EEUU/ ¿por qué millones de trabajadores norteamericanos apoyan a Trump? [Thomas Franck]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Nov 11 16:35:40 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

11 de noviembre 2016

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Estados Unidos

¿Por qué millones de trabajadores norteamericanos apoyan a Trump? 

El autor del libro de referencia “¿Qué pasa con Kansas?”, explica que el
rechazo a los acuerdos de libre comercio y el empobrecimiento de la clase
trabajadora son hechos más relevantes

Thomas Frank *

eldiario.es 8-11-2016

http://www.eldiario.es/

Nos adentramos en uno de los mayores misterios de Estados Unidos en este
momento: ¿qué es lo que motiva a los seguidores de Donald Trump? Lo llamo
misterio porque las personas blancas de clase trabajadora que forman la base
de seguidores de Trump se juntan en cifras sorprendentes a favor del
candidato, llenan estadios, hangares de aeropuertos, pero sus puntos de
vista no suelen aparecer en los periódicos de prestigio.

En sus páginas de opinión, estos rotativos se preocupan por representar a
casi todos los estatus sociales pero el de los trabajadores de 'cuello azul'
suele pasarse por alto. Los puntos de vista de la clase trabajadora son tan
ajenos a este universo que cuando el columnista de The New York Times Nick
Kristof quiso incluir una conversación con un seguidor de Trump,  se lo tuvo
que inventar, así como las respuestas que esta persona imaginaria daba a sus
preguntas. 

Cuando los individuos de la clase profesional desean entender a la clase
trabajadora, normalmente consultan a los expertos en esa materia. Y cuando
piden a estas fuentes de autoridad que expliquen el movimiento a favor de
Trump, ellos siempre se centran en un aspecto: la intolerancia. Solo el
racismo, explican, es capaz de dar alas a un movimiento como el de Trump,
que gana fuerza dentro del partido republicano igual que un tornado
atraviesa casas de lujo de mala calidad.

El propio Trump es la prueba de todo esto. Este hombre es un payaso con
tendencia a insultar, que ha cargado sistemáticamente contra los diferentes
grupos étnicos de América, ofendiéndoles uno a uno. Quiere deportar a los
millones y millones de inmigrantes indocumentados. Quiere prohibir a los
musulmanes visitar Estados Unidos. Es fiel admirador de varios dirigentes
poderosos y dictadores, incluso en Twitter ha llegado a compartir una cita
de Mussolini. Este bufón chapado en oro recibe el apoyo entusiasta de
conocidos racistas que forman un mosaico fastuoso de fanáticos, que tiembla
de emoción ante la posibilidad de conseguir a un verdadero y honesto
fanático dentro de la Casa Blanca.

Todo esto es tan alocado, tan salvajemente extravagante, que los analistas
políticos se plantean que pueda tratarse de una estrategia propia de la
campaña de Trump. Trump parece ser un racista por lo que se puede intuir que
el racismo debe ser una de las motivaciones de sus legiones de seguidores. Y
por eso, el sábado, el columnista de  The New York Times Timothy Egan culpó
a la gente por el racismo de su líder: “Los seguidores de Donald Trump saben
exactamente lo que apoya: odio a los inmigrantes, superioridad racial, una
indiferencia cómica hacia el civismo básico que cohesiona a la sociedad”.

Todos los días se publican historias maravillosas sobre la estupidez de los
votantes de Trump. Los artículos que tachan a los seguidores de Trump de
intolerantes se cuentan por cientos o por miles. Los firman los
conservadores, los progresistas o los profesionales imparciales. El titular
de una columna del  Huffington Post lo dijo clara y llanamente: “Trump ganó
el supermartes porque Estados Unidos es racista”.

