México/ la crisis y los jóvenes: retos para una nueva generación política [Samuel González Contreras]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Oct 21 00:01:25 UYT 2015


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Correspondencia de Prensa

boletín informativo – 21 de octubre 2015

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A l’encontre – La Breche

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México

La crisis y los jóvenes:

Retos para una nueva generación política

Samuel González Contreras *

Rebelión

http://www.rebelion.org/

“Teníamos la clara conciencia de que entre aquellas discusiones inacabables
junto a la taza de té y las verdaderas organizaciones revolucionarias
mediaba un abismo. Sabíamos que para entrar en contacto con los obreros era
necesario conspirar en gran escala. Esta palabra, "conspirar", la
pronunciábamos con una gran seriedad y un gran respeto, con una unción casi
mística. No dudábamos que llegaría un momento en que pasaríamos de la taza
de té al trabajo de conspiración, pero nadie decía claramente cuándo ni cómo
iba a ser eso. Para disculparnos de la demora nos estábamos diciendo
constantemente: hay que prepararse. Y la cosa no estaba falta de razón.”
(León Trotsky - Mi Vida) 

En nuestro país, el sentido político de la palabra crisis tiende a extraviar
su carácter excepcional, para convertirse en una condición de época o
transición histórica. Durante los últimos años, la supuesta guerra contra el
narco continuó -aunque ya no suelan llamarla así-,  el neoliberalismo se
radicalizó mediante las reformas estructurales y conquistó posiciones
constitucionales, se profundizaron la explotación y el despojo, mientras que
la represión, la militarización y el autoritarismo crecieron de manera
desmedida. Sin duda, nos encontramos frente a un momento cumbrede una crisis
histórica de magnitudes incalculables para México. Un destino ligado
directamente a los designios de las clases dominantes norteamericanas,
responsables de sostener prolongados e intensos contextos de guerra y
devastación en diferentes regiones a nivel internacional. En otras palabras,
la excepcionalidad mexicana es la expresión del funcionamiento estructural
del sistema capitalista en la actualidad, en donde el sentido y materialidad
de la vida y de la sociedad se devalúan, a toda costa, en favor de la
tiranía de las ganancias.   

Durante las últimas décadas, los jóvenes hemos sido expuestos a un panorama
determinado por la migración, la ilegalidad, la criminalización, la
precarización y la exclusión social, laboral y educativa.  Nuestro país es
otro al de nuestros padres y abuelos.  La mayoría de las veces, estas
condiciones difundieron e impusieron una sensación de malestar, pero también
de resignación. Infelizmente, se trata de las condiciones que enfrentaron
millones de jóvenes a nivel internacional. El neoliberalismo se fascinó en
encontrar en la juventud uno de sus blancos preferidos, cuestión que nos
orilla a pensar el papel estructural de la juventud en esta fase del
capitalismo y, desde luego, su relación con la división internacional del
trabajo. Por ejemplo, no deberíamos perder de vista que grandes emporios
capitalistas (Mc Donalds, Wallmart) mantienen como fuente primordial de
trabajo a jóvenes precarizados.

A pesar del repliegue político, y de la ofensiva económica y social, hacia
la década de los ochenta, la juventud puso en pie diferentes estrategias de
resistencia social y cultural (reggae, punk, ska, grafiti). Durante los
noventa, e inicios de la década pasada, la juventud se vio implicada en
procesos de resistencia al neoliberalismo en todo el mundo, pasando por el
levantamiento zapatista (1994), las huelgas invernales en Francia (1996),
las protestas en Seattle (1999) y la lucha contra la guerra (2001). Desde
2006 y 2007, años en que se generaron potentes protestas juveniles y
estudiantiles en Francia( disturbios en las periferias de París), Grecia
(paros de más de 300 centros de estudio contra la privatización de la
educación) y Chile (la Revolución Pingüina), se registró una ascenso en la
movilización que definitivamente vivió una ruptura tras la crisis económica
de 2008 y el ambiente internacional generado por las revoluciones árabes, el
15-M en el Estado español y Ocuppy en Estados Unidos. Una estela de luchas
en donde se inscribió precisamente la emergencia del #yosoy132 en 2012. Una
nueva generación política ha logrado tomar la palabra, ello implica, en
cierta medida, la apertura de una o varias preguntas que cuestionan el rumbo
de nuestras sociedades y el futuro de esta nueva generación.  

