América Latina/ una izquierda, sin ecología, caerá de nuevo en la crisis de los progresismos [Eduardo Gudynas]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Jul 26 16:01:51 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

26 de julio 2016

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América Latina

Una izquierda latinoamericana, sin ecología, caerá de nuevo en la crisis de
los progresismos

Las izquierdas latinoamericanas, por lo menos desde la década de 1970,
tuvieron unas enormes dificultades en aceptar y abordar la problemática
ambiental, plantea en este artículo Eduardo Gudynas, docente, militante e
investigador en la temática.

Eduardo Gudynas *

La Izquierda Diario, Buenos Aires, 22-7-2016

http://www.laizquierdadiario.com/

Comencemos planteando con claridad algunas cuestiones recientes en las
relaciones entre izquierda y ambiente en América Latina: los progresismos
gobernantes actuales son regímenes políticos distintos a las izquierdas que
les dieron origen, y en esa diferenciación, la incapacidad para abordar la
temática ambiental jugó unos papeles clave. Por lo tanto, cualquier
renovación de la izquierda sólo es posible si se incorpora la mirada
ecológica. En caso contrario, la izquierda volverá a caer en meros
progresismos.

Las izquierdas latinoamericanas, por lo menos desde la década de 1970,
tuvieron unas enormes dificultades en aceptar y abordar la problemática
ambiental. Unos veían esos temas como excentricidades burguesas importadas
del norte; otros consideraban que entorpecerían planes de industrialización;
y finalmente, estaban los que entendían que en la militancia, por ejemplo,
en las fábricas, era inviable atender cuestiones ecológicas.

Pero también existían algunos grupos o militantes que abordaban esas
cuestiones, por muy diversos motivos. Unos respondían a demandas ciudadanas,
por ejemplo las que partían de organizaciones campesinas que denunciaban
tanto injusticias económicas como la contaminación de sus tierras y aguas.
Otros entendían que una crítica radical al capitalismo era incompleta sino
se consideraba el papel subordinado de América Latina como proveedora de
materias primas (o sea recursos naturales). Se pueden sumar otras
cuestiones, pero más allá de todo eso, debe reconocer que todos ellos
desempeñaban papeles secundarios en el seno de la mayor parte de las
organizaciones políticas de la izquierda.

Las cosas no eran mejor a nivel internacional, ya que sea en agrupamientos
partidarios como en la reflexión teórica, la cuestión ambiental era
minimizada o marginada. Esfuerzos intensos en poner sobre el tapete, por
ejemplo a un Marx en clave ecológica (como es la propuesta de John Bellamy
Foster) o la insistencia en una ecosocialismo (apuntada por Michael Lowy),
tuvieron impactos acotados.

Un cambio sustancial ocurrió a fines de los años noventa y principios de la
década del 2000. Buena parte de ambientalismo políticamente militante
colaboró, apoyó o participó directamente en conglomerados de unas izquierdas
más amplias y plurales que luchaban contra gobiernos conservadores y
posturas neoliberales. En varios países esos grupos las elecciones. Hubo un
aporte ambientalista en las victorias de Alianza Pais en Ecuador, el PT y
sus aliados en Brasil, el MAS en Bolivia, y el Frente Amplio en Uruguay; en
menor medida participaron en Venezuela.

En los planes de aquellas izquierdas se incorporaban temas ambientales, en
varios casos con mucha sofisticación al proponer cambios radicales en las
estrategias de desarrollo, el ordenamiento territorial o el manejo de los
impactos ambientales. Unos cuantos ambientalistas entraron a esos nuevos
gobiernos, y desde allí se lanzaron algunas iniciativas remarcables.

El caso más destacado tuvo lugar en Ecuador, donde esos militantes verdes
cosecharon algunos éxitos notables. Fueron claves en instalar, por ejemplo,
la propuesta de una moratoria petrolera en la Amazonia, no solamente como
una defensa de su biodiversidad sino también como un aporte para el cambio
de la matriz energética. Ellos también representaron un apoyo clave en el
reconocimiento de los derechos de la Naturaleza en la nueva constitución
ecuatoriana, convirtiéndola en la más avanzada del mundo en esa materia. La
izquierda de los países del Cono Sur (Argentina, Chile y Uruguay) no ponderó
como debía las innovaciones ambientales en el primer gobierno de Rafael
Correa.

