límites en el mundo laboral

El nuevo poder de los trabajadores 

Fernando Rosso *

Le Monde Diplomatique N° 196, Buenos Aires, octubre de 2015

http://www.eldiplo.org/

Durante el kirchnerismo mejoró el empleo y hubo una recuperación del poder
de las organizaciones sindicales. Pero la fragmentación de la clase
trabajadora y la informalidad laboral son aún importantes, y su tradicional
cohesión política se ha debilitado.

Faltaba un mes para que comenzara el 2001, el año bisagra en la historia
reciente en la Argentina contenciosa. El piquete sobre la Ruta Nacional 3,
en el partido de La Matanza, reclamaba por nuevos Planes Trabajar. El
protagonismo de mujeres y niños caracterizaba a las más de dos mil
quinientas personas que sostenían el bloqueo. La Ruta 3 atraviesa en ese
distrito representativo de la pobreza bonaerense a las localidades de Lomas
del Mirador, San Justo, Isidro Casanova, Gregorio de Laferrere, González
Catán y Virrey del Pino, y continúa hacia el sur cruzando la Patagonia hasta
desembocar en Tierra del Fuego.

El bloqueo se levantó un viernes y a contrarreloj, luego de varios días, con
el compromiso del gobierno nacional de respetar los 6.400 planes existentes
y sumar otros 2.000. Además, aportaría 1.250.000 kilos de alimentos secos
durante los siguientes doce meses y la provincia de Buenos Aires otros 420
mil adicionales, mientras que el gobierno municipal aseguraba la provisión
de 1.400.000 kilos de alimentos frescos.

Las demandas hablaban del carácter del reclamo, las necesidades y
aspiraciones de sus protagonistas. Era uno de los tantos cortes de ruta que
se registraban en La Matanza, en la etapa más masiva y moderada de lo que se
conoció como el movimiento piquetero, nacido a partir de las puebladas
radicalizadas del interior del país durante los 90.

Año 2014, el anteúltimo del ciclo kirchnerista, iniciado en enero con la
devaluación más fuerte de la década. Los mamelucos de un celeste intenso
llevan el ruido metálico de la fábrica hacia el asfalto gris de la autopista
Panamericana, en la zona norte del Gran Buenos Aires. La autovía, también
conocida como Acceso Norte, continúa en la Ruta 9 y culmina en la frontera
con Bolivia. Los obreros de la autopartista norteamericana Lear Corporation
reclaman contra los despidos masivos y la persecución sindical y empresarial
que se desató contra los delegados de izquierda. Siguen el ejemplo de
quienes, unos años antes, en 2007, habían inaugurado el piquete industrial
sobre “la Pana”: los empleados de la alimenticia Kraft, cuya comisión
interna era dirigida por la izquierda.

Mutaciones

Las dos escenas grafican las características de la conflictividad social y
laboral en el final de ciclos políticos diferentes. En efecto, el
desplazamiento del centro de gravedad de la protesta social desde la Ruta 3
(en el ocaso del gobierno de la Alianza) a la Panamericana (en el final de
la etapa kirchnerista) refleja el entramado de contradicciones sociales y
políticas que cruzan la Argentina del presente. Y también adelanta elementos
de una posible dinámica que puede adoptar el conflicto de clases frente al
gobierno que surja de las elecciones de octubre.

En primer lugar, esta metamorfosis es el producto de un evidente cambio en
la composición social del mundo de los trabajadores. Se pasó del
protagonismo de los desocupados en los 90 (a quienes algunos análisis
calificaban de excluidos) al regreso de los trabajadores ocupados y por lo
tanto a la centralidad de las organizaciones sindicales.

En un estudio elaborado en 2001, el economista Claudio Lozano describía la
magnitud de la crisis provocada por los efectos del ciclo largo de
neoliberalismo en Argentina. “Baste con señalar que este país tenía en 1975
unos 22 millones de habitantes y 2 millones de pobres, mientras que hoy, con
37 millones de habitantes, se cuentan 14 millones de pobres. Es decir que de
los 15 millones que explican el incremento poblacional del último cuarto de
siglo, 12 millones cayeron bajo la línea de la pobreza, dato que permite
mensurar el carácter de la involución y regresividad social vigente”.

