Colombia/ la vigilia de las Farc [Ana León Quiroga]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Nov 3 12:12:20 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

3 de noviembre 2016

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Colombia

La vigilia de las Farc

El lunes la trocha rojiza que conduce a la vereda La Libertad en Tibú, Norte
de Santander, levantó más polvo que de costumbre.

Ana Karietna León Quiroga   

La Silla Vacía, 2-11-2016 

http://lasillavacia.com/

Más de cien motos, ocho buses y cuatro camiones provenientes de Cúcuta,
Pamplona, Venezuela y veredas cercanas la cruzaron desde que el sol apareció
ese día con rumbo a La Libertad, lugar en el que las Farc organizó una de
sus vigilias por la paz, eventos que hizo en varias regiones del país para
demostrar que la gente quiere que se materialicen los acuerdos de paz tal
como quedaron firmados y que lo hagan pronto.

En ese pedazo de tierra metido en uno de costados del Catatumbo, a dos horas
largas de Cúcuta y a un kilómetro de la frontera con Venezuela, es donde 100
guerrilleros de la Unidad Frontera del Frente 33 de las Farc están
preconcentrados desde que ganó el No.

Confiaban en que desde el 2 de octubre estarían movilizándose hacia Caño
Indio, la vereda del Catatumbo donde quedaría la zona de concentración de su
Frente, pero como no se refrendó el plebiscito, en su lugar, están en un
punto de la selva monitoreados por el Ejército.

“¡Quién lo hubiera dicho!”, dijo ‘Katerin’, la guerrillera que coordinó la
jornada, cuando trataba de explicar cómo habían pasado de enfrentarse con el
Ejército durante 50 años -28 de los cuales ella empuñó el fusil- a ser
custodiados por ellos. “Nosotros de corazón queremos la paz y el anhelo de
que se acabe la guerra es muy grande pero estamos en una situación muy
frágil. El ejército sabe las coordenadas de donde estamos...estamos como
anclados”.

Están anclados en un campamento que por esos días estaba “todo encharcado”,
en palabras de una de las guerrilleras, pero moviéndose políticamente. Ese
día, esperaban que más de mil personas llegaran a acompañarlos.

"Desde el Caguán (en el proceso de paz con Pastrana) nosotros no habíamos
podido hacer algo así, digamos legal y que viniera tanta gente. Máximo
reuniones con 200 o 300 personas, la mayoría guerrilleros. Pero vernos con
la comunidad así, nunca”, dijo Reinel Páez, comandante de esa unidad. Él,
como los demás combatientes, estaba sin armas, de camiseta blanca, sudadera,
botas militares y con sus brazaletes en el brazo izquierdo.

Un brindis por la paz

En una tarima de madera que le daba la espalda a la escuela de La Libertad,
y con decoración alusiva a la paz, se abrieron los micrófonos para iniciar
presentaciones de baile y canto sobre las diez y media de la mañana.

La primera en hablar fue Katerin, dándole la bienvenida a las juntas de
acción comunal, y a líderes los movimientos sociales de la región.

Le dio paso a algunas de sus compañeras de la cuadrilla que prepararon un
baile de bambuco para el evento. Antes del almuerzo un grupo de guerrilleros
entonó canciones alusivas a las Farc que han escrito en el monte, a ritmo de
carranga.

Cuando ya pasaban las dos de la tarde y era hora de reposar el almuerzo de
carne, pollo, arroz, yuca y papa, el turno fue para la agrupación de
vallenato y carranga de la Guardia Campesina de Ascamcat, la Asociación
Campesina del Catatumbo que promovió el paro de 2013. Durante la vigilia, la
guardia de Ascamcat era la que organizaba las filas de la gente para la
comida.

Con esa música de fondo, los guerrilleros repartieron almanaques de 2017 en
los que se leía “el año de la paz” entre los líderes de las juntas de acción
comunal; a los niños les dieron helado y a los adultos los invitaron a hacer
un brindis por la paz.

Sarahí, una morena de 26 años que lleva 16 como guerrillera, se paseó por
entre la gente con una botella de vino venezolano y sin etiqueta
ofreciéndoles una copa, a la que muy pocos se negaron.

Desde la tarima, Katerin decía, con micrófono en mano, que alzaran su copa y
brindaran “para que el gobierno colombiano vea el clamor de todo un pueblo.
Vea que todos los colombianos anhelamos paz.”

Sarahí caminaba entre los invitados con Hachi, el perro que tiene desde hace
un año y a quien le puso así por la película sobre el perro que muere
esperando volver a ver a su dueño.

“Ahorita vine a tenerlo porque antes era muy difícil. Desde el cese ya se
puede pensar en este tipo de cosas. Él anda conmigo para todo lado”, dijo
Sarahí, mientras le rascaba la barriga.

Esas cosas, según Sarahí, son aquellas para las que en la selva no hay “ni
espacio ni tiempo”. Desde el cese bilateral el temor de una emboscada no los
persigue, ahora lo importante es la formación política, a la que le dedican
la mayoría del tiempo.

Siguen teniendo turnos para hacer vigilancia o preparar los alimentos. Sin
embargo, desde hace meses dedican la mayoría de su tiempo a estudiar los
acuerdos de paz y a su formación política.

“Ahora estamos mirando para hacer revolución sin armas. Ayudar la gente
desde lo que uno haga. Si voy a a ser concejal o si me voy a quedar como
agricultor pero ayudar a que todos tengamos las mismas condiciones de vida,
buenas” dijo Jaime, uno de los guerrilleros encargados de la comida.

