México/ crónica desde Oaxaca: tiempo de acción directa [Eliana Gilet - Marcelino Nolasco]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Jul 8 17:20:08 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

8 de julio 2016

Boletín Informativo

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México

Crónica desde Oaxaca

Tiempo de acción directa 

La represión policial en Nochixtlán fue un punto de inflexión en este México
convulsionado. La pelea contra la reforma educativa sublimó buena parte del
descontento social latente, que explota en miles de conflictos
territoriales. 

Eliana Gilet, desde Oaxaca

Brecha, Montevideo, 8-7-2010

http://brecha.com.uy/

Si fuera por las noticias, la ciudad de Oaxaca sería un páramo, aislado y
desabastecido por los bloqueos de más de veinte puntos de las carreteras
federales, reprimidos en su mayoría por la Policía Federal durante las
últimas tres semanas y vueltos a montar por la gente “luego, luego”.

Decenas de carpas pueblan el Zócalo y el centro histórico, mezcladas con las
ferias de artesanías montadas a pleno y los mercados mostrando frutas de
colores envidiables. Sólo las grandes superficies están desabastecidas, los
Oxxo (una especie de Iberpark mexica) cerraron en el estado y no hay dónde
comprar un pancito Bimbo. Claro que frente a una tortilla hecha a mano y
recién sacada del comal, el imperio del osito blanco pierde por goleada.

Los maestros afiliados a la Coordinadora Nacional de Trabajadores del Estado
(Cnte) se nuclean en Oaxaca en la Sección XXII, una de las más combativas
del país. El plantón del Zócalo está en pie desde el 15 de mayo, cuando los
maestros comenzaron una huelga en rechazo a la reforma educativa, a la que
acusan de ser una reforma laboral y la entrada a la privatización de la
educación pública (véase “Chiapas al borde del estallido”, en Brecha,
10-VI-16).

En la noche algunos conversan en ronda, otros descansan sobre sus camas
improvisadas en la vereda, bajo las lonas que los cubren de la lluvia que
cae todas las tardes. En la sede de la sección XXII también hay gente
instalada, pero es más la que entra y sale, vicha los puestos de
publicaciones y videos, o los que se acercan al proyector que se enciende
por las noches. También están los grupitos de tres o cuatro personas que
recorren las calles con ollas de café caliente y pan dulce, que se ofrecen a
todo el que quiera comer. Pasada la medianoche se encienden las barricadas
que rodean el plantón. Algunos dibujan en las pancartas que se usarán en las
movilizaciones. Las calles están teñidas del negro del fuego que las
mantiene a salvo.

Hace buen tiempo que analistas, periodistas, y sobre todo la gente común,
sostienen que el conflicto magisterial ya creció lo suficiente para ser
popular. El 14 de junio los oaxaqueños se volcaron masivamente a las calles
y volvieron a montar las barricadas. Diez años antes defendieron un plantón
casi idéntico al actual. Aquella vez ganó la gente y se replegó la policía.

El reclamo unánime es el llamado al diálogo con la Secretaría de Educación.
Hace un año que no hay contacto entre la Cnte y la Secretaría de
Gobernación, por decisión de esta última, que lo canceló. La respuesta desde
entonces ha sido la pura fuerza.

El zenit de esta actitud gubernamental fue la represión ocurrida en
Nochixtlán el 19 de junio, cuando 800 agentes de las policías Federal y
Estatal emboscaron el bloqueo y atacaron a la población desarmada con balas
de goma, gases y también armas de fuego. Al menos 11 personas fueron
asesinadas por tres tipos de balas policiales: 9 milímetros y de escopetas
calibre 16 y 20.

Los medios de comunicación de la mainstream reprodujeron la versión oficial:
que la policía sólo repelió una agresión de la población. Señalaron incluso,
como muestra de vaya a saber qué, que entre los muertos de Nochixtlán apenas
si hay maestros. Esto apoya lo mencionado más arriba: el conflicto es tan
grande que fue muchísima la gente que respondió al ataque policial, no sólo
en apoyo al magisterio sino ante lo que consideraron “un ataque al pueblo”.

Ciertos detalles que se pueden ir hilando a partir del relato de vecinos,
familias de las víctimas y sobrevivientes de la masacre muestran cómo el
episodio fue planificado, probablemente desde días antes, y que se completó
con una operación mediática que intentó hacer pasar la cosa como “un
enfrentamiento”, pero que fue abortada por la información que circuló en las
redes sociales y en los medios libres, y sobre todo porque la gente se
mantuvo en las calles.