En ese contexto, resultan sorprendentes los procesos de movilización
estudiantil y juvenil de los últimos tres años en nuestro país que, aunque
concentrados primordialmente en la Ciudad de México y el centro del país, no
dejan de sorprender por su irradiación hacia regiones del norte sumamente
reaccionarias. Movimientos en donde decenas de miles de jóvenes y
estudiantes participamos, y protagonizamos, potentes movilizaciones y
procesos organizativos. A lo lejos, y desde una visión superficial y
derrotista, estos movimientos no lograron nada, y no pudieron construir
absolutamente nada. En todo caso, fueron simpáticos y atinados en sus
intenciones. Sin embargo, esta visión resulta completamente reduccionista.
Desgraciadamente, tras años de movilización juvenil,  priva un balance
parcial y desfavorable a potenciar la acción y organización política de la
juventud entre una parte significativa de los jóvenes participantes de
dichas experiencias.

El primer cuestionamiento a este balance proviene de una consideración
histórica: movimientos con esas magnitudes no emiten sus resultados
inmediatamente. También el 2 de octubre de 1968 fue una derrota inmediata,
el Estado mexicano frenó abruptamente, y mediante la fuerza y el
autoritarismo, al movimiento estudiantil. Pero su irradiación social e
histórica no pudo ser frenada, y constituyó un fermento elemental de la
movilización y la organización popular en el campo, las fábricas y los
barrios, sin dejar de tomar en cuenta la influencia de esta generación
política en la construcción de organizaciones estudiantiles. Es cierto, no
transformaron radicalmente a México, pero dejaron para nosotros experiencias
y condiciones sumamente valiosas que fueron la antesala de nuestros
movimientos. En otras palabras, nuestra generación es hija de fuertes
agravios por parte de las clases dominantes, pero también de la fuerza de
aquellos que lucharon por nosotros. De la misma forma, el legado histórico
de las movilizaciones juveniles y estudiantiles de los últimos años
constituye un campo de disputa abierto, y no cerrado.

Vivimos un ambiente defensivo: un tablero amañado bajo las reglas de un
contrincante dispuesto a todo, de un Estado dispuesto a continuar la
masacre. Pero también vivimos un ambiente de fuertes escepticismos y dudas
sobre las instituciones, en donde es importante detectar la existencia de
diversos de procesos de resistencia. Desde luego, desarticulados e
insuficientes, pero con una potencialidad significativa ante un ambiente
político sumamente explosivo. Desde 2011, y hasta 2015, es posible destacar
una coyuntura anual de movilización popular significativa, que indica la
existencia de un ciclo de movilización popular. En 2011 nos sorprendió el
Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, un proceso en donde miles de
jóvenes y ciudadanos nos movilizamos contra la violencia de Estado. Al mismo
tiempo, una movilización de víctimas que muestra la profundidad de la crisis
social que vive el país a causa de la guerra impuesta desde el gobierno de
Calderón, pero también la tendencia de radicalización hacia la izquierda que
las movilizaciones de víctimas experimentaron, y no hacia la derecha, como
lo esperaron e impulsaron los sectores reaccionarios del país, anhelando
emular la experiencia colombiana.

Los poderosos del país desearon llevar adelante una campaña electoral limpia
en 2012, sin incidentes. Es decir, sin que sus intereses fueran expuestos
abiertamente. Pero ello no fue posible, y una vez más, como en 1988 o 2006,
el régimen experimentó una crisis de representación, en donde la
movilización popular fue uno de los detonadores principales. En ésa ocasión,
fueron los estudiantes quienes colocamos parte esencial del elemento
dinámico y antagónico en el marco de las elecciones presidenciales. Por
supuesto, gran parte de la fuerza del movimiento provenía de la simpatía
generada en la sociedad, y en menor medida del impulso que los medios
otorgaron al creer que se encontraban frente a un movimiento desarmado de
críticas radicales. No se puede negar la disposición de decenas de miles de
jóvenes que lucharon contra la imposición de Peña Nieto y en contra del
control mediático de los grandes medios de comunicación. Los errores fueron
muchos, pero en su amplitud, el fenómeno no puede reducirse a una cuestión
simplemente programática u organizativa.

