Venezuela/ tiempo de plagas [Raúl Zibechi]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Vie Jun 3 18:33:47 UYT 2016
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Correspondencia de Prensa
3 de junio 2016
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Venezuela
Tiempo de plagas
La situación que vive Venezuela desafía el clásico concepto de crisis. Entre
otras razones porque se prevé la emergencia de una sociedad bien distinta.
Quizá mejor. Quizá peor. En todo caso, está en curso una profunda mutación,
probablemente la más trascendente.
Raúl Zibechi, desde Barquisimeto
Brecha, Montevideo, 3-6-2016
http://brecha.com.uy/
“Aquí se ha desarrollado un complejo proceso revolucionario donde una
camarilla terriblemente corrupta y apolítica terminó haciéndose del poder.
La cueva de gángsteres que le quitó a la clase obrera venezolana diez veces
el valor de su trabajo. Si alguien en el mundo ha podido hacer semejante
desmán con la población que lo diga”, escribió la semana pasada Roland
Denis, filósofo, militante social y viceministro del gobierno de Hugo Chávez
en sus primeros años (Aporrea, 19-V-16).
Es tan sencillo acusar de la situación que vive actualmente Venezuela a
enemigos externos e internos del proceso bolivariano, que los hay y muchos,
como difícil aceptar los desvaríos que se fueron acumulando con los años. No
hay gas. Aunque es monopolio del Estado, que produce y exporta hidrocarburos
a granel. No hay cemento. Inexplicable, porque las fábricas, todas
estatales, trabajan y producen. Sin duda las mafias desvían la producción
para beneficio de viejas y nuevas elites con fuerza suficiente como para
hacerlo: tramas de poder que Denis califica como “cueva de ladrones”, en las
que participan diversos actores, desde las nuevas y las viejas mafias hasta
militares, policías y miembros del oficialismo. Tramas que se reproducen en
todos los rincones de la sociedad, arriba y abajo, porque se ha convertido
en moneda corriente hacer las cosas para beneficio personal sin mirar al
resto, sin tener en cuenta que se vive en algo que –antes– se llamaba
sociedad.
Militares
El general retirado Cliver Alcalá integró el Movimiento Bolivariano
Revolucionario 200, fue nombrado comandante por Hugo Chávez y fue ministro
para la Región Estratégica de Desarrollo Integral Central. En declaraciones
a Globovisión (18-V-16) dijo que “votaría por el revocatorio” (el referéndum
que podría decidir la continuación o el cese de la gestión de Nicolás
Maduro) “para evitar un enfrentamiento entre el pueblo”.
Se trata de un militar fiel a Chávez, de gran audiencia dentro de las
fuerzas armadas, que ahora se desmarca del gobierno. “El legado de Chávez
está vigente, pero Maduro lo ha administrado muy mal”, dijo. Sobre la
llamada guerra económica del imperio, con la que el presidente justifica el
desabastecimiento, el general retirado dijo que existe, pero “la genera la
cantidad de trámites y la discrecionalidad de los funcionarios en la
administración pública, (lo cual) origina un diferencial cambiario que
promueve esa corrupción”.
Este tipo de declaraciones, formuladas por un general que se reivindica
chavista, deben interpretarse como un misil contra el gobierno, y en
particular demuestra la existencia de una sensibilidad chavista contraria a
Maduro. Como destaca Denis, “un mesianismo profano pareciera nacer de nuevo
teniendo la posibilidad de canalizar un chavismo desesperado por la
descomposición total del gobierno que dice representarlo”.
Cliver Alcalá se muestra temeroso de un posible “estallido”, por la falta de
alimentos y la corrupción. Apuesta a que la salida de Maduro unifique al
chavismo, con lo que reconoce la división existente en filas de quienes
apoyan el proceso bolivariano.
Lo cierto es que hay dos hechos que parecen incontrovertibles. Uno es que
los militares están divididos: no todos apoyan al gobierno, aunque los
disidentes no necesariamente estén alineados con la oposición. Lo mismo
sucede con parte considerable de los chavistas, lo cual se puede constatar
en la calle, en las colas y en cualquier conversación familiar. Los
chavistas críticos del actual gobierno no quieren alinearse con un discurso
que culpa de todo a la derecha, los medios y el imperialismo, un discurso
gastado, que hace agua por todos los costados.
El resultado es que surge una tercera opción entre el gobierno y la
oposición y que busca, en palabras de Alcalá, “el reencuentro del chavismo”.