Por poner otro ejemplo, un reportero de  The New York Times demostró que los
fanáticos de Trump eran intolerantes a través de juntar un mapa con los
apoyos a Trump con otro sobre la búsqueda de términos racistas en Google.
Todo el mundo lo sabe: las pasiones de los seguidores de Trump no son más
que los tintineos ignorantes del hombre blanco americano, que ha llegado a
la locura por la presencia de un hombre negro en la Casa Blanca. El
movimiento Trump es un fenómeno de una sola cara, una gran oleada que
relaciona odio y raza. Sus partidarios no solo son incomprensibles sino que
realmente no vale la pena llegar a comprenderlos.

La importancia del libre comercio

O eso es lo que nos dicen. La semana pasada, decidí ver varias horas de
diferentes discursos de Trump. Vi al hombre que divaga, cuenta, amenaza e
incluso se regodea cuando algunos de sus detractores son expulsados de sus
mítines. Yo estaba indignado por esas cosas, del mismo modo que Trump me ha
desagradado durante los últimos 20 años. Pero también me di cuenta de algo
sorprendente. En cada uno de los discursos que vi, Trump pasó una buena
parte de su tiempo hablando de una preocupación puramente legítima, un
asunto que podríamos considerar de izquierdas.

Sí, Donald Trump habló de comercio. De hecho, teniendo en cuenta la cantidad
de tiempo que pasó repasando este tema, es muy posible que el comercio sea
su única y gran preocupación, y no la supremacía blanca. Ni siquiera su plan
para construir un muro en la frontera con México, aquel controvertido tema
que le dio fama política. Durante el debate del 3 de marzo lo volvió a
hacer: cuando le preguntaron sobre su excomunión política por Mitt Romney,
Trump regateó el envite y empezó a hablar de...comercio.

Parece estar obsesionado con eso: los tratados de libre comercio que han
firmado nuestros líderes, las numerosas empresas que han trasladado sus
centros de producción a otros lugares, las llamadas que hará a los
presidentes de esas empresas para amenazarlos con elevar los aranceles si no
vuelven a Estados Unidos.

Trump adorna esta visión con otra de sus ideas de izquierda: bajo su
dirección, el Gobierno podría “empezar a hacer una oferta competitiva en la
industria farmacéutica” (para reducir el precio de los fármacos). “¡No
tenemos una oferta competitiva!”, exclamaba asombrado y habla de otro asunto
real, el despilfarro legendario que se produjo bajo el Gobierno de George W.
Bush. Trump extiende sus críticas al ámbito militar, describiendo cómo el
Gobierno está obligado a comprar aviones pésimos pero muy caros gracias a la
influencia que ejercen los grupos de presión de la industria.

De este modo llegó su curiosa propuesta: como él mismo es tan rico, detalle
del que suele presumir, no se va a ver afectado por estos grupos de presión
empresariales ni por las donaciones. Debido a que está libre del poder
corruptor de la financiación de campañas, el famoso negociador Trump puede
hacer ofertas en nuestro nombre que serán “buenas” en vez de “malas”. La
posibilidad de que en realidad lo consiga, por supuesto, es pequeña. Él
parece ser un hipócrita en este tema, igual que en otros muchos. Pero al
menos Trump habla de estas cosas. 

La clave para entender su éxito

Todo esto me sorprendió porque, en todos los artículos que había leído de
Trump en los últimos meses, no recordaba que el comercio entrase a colación
muy a menudo. Aparentemente Trump abandera una sola cruzada relacionada con
los blancos. ¿Cabe la posibilidad de que el comercio sea una clave para la
comprensión del fenómeno Trump?

El comercio es un tema que divide a los estadounidenses en función de su
estatus económico. Para la clase media, que incluye a la amplia mayoría de
estrellas mediáticas, los economistas, los altos cargos federales y los
demócratas poderosos, lo que denominan 'libre comercio' es algo tan
obviamente bueno e incluso noble que no requiere explicación o consulta, ni
siquiera que se piense mucho en ello. Los líderes republicanos y demócratas
están de acuerdo en esto a partes iguales, y nada puede hacerles salir de su
modelo económico soñado.

