Brasil/ mujeres atacadas: la "cultura de la violación" [Agnese Marra]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Jun 4 19:54:20 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

4 de junio 2016

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Brasil

Una adolescente atacada por 30 hombres, filmada y culpabilizada

Brasil y la cultura de la violación 

El aberrante hecho ha sacado a la luz un problema de la sociedad brasileña
que diversos antropólogos definen como “cultura de la violación”. Para
acabar con los clichés sobre el tema y mostrar que no se trata de hechos
aislados sino estructurales, una oleada de mujeres cuenta en las redes
sociales cómo fueron violadas.

Agnese Marra, desde San Pablo

Brecha, Montevideo, 3-6-2016

http://brecha.com.uy/

La brutalidad de la agresión, el papel desempeñado por la policía carioca al
inicio de la investigación y las interpretaciones de buena parte de la
sociedad, que lo primero que puso en cuestión fue los orígenes de la propia
víctima, fueron los puntos marcantes de este hecho que trasciende lo
meramente “policial” y que ha provocado al menos que se hable públicamente
de un tema relativamente tabú y mucho más habitual de lo imaginado.

Según el Anuario del Foro Brasileño de Seguridad Pública, en este país una
mujer es violada cada 11 minutos. Las últimas cifras hablan de casi 50 mil
mujeres al año, pero advierten que esta agresión suele ser notificada por
apenas el 10 por ciento de las víctimas, por lo que el número total podría
llegar a casi medio millón.

Según datos del Ministerio de Salud, 70 por ciento de las mujeres violadas
son menores de edad, conocen a los victimarios y la agresión se produce en
sus casas o en las de sus familiares. La coordinadora del Núcleo de Defensa
de los Derechos de la Mujer, de la Defensoría Pública de San Pablo, Ana
Paula Meirelles Lewin, asegura que “si la víctima conoce al criminal las
posibilidades de que su proceso judicial continúe caen drásticamente”,
porque en esos casos muchas víctimas no se atreven a denunciar. Resultado:
casi la totalidad de los agresores (el 99 por ciento) acaban siendo
liberados.

Las que se atreven a denunciar se enfrentan a un sistema policial que
tampoco les da respiro. “Las delegaciones de policía tienen la horrorosa
tradición de culpabilizar a las víctimas”, explicaba el periodista brasileño
Luis Nassif. Justo lo que sucedió en el caso de la joven carioca, a pesar de
que su agresión se supo a través de un video en el que aparecía desnuda
mientras uno de los agresores decía frases como “por este túnel hemos pasado
treinta” (mientras señalaba los genitales de la chica), el comisario a cargo
del caso, Alessandro Thiers, consideró que “todavía no estaba demostrada la
existencia del delito”.

El interrogatorio que le hicieron a la menor hizo hincapié en sus costumbres
sexuales, preguntándole por ejemplo si le gustaba tener sexo en grupo. “Fue
horrible, el delegado quería culparme de cualquier manera, por eso hubo un
momento en que dejé de responder sus preguntas”, dijo en una entrevista para
el canal de Globo. La abogada de la menor, Eloisa Samy, solicitó que Thiers
abandonara el caso “por conducta inapropiada”. “Si se hubiera tratado de un
robo, aun de un teléfono o de un reloj, esto no habría sucedido”, dijo Samy
a la edición brasileña de El País, recordando el habitual modus operandi de
la policía carioca, conocida por disparar antes de preguntar.

Además de culpabilizar a la víctima también se la criticó por sus orígenes
humildes, por vivir en una favela, por ir a fiestas funk (música popular en
estas comunidades), por estar supuestamente vinculada al tráfico de drogas o
por tener varias parejas sexuales, como si alguna de estas situaciones
justificara o permitiera entender la violación. El conjunto de clichés
esparcidos por diversos medios de comunicación provocó una oleada de relatos
en las redes sociales donde mujeres de clase media y alta contaron cómo
fueron violadas por hombres blancos, también de clase media, y a veces por
varios al mismo tiempo: “Cuando fui violada por tres hombres, a los 13 años,
no había bailes funk, no vivía en una favela, ni usaba pantalón corto. Si la
culpa de las violaciones tuviese que ver con el funk no sucederían también
en las facultades de medicina de las universidades nobles del país.

