Cuba/ los cubanos ilegales de La Habana [Ignacio Isla]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Jul 30 11:44:07 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

30 de julio 2016

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germain5 en chasque.net

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Cuba

 

Los cubanos ilegales de La Habana 

Desde 1997 el asentamiento de habitantes provenientes de otras regiones de
Cuba en la capital está regulado. Hoy, buena parte de los alrededor de 600
mil inmigrantes internos vive prácticamente en la ilegalidad. 

Ignacio Isla, desde La Habana

Brecha, Montevideo, 29-7-2016

http://brecha.com.uy/

Por experiencia propia, Caridad sabe que el Centro Histórico y el Malecón
son las zonas más “peligrosas” de La Habana. Allí la presencia policial es
constante y las redadas pueden producirse incluso varias veces al día. “Casi
siempre es porque buscan jineteras (prostitutas) o se preparan para una
visita importante, pero una no puede confiarse. Yo misma ya tengo dos cartas
de advertencia, y una vez hasta me deportaron. Si me detuvieran de nuevo
posiblemente no pararía hasta (la cárcel de) Puerto Boniato.”

Como una salvaguardia, Caridad lleva siempre dos billetes de 20 Cuc en su
seno. Equivalen a cerca de 40 dólares, o lo que es igual, casi dos meses de
salario para la mayoría de los funcionarios estatales. Con ellos ha pagado
durante las ocasionales redadas policiales en las que se ha visto envuelta:
“un billete primero, y si no funciona, entonces el segundo…”.

Así ha ido capeando temporales y escribiendo su historia “capitalina”. Todo
comenzó hace alrededor de cinco años, cuando decidió que no quería seguir
pasando trabajo en un pueblo perdido de la provincia de Santiago de Cuba,
casi mil quilómetros al este de La Habana. “Si iba a comer tierra, por lo
menos quería hacerlo en la Poma”, dice aludiendo al sobrenombre de la
capital cubana. “Todo lo que te digan es verdad: aquí dan más cosas en la
libreta de racionamiento, hay más posibilidades de ganar dinero y hasta los
hospitales están mejor.”

El primer paso fue convencer a su abuela de vender la casita en la que ambas
vivían con los dos hijos de Caridad. Luego, con aquellos 60 mil pesos, se
lanzaron a la odisea de encontrar techo en la gran ciudad. Con ese
presupuesto, su punto de destino no podía ser otro que alguno de los
extensos barrios de “llega y pon” que cercan la urbe. En su caso se trató de
la “parte buena” del reparto Los Pocitos, en el municipio citadino de
Marianao. Allí lograron comprar una pequeña casa de tablas y ladrillos sin
repellar, con techo de tejas de cartón y un único cuarto. Todo sin papeles,
como el resto de las viviendas de esa extensa barriada que pueblan
fundamentalmente inmigrantes de la parte más oriental de la isla.

Los palestinos

Precisamente de las provincias del oriente, las más pobres, parte el flujo
migratorio que condiciona la realidad demográfica del país. Los nacidos en
esa zona tienen un título propio: “palestinos”, y son objeto de una
discriminación tan habitual que parece formar parte de la identidad
nacional. “El término ‘palestino’ es doblemente ignominioso: porque etiqueta
a una parte de sus ciudadanos (y) porque toma como objeto de mofa a una
nacionalidad que por su lucha es digna de admiración”, se lamentaba hace
algunas semanas el escritor Reinaldo Cedeño en un artículo que suscitó
discusiones en Internet. A su juicio, ni el Estado ni los medios de difusión
masiva han hecho lo suficiente para cambiar el actual escenario,
favoreciendo con su “apatía” la victimización de ese segmento poblacional.

La problemática trasciende, con mucho, el escenario de las políticas
culturales o para la igualdad social. Las diferencias en cuanto a desarrollo
y oportunidades signaron desde siempre las distintas regiones geográficas de
la isla, generando corrientes migratorias que se extendían por su eje
central, por lo regular con dirección al oeste. Luego del triunfo de la
revolución ese proceso se moduló parcialmente gracias a los planes de
desarrollo aplicados por el nuevo gobierno, que pretendían una evolución más
armoniosa de todos los territorios. La crisis de los noventa echó por tierra
la inmensa mayoría de aquellos proyectos. Sólo entre 1991 y 1996 la
emigración promedio hacia La Habana pasó de unas 10 mil personas anuales a
casi 30 mil.