En 2013, en pleno ascenso del autoritarismo y profundización del
neoliberalismo, el movimiento estudiantil, principalmente en el centro del
país, salió a las calles en defensa del magisterio democrático que fue
desalojado del Zócalo de manera violenta por el gobierno de Mancera.  En ese
panorama, decenas de planteles escolares fueron tomados y decenas de miles
de jóvenes marcharon el 15 de septiembre -codo a codo- con la CNTE y el
magisterio democrático. En 2014, el país experimentó la movilización
estudiantil más radical y masiva en la historia de las últimas décadas. La
desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa fue el detonador. En ese
contexto, fueron impulsadas jornadas de lucha en donde el movimiento alcanzó
la capacidad de tomar más de 120 planteles. Al mismo tiempo, es necesario
reconocer la radicalidad que los estudiantes demostramos mediante la
consigna fue el Estado, empuñada por la Asamblea Interuniversitaria, órgano
que logró reunir e representantes de más de 70 planteles. Sin olvidar que
ese mismo contexto fue el escenario de la heroica huelga estudiantil en el
POLI, la cual logró arrebatar una victoria al gobierno. Desde las entrañas
del movimiento, fue evidente que las movilizaciones por Ayotzinapa hubieran
sido imposibles sin la experiencia, las redes de comunicación (no sólo redes
sociales) y la experiencia de movilización en las calles que dejó el 132.   

Las coyunturas de los últimos cuatro años muestran una capacidad de
movilización enorme, inspirada por motivos democráticos y éticos, en donde
el hilo de la indignación muestra un núcleo ético muy profundo. Pero al
mismo tiempo, exhiben un panorama en donde la mayor parte de éste
descontento juvenil y popular no está organizado en torno a espacios de
participación política permanentes. En ese caso, debemos analizar en qué
hemos fallado, y por qué no hemos logrado consolidar organizaciones amplias,
juveniles y estudiantiles, capaces de sobrepasar las coyunturas. La juventud
que se ha movilizado en los últimos años es expresión no sólo de la crisis
de representación política del gobierno y el Estado, sino también de la
crisis de los referentes políticos de la izquierda. El descontento mostrado
tanto en 2012 como en 2014 no es articulado, ni por un proyecto político
propio, juvenil o estudiantil, ni por los referentes políticos existentes en
el campo de la izquierda. En ese panorama, una de las tareas centrales de
nuestra generación política es tratar de construir lecciones colectivas de
las luchas de las generaciones pasadas y, al mismo tiempo, de nuestras
propias experiencias. No para juzgar fatalmente o unívocamente, sino para
comprender y hacer frente a los dilemas del presente.

Es necesario preguntarnos qué sucedió con la generación gestada en torno al
68, y que más adelante impulsó la generación de sindicatos independientes
(STUNAM, SITUAM etc.), organizaciones campesinas, movimientos urbanos y
agrupaciones políticas de extrema izquierda de diverso tipo (PCM, OIR, PRT,
Liga 23 de septiembre entre otras). Y también, cuestionar cuál es la
experiencia y el balance de la generación gestada hacia finales de los
ochenta que fortaleció tanto el proceso de construcción del PRD, como el
proceso militante generado en torno al EZLN. Sin omitir que esta revisión,
vertida desde un cierto enfoque generacional, no debe dudar en cuestionar
simultáneamente las estrategias políticas implementadas durante las últimas
décadas por la izquierda y desde el campo la movilización popular.  