Para el resto, el 80% o el 90% de Estados Unidos, el comercio significa algo
muy diferente. Hay un vídeo que recorre Internet en los últimos días que
muestra una sala lleno de trabajadores en una fábrica de aparatos de aire
acondicionado en Indiana a la que informan de que la fábrica se va a
trasladar a Monterrey, México, y que todos van a perder sus puestos de
trabajo.

Mientras lo veía, pensé en todos los debates sobre comercio que hemos tenido
en este país desde el principio de los 90, todas las dulces palabras que
nuestros economistas han dedicado a las delicias del libre comercio, todas
las formas en que la prensa se burla de quienes dicen que acuerdos como el
Tratado de Libre Comercio del Atlántico Norte permiten que las empresas se
lleven el empleo a México.

"Que te jodan"

Bueno, ahí está el vídeo de la empresa que se muda a México, cortesía de
NAFTA (siglas en inglés del Tratado de Libre Comercio de América del Norte).
Esto es lo que aparece. Uno de los ejecutivos de Carrier habla en un tono
familiar y profesional sobre la necesidad de “ser competitivo” y “de ser
extremadamente sensible con los precios de mercado”. Un trabajador grita
“que te jodan” al directivo. Tras esto, el directivo pide que estén callados
para poder “compartir” su “información”. Su información es que todos ellos
perderán su empleo.

No tengo ninguna razón especial para dudar de que Donald Trump es un
racista. O lo es o, como el cómico John Oliver dice, pretende hacerse pasar
por ello, lo que viene a ser lo mismo. Pero hay otra manera de interpretar
el fenómeno Trump. El mapa de sus apoyos combinado con búsquedas racistas
también se puede cruzar mejor con la desindustrialización y la
desesperación, con zonas de miseria económica provocadas por 30 años de
libre mercado dictado por Washington.

Hay que destacar que a Trump no le falta razón en sus ataques a esa empresa
de aire acondicionado de Indiana que aparece en el vídeo de sus mítines. Eso
sugiere que se está refiriendo tanto a la indignación por la economía como
al racismo. Muchos de sus seguidores son fanáticos, no hay duda, pero muchos
más probablemente están entusiasmados con la perspectiva de un presidente
que parece decir lo que piensa cuando critica nuestros acuerdos comerciales
y promete acabar con el empresario que te despidió y que destrozó tu ciudad,
no como Barack Obama y Hillary Clinton

Este es el hecho más relevante sobre sus seguidores: cuando hablamos de
gente blanca, de la clase trabajadora que le apoya, en vez de imaginar
simplemente todo aquello que ellos quizá dicen, nos encontramos con que lo
que más les preocupa a estas personas es la economía y el lugar que ellos
ocupan en la misma. Esto es lo que sacó a la luz un estudio publicado por
Working America, una organización política dependiente de la Federación
Estadounidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales
(AFL-CIO), que entrevistó a 1.600 votantes blancos de clase trabajadora de
los suburbios de Cleveland y Pittsburgh en diciembre y enero.

"Más miedo que odio"

El estudio reveló que el apoyo a Donald Trump es alto entre esas personas,
incluso en los que se identificaban a sí mismos como demócratas, y no porque
todos deseen que un racista ocupe la Casa Blanca. Lo que hace que Trump se
convierta en el líder favorito es “su actitud”, su contundencia y su forma
directa de hablar. En cuanto a las cuestiones que suele referirse, “la
inmigración” se sitúa en el tercer puesto de sus preocupaciones, muy por
detrás de la preocupación número uno de estos estadounidenses: “buenos
puestos de trabajo y economía”. 

"La gente tiene más miedo que odio", es la descripción del estudio que me
hace  Karen Nussbaum, directora de  Working America. La encuesta "confirma
lo que escuchamos siempre. La gente está harta, la gente sufre, están
descontentos por el hecho de que sus hijos no tienen futuro" y "porque no ha
habido una recuperación tras la recesión, porque todas las familias sufren
de una manera u otra".  

