EEUU/ Carrier: los obreros de Trump [Paula Lugones]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Mie Abr 26 17:02:11 UYT 2017
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Correspondencia de Prensa
26 de abril 2017
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Estados Unidos
Los obreros de Trump
Paula Lugones *
La fábrica de aire acondicionado Carrier, en el estado de Indiana, fue un
símbolo de la campaña electoral y de los primeros meses de gestión de Donald
Trump. En una región poblada de obreros precarizados y empresas que anuncian
mudanzas a México, el presidente y magnate promete proteccionismo. Con una
mirada microscópica, Paula Lugones narra un caso testigo para entender por
qué el nuevo líder republicano sedujo a millones de blancos en el cinturón
industrial. A continuación un fragmento del libro “Los Estados Unidos de
Trump” (Ariel - Grupo Planeta, Buenos Aires, 2017).
Revista Anfibia, abril de 2017
http://www.revistaanfibia.com/
La fábrica de aire acondicionado Carrier es un inmenso cuadrado de metal
donde no abundan las ventanas. Ocupa una manzana entera en las afueras de
Indianápolis, en el estado de Indiana y es igual a miles de galpones que se
ven a lo largo del Rust Belt, esa franja en el noreste y centro del país que
se extiende desde el estado de Nueva York hacia el oeste por Pensilvania,
Virginia Occidental, Ohio, Indiana, Michigan, Illinois y partes de Iowa y
Wisconsin.
Pero Carrier no es una fábrica cualquiera: la empresa anunció a comienzos de
2016 que cerraría sus puertas en 2017 y que trasladaría su producción a
México, donde los costos laborales son significativamente más bajos. Y Trump
tuvo la habilidad de hacer de ella un símbolo de su campaña: prometió que,
si era elegido presidente, Carrier y otras fábricas similares tendrían
enormes dificultades para mover sus negocios afuera del país. Cuando ganó y
aún no había asumido en la Casa Blanca, volvió para sellar un acuerdo por el
que la empresa no se mudaría. Los mil cuatrocientos empleos quedarían a
salvo.
Lo que sucedió allí es un buen ejemplo para entender por qué el discurso del
magnate sedujo a millones de blancos en el cinturón industrial
estadounidense, que resultó definitivo para inclinar la balanza en las
presidenciales, porque ganó en varios estados de esa zona (Pensilvania,
Wisconsin, Michigan), donde hace tiempo triunfaban los demócratas. En un
trabajo de cuidada orfebrería electoral y mediática, Trump viajó durante la
campaña varias veces a Indianápolis, incluso habló concretamente en actos
de la fábrica, porque entendió que era un argumento sencillo y perfecto para
convencer a quienes creían que los males de la economía de los Estados
Unidos se debían a los tratados de libre comercio y a la globalización, que
destruyeron los empleos del pulmón industrial del país. Trump prometía
entonces castigar en el futuro con un arancel del 35% a los aparatos de aire
que Carrier fabricara en México.
En la fábrica había una inmensa tensión e incertidumbre. A la salida del
turno de la mañana, cuando los obreros se cruzan presurosos con los que
ingresan a las 5 de la tarde, T. J. Bray, de 32 años y con casi la mitad de
su vida como operario de la empresa, compraba unas golosinas en la estación
de servicio de enfrente. Trabaja en Carrier desde dos semanas después de
terminar la escuela secundaria, a los 18. En ese lugar, como en muchos de la
América profunda, pocos jóvenes se plantean ir a la universidad: la inmensa
mayoría va a trabajar a alguna fábrica de la ciudad donde viven, como sus
padres, como sus abuelos. Así funcionaba la vida en el Rust Belt antes de la
crisis. Pero ya nada es como antes en esta zona olvidada del país.
Jean, campera de hockey sobre hielo, botas de trabajo, aritos, T. J. está
casado, tiene dos hijos y es instalador en una línea de ensamble. Gana unos
22 dólares por hora, además del seguro médico y otros beneficios sociales.
Todo venía bien hasta que su mundo previsible estalló en pedazos cuando la
fábrica anunció sorpresivamente que cerraba para instalar su producción en
México, donde a un obrero pueden llegar a pagarle solo 3 dólares por hora.
“Me siento horrible, pasé años aquí. Hay gente que trabajó toda su vida en
esta fábrica y de pronto le quitan todo por la avaricia de la empresa”,
cuenta T. J. “No sufro tanto por mí, porque soy joven y quizás pueda
conseguir otro trabajo. Pero los que son mayores no sé qué van a hacer. ¿Qué
va a pasar con ellos?”