Esta situación cambió en la última década. El empleo registrado del sector
privado pasó de 3,5 millones de trabajadores en 2002 (había alcanzado 4,1
millones en 1998, en el pico previo a la crisis), a 6,4 millones en 2014. La
tasa de desempleo, que en los momentos más críticos del 2002 llegó al 25%,
se redujo hasta ubicarse por debajo del 7%. Este piso no será perforado,
evidenciando un límite estructural para la reducción del desempleo.

La recuperación fue consecuencia de las condiciones económicas creadas por
la devaluación de inicios de siglo, que produjo un derrumbe de los costos
salariales, más aun en dólares, combinado con un ciclo favorable de la
economía mundial por el boom de los commodities. En efecto, el crecimiento
del empleo privado, significativo durante los primeros años de la
posconvertibilidad, se logró por el aprovechamiento de este abaratamiento
del precio de la fuerza de trabajo. La elevada capacidad ociosa registrada
en 2002 permitió un generoso usufructo de posibilidades para incrementar los
niveles de producción –y utilidades– sin tener que hacer fuertes
inversiones. Todos estos factores fueron aprovechados por el gobierno para
administrar la crisis y estabilizar la convulsiva situación pos-2001.

Esta nueva realidad cambió el mapa social de la clase trabajadora.
Básicamente, se produjo un aumento de la sindicalización en general. La
cantidad de afiliados a la UOM, por ejemplo, pasó de 90 mil a 250 mil entre
2003 y la actualidad, mientras que los afiliados a SMATA pasaron de 50 a 100
mil en el mismo período.

¿Estamos ante el regreso del gigante? En los debates político-académicos, la
figura del “gigante” remite a la metáfora con la que Juan Carlos Torre
describió en uno de sus textos clásicos al movimiento obrero surgido en la
posguerra. El “gigante”, para Torre, tenía esencialmente dos
características: se desarrollaba en un mercado de trabajo equilibrado (con
casi nula desocupación) y estaba unido o cohesionado políticamente bajo la
dirección del peronismo (1).

Tomado estrictamente desde este punto de vista, el movimiento obrero actual
carece de estos ragos. El mercado de trabajo posneoliberal se encuentra
mucho más fragmentado, con divisiones internas en la clase obrera y entre
ésta y los nuevos pobres urbanos, muchos de ellos parte del llamado
“precariado”, un fenómeno social relativamente nuevo en términos históricos.
Los últimos datos, correspondientes al segundo trimestre de 2013, ubican la
tasa de empleo no registrado (“en negro”) en un considerable 34,5%, es decir
que uno de cada tres trabajadores se desempeña en estas condiciones. Pero
este porcentaje se amplía si se contempla la precariedad laboral en sentido
más amplio: la inexistencia de contrato laboral, el contrato por tiempo
determinado, la ausencia de aportes a la seguridad social y de otros
componentes remunerativos (vacaciones, aguinaldo, asignaciones familiares),
la existencia de múltiples empleadores y la no afiliación sindical, entre
otras dimensiones. Consideradas así las cosas, más del 50% de la fuerza
laboral está afectada por alguna de estas condiciones. Por otra parte, los
trabajadores pobres conforman más de la mitad de los asalariados y en su
mayoría son jóvenes (2).

La segunda característica señalada por Torre tampoco se verifica en la
actualidad. Si se evalúa la intensidad de la identidad política, tampoco
existe hoy una “cohesión” en torno al peronismo como ocurría en la
posguerra.

Sin embargo, con estas importantes limitaciones, lo cierto es que la
recuperación de la fuerza social de la clase obrera la ha transformado en
uno de los principales actores de la realidad argentina. Desde el punto de
vista de las identidades políticas, podríamos estar ante un proceso de
cambios y redefiniciones que, con límites y potencialidades, impacta sobre
el conjunto de la política argentina.