Tom Lewandowski, presidente del Consejo del Trabajo del Noreste de Indiana,
lo dejó aún más claro cuando le pregunté por los partidarios de Trump de
clase trabajadora. "Esta gente no es racista, no más que el resto", dice de
los seguidores de Trump que conoce. "Cuando Trump habla de comercio,
pensamos en el Gobierno de (Bill) Clinton, primero con NAFTA y luego con
China (los acuerdos comerciales con Pekín), y aquí en el noreste de Indiana
eso supuso una hemorragia de empleos".

"Ven todo eso, y aquí aparece Trump hablando de comercio de forma muy
extraña, pero al menos representa sus sentimientos. Tenemos a todos los
políticos apoyando todos los acuerdos comerciales, y apoyamos a esa gente, y
luego tenemos que luchar contra ellos para conseguir que nos representen".

Y ahora, paremos un momento y examinemos esta perversidad. Los partidos de
izquierda en todo el mundo se fundaron para mejorar el destino de los
trabajadores. Pero el partido de izquierdas en EEUU –uno de los dos del
duopolio– eligió hace tiempo dar la espalda a las preocupaciones de estas
personas, convirtiéndose en el estandarte de la clase profesional ilustrada,
una "clase creativa" que hace cosas innovadoras como los derivados
financieros y aplicaciones para smartphones. Los trabajadores por los que el
partido se preocupaba antes no tienen otro sitio dónde ir, piensan los
demócratas, por usar la famosa expresión de los años de Clinton. El partido
ya no cree que deba escucharlos más.

Lo que  Lewandowski y Nussbaum están diciendo debería ser obvio para
cualquiera que se haya atrevido a mirar más allá de los prósperos enclaves
de las costas Este y Oeste. Los acuerdos comerciales mal diseñados, los
generosos rescates de bancos, los beneficios garantizados para las empresas
de seguros, pero sin una recuperación económica real para la gente
corriente... todas estas políticas están dejando su sello. Como dice Trump,
"hemos reconstruido China y por el contrario nuestro país se cae a trozos.
Nuestras infraestructuras se están cayendo a trozos. Nuestros aeropuertos
parecen del Tercer Mundo".

Los mensajes de Trump dan forma al contraataque populista contra el
liberalismo que ha ido cobrando forma lentamente durante décadas y podría
llegar a ocupar la Casa Blanca, cuando todo el mundo se verá obligado a
tomar en serio sus locas ideas. 

Sin embargo, aún no podemos afrontar esta realidad. No sabemos admitir que
nosotros, los de ideas progresistas, tenemos alguna responsabilidad en el
ascenso de Trump, a causa de la frustración de millones de personas de clase
trabajadora, de sus ciudades arruinadas y sus vidas en caída libre. Es mucho
más fácil burlarse de ellos por sus almas retorcidas y racistas, y cerrar
los ojos ante la evidente realidad de la que el trumpismo es sólo una
expresión vulgar y cruda: que el neoliberalismo ha fracasado por completo.  

* Nota de Correspondencia de Prensa: Thomas Frank es uno de los más
destacados comentaristas políticos de Estados Unidos. En ¿Por qué los pobres
votan a la derecha? (Agone, 2013), regresa a su Kansas natal para tratar de
entender lo que él llama "la gran reacción", el desplazamiento a la derecha
del electorado y su compromiso con un movimiento vituperante, focalizado en
cuestiones de la sociedad, tales como el aborto, a expensas de las
cuestiones económicas. En su más reciente ensayo, Listen, Liberal
(Metropolitan Books, que se tradujo en Agone,) culpabiliza al Partido
Demócrata, esta izquierda en limusina, por no hacer nada para reducir la
desigualdad. 

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