Ese fue el contexto en que se aprobó una de las legislaciones más polémicas:
el decreto-ley 217, de 1997. En él se establecen limitaciones para el
asentamiento en la capital de los cubanos llegados desde otras provincias,
quienes pueden ser multados y deportados hacia sus localidades de origen si
son sorprendidos residiendo en la ciudad sin todos los permisos de rigor.
Además, aunque la disposición no lo especifica, las autoridades tienen la
prerrogativa de recluir en establecimientos penitenciarios a los
reincidentes, bajo el pretexto de la llamada “peligrosidad social”.

En sus cinco años como “capitalina” Caridad ha sido de todo un poco, “menos
ladrona y puta”. Cuenta que ha limpiado casas, trabajado en cafeterías y
otros negocios del floreciente sector privado, vendido los más disímiles
artículos… Precisamente el último de esos oficios es el que ahora le permite
ganar el sustento para ella y sus familiares. Adonde va, Caridad lleva
siempre varias cajas de tabaco, que consigue entre tabaqueros particulares,
ilegales como ella, y que más tarde vende en las cercanías de los hoteles u
otras zonas con gran afluencia de extranjeros. De ahí el riesgo de que
puedan detenerla y deportarla, un desenlace que dejaría sin protección a sus
dos hijos, de 11 y 16 años, y a su abuela, que ronda los 70.

De acuerdo con los censos realizados en 2002 y 2012, un tercio de los más de
2 millones de habitantes de La Habana son nacidos en otras provincias; buena
parte de ellos (algunos estudios aseguran que hasta un 25 o 30 por ciento)
se encuentran en una situación migratoria irregular. “Sólo cuantificar la
magnitud del fenómeno ya resulta un reto, pues en muchas de esas barriadas
las personas tienden a esconderse y se niegan a colaborar con cualquier
estudio por miedo a salir perjudicados”, asegura Richard Esteban, profesor
de sociología en la Universidad de La Habana. “Es un asunto con el que
convivimos de forma habitual, que afecta a miles de cubanos, pero que se
mantiene a la sombra y con muy pocas posibilidades de solución.”

Condiciones

Para regularizar su estatus en La Habana, un inmigrante del interior del
país debe contar con una vivienda propia o el consentimiento del propietario
de una que le permita inscribirse en su dirección particular. El proceso
incluye trámites en varias dependencias de alguno de los 15 gobiernos en que
se divide administrativamente la urbe, comprobaciones y numerosos
documentos, además de la siempre difícil firma del presidente (alcalde) de
la demarcación donde se aspira a residir.

Sin esas formalidades no es posible obtener el carné de identidad que
acredite la condición de “legal”, y sin éste serán infructuosos los
esfuerzos para acceder a algún empleo estatal, a los productos que se
distribuyen de forma subsidiada a través de la libreta de abastecimiento, y
–al menos en teoría– a los servicios gratuitos de salud y educación.

“Los niños asisten a la escuela hasta que se gradúan de algún técnico medio
o de obrero calificado –porque el preuniversitario también se otorga según
la dirección del estudiante–; y más tarde, a la hora de ejercer, no pueden
hacerlo en La Habana porque no residen oficialmente en ningún lugar de la
ciudad, aunque muchos nacieron allí”, comenta la periodista Lisandra de la
Paz en un artículo publicado por la revista científica Juventud Técnica. Es
una realidad compleja, en la que “todos tienen derecho  la atención médica,
sobre todo las mujeres embarazadas, pero al nacer el niño o la niña se les
obliga a inscribirlos en su provincia de origen, donde su carné dice que
residen”.

Pero por adversa que sea la realidad en la que viven, ni Caridad ni los
suyos, ni otros miles que cada año arriban a la ciudad, piensan en el
retorno. En Baire, su poblado natal, “no hay nada que buscar. A las mujeres
sólo nos queda trabajar en la agricultura, en algún negocito que aparezca
por ‘la izquierda’, o dedicarnos a atender a un hombre. ¿Acaso eso es
vida?”.

“¿Volver a dónde?”, repiten casi todos. Para ellos La Habana sigue siendo la
“tierra prometida”.

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