Aunque de esos temores propios de la guerra se han ido deshaciendo poco a
poco, muchos guerrilleros rasos se sienten ahora abrumados pensando cómo va
a ser su reincorporación a la vida civil.

Algunos llevan años de no ir a la ciudad. La última vez que Sarahi estuvo en
una fue en 2010, cuando las Farc la movió de la Costa a Cúcuta para unirse a
la Unidad Frontera. Otros, cada vez que salen a una misión o encomienda, se
inventan una vida para poder interactuar con la gente del común.

“Es que es normal que a tí alguien te pregunte ‘hey, ¿cuál es la telenovela
que más ves?’ o ‘¿por qué lado vives?’. Pero cuando llevas esta vida esas
preguntas te paralizan. Tienes que inventarte algo y mantenerlo. Sobre eso
muchos hemos hablado y sí, nos da miedo cómo va a ser al salir”, confesó
Katerin.

Movilizados, sí o sí

Hacia las cuatro de la tarde, los guerrilleros empezaron a recoger los
platos desechables y las botellas de agua y gaseosa veneca que estaban
tirados en el piso. Al mismo tiempo y como respondiendo a la limpieza,
empezaron a irse los primeros camiones y buses con la gente.

Aunque habían invitado a una vigilia y muchos pensaban que el evento iría
hasta la madrugada, desde la tarima iban agradeciendo en tono de despedida.

“Vamos hasta las seis, por ahí. Usted sabe que estando acá, con tantos niños
y ya de noche esto para la logística es complicado”, dijo el comandante,
mientras tenía alzada a su hija de un año y medio.

“Es hija de guerrilleros”, me dijo. Al rato llegó la mamá, también con su
brazalete. Dijo que la iba a bañar y a ponerle el disfraz para Halloween.

En medio de lo que parecía la clausura del evento, Páez, el jefe del frente,
permaneció sentado, casi al final de la planicie donde habían ubicado las
sillas y mesas para la gente. Estaba hablando con un hombre de civil.

Muchos de los que se iban, lo buscaban para despedirse. “No se olvide de
pasar por allá por mi casa, comandante”, le dijo una mujer, con deferencia.
Otra le pidió el favor de que la contactara con su esposo, un guerrillero a
quien llevaba diez años sin ver.

“A mí mucha gente me dijo que votaba por el No”, me dijo cuando me pudo
hablar. “No porque fueran uribistas, no. Sino porque no querían que nosotros
nos fuéramos. De cierta manera, se sienten protegidos con nosotros. Uno los
entiende, porque ante la falta de Estado…”.

Páez, quien lleva más de 30 años en la guerrilla y es el encargado de las
relaciones de esa guerrilla y el ELN y EPL en el Catatumbo, dice que hoy
solo se dedica a promover la política entre sus hombres, mantenerse en
comunicación con el Ejército por si sus tropas se van a mover y a esperar a
que se destrabe el acuerdo.

De lo que aspira hacer luego de dejar las armas, no dijo mucho. Se limitó a
decir que al igual que los 100 guerrilleros que tiene bajo su mando, está a
la espera de que el Estado Mayor de las Farc les diga a qué se van a dedicar
de ahora en adelante.

“La tarea que nos pongan, esa haremos. Nosotros seguimos en la lucha
política. No nos vamos a desintegrar. Hay que esperar a que digan para qué
es bueno cada uno”, dijo.

Lo mismo dijo Sarahí. Ella quiere estudiar odontología, pero no se ve
abriendo un consultorio propio, tampoco formando una familia: “Yo seguiré
con la revolución, como la organización demande”.

Katerin dice que tiene sueños propios, como ir a conocer Machu Pichu con su
hermana, pero que también tiene “sueños obligatorios”.

“Se supone que en las zonas transitorias íbamos a mirar quién va a hacer
qué. Si toca viajar pues viajar. Si hay que quedarse en la región, pues nos
quedamos. Todo según las necesidades del proyecto político que continúa”,
dijo Katerin.

Incluso, dice que el dinero que el Estado le va a dar a cada uno para que
reinicien su vida de civiles tampoco va a ser para ella. “Todo va al fondo
común” para la creación de la empresa de las Farc que quedó consignada en
los acuerdos. Ecomún.

Entrada la noche, empezó otra fiesta. Nuevamente sonó la carranga y arrancó
el concurso al mejor bailarín. Lo ganó Jeison, un guerrillero de unos 25
años.

Entre las cerca de 200 personas que quedaban, entre guerrilleros, milicianos
y algunos muchachos de Marcha Patriótica que ya estaban alistando sus carpas
para pasar la noche allí, las Farc repartió ron viejo de Caldas; para la
cena, los guerrilleros salieron del monte cargando tres ollas gigantes de
arroz, papa y carne.

Luego de la comida y cuando ya los guerrilleros estaban más dispersos,
Katerin volvió a tomar el micrófono.

Esta vez llamó a sus compañeros para que tomaran una de las velas que
estaban repartiendo cerca a la tarima y las encendieran para hacer un acto
simbólico y grabar un video para el registro de los medios.

La invitación tuvo el efecto de una orden. En menos de un minuto, los
guerrilleros se agruparon frente a la tarima, tomaron las velas y
ondeandolas, repitieron las arengas que Katerin esbozó: “Acuerdo definitivo
ya”, “porque el pueblo lo merece, el acuerdo permanece”.

Este show para las cámaras duró menos de diez minutos. Luego continuó la
fiesta hasta las 9 de la noche, cuando los guerrilleros repartieron entre
los que estaban la comida que sobró.

Luego se adentraron nuevamente en la selva a seguir esperando lo que pase en
Bogotá.

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