Esta corriente parece pensar en el mediano plazo más que en la coyuntura,
intentando evitar que el legado de Chávez sea dilapidado y sus fuerzas se
dispersen en multitud de corrientes. Ese proyecto pasa por poner distancias
con el actual gobierno y, según se desprende de las declaraciones del
general, por deponer a Maduro.
Estallido
Desde el Caracazo de febrero de 1989, la posibilidad de que se repitan
estallidos sociales en Venezuela es un hecho. Esta semana en Barquisimeto se
pudieron apreciar, de primera mano, dos hechos marcantes. Frente a una
cooperativa que distribuye alimentos con precios regulados se formó una
multitud, en su mayoría de adultos mayores, que exigían cuotas para ellos.
Había personas que atizaban el saqueo y que los cooperativistas
identificaron con miembros de la oposición.
En las enormes colas que se forman frente a las ferias de Cecosesola hay
entre cinco y diez mil personas. Muchas veces se impacientan, ya sea por la
prolongada espera o porque los “bachaqueros” se cuelan rompiendo el orden.
Alguien gritó: “¡Saqueo!”. Un señor fornido se agarró al portón y dijo en
voz muy alta: “No habrá saqueo”. La multitud pareció sentirse aliviada. Sin
embargo, todos aseguran que hay pequeños saqueos que no suelen aparecer en
los medios, sobre todo en pequeños supermercados de barrio.
Es evidente que la oposición quiere e impulsa levantamientos populares. Pero
también parece claro que la población no la acompaña, por lo menos en este
tipo de métodos. Uno de los mayores legados del chavismo consiste en que
afianzó la autoestima de los sectores populares y su politización. La gente
sabe de qué se trata y parece consciente de que debe evitar situaciones de
violencia para no dar oportunidad a salidas que no la van a favorecer.
Denis colocó, por fortuna, el escenario sirio como salida posible. Por
fortuna, porque es evidente que es el peor escenario para los pueblos de
esta región del mundo, pero quizá uno de los más apetecibles para los think
tanks del Comando Sur estadounidense. La caída del gobierno sería apenas un
paso en busca de algo mayor: “Lo cierto, como en Siria, es que la sangre y
la desesperación harán imposible cualquier opción de liberación”, señala
Denis.
Lo que no dice la propaganda oficialista es que el imperio está acostumbrado
(y en ello basa su poder) a negociar con cúpulas corruptas, pero poco puede
hacer ante las multitudes decididas a hacer valer sus derechos. Los
poderosos, aun los progresistas, “tomarán sus aviones y dólares expropiados
a la riqueza pública para abordar los apartamentos y quintas que ya tienen
comprados en Europa y Estados Unidos. Pero los centenares de miles de
muertos que vendrán a continuación los pondremos nosotros”.
¿Acaso el dictador Marcos Pérez Jiménez no huyó a República Dominicana para
terminar en España protegido por el dictador Francisco Franco, cuando una
insurrección popular y un levantamiento militar lo alejaron del poder en
1958?
Sí se puede
“Ya descubrí por qué a la gente le gusta hacer colas”, dice un chico de
pocos años a su madre. En las horas que pasó de pie esperando para comprar
hizo amigos, se relacionó con otros que le ofrecieron arepas y jugos,
conversaron, compartieron, se lo pasaron en grande. Todos los días, en todas
las colas, se pueden ver gestos conmovedores de generosidad.
Así como existen fuertes tendencias hacia la descomposición (véase edición
de la semana pasada de Brecha), hay otras ancladas en la solidaridad que se
mueven en sentido inverso, manteniendo la cohesión social. En la Venezuela
de hoy se producen muchos alimentos, y en algunos rubros, como hortalizas y
frutas, son abundantes. Las ferias de la Central Cooperativa de Servicios
Sociales de Lara (Cecosesola) son un buen ejemplo. Varios días recorriendo
los puestos son suficientes para convencerse de la abundancia de plátanos,
papayas, mangos, piñas y otras variedades de frutas tropicales. Tomates no
faltan, así como las principales hortalizas. Otra cuestión es el precio. En
todo caso, en las tres ferias con 300 cajas hay alimentos en número
adecuado.
El problema principal está en los productos con precios regulados. Sobre
todo la harina de maíz para elaborar arepas (la comida nacional), y también
las pastas, el azúcar, el aceite y, de modo especial, la leche. Escasean a
los precios regulados pero se pueden encontrar en el mercado paralelo a
precios diez y hasta 50 veces superiores al oficial.
