Argentina/ 40 años del golpe militar: notas para un balance [Rolando Astarita]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Dom Mar 27 12:35:42 UYT 2016
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Correspondencia de Prensa
27 de marzo 2016
Boletín Informativo
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germain5 en chasque.net
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Argentina
40 años del golpe militar
Notas para un balance
Rolando Astarita
https://rolandoastarita.wordpress.com/
El viaje de Obama a Argentina, coincidente con el cuarenta aniversario del
golpe militar, parece una buena ocasión para pasar revista a algunas
cuestiones que pueden ayudarnos a entender el rol de EEUU, y de la clase
dominante argentina en 1976, y la naturaleza de la dictadura.
EEUU apoyó al golpe militar y la represión
Empecemos diciendo que EEUU apoyó al golpe militar de marzo de 1976. En 1976
Henry Kissinger, por entonces secretario de Estado, dio luz verde para la
política de secuestro, tortura y muerte desplegada por la dictadura. En
abril de ese año se reunió con el ministro de Relaciones Exteriores de
Argentina, César Guzzetti. Según el memorándum secreto de esa reunión
(revelado en 2004) Guzzettti planteó que “el principal problema que tenemos
es el terrorismo”, a lo que Kissinger respondió “si hay cosas que tienen que
hacer, hacerlo rápidamente”. Luego, en agosto de ese mismo año, Kissinger
mantuvo una reunión con el embajador estadounidense en Argentina, Robert
Hill, a quien le confirmó la conversación mantenida con Guzzetti. En 1977,
ya bajo el gobierno de Carter, Hill informó a Patt Derian, secretaria de
Estado para los derechos humanos, que pensaba que el mensaje de Kissinger a
Guzzetti había llevado a la dictadura militar a intensificar la represión.
Una larga tradición de intervenciones y golpes militares
La política de EEUU en 1976 se inscribe en una larga tradición de agresiones
militares y respaldo a regímenes sangrientos. Aunque esto es conocido en
general, es útil pasar revista al “listado” de hechos. Para esto, transcribo
un pasaje de mi libro Valor, mercado mundial y acumulación:
“Tomando solo el período de posguerra hasta mediados de la década de 1970, y
sin ánimo de ser exhaustivos, anotamos las maniobras de EEUU para crear
“protectorados” en Borneo Británica, Birmania del Norte, Kuwait, Qatar,
Bahrein y Oman; la organización, en 1953, del golpe de Estado que derrocó al
gobierno nacionalista de Mossadeq, en Irán, para instalar al sha, favorable
a los intereses de las petroleras occidentales; el apoyo, en 1954, al golpe
militar reaccionario de Jacobo Arbenz, en Guatemala; el desembarco en 1958
de tropas en Líbano; el apoyo a las dictaduras latinoamericanas de
Stroessner de Paraguay; Somoza de Nicaragua; Pérez Jiménez de Venezuela;
Trujillo de Santo Domingo; Batista de Cuba; Odria de Perú; Rojas Pinillo de
Colombia; el ahogo y ataque a Cuba a partir de que esta decidió
independizarse económicamente de EEUU; el desembarco en 1961 de tropas
contrarrevolucionarias, con apoyo de EEUU, en Bahía de los Cochinos; las
intervenciones a favor de fracciones pro-estadounidenses en Guatemala, 1963;
Ecuador, 1963; y Honduras, 1963; el desembarco en 1965 de marines en Santo
Domingo; el apoyo a la dictadura de Indonesia; el apoyo a los golpes
militares en Brasil, 1964; Argentina, 1966; Chile, 1973 –previa acción
desestabilizadora-; Uruguay, 1973; y Argentina, 1976, junto a la
participación en el plan Cóndor; la intervención militar en Vietnam, luego
extendida a Laos y Camboya; las acciones desestabilizadoras en Chipre,
Bangladesh, Grecia, para generar climas propicios a golpes de Estado; y el
apoyo financiero a fracciones pro estadounidenses en guerras civiles o
contrarrevolucionrias en Angola”.