Nochixtlán

La policía eligió el día más concurrido de la semana para reprimir al
pueblo. Era domingo, estaba montado el tianguis (mercado) al que acude gente
de todos los pueblos vecinos y se festejaba el Día del Padre.

Nochixtlán es el último punto bloqueado en la carretera federal, al norte de
la ciudad de Oaxaca. El plantón impide el paso de los agentes a la capital,
que desde hace semanas son trasladados en avión al estado.

El 19 de junio la entrada de la policía a Nochixtlán empezó alrededor de las
siete de la mañana y no fue para nada amable: vecinos de la colonia 20 de
Noviembre relataron cómo de repente se despertaron envueltos en gas
lacrimógeno y órdenes de hombres armados. La referente del Centro de Salud
del lugar reunió a 31 niños durante el ataque y consiguió sacarlos hacia la
población vecina, Sinaxtla, donde se refugiaron, temblorosos y ahogados en
llanto y gas.

A la carretera y al puente que da ingreso al pueblo la policía llegó a las
ocho de la mañana. El primer ataque fue con gases. El traqueteo de los
helicópteros competía con las campanadas de la Iglesia despertando a todos
en el pueblo. Así suele convocarse a la gente.

La represión comenzó antes de las ocho de la mañana, en la carretera
federal, frente al punto bloqueado por los maestros y la larga fila de
semirremolques a los que se les impide el paso. Junto a la carretera hay un
predio baldío, un barranco y el Panteón Municipal. A sus espaldas comienza
el pueblo. En medio, el puente La Comisión cruza por encima de la carretera
federal. La policía detuvo a 18 personas en el cementerio, muchas de las
cuales estaban enterrando a un familiar esa mañana y ni siquiera habían
pisado la ruta. La gente se desbandaba ante los gases lacrimógenos.

Según los relatos de los vecinos, hacia las diez de la mañana ya había cinco
personas heridas de muerte. A pesar de que la gente se organizó pronto, la
atención médica estaba lejos de ser suficiente. No había insumos ni médicos
que dieran abasto. Luego de las primeras muertes llegaron grupos de
pobladores de los pueblos cercanos. Una maestra dijo que el apoyo era
natural, porque todos son pueblos mixtecos. La gente respondió con palos,
tubos, tablas, cohetes dirigidos hacia los helicópteros –que también
disparaban desde el aire–, bombas molotov, piedras.

José Luis es hermano de Anselmo Cruz Aquino, de 33 años, uno de los primeros
pobladores asesinados, originario de Tlaxiaco, una de las localidades
vecinas de las que acudió más gente ante el pedido de auxilio de los
“hermanos mixtecos”. Estaba junto a Anselmo cuando fue muerto.

“El balazo le entró por la boca y le perforó el pulmón. Estaba pecho a
tierra, cubriéndose de las ráfagas. En ese momento ya no era un plantón, era
pura represión, porque los federales habían avanzado y ya estaban entrando
en la población. Todo el mundo se dispersaba, corría, se escuchaban los
balazos. Cuando nos tiramos al suelo nos dimos cuenta de que había
francotiradores, porque los balazos venían de lugares específicos, lugares
altos.”

Hay un punto clave en el relato de José Luis y es cómo la población logró
detener el avance de la Policía Federal. “En ese momento no importó la
balacera. De la carretera se vinieron personas que estaban en la
manifestación, nos ayudaron a cargar a Anselmo, pidieron la ambulancia, y en
lo que lo sacamos a la carretera, la ambulancia llegó. No fue más de un
minuto, pero mi hermano ya estaba perdiendo el conocimiento. A pesar de que
tenía destrozada la mandíbula, todavía me dijo sus últimas palabras: ‘Te
encargo a mis hijos’.”

Las cifras oficiales hablan de nueve muertos, pero los vecinos dicen que
fueron 13 las personas asesinadas, y que dos de ellas siguen sin ser
identificadas. Hay cientos de heridos.

A las dos de la tarde del domingo la gente incendió el edificio del Palacio
Municipal. El presidente ya había huido del pueblo. Cuando a las seis de la
tarde la policía se retiró, la carretera fue nuevamente bloqueada por la
gente.

Cuatro días después de la represión, la asamblea que se armó en Nochixtlán
acordó comenzar un proceso organizativo autónomo, que resulte en un concejo
municipal integrado por los vecinos. Además promovieron acciones legales
para solicitar la desaparición de los poderes públicos, tanto del presidente
como del cabildo, ya que los acusan de tener responsabilidad directa en los
hechos.

El 60 por ciento de los municipios del estado de Oaxaca se rigen por usos y
costumbres, es decir, conforman sus propias autoridades y definen entre
ellos la manera en que son electas. No votan. Están por fuera del régimen
eleccionario de los partidos. Quemaron el Palacio, no les interesó tomarlo.