El nuevo protagonismo sindical

Las contradicciones de este particular retorno del gigante se manifiestan
superestructuralmente en la división inédita de las centrales sindicales
nacionales (hoy existen cinco). En este contexto de fragmentación a nivel de
las cúpulas, la “hegemonía” de la dirigencia sindical sobre la nueva clase
obrera, especialmente en la industria, se apoya más en las formas legadas
por el peronismo histórico (la estatización y regimentación de los
sindicatos) que en el contenido de una cohesión política hoy mucho más
débil.

Fue justamente en los intersticios de esa contradicción que comenzó a
registrarse en la última década una incipiente reorganización desde abajo,
en las comisiones internas y cuerpos de delegados, ligada a otro regreso: el
de la izquierda radical o clasista a posiciones estratégicas del movimiento
obrero industrial. Este resurgimiento se identificó primero como
“sindicalismo de base” y luego se transformó a partir de la emergencia
política del Frente de Izquierda y los Trabajadores, que registró un
crecimiento electoral significativo en las últimas elecciones (3).

Fueron justamente las comisiones internas alineadas con la izquierda
clasista las que protagonizaron los piquetes en la Panamericana, que
apuntaron tanto a darle visibilidad política a los conflictos como a superar
la regimentación sindical totalitaria dentro de las empresas y la
persecución contra sus delegados. Esta estrategia se llevó adelante tomando
en cuenta también una paradoja estatal que dejó la crisis del 2001. Tulio
Halperin Donghi había definido el escenario de aquellos días bajo la idea de
que “Argentina vivía una situación inédita en que el Estado sólo retenía el
monopolio de la violencia a condición de renunciar a usarla” (4). Esta
relación ambivalente del Estado consigo mismo se mantuvo en líneas generales
bajo el kirchnerismo, durante el cual se incrementaron los costos de
cualquier represión, en particular contra obreros industriales.

Esto no quiere decir que no haya habido episodios de represión. Durante el
extenso conflicto de Lear se produjeron cinco de magnitud, con 22 detenidos
y 80 heridos. Sin embargo, la represión de la Gendarmería el 23 de octubre
de 2014 derivó en que la justicia prohibiera al gobierno la utilización de
esta fuerza en el desalojo de los cortes en la Panamericana con el argumento
de que podía ocurrir un “desenlace no querido”.

En este escenario, la tendencia de la clase obrera a irrumpir o intervenir
en la vida política nacional se expresó durante estos años en grandes
acciones aisladas desde el punto de vista masivo (cinco paros generales
convocados por la CGT opositora) y en conflictos duros y emblemáticos en
sectores puntuales, generalmente orientados por organizaciones de izquierda
trotskista, en los casos de Kraft, Donnelley y Lear. Los paros generales
tuvieron el mérito de introducir en la agenda pública la cuestión del
impuesto a las ganancias aplicado sobre el salario; el límite de los
convocantes fue siempre reducir el pliego de reivindicaciones casi
exclusivamente a esa cuestión.

Sin embargo, este proceso no puede entenderse sólo mirado desde la esfera
gremial o corporativa. La intensidad de la “cohesión” política también juega
un rol en este complejo retorno y sus posibles vías de desarrollo.

Peronismo e izquierda

La articulación entre peronismo y sindicatos está en la génesis de esa
experiencia política que marcó la historia nacional desde la segunda mitad
del siglo XX. Si puede atribuirse algún aspecto de verdad al epigrama de
John William Cooke (el peronismo como “el hecho maldito del país burgués”)
es precisamente porque hizo base en un movimiento obrero frente a cuya
organización y demandas los sectores dominantes profesaron un claro “odio de
clase”, incluso a pesar de que el peronismo diera la garantía de la
regimentación estatal sobre los sindicatos.

Las mutaciones del peronismo no han sido solamente superestructurales, a
nivel de la dirigencia, sino que han estado relacionadas con cambios en su
anclaje en la clase trabajadora organizada, en su momento definida como su
columna vertebral. De conjunto, la experiencia del peronismo pos dictadura
es la de un creciente debilitamiento de estos lazos y la simultánea búsqueda
de diversas formas de intentar recrear una base en las capas medias. Y como
consecuencia de esto, el debilitamiento de la identidad histórica del
movimiento obrero y los sectores populares con el peronismo.