Pero la burguesía argentina fue la “responsable” del golpe
Días atrás leí en un periódico de izquierda que “EEUU fue el responsable del
golpe militar”. Sin olvidar por un momento lo que hemos reseñado en el punto
anterior, hay que decir que lo que afirma ese periódico de izquierda no es
cierto. La “responsable” del golpe de 1973 fue la clase capitalista criolla.
La razón es a la vez simple y brutal: había que acabar con el peligro que
representaban el movimiento obrero combativo y las organizaciones armadas.
En los meses anteriores al golpe el “establishment” económico, las cámaras
empresarias, las principales figuras políticas de la oposición, habían
llegado a la conclusión de que el gobierno de Isabel no podía enderezar el
rumbo. La crisis económica era aguda, y el movimiento obrero resistía los
planes de “ajuste”. Por eso, en marzo de 1976 el golpe fue presentado como
una solución casi natural. Así, los grandes diarios (La Nación, Clarín, La
Razón y La Opinión) dijeron que era “lógico” e “inevitable”, dado el “caos”,
“descontrol”, “desintegración del país”, “desgobierno” y “anarquía” del
gobierno de Isabel. Expresaban lo que pensaba la amplia mayoría de la clase
dominante. De hecho, ese discurso lo encontramos también en el Partido
Comunista. En su declaración del 25 de marzo de 1976, “Los comunistas y la
nueva situación de Argentina”, sostuvo que “no ha sido el golpe de estado
del 24 el método más idóneo para resolver la profunda crisis política y
económica, cultural y moral. Pero estamos ante una nueva realidad. Estamos
ante el caso de juzgar los hechos como ellos son”. Y con el tiempo
aparecieron explicaciones más sofisticadas y tranquilizadoras. Por ejemplo,
Eugenio Zaffaroni, hasta hace poco miembro de la Corte Suprema de Justicia,
junto a Ricardo Cavallero, publicó, en 1980, Derecho penal militar. Allí
sostuvo que “hay situaciones en las que existe un peligro actual de absoluta
inminencia o un mal gravísimo que ya se está produciendo y que es necesario
evitar o detener”. Situaciones que justificaban, a sus ojos, las dictaduras
militares y la pena de muerte.
Pero el apoyo civil que tuvieron los militares no fue solo discursivo.
Ricardo Balbín, el máximo dirigente de la UCR, prometió ayuda a Videla para
gobernar. El MID y el Partido Socialista sostuvieron abiertamente a la
dictadura. Tal vez más significativa haya sido la cobertura de intendencias
y otros puestos. En 1978 había en el país 301 intendentes de la UCR (35% del
total de los intendentes del país); 169 del peronismo (19,3%); 23 de
organizaciones neoperonistas (2,7%); 109 del Partido Demócrata Progresista
(12,4%); 94 al MID (10,7%); 78 de las fuerzas federalistas (8,9%); 16 eran
demócratas cristianos (1,8%) y cuatro intransigentes (0,4%) (véase aquí). Y
hubo muchas otras colaboraciones, en múltiples instancias del Estado. Para
mencionar tres acasos de notables: Alicia Kirchner, actual gobernadora en
Santa Cruz, fue subsecretaria de Acción Social en esa provincia desde 1975 a
1983, sin interrupción; un cargo con rango de viceministro. La ex diputada
Elisa Carrió fue nombrada por la dictadura, en 1979, asesora de la Fiscalía
de Estado en el Chaco; luego, en 1980, fue secretaria de la Procuración del
Superior Tribunal de Justicia de esa provincia, con nivel y jerarquía de
juez de Cámara. El secretario del gremio de la Construcción desde 1990,
Gerardo Martínez, fue colaborador del Batallón 601, que estaba dedicado a
inteligencia y fue pieza clave en la represión y desaparición de personas.
¿Cómo se puede lavar de responsabilidades a toda esta gente? Hay que decirlo
con todas las letras: las fuerzas motoras del golpe y de la dictadura fueron
internas. El golpe militar fue la respuesta de la clase dominante argentina
frente al nivel alcanzado por la lucha de clases; coyuntura agudizada por
las organizaciones armadas (que es lo que decía Zaffaroni). Es en este marco
que EEUU apoyó, por supuesto, esta forma sangrienta de resolución del
conflicto.