“Empiezas a informarte sobre la ley educativa y otras reformas y ves que tu
país se está acabando. Ves que tu país ya no es tuyo, que donde vives las
playas donde vas ya son privadas. Ves que en la clínica en donde antes ibas
y te daban un medicamento gratuito, o tu insulina sin ningún costo, ahora te
dicen: ‘No lo tenemos, vayan a comprarlo’”, dice José Luis Cruz Aquino. “Es
mucha la gente de varios estados que está levantando la voz, haciendo
marchas, manifestaciones, y creo que algo bueno tiene que salir. Es la
primera vez que veo a mi Oaxaca unido, que las poblaciones olvidaron sus
conflictos y se unieron para defender la educación gratuita. Nochixtlán
siempre se había caracterizado por ser un lugar pacífico. Se supone que el
gobierno está para servir al pueblo, no para servirse del pueblo. Estamos en
contra de la privatización de México.”

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Espacios de resistencia

Los bloqueos de distintos puntos de la carretera federal que recorre el
estado de Oaxaca han sido intermitentes, pero con una constante: una vez
desalojados por la policía, volvían a instalarse. A comienzos de la última
semana se estimaba que había 18 bloqueos carreteros, sostenidos por
maestros, padres y el grueso de las comunidades que los rodeaban.
Recorriendo los existentes en el “istmo de Tehuantepec” (Tehuantepec, Salina
Cruz, Morro Mazatán, Xalapa del Marqués, Tequisistlán, Juchitán y
Zanatepec), Brecha conversó con Marcelino Nolasco, integrante del centro de
derechos humanos Tepeyac.

—¿Qué encontraste en los bloqueos que has visitado?

—Podemos denominarlos espacios de resistencia, más que bloqueos o retenes.
Allí se concentra la parte consciente del magisterio, quienes quieren
retomar en sus manos el destino de su sindicato pero que también miran en
perspectiva lo que viene para la educación. Una constante que ha habido en
estos espacios de resistencia es que no son solamente por el magisterio.

El gobierno no atina a entender este proceso y se le hizo fácil pensar que
desalojarlos era la manera de acabarlos. Pero las afrentas que ha hecho en
casi todos los bloqueos provocaron una reacción que ni ellos mismos
midieron. La gente ha salido de sus casas, del confort, y ha decidido
retomar estos lugares para demostrar su rebeldía y disconformidad. Creo que
tenemos que poner atención a este dato.

La gente está apelando a un derecho genuino a ser escuchada. Está diciendo a
las autoridades que pueden tener el poder pero no la razón.

—¿Cómo se lee esto del otro lado?

—Se están tejiendo muchas historias, pero la que se teje desde el gobierno
es que el istmo es un botín económico y político para los próximos meses y
años. Se lo ha declarado zona económica especial (con beneficios tributarios
a las inversiones). El gobierno necesita crear condiciones para esto, y
pensó que reprimiendo a un movimiento social podía asegurarse que la gente
evite expresarse u oponerse.

Somos un pueblo con tradición de lucha y de resistencia. Eso es lo que está
rescatando la gente, algo que está en su memoria colectiva. Cada espacio de
resistencia es distinto pero todos actúan en torno a la idea de la defensa
de su territorio. Lo que dicen al mundo es: tenemos un espacio, una
identidad, un origen y desde aquí podemos resistir.

—¿Por qué se sostiene que este es un conflicto popular y ya no sólo
magisterial?

—Los maestros siempre habían hecho su lucha solos. Contaban con apoyos
puntuales, pero no era una consigna. Ahora, donde hay maestros organizados
hay padres organizados. A mediano plazo hay que pensar cómo se puede
capitalizar esto.

—¿Cómo sale el gobierno mexicano de esta situación, después de haber
cometido un nuevo crimen de Estado?

—El gobierno mexicano tiene una capacidad sorprendente para reinventarse
hace al menos 70 años. No sabemos cuándo vamos a romper esa secuencia
maligna y perversa, en la que desde el Ejecutivo se afirma una cosa y su
contrario. A partir de Ayotzinapa la situación no es la misma, hay una
conciencia generalizada de que un maestro en formación es una conciencia en
potencia, y creo que por eso están tomando estas medidas de represión.

Dependerá de cómo nos organicemos y capitalicemos las experiencias de
resistencia para contestar esa pregunta en los hechos, y ver si el gobierno
es capaz de salir de esta encrucijada donde se colocó. Mientras tanto,
estamos en la lucha.

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