La crisis histórica de nuestro país, así como nuestro propio surgimiento,
nos coloca frente a la necesidad de construir una izquierda radical capaz de
cuestionar las dinámicas estructurales del capitalismo y del Estado, capaz
de esquivar el electoralismo oportunista, pero también el gremialismo y el
localismo. Una izquierda que luche políticamente contra el Estado,  capaz de
generar procesos de autogestión social del territorio y medidas que opongan
a la descomposición social la reconstrucción del tejido social desde la
solidaridad, y en autonomía política del Estado y el régimen político. No
hay recetas, y en cierto sentido nos encontramos en un momento de crisis
para las estrategias de la izquierda, pero también en medio de un ciclo de
movilización significativo atravesado por la emergencia de una nueva
generación política. Lo importantes es observar cómo el panorama actual, a
pesar de sus complicaciones, indica un horizonte en donde no sólo existe
movilización social, sino que la misma tiende a radicalizarse. Sin duda, la
historia de nuestros pueblos, y de nuestras propias luchas, constituye un
llamado a continuar el combate. Es urgente salir a las calles, potenciar el
sindicalismo independiente y la organización de sectores de trabajadores no
organizados, apoyar y militar en los movimientos contra el despojo y en
defensa del territorio, propiciar luchas urbanas y luchas políticas contra
la violencia de Estado y en favor de los derechos de las mujeres, sin
olvidar nuestras propias luchas en el terreno educativo. Esas inquietudes
atraviesan ya a nuestra generación. Para ello, debemos encargarnos de
construir mediaciones e iniciativas políticas que, por un lado nos permitan
agrupar y agregar el descontento juvenil, y por el otro, nos permitan
dialogar e intervenir en ese amplio campo de luchas existentes y posibles,
esta doble tarea se cuenta entre las necesidades esenciales de una política
anticapitalista en nuestro país.

En cierto sentido, nos encontramos en un panorama que anuncia la
imposibilidad de generar un cambio profundo desde la lógica de reformar
gradualmente las instituciones, mediante conquistas electorales o
ciudadanas, pero también un contexto que impide pensar en luchas únicamente
locales, regionales o gremiales, y en donde la escala nacional y la disputa
estatal aparecen como una necesidad de primer orden. Tanto el electoralismo
oportunista de la izquierda partidaria, como el sectarismo de cierta
izquierda antisistémica, son incapaces de dialogar con la diversidad de
movimientos en la actualidad, así como con la juventud movilizada. Al mismo
tiempo, la radicalización de la crisis mexicana tiende a elevar las
tensiones entre el antineoliberalismo y el anticapitalismo. La cuestión es
si es posible hacer retroceder al neoliberalismo sin luchar contra la lógica
estructural del capitalismo, plasmada en la gran propiedad y en un régimen
político completamente caduco. Los anhelos nacionalistas y populistas,
encarnados actualmente en Morena, parecen anhelar volver al capitalismo
nacionalista desarrollista de décadas atrás, sin comprender que el panorama
internacional y nacional (Sin un balance crítico de los enormes fraudes
electorales) cambió y ofrece un panorama de crisis en donde las respuestas
tienden a polarizarse. 

La juventud no tiene la respuesta, ni puede generarla por sí misma, pero
podría contribuir en su construcción. La cuestión es cómo agregar y
organizar a una generación que muestra profundos rasgos políticos, sumados a
un temperamento fuerte, cargado de espontaneidad a través de una actuación
episódica. Es importante pensar en lógicas de construcción molecular en
barrios, escuelas y entre diversos procesos de base. Pero debemos tomar en
cuenta que el descontento y la disposición de lucha ya se encuentran
instalados en decenas de miles de jóvenes. Esto constituye el espacio para
pensar en iniciativas que coordinen a los núcleos organizados del movimiento
y sumen a compañeros que no están integrados en un proceso formal. Desde
luego, tenemos que ir a los barrios, construir una agenda estudiantil y
apoyar a las luchas de los pueblos y sindicatos independientes del país. Y
quizás una vía posible sería tratar de agrupar el descontento a través de
mediaciones e iniciativas políticas, con el objetivo de plantearnos estas
luchas en conjunto, y no por separado.

Nuestros movimientos no cambiaron al país, pero al menos nos demostraron, en
contra de la ideología dominante,  e incluso de nuestras propias
estigmatizaciones, que es posible tomar la palabra, alzar la voz, cuestionar
el sentido de nuestras vidas y el rumbo de nuestra sociedad. Y que ello
depende de la acción y la organización colectiva. No podemos olvidarlo, un
movimiento social de masas libera una energía social que puede, aunque ello
sea en potencia, penetrar en las estructuras más profundas de la conciencia
y de la vida política de un país. Esto puede parecer simple, pero no lo es.
Y en un país como el nuestro, constituye una pequeña -gran- victoria. El
Estado no cambió, pero nosotros sí…  

* Nota de Correspondencia de Prensa: militante de Perspectivas Críticas,
organización juvenil anticapitalista formada en 2011. Estudió en la Facultad
de Filosofía y Letras de la UNAM.

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