La dictadura no fue un títere de EEUU
Ya en los 1960 y 1970 Ruy Mauro Marini había polemizado con la tesis,
popular en la izquierda, que decía que los militares brasileños, que habían
tomado el poder en 1964, eran marionetas de EEUU. Marini demostraba que la
dictadura tenía fuerza propia, y que muchas de sus decisiones incluso se
enfrentaban a EEUU. El tema se relaciona con la cuestión de si países como
Brasil son colonias, o semicolonias, de EEUU. Lo he discutido en otras
entradas (aquí, aquí, aquí, aquí). Lo importante ahora es señalar que
tampoco la dictadura argentina fue “títere” de EEUU. Tuvo coincidencias con
Washington; pero también diferencias, como lo puso en evidencia la venta de
trigo a Rusia, cuando EEUU había decretado el embargo; el desarrollo del
plan nuclear; o la guerra de Malvinas. Todo indica que la relación que
mantuvo Argentina con EEUU entre 1976 y 1983 fue propia de un país
dependiente, no de una colonia. Lo cual vuelve a colocar en primer plano el
papel de la clase dominante argentina durante la dictadura. Por este motivo,
la tesis de que Argentina está “dominada” como una colonia (y por lo tanto
el golpe de 1976 habría sido “ordenado” por el imperio) es muy conveniente
para el discurso que aboga por un frente de colaboración de clases (véase
más abajo).
La política de derechos humanos de Carter
En vísperas de la llegada de Obama, analistas y comentaristas políticos han
justificado o defendido lo actuado por EEUU frente a la dictadura apelando a
la política de derechos humanos de Carter. Hasta se especuló con que Obama
pudiera traer al ex presidente para amortiguar las críticas de la izquierda.
Es que a partir de la asunción de Carter a la presidencia, a principios de
1977, Washington presionó a la dictadura argentina para que aflojara la
represión. Una muestra del cambio de orientación de Washington lo tuvimos en
la actuación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, cuando vino
a Buenos Aires, en 1979. Políticos argentinos, pero también activistas y
familiares de desaparecidos hicieron llegar sus denuncias y quejas. Cristina
Kirchner se refirió al rol de Carter en la Universidad de Georgetown, cuando
inauguró la “Cátedra Argentina”: “Quiero hacer honor a la figura de Jimmy
Carter, que junto a su secretaria de Derechos Humanos tuvo un rol
preponderante en lo que era intervenir en las violaciones de los derechos
humanos, logrando la liberación de algunos que, si no, hubieran sido
asesinados”. El ex canciller Héctor Timerman, en el mismo sentido, recordó
que su padre, Jacobo, preso y torturado por la dictadura, fue liberado en
buena medida por presión de Washington.
También la socialdemocracia europea intensificó las críticas a la dictadura
a partir de la subida de Carter. Lo que buscaban estos sectores era obtener
respaldo para una salida democrático-burguesa, más o menos negociada, que
contuviese tensiones y restableciera el curso normal de los negocios. Es que
una vez derrotada la izquierda más radicalizada, no veían el sentido de que
continuara la dictadura. Los partidos políticos que en un primer momento
habían apoyado a Videla, paulatinamente fueron adoptando la misma postura;
esto se ve claro en las posiciones de la UCR o el MID. Por eso, y casi
imperceptiblemente, en 1983 resultaba que todos eran fanáticos “demócratas”
(y así siguen hasta el día de hoy, sin mirar sus prontuarios). Estos cambios
son más o menos comunes en cualquier régimen capitalista y no deberían
inducir a embellecer a la clase dominante.
La forma de dominio no es necesariamente la dictadura
Por lo planteado en el punto anterior, es un error pensar que la situación
de dominio “normal” de la burguesía es la dictadura militar (o fascista).