Aunque no dramático, ante esta situación su futuro también era de horizonte
precario: con suerte conseguiría un trabajo en el sector de servicios
–probablemente acomodando cajas en algún galpón– pero ganaría mucho menos:
“Quizás 14 dólares, sin beneficios. No se paga mucho más a quien no tiene un
título”. Para mantener su nivel de vida, debería conseguir dos empleos. En
el estado de Indiana, como en muchos de la zona, hay aún trabajo –el
desempleo orilla el 5%– pero los nuevos son de baja calidad y peor paga. Por
eso allí los números macro –festejados a nivel nacional– son relativos.
Chuck Jones, jefe regional del sindicato del acero, cuenta que la compañía
decidió irse a México, a pesar de que daba buenas ganancias y de los
reclamos sindicales por el traslado, y subraya que el principal problema se
daría en los obreros de entre 40 y 55 años, porque sería difícil que se
pudieran sumar a las exigencias del nuevo mercado laboral. “Ganaban un
sueldo modesto, son parte de esta comunidad, sentían que con este trabajo
pudieron humildemente comprarse un auto, una casa y ahora pueden perder todo
esto. Y, para esta gente, la situación es desesperante: pueden ocurrir hasta
suicidios”, advierte. Si bien Carrier finalmente no cerrará, en esa zona el
sueño americano de progreso social se desvanece.
A pocas cuadras de Carrier hay también otra fábrica de productos de acero,
Rexnord, que tiene previsto irse de la ciudad en 2018 y despedir a
cuatrocientas personas. Para Jones, los acuerdos de libre comercio como el
NAFTA o el Trans-Pacific Partnership (TPP) con países de Asia y América, no
son justos. “Es imposible competir en esas condiciones, y los políticos de
alguna manera tienen que entender que las personas están perdiendo sus
trabajos.” El sindicato, que siempre apoya al candidato a presidente
demócrata, esta vez no respaldó a ninguno.
Los sindicalistas y la mayoría de los trabajadores industriales,
tradicionales aliados del Partido Demócrata, se habían inclinado en su
momento y abrumadoramente por Bernie Sanders, el precandidato de ese partido
que perdió en la interna con Hillary. Tanto Sanders como Trump habían
logrado poner en el centro de la campaña al impacto del libre comercio en
esta zona poblada por trabajadores blancos. Hillary adoptó luego un discurso
más proteccionista, pero tuvo dificultades para llegar a este electorado, ya
que su base de apoyo son minorías, como los latinos y los
afroestadounidenses, a las que los blancos en esta región miran con
desconfianza. Los votantes de Sanders no fueron todos para ella. Buena parte
eligió a Trump.
Douane Ravoy, divorciado, con veinte años de trabajo en Carrier, se
encontraba en situación de cuasi despido para la época de las elecciones.
Entonces se lamentaba porque se iba a quedar sin trabajo: “¿Qué voy a hacer
después? Tengo 56 años… Me siento abandonado, dediqué buena parte de mi vida
a esta compañía y ahora me tira a la basura como si nada”. Había votado en
la interna por Sanders, pero luego optó por Trump: “Me gusta su actitud en
todo. Dice algo y lo hace. Hillary no dijo nada sobre nosotros, no nos
defiende. Trump vino acá y habló con nosotros”, explica.
Warren Copeland, profesor de Ética Social en la Universidad de Wittenberg,
en Springfield, Ohio, explica que lo que pasa ahora es que si los jóvenes no
van a la universidad ni se capacitan, les será muy difícil conseguir un
trabajo para poder ingresar a la clase media o mantenerse en ella, como sus
padres. “En términos de frustración, creo que son las generaciones
anteriores las que más angustia tienen, porque recuerdan que existió otra
cosa, que no siempre la realidad fue tan dura. Las viejas generaciones
hablan de los buenos viejos tiempos y los más jóvenes están frustrados
porque no consiguen trabajo. Y la verdad es que no tienen la capacitación ni
la educación necesaria para encontrar buenos empleos, no tienen herramientas
tecnológicas, y así se dedican a oficios como plomero, electricista, algo
para sobrevivir. Pero no son trabajos bien pagos como para poder progresar”.
Trump detectó ese malestar en el Rust Belt blanco y dedicó mucho tiempo y
recorridos maratónicos por decenas de ciudades en cada estado de esa región.
