Colombia/ Ellos: "han tenido por 150 años el país en sus manos, y somos el cuarto país más desigual del planeta" [William Ospina]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Oct 22 13:11:18 UYT 2016


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22 de octubre 2016

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Colombia

Ellos 

Han tenido por 150 años el país en sus manos, y somos el cuarto país más
desigual del planeta, después de Suráfrica, Haití y Honduras. 

William Ospina

El Espectador, Bogotá, 15-10-2016

http://www.elespectador.com/

Tuvimos agricultura: la eliminaron, y ahora hasta el maíz lo importamos.
Tuvimos industria: la cerraron, y ahora Colombia tiene que importarlo todo.
¿Pero con qué compramos si no producimos?

Han aceptado de los poderes multinacionales la orden de reducir nuestra
actividad a la economía extractiva, como en el siglo XVI; ahora, cuando ya
las riquezas guardadas en la tierra hay que extraerlas fracturando los
montes, destruyendo los suelos y envenenando las aguas.

Ellos son los que deciden, son los que mandan, son los que supuestamente
saben; ellos son los que odian, y día tras día nos dicen a quién hay que
odiar para que ellos puedan ser eternos.

Hace setenta años utilizan la guerra para algo que no es mejorar el país.
¿Hoy qué pueden mostrar? Estamos sin agricultura, sin industria, sin
trabajo, con una educación que no entiende lo que lee, con una salud de
limosna, sin seguridad, sin futuro, en manos de una dirigencia que gasta
todos los recursos en reelegirse, y que tiene el presupuesto lleno de venas
rotas de corrupción por las que se va nuestra sangre.

En ambos bandos hoy enfrentados militan los viejos apellidos del poder: los
Santos y los Lleras, los Holguín y los Caro, los Uribe y los Pastrana, los
Mosquera y los López. Qué fácil les resulta hacer la guerra: para la guerra
no necesitan plebiscitos, ni convocar acuerdos, ni diseñar presupuestos a
pesar de ser tan costosa; pero qué difícil les resulta hacer la paz, ahí sí
resultan llenos de titubeos y de escrúpulos constitucionales.

Para hacer la guerra nunca requieren filigranas jurídicas: para hacer la paz
todo es un laberinto sin luces. La paz que salva vidas les despierta
infinitos desacuerdos, la guerra que consume gente pobre la declaran con una
facilidad asombrosa.

El 2 de octubre las mayorías se negaron a creerles a las ilusiones del Sí y
a las confusiones del No. Santos pudo haber logrado una mayoría abrumadora:
pero su desconfianza de la gente hizo que la comunidad nunca fuera convocada
más que a ser testigo lejano y aplaudir los acuerdos. Pero la paz es de la
gente y sólo puede construirse con la gente. Las ilusiones llenas de
secretos se terminan en lágrimas.

En Colombia sólo un 20 por ciento está incluido, está formalizado. Leer los
acuerdos de La Habana, que vuelven a formular como promesas un montón de
cosas que ya están consagradas en la Constitución, sólo sirve para comprobar
que lo que hay escrito en la Constitución no se cumple. Todos sabemos a qué
grados de ineficiencia puede llegar aquí la protección de los derechos y la
justicia. Pero en cambio hay que ver a los políticos atravesando incisos,
oponiendo la máquina de una legalidad que siempre fue tramposa, cuando se
trata de impedir que algo cambie.

Lo que en el fondo quieren impedir es que Colombia se sienta dueña de sí
misma. Nunca se había visto una situación más incomprensible: la guerrilla
quiere dejar de hacer la guerra, y los dueños del país no se ponen de
acuerdo para aceptarlo.

Si queremos saber dónde están los responsables de la guerra, los que más se
beneficiaron de ella, basta ver quiénes son los que hoy forcejean por
imponerse en los acuerdos, porque todos manejan una agenda secreta, un
libreto que no puede decirse.

Colombia tiene la mitad de su territorio en el segundo día de la creación.
Lo que se está decidiendo es si esas riquezas serán manejadas por la vieja
casta centralista o por la nueva casta facciosa, para deleite de las
multinacionales frente a las cuales ellos no tienen ningún desacuerdo. Ambas
saben besar al poder mundial en la boca, pero les cuesta unirse, a no ser
que nos vean unidos. Quizá en ese momento se darán un abrazo instintivo.

Hace 68 años murió Jorge Eliécer Gaitán. Fue la última vez que el pueblo
colombiano tuvo una esperanza. Con estas largas guerras han logrado tres
cosas: que tuviéramos miedo de tener esperanzas, que aprendiéramos a
odiarnos y a recelar los unos de los otros, y que ya no nos creyéramos
capaces de reemplazarlos, para construir de verdad la grandeza de este país.
Sin la tutela de las castas guerreras, del santanderismo leguleyo, del
fanatismo que no ve la religión como un ejemplo de moral para la convivencia
sino como una escuela de intolerancia.

La historia nos está enviando un mensaje: “Olvídense de Santos y de Uribe,
olvídense de esa clase política que en tantas décadas no ha sido capaz de
arreglar el país, que al contrario ha abusado de su confianza y de su
esperanza, esa clase política que ahora forcejea, cuando podríamos estar a
las puertas de la reconciliación, mirándose con odio, contagiando ese odio,
preocupada sólo por saber quién se va a quedar con el tesoro”.

¿Seguiremos sentados y cruzados de brazos esperando el país que van a
diseñar para nosotros? ¿Suplicando la paz que sólo los que no hemos hecho la
guerra podemos hacer? ¿Por qué no nos atrevemos a ser algo por nosotros
mismos: la voz de un pueblo alegre, pacífico, laborioso, creador, cansado de
guerras, de exclusión y de corrupción? Ese pueblo que nunca decidió, pero
que siempre supo hacer músicas y relatos, carnavales, recetas, proezas del
deporte sin ayuda de nadie, conocimiento de la selva y del río, esas gentes
pobres que a golpe de necesidad fueron las que abrieron este país al mundo.

Rompamos los barrotes del miedo. Que comience la fiesta de la democracia.
Que dictemos por fin una ley que se cumpla, una ley que sea válida para
todos y que no caiga con su peso sólo sobre los débiles y los humildes.
Porque ya es hora de decir que no se trata sólo de que el ciudadano respete
la ley, sino sobre todo de que la ley respete al ciudadano.

No más impuestos para la corrupción: un orden social verdadero para la paz,
para la convivencia, para el abrazo de la sociedad, para el diálogo creador
con un mundo en peligro.

La paz no se hace para los políticos y para la guerrilla: se hace para el
país.

Seamos más que ellos. Hagámoslo nosotros.

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