(…) El problema es enorme, estructural y cultural, independientemente de la
clase social o del poder adquisitivo de la víctima. Está en todos los
lugares”, dijo por ejemplo en su cuenta de Facebook Clara Averbuck.

El aumento de los relatos de esta índole y la presión y manifestaciones de
diversos colectivos feministas influyó para acelerar las investigaciones,
retirar del caso al comisario Thiers y colocar en su lugar a la delegada
Cristiana Bento, responsable de la Unidad de Protección a Niños y
Adolescentes. La primera acción de Bento fue reconocer que “sí había habido
delito”, algo que hasta el momento la policía se negaba a confirmar, y en
rueda de prensa dijo que a partir de ahora la investigación se centraría en
saber “cuántos hombres participaron de la violación”.

La menor está en un programa de protección de testigos, ya que ha recibido
varias amenazas de muerte. Por el momento, seis sospechosos están bajo
prisión preventiva: Rai de Souza, de 22 años, que asegura que tuvo sexo
consentido con la víctima y fue quien grabó el video; Lucas Perdomo, de 20
años, que habría sido novio de la menor pero niega haber tenido sexo con
ella esa noche; Michel Brasil da Silva, igualmente de 20, responsable de
publicar la filmación; Marcelo Miranda, de 18 años, quien también habría
divulgado la grabación; y Rafael Belo, de 41 años, que sale en el video al
lado de la víctima y dice: “Treinta la hemos embarazado”.

Un problema “cultural” 

La antropóloga Heloisa Buarque de Almeida, especialista en temas de género,
señaló en una entrevista aparecida en Folha de São Paulo que en Brasil hay
una “naturalización de la cultura de la violación”, que parte de la base de
la realidad de la desigualdad entre hombres y mujeres y crea un relato “en
el que el hombre no se puede contener”. Según Buarque de Almeida, tanto la
publicidad como las telenovelas o algunas músicas populares forman parte de
producciones culturales que por lo general contribuyen a naturalizar la
violación y a cuestionar a la víctima. Una encuesta del Instituto de
Investigaciones Económicas Aplicadas indica que el 58 por ciento de los
brasileños considera que “si las mujeres se supieran comportar, se podrían
evitar muchas violaciones”. 

Ese “sentido común” también llega a las más altas esferas políticas, donde
se permite con total impunidad que personajes como el ultraderechista Jair
Bolsonaro, el diputado más votado en Rio de Janeiro en 2014, vinculado a
militares de la dictadura, le dijera hace dos años a la ministra Maria do
Rosário que no la violaba “porque no lo merecía”; o que el alcalde de Rio de
Janeiro, Eduardo Paes, elija como candidato a su sucesión en las elecciones
municipales de setiembre próximo a Pedro Paulo Carvalho, un político acusado
de maltratar a su ex mujer. La violación también ha servido como instrumento
de protesta. La usaron contra la presidenta Dilma Rousseff hace un año,
cuando apareció una serie de adhesivos pensados para pegar rodeando el tapón
del tanque de nafta, en los que se mostraba un fotomontaje de Rousseff con
las piernas abiertas, de modo que al introducir la manguera en el tanque
pareciera que se estaba penetrando a la presidenta.

La violación de esta adolescente sucede en momentos en que la Cámara de
Diputados de Brasil acaba de aprobar una ley que prohibirá el aborto también
en caso de violación, y tiene otra a estudio que permitiría que los médicos
se abstuvieran de aconsejar a una víctima de violación. Otro signo: el
actual gobierno está integrado únicamente por hombres. Una de las primeras
acciones del sucesor de Rousseff, Michel Temer, fue eliminar de un plumazo
la Secretaría de la Mujer. Las protestas fueron tan grandes que esta semana
dio marcha atrás y anunció la creación de un nuevo órgano para combatir la
violencia de género. Mientras, los colectivos feministas, que por otro lado
están más fuertes que nunca, se manifestarán durante las próximas semanas
para reivindicar sus relegados derechos.

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