Pero el problema es que esa relación entre los nuevos gobiernos y la
temática ambiental comenzó a crujir. Esas administraciones optaron por
estrategias de desarrollo donde priorizaban metas económicas a costa de
altos impactos ambientales. Sus expresiones más claras fueron la explotación
minera y petrolera, y los monocultivos. Se generó una relación perversa, ya
que a medida que más se profundizaba ese perfil extractivista, menos se
podían atender las cuestiones ambientales, y más protestas y resistencias
ciudadanas se acumulaban. Muchos ambientalistas que estaban dentro de los
gobiernos se alejaron, y lo que permanecieron se desprendieron de sus
compromisos con la Naturaleza. Algo similar ocurrió en otras áreas,
especialmente las políticas sociales. Es de esta manera que estaba en marcha
la divergencia entre las izquierdas plurales y abiertas iniciales y un nuevo
estilo político, el progresismo.

La maduración hacia al progresismo ocurrió en todos los países. Más allá que
en algunos casos se citaba a Marx o Lenin, en todos se acentúo la
subordinación a los mercados globales como proveedores de materias primas,
los planes de ataque a la pobreza se enfocaron sobre todo en paquetes de
asistencias monetarizadas, y se rompieron las relaciones con muchos
movimientos sociales. Ese progresismo no es neoliberal, pero está claro que
abandonó los compromisos de aquellas izquierdas iniciales en cuestiones como
la radicalización de la democracia, ampliar las dimensiones de la justicia y
proteger el patrimonio ecológico.

Hoy se admite que ese progresismo está en crisis, como es evidente en
Brasil, y que incluso ha perdido elecciones nacionales (Argentina) o
regionales (Bolivia). Pero ha pasado desapercibido para algunos es que en
esa diferenciación entre izquierdas y progresismos, la temática ambiental
jugó un papel clave. El progresismo aceptó los impactos ambientales de los
extractivismos ya que priorizó como opción económica la exportación de
materias primas. A su vez, a medida que escalaba la resistencia ciudadana a
esos emprendimientos, esos regímenes pasaron a ignorar, rechazar e incluso
criminalizar a las organizaciones ciudadanas que ponían en evidencia los
impactos negativos de esos extractivismos.

Hay muy poco de la sensibilidad social de izquierda en que un gobierno le
imponga a comunidades campesinas un proyecto megaminero, o que fuerce la
entrada de petroleras dentro de tierras indígenas, o que amenace con exiliar
a los miembros de ONGs que alertan sobre esos impactos.

Los progresismos a medida que más se alejaban de la izquierda, más se
hundían en contradicciones teóricas y prácticas. No dudaron entonces en
apelar a mezclas bizarras entre citas marxistas y denuncias al imperialismo,
junto a acuerdos comerciales con empresas transnacionales que se llevaban
sus recursos. Invocaban al pueblo pero no dudaban en criminalizar la
protestas ciudadana, e incluso en unos casos pasaron a la represión.

La lección de estas experiencias es que la ausencia de una dimensión
ambiental en la izquierda, en América Latina, y en este momento histórico,
no constituye un pequeño déficit. Por el contrario, es uno de los factores
que explica que esa izquierda pierda su esencia para convertirse en meros
progresismos.

Por el contrario, una izquierda propia de nuestro continente debe abordar
las cuestiones ambientales porque América Latina se caracteriza por una
enorme riqueza ecológica. Aquí se encuentran las reservas más grandes de
áreas naturales y las mayores disponibilidades de suelos agrícolas. El uso
que se hace sobre ese patrimonio ambiental no sólo involucra las necesidades
de nuestra propia población, sino que nutre a múltiples cadenas productivas
globales con enormes repercusiones geopolíticas.

Además, una izquierda del siglo XXI debe ser ecológica porque la actual
evidencia indica sin lugar a dudas que estamos sobreexplotando esos
recursos, que las capacidades del planeta para lidiar con los impactos
ambientales han sido rebasadas, y que problemas planetarios como el cambio
climático ya se están manifestando. Por lo tanto, pensar una izquierda sin
ecología sería una apuesta política desconectada de América Latina y de la
coyuntura actual.

Finalmente, el compromiso de esta nueva izquierda está en la justicia social
y ambiental, donde una no puede ser alcanzada sin la otra. Esto permite un
reencuentro con muchos movimientos sociales, un redescubrimiento de los
problemas reales de las estrategias de desarrollo actuales, y un llamado a
una renovación teórica. Es por eso que en esa íntima asociación entre la
justicia social y ambiental, están los mayores desafíos para una renovación
de las izquierdas en América Latina. 

* El autor es uruguayo, militante en temas de ambiente y desarrollo, integra
el equipo del Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES), es docente
en distintas universidades latinoamericanas y acompaña a diferentes
movimientos ciudadanos.

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