Apenas un mes después de haber sido electo y cuando todavía estaba armando
su futuro gabinete, se lanzó a lo que llamó “victory tour” [gira de la
victoria] por la región, una manera de agradecer a los habitantes de una
zona que fue fundamental para su conquista de la Casa Blanca. Y, como era de
esperar, el primer acto de la gira lo hizo precisamente en Carrier: allí
anunció con pompa que había logrado frenar el traslado de esa empresa a
México y el despido de más de mil empleados y advirtió que las compañías que
se fueran de los Estados Unidos en busca de menores costos en el extranjero
enfrentarían las consecuencias.
Más allá de los aplausos y la sensación de triunfo, nunca quedó demasiado
claro cuál fue el acuerdo que logró Trump con la empresa. Se dijo que la
fábrica recibiría un paquete de subsidios de 7 millones de dólares por año
por parte del estado de Indiana (donde fue gobernador el vicepresidente Mike
Pence) y que habría inversiones financieras. También, que le otorgarían
beneficios fiscales durante seis años, pero nunca se brindaron
especificaciones sobre cómo fue el convenio. Algunos medios advirtieron que
la empresa madre de Carrier –United Technologies– se dedica a construir
motores de aviones militares y arriesgaron que quizás podría ser bendecida a
cambio con algún beneficio futuro desde el sector de Defensa.
La realidad es que los detalles fueron irrelevantes: Trump quería esa foto.
“Las compañías no van a abandonar los Estados Unidos sin consecuencias. No
va a pasar”, advirtió. Flashes y foto.
Al mirar más de cerca el caso de la empresa de aire, los mil empleos de
Carrier es un número ínfimo en el mar de precarización laboral que reina en
la región. El economista Paul Krugman tuiteó que un acuerdo similar semanal
durante cuatro años devolvería únicamente 4% de todos los puestos de trabajo
desaparecidos desde 2000. En una columna titulada “La era de las falsas
políticas”, el premio nobel escribió que en un día común, unos setenta y
cinco mil estadounidenses suelen ser despedidos por sus empleadores. Algunos
encontrarían nuevos empleos, pero muchos acabarían ganando menos y otros
seguirían desempleados durante meses o años. “La economía estadounidense es
enorme y da empleo a ciento cuarenta y cinco millones de personas. Además,
no para de cambiar […] con muchos empleos que desaparecen y muchos más que
se crean nuevos.” Esta aclaración busca “resaltar la diferencia entre la
política económica real y la falsa política que últimamente está recibiendo
exceso de atención en los medios informativos. […] los titulares que repiten
las afirmaciones de Trump sobre los puestos de trabajo que ha salvado sin
transmitir la falsedad básica de esas declaraciones son una traición al
periodismo”, afirma.
Pero al trabajador de Carrier, a sus familias y a sus vecinos no les
importan demasiado los números macro. El presidente repitió luego esa
fórmula con Ford, una empresa a la que primero criticó con una andanada de
tuits y con la que finalmente llegó a un acuerdo para que no construyera una
planta en México sino que la levantara en Michigan. Los de Carrier y Ford
son ejemplos palpables, concretos para la mirada de la América profunda. Es
evidente que Trump sabe de escenificaciones y llega a su gente con esos
gestos pequeños, de gran impacto simbólico y mediático, esos que los
trabajadores pueden comentar en un bar o a la salida de la fábrica. Más allá
de la realidad de los números, ellos creen que ahora sí hay alguien que los
escucha.
* Es la corresponsal del diario Clarín en los Estados Unidos. Periodista
egresada de la Universidad Nacional de La Plata y Máster en Science in
Journalism por la Universidad de Columbia de Nueva York. Fue editora de la
sección de Política Internacional del diario Clarín por más de veinte años y
ha cubierto como enviada especial casi todas las elecciones primarias,
legislativas y presidenciales de los Estados Unidos desde 1992. Su proyecto
multimedia Ruta 66, el Largo Camino hacia la Casa Blanca, que la llevó a
recorrer los 4000 kilómetros de la mítica carretera estadounidense por
cuatro años durante los comicios del año 2008, fue galardonado con los
premios de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, presidida por
García Márquez, en 2009 y Rey de España en 2010. En 2013, la Sociedad
Interamericana de Prensa le otorgó el premio a la mejor cobertura noticiosa
multimedia del continente por Temas clave en lugares de película, el reporte
de las presidenciales de 2012 en los Estados Unidos.
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