Debates/ ¿Popular o populismo? a propósito de la obra de Eric Fassin: Populismo, el gran resentimiento [Federico Tarragoni]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Ago 14 13:23:29 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

14 de agosto 2017

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Debates

A propósito de la obra de Eric Fassin: Populismo, el gran resentimiento  

¿Popular o populismo? *

Federico Tarragoni

A l´encontre, 12-7-2017

http://alencontre.org/

Traducción de Faustino Eguberri – Viento Sur

http://www.vientosur.info/

Publicamos a continuación una revisión crítica del último ensayo de Eric
Fassin. Sin embargo, nos parece que uno de los aspectos centrales de la
presente discusión sobre el populismo llamado de izquierdas sigue marcado
por una característica que Ellen Meiksins Wood calificaba de [una política
sin clases] The Retreat from Class (Ed. Verso, segunda ed. 1998, primera en
1986). En 1986, (en la edición original) E. Meiksins Wood subrayaba el punto
de partida de la teorización de E. Laclau: "la autonomización de la
ideología".

Laclau ya había desarrollado este punto central de su teoría en su obra
publicada en 1977: Politics and Ideology in Marxist Theory (New Left Books);
un escrito ignorado por presuntuosos académicos que descubren la pólvora con
aires inspirados.

En este libro, como subraya Meiksins Wood, Laclau valida aún el concepto de
clase desde el punto de vista teórico, pero "le hace perder su significado
histórico". Aun oponiéndose a la caracterización de sectores sociales no
productivos como pertenecientes a la "pequeña burguesía" -lo que pretendía
Poulantzas- Laclau consideraba como secundaria la posición específica de
esos sectores de las clases asalariadas en las relaciones de producción. Por
el contrario, insistía en un dato: para esos sectores (no productores de
plusvalía, no "cuellos azules"), la contradicción primera y más importante
frente al "bloque dominante" no se establecía "a nivel de las relaciones de
producción dominantes, sino en el plano de las relaciones políticas e
ideológicas". En otros términos, según Laclau, su "identidad como pueblo
juega un papel mucho más importante que su identidad en términos de clases".

Sin este punto de partida, no puede entender la deriva sociopolítica de
Laclau y Mouffe -y de sus adeptos actuales- en su génesis; es decir,
lógicamente, en su culminación.

Dejaremos de lado las notas de F. Tarragoni sobre el peronismo que, aunque
de una calidad superior al análisis de Laclau, dejan abierto un campo de
debate, aún no cerrado, ni en la historiografía argentina, ni en la
sociología "historicista". La única que es avanza en su comprensión. En la
web de A l´encontre continuaremos informando sobre este debate
(Charles-André Udry).

*****

En este libro sintético y contundente, el sociólogo Eric Fassin aporta una
contribución a la comprensión de uno de los rasgos cruciales de la política
contemporánea: el ascenso de los populismos. En Europa y en el mundo, este
fenómeno es considerado como característico de nuestra época democrática.

El libro de Eric Fassin contribuye a detectar los retos del populismo para
la reconstrucción posterior de una crítica democrática (y de la izquierda
que sería su expresión). Su intención no es reconceptualizar
sociológicamente el fenómeno; el populismo le parece un concepto
indeterminado que no describe ninguna ideología o tradición política
específica. Para Eric Fassin se trata de identificar el populismo sin
definirlo; o más bien definiéndolo  a mínima (pues ¿cómo problematizar algo
sin definir de qué se trata?), como un estilo político seductor e
ilusionista que se apoyaría en una visión "totalizante [e] inseparablemente
excluyente" del pueblo. El populismo designaría así un estilo de
comunicación y de gobierno propio a todos esos líderes políticos -Trump,
Erdogan, Le Pen- que intentan unificar y encarnar al pueblo oponiéndole a
las élites que supuestamente le desposeen de su soberanía.

De entrada, conviene subrayar que cuando se aborda la tradición histórica
del fenómeno  1/ semejante definición, aún cuanto está extendida en los
media y las ciencias sociales, no es evidente; sobre todo, tiende a
desideologizarlo, asimilándolo al fascismo, lo que plantea la cuestión de la
coexistencia de dos designadores para un mismo campo fenomenal  2/. En fin,
hablando con propiedad, una definición así saca al populismo del terreno
epistemológico de las ciencias sociales, donde la explicación nunca puede
estar separada de una definición rigurosa e históricamente pertinente de los
fenómenos  3/.

Sin duda hay que poner este encuadramiento conceptual difuso en la cuenta de
la reflexión contemporánea sobre el populismo y, en el caso del libro de
Eric Fassin, en la cuenta del hecho de que se trata de un ensayo,
reivindicado como tal. Pero, de entrada, conviene insistir en ello, pues
orienta toda la problemática del libro.

¿Un momento populista propicio para la izquierda?