Otra recorrida por pueblos rurales de los estados de Lara y Trujillo permite
conocer grupos de campesinos que cultivan y cosechan grandes cantidades de
hortalizas y verduras. Desafían no pocos problemas: la falta de semillas, la
escasez de insumos, las enormes dificultades para trasladar la producción
hasta las ferias, porque los transportes necesitan neumáticos (que no
existen o tienen precios abusivos) y porque no hay repuestos para los coches
y camiones. En la ciudad hay una enorme cola de coches para comprar
baterías. Una fila permanente, de varias cuadras, donde los autos y sus
conductores duermen y velan el momento de poder comprar.
Ciertamente, el país aún produce. Aunque las colas consumen una energía
social considerable que se le hurta a la producción. Las fábricas
nacionalizadas producen cada vez menos, mucho menos que cuando estaban en
manos privadas. Es el caso, por ejemplo, de las cementeras mexicanas, como
la Siderúrgica del Orinoco (Sidor) que fue reestatizada en 2008 luego de un
largo conflicto sindical. Llegó a producir 4,3 millones de toneladas de
acero, pero ya en 2014 bajó a 1,3 millones de toneladas, un 29 por ciento de
su capacidad.
Es triste comprobar que cuando Sidor pertenecía al grupo argentino Techint
producía 3,5 veces más que en manos del Estado. El propio sindicato
reconoció que hay desvíos de fondos, falta de repuestos y materias primas y
que no existen auditorías. De algún modo se conjugan la ineficiencia con la
corrupción, en todos los niveles, para que el país haya llegado a este
extremo.
Plagas y clases
Un sencillo recorrido de este a oeste de la ciudad, y viceversa, permite
comprobar que toda la propaganda oficial se disuelve en la cruda realidad.
Los ricos viven cada vez mejor. Los pobres siguen como siempre, pero además
hacen colas muy largas.
La zona este luce elegante, con amplios espacios verdes y arbolados; por sus
avenidas circulan coches nuevos y se pueden observar numerosos edificios de
reciente construcción. Pero lo que más llama la atención es que en plena
crisis y escasez de cemento se siguen construyendo centros comerciales,
edificios, hoteles de lujo. Es el mismo estilo de ciudad que conocemos en
todas las zonas de clase media alta del continente.
La zona oeste es bien diferente. Calles polvorientas y casas precarias,
absoluta falta de alumbrado público en las noches, autos viejos
destartalados y un largo etcétera que también conocemos en las ciudades
latinoamericanas. Las colas son interminables, no sólo extensas sino
permanentes ante cualquier comercio en busca de cualquier producto. En los
barrios privilegiados las colas son casi inexistentes.
Es seguro que la geografía urbana esconde detalles que deben ser desvelados.
La clase media tradicional está en caída libre y es uno de los sectores más
crispados contra el chavismo. La segunda cuestión es que a la antigua elite
debe sumarse la nueva, surgida del proceso bolivariano, la llamada
“boliburguesía”.
Ante semejante panorama vale preguntarse: ¿por qué los ricos de Venezuela
quieren derribar al chavismo, cuando no les ha ido tan mal en estos años? No
es fácil enhebrar una respuesta, sobre todo porque entre los antichavistas
hay sectores muy diversos, desde las clases medias empobrecidas hasta las
viejas y nuevas mafias. La respuesta sería obvia si se considerara que los
grandes países occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, desean
controlar las mayores reservas de petróleo del mundo.
La respuesta verdadera, la que no se puede pronunciar en alto, la dio un
empresario uruguayo radicado hace muchos años en Caracas. “No queremos que
nos gobiernen los negros”, dijo en tono mortecino, esbozando una sonrisa,
como quien se saca las ganas de expulsar el gargajo atragantado. Cuando las
clases se solapan con el color de piel, el racismo debe dar un largo rodeo
eludiendo las tranqueras de lo políticamente correcto. Quizás el orgullo y
la autoconfianza adquiridos por los sectores populares, que fue creciendo
desde el Caracazo de 1989 hasta colorear la sociedad con su estilo
bullanguero y desaliñado, rompiendo la monotonía de las salas de espera de
los aeropuertos, sea la mejor herencia del chavismo. Esos modales que
molestan e irritan a las buenas familias.
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