En un libro de reciente aparición que reúne ensayos de intelectuales
liberales que intentan pensar (una vez más) al peronismo, Marcos Novaro,
pese a que reconoce la longevidad y el profundo anclaje plebeyo del
peronismo original, afirma: “Si algo ha tendido a debilitarse a lo largo de
este periplo es el número de quienes podrían todavía considerarse
‘antiperonistas’ por el hecho de que bajo ninguna circunstancia votarían a
un candidato de esa procedencia, o tolerarían que sus partidos de
preferencias hicieran una alianza con sectores peronistas para formar
gobierno. El menemismo tuvo ese efecto sobre los votantes y partidos del
centro a la derecha, mientras que el kirchnerismo hizo lo propio en el otro
costado del espectro y amplió aun más el fenómeno. A consecuencia de lo cual
en la última década pasó de alrededor de 60 a más del 70 el porcentaje de
electores que optan más o menos regularmente por apoyar a algún sector y
candidato proveniente del peronismo” (5).

Esta afirmación puede leerse de dos maneras: como una demostración de la
vitalidad obstinada del peronismo o como una constatación de su
“normalización” por vía de la no-oposición rabiosa del conjunto de los
partidos y clases sociales. ¿Cómo se manifiesta esto hoy? La evolución
actual de la política de cara a las elecciones de octubre sugiere que el
último avatar del peronismo está intentando resolver “por derecha” la
paradoja del bonapartismo, que históricamente abordó el problema del control
de las grandes organizaciones de masas haciéndoles más concesiones de las
necesarias desde el punto de vista corporativo y creando a su vez una
cultura política verticalista pero plebeya, cuyos ribetes más “de izquierda”
pueden permitir diálogos e hibridaciones entre un sindicalismo de base y un
sindicalismo de izquierda. En otras palabras, la posibilidad de comenzar a
cerrar la brecha de lo que algunos historiadores y estudiosos de la historia
obrera llamaron la “doble conciencia”: una clase obrera con tradición
combativa en lo sindical, pero conservadora en el terreno político (6).

Presente y futuro: una hipótesis

Con estos elementos, podemos afirmar que en los últimos años se produjo un
contradictorio y desigual retorno del “gigante”, sensiblemente diferente al
clásico, pero no menos gravitante. Desde el punto de vista del conflicto, se
manifestó en masivas huelgas nacionales, el retorno del protagonismo
sindical y una recuperación de la izquierda trotskista en las organizaciones
de base del movimiento obrero en general y del industrial en particular, con
la Panamericana como epicentro. Pero el fenómeno no es independiente de lo
que sucede con las reconfiguraciones en la subjetividad y la identidad
política, básicamente una larga crisis de identidad política del peronismo y
una emergencia inicial de la izquierda clasista. La combinación de estos
elementos permite pensar la hipótesis de que estamos ante un periodo
histórico que habilita una reconstrucción política del movimiento obrero. 

* Periodista.

Notas

1. Juan Carlos Torre, El gigante invertebrado. Los sindicatos en el
gobierno, Argentina 1973-1976, Siglo XXI Argentina, 2004.

2. En el Nº 20 (digital) de la revista Ideas de Izquierda, se publicó un
dossier sobre los cambios y continuidades en las condiciones del movimiento
obrero (http://www.laizquierdadiario.com/ideasdeizquierda/).

3. Martín Rodríguez, “Las izquierdas emergentes”, Le Monde diplomatique,
edición Cono Sur, Nº 190, abril de 2015.

4. La Nación, 22-11-2008.

5. Marcos Novaro, “Historia y perspectiva de una relación difícil” en
Peronismo y democracia, Edhasa, agosto de 2014.

6. Juan Dal Maso y Fernando Rosso, “Apuntes sobre la ‘doble conciencia’”,
revista Ideas de Izquierda, Nº 5, noviembre de 2013.

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