Si el populismo traduce hoy un cierto número de retos para la democracia y
la izquierda, es porque, como recuerda el autor, cambia de significación
ante nuestros ojos. Ahí donde en Francia aún designa a la derecha
nacionalista y xenófoba, experiencias políticas inéditas, en América Latina
y Europa, lo han recalificado en la izquierda. Entre el giro a la izquierda
en América Latina a comienzo de los años 2000 (Venezuela, Bolivia, Ecuador)
y la progresión de Podemos en España, de Syriza en Grecia y del Frente de
Izquierdas en Francia, experiencias calificadas en el sentido común de
"populistas", se plantea una nueva interrogante: ¿podría utilizar la
izquierda ese mismo populismo que es universalmente criticado en Francia, y
reputado como un cáncer de la democracia, para radicalizar la democracia?

Evidentemente, emplear un término hasta ahora reservado a la derecha
nacionalista y xenófoba para calificar a la izquierda antineoliberal supone
una redefinición conceptual. Ha sido la filosofía política de Ernesto Laclau
y Chantal Mouffe la que se ha encargado de ello, apoyándose en un "vuelco,
incluso una inversión" (p. 21) de las significaciones comúnmente asociadas
al populismo. En efecto, las nuevas experiencias de la izquierda radical
surgidas en América Latina y Europa se han construido sobre una oposición
discursiva y programática entre "políticas del pueblo" (participativas,
inclusivas, ciudadanas) y el neoliberalismo como "política de las élites"
(tecnocrático, excluyente, antidemocrático o que se limita a la versión
liberal de la democracia representativa). Poniendo el acento en la
significación democrática y plebeya del "pueblo" más que en su esencia
nacional o étnica, estas experiencias han mostrado que un populismo de
izquierdas es posible; de ese modo, podría ser que el populismo no fuera ya
necesariamente “la cara demagógica de la democracia”, sino “una forma de
renovación democrática, incluso de izquierdas” (p. 21).

Tal hipótesis suscita sin embargo el escepticismo de Eric Fassin, por dos
razones principales. Primo: incluso suponiendo que se hace compatible al
populismo de izquierdas a partir de su crítica del neoliberalismo y de las
oligarquías, el simple hecho de que un populismo nacionalista y xenófobo
persista en la derecha conduce a aceptar la idea de que una misma filosofía
de acción política pueda adaptarse a dos traducciones ideológicas opuestas
(p. 21). Secundo: fundándose el populismo en la oposición matricial entre el
pueblo y las élites, no es seguro que la cultura histórica de la izquierda
pueda adaptarse fácilmente a ello: “muchos están en una situación incómoda.
De un lado, la denuncia del populismo oculta mal, muy a menudo, un odio al
pueblo; del otro, ¿ puede el antielitismo convivir verdaderamente con los
valores de la izquierda?” (p. 22).

Estas dos críticas apuntan en efecto a lo esencial. En primer lugar,
defender la perspectiva de un populismo de izquierdas supone, más de lo que
hacen E. Laclau y C. Mouffe  4/, inscribir el populismo en una tradición
ideológica específica, nacionalista-xenófoba o democrático-plebeya. Tal
perspectiva, que Eric Fassin excluye de entrada, obliga a mostrar, desde un
punto de vista histórico, que si las mencionadas experiencias de la
izquierda radical son claramente populistas, sus supuestos avatares en la
extrema derecha no lo son, y que se acercan bastante más a la constelación
fascista  5/.

En segundo lugar, como subraya Eric Fassin, defender la perspectiva de un
populismo de izquierdas supone superar la agorafobia consustancial a los
usos contemporáneos del concepto, es decir el desprecio por el pueblo, la
democracia y el conflicto popular que vehiculiza  6/. Esto supone también
clarificar “el antisemitismo” del que se trata. Pues si, desde un punto de
vista histórico, la izquierda radical francesa se ha opuesto a menudo a la
oligarquía, retomando de buena gana el mito del “pueblo” contra los
“grandes” 7/, no ha mostrado jamás una filosofía orgánicamente antielitista
(hay que pensar en el “elitismo para todos” de Jean Vilar o la promoción de
las élites obreras en el seno del PCF  8/).

Es teniendo en cuenta estas dos series de críticas como Fassin enuncia su
tesis, que se plantea como una refutación pragmática de la utilidad política
de un giro populista en la izquierda: “repatriar el populismo en la
izquierda no aportará los resultados electorales que se pretenden. Incluso
escapando a toda deriva, es decir si se lograra purgar el populismo de la
xenofobia y del racismo heredados de las derechas extremas […], la izquierda
[…] corre el riesgo de disolverse, en la medida en que coloca el populismo
por encima de la diferenciación entre derecha e izquierda” (p.22).

Una crítica pragmática del populismo de izquierdas

E. Fassin añade aquí un argumento fundamental, en relación a la oposición
entre populismo y neoliberalismo, pues en la interpretación de E. Laclau y
C. Mouffe, el populismo es un tipo de política “agonística” anclada en las
movilizaciones populares y opuesta al neoliberalismo; política
“despolitizante” que tiene por objetivo desconflictivizar la democracia y,
siguiendo la expresión de Wendy Brown, “despoblarla”.

Pero si se supone que el populismo es un estilo que tiene por objetivo
unificar al pueblo, purgarlo de sus diferencias y de sus enemigos internos y
oponerlo a las élites, tal oposición aparece artificial: en la medida en que
el neoliberalismo se adapta completamente al resurgimiento del nacionalismo
y de la xenofobia, el populismo viene a garantizarle, contra toda apariencia
de conflicto, una legitimidad popular.

Los ejemplos de Thatcher y de Trump dan fe de ello perfectamente. En el caso
de Thatcher, la retórica populista viene a sellar el desmantelamiento de los
derechos sociales para todos bajo la cobertura de proteger al buen pueblo
trabajador de los asistidos/as o de la gente inmigrante.

En el de Trump, no es su programa económico intervencionista (por otra parte
muy cambiante) lo que fideliza a su electorado, sino su racismo y su
machismo, en definitiva su batalla cultural. Su populismo da una expresión
política al resentimiento “no de los “perdedores” de la mundialización, como
gusta creer, sino de quienes, cualquiera que sea su éxito o su fracaso,
rumian el hecho de que otros, que sin embargo no lo merecen, salen mejor
parados. Es en estos términos como se puede comprender la rabia contra las
minorías y las mujeres, pero también contra la gente “asistido” (p. 70).
Este resentimiento, fundado en lo que Spinoza llamaba “pasiones tristes”, no
va en el sentido de la democracia sino del odio y la violencia.

Por otra parte, los populismos no tienen, ni mucho menos, el monopolio de la
voz popular. Comparando los datos de la última elección presidencial
americana, del Brexit británico y del voto FN (Frente Nacional) en Francia,
Eric Fassin muestra que las clases populares no se movilizan, como un frente
único, a favor de los populismos. En Estados Unidos, son la abstención y la
desafección del electorado de la Rust Belt (cinturón industrial) de los
demócratas quienes han anunciado el fracaso de la campaña de Hillary
Clinton, bastante más que el voto de los blancos pobres sin educación (p.
53). En Gran Bretaña, es difícil sostener la hipótesis de un voto popular en
favor del Leave, en ausencia de datos raciales y en la imposibilidad de
apreciar la influencia específica de la renta y de la educación sobre el
voto (p. 54). [El reciente voto, el 8 de junio, por Jeremy Corbyn y su
programa, en legislativas deseadas por Theresa May es otro índice]. En
Francia, el partido popular por excelencia sigue siendo la abstención,
mayoritaria entre la población proveniente de la inmigración postcolonial
(p.56).

Esto permite al autor proponer algunas distinciones analíticas que puedan
servir de base a los debates sobre el populismo. El pueblo al que los
populismos convocan recubre al menos tres, que es importante separar
cuidadosamente en el análisis: el pueblo político, es decir el depositario
de la soberanía, elemento clave de la ideología populista; el pueblo de las
clases populares, el “pueblo llano”, la gente, que permanece a menudo al
margen de la política, al menos electoral; y el pueblo electoral, que no es
uno sino plural, pues a través de las elecciones se expresan varios pueblos.

El asunto es teórico: la política de la representación nacional lleva a
construir, no el pueblo, sino un pueblo (más que otro). Sería una ilusión
populista, simétrica de la ilusión del consenso, no conocer y reconocer más
que un solo y único pueblo, como si el trabajo político consistiera en
expresarle más que en construirle (p.61).

De ahí la conclusión de E. Fassin: la tarea de la izquierda no es asumir por
su cuenta la forma populista para seducir al electorado de la extrema
derecha, sino reconquistar a las clases populares abstencionistas. Pues la
abstención no es solo indiferencia. Expresa un disgusto de la política tal
como es; dicho de otra forma, es claramente política (p. 81).

Es a partir de este electorado potencial como la izquierda puede reconstruir
un programa, resueltamente internacionalista y cosmopolítico, agregando
diferentes causas de derecho, es decir diferentes pueblos (el pueblo de las
mujeres, de los gitanos, de los obreros, de los precarios, de los sin
papeles)  9/. Una izquierda así no debería estructurarse a través de la
oposición entre “los de abajo” y “los de arriba”, oposición que el autor
asimila (p. 84), equivocadamente, a la que traza Maquiavelo entre los
“humores de la ciudad” y que, por su parte, no es de naturaleza sociológica,
sino propiamente política  10/. Contra el populismo de izquierdas, donde el
“populismo” es el sustantivo primario y la “izquierda” un calificativo
secundario, sería necesario “esbozar un programa sustancial para una
izquierda sustantiva, primera y no segunda” (p. 85).

¿Y si el populismo no fuera lo que se creía?

Si bien la tesis es sólida, nada nos garantiza sin embargo que el populismo
sea efectivamente lo que el autor afirma que es. En la tradición
latinoamericana, a la que el autor no se refiere a pesar de su centralidad
para el objeto tratado, el populismo designa claramente otra cosa que una
simple política del resentimiento. El populismo que la sociología
subcontinental ha analizado de forma positiva y crítica desde los años 1960
ha designado sobre todo una política de creación de derechos sociales y de
estructuración del Estado de bienestar, en relación estrecha con
movilizaciones obreras heterogéneas desde el punto de vista