Sin embargo, en sectores de la izquierda está muy arraigada la idea de que
las democracias burguesas son el exclusivo resultado de las luchas
revolucionarias de las masas. Sin subestimar la importancia de las
revoluciones democráticas “desde abajo”, lo cierto es que la democracia no
deja de ser una forma de dominio normal de la clase capitalista. Se puede
decir que hasta es más segura que la dictadura, debido a los mecanismos
amortiguadores del conflicto y los recambios del personal dirigente del
Estado que posibilita. La dictadura es un recurso al que recurre el capital,
pero no necesariamente es el único de que dispone para dominar. Más
concretamente: la vuelta a la democracia burguesa en los 1980, en Argentina
o en otros países de América Latina, fue realizada con el acuerdo no solo de
las clases capitalistas latinoamericanas, sino también de Washington, los
organismos financieros internacionales y los principales gobiernos
capitalistas. Es decir, por los mismos que habían consentido o avalado la
represión sangrienta de la izquierda “irreductible”. Consumado el “trabajo
sucio”, era hora de volver a la democracia del capital.
El balance de las relaciones internacionales debe ser completo
Dejo señalado que algún día la izquierda deberá incluir en sus balances y
debates sobre la dictadura la actitud del “movimiento comunista
internacional”. Conecta con lo que hizo el PC argentino, pero tiene sus
especificidades. En particular, hay que poner sobre la mesa el apoyo de
Fidel Castro a la dictadura de Videla (ver aquí). No es posible que se siga
pasando por alto esta cuestión.
Una precisión: la represión sangrienta no comenzó en 1976
Cuando se conmemora el aniversario del golpe militar muchas veces se soslaya
le hecho de que las detenciones arbitrarias, torturas y asesinatos no
comenzaron en marzo de 1976. Hay que acabar con el cuento (que repiten ad
nauseam Julio Bárbaro, Grondona, Morales Solá y similares) de que el Perón
de 1973 era un viejito bueno, que se abrazó con Balbín y estaba deseoso de
unir en paz a los argentinos. El Perón de 1973 vino de la mano de López
Rega, la burocracia sindical, Lastiri, Isabel Perón y demás personajes
siniestros. La masacre de Ezeiza, el “navarrazo” (golpe de Estado en
Córdoba, en febrero de 1974, que depuso al gobernador Ricardo Obregón Cano)
y los primeros asesinatos de la Triple A, ocurrieron bajo la conducción de
Perón. Y en los meses que siguieron a su muerte, la represión se
intensificó. Miles de luchadores obreros y populares fueron asesinados. Las
bandas de la Triple A actuaron con total impunidad, y tuvieron apoyo de la
Policía y de sectores, al menos, de la burocracia sindical. A lo que habría
que agregar detenciones arbitrarias, torturas en las comisarías, más las
bestialidades del Ejército en Tucumán.
Es en este clima que se preparó el golpe militar. La represión posterior a
marzo de 1976 no apareció de la nada. Fue la continuación-profundización de
lo que ya estaba iniciado. Pero hasta el día de hoy los crímenes de Estado
cometidos entre 1973 y marzo de 1976 siguen impunes. La tan proclamada
“Memoria y Justicia” parece tener límites precisos.
Otra precisión: el “programa neoliberal” no comenzó en 1976
El primer plan de “ajuste” a fondo contra los trabajadores y el pueblo fue
lanzado a mediados de 1975, con el famoso “Rodrigazo” (el ministro de
Economía se llamaba Celestino Rodríguez). Devaluación del peso del 150%,
aumento promedio del 100% de todos los servicios públicos, suba de 180% de
los combustibles, 45% de aumento de los salarios y un plan de endeudamiento
masivo con el exterior. El Rodrigazo fue enfrentado por el movimiento
obrero, y Rodrigo tuvo que renunciar. Pero constituyó el antecedente de lo
que vendría.
Un balance que marque diferencias de clase
La dilución de la responsabilidad de la clase capitalista argentina en el
golpe militar; el silencio que rodea a los apoyos efectivos que tuvo la
dictadura; el ocultamiento de la naturaleza profunda de la represión entre
1973-1976, y del Rodrigazo, no son olvidos inocentes. Son funcionales a la
estrategia de “frente anti-neoliberal” que predica el progresismo
izquierdista, nacional y popular. Por eso, el llamado (circula en las redes
por estos días) a deponer diferencias para marchar todos juntos (desde la
izquierda radicalizada hasta la militancia K) este próximo 24 de marzo,
necesita ocultar y falsificar el pasado. Frente a esto es imprescindible
hacer análisis en términos de clases sociales, y no temer ir hasta el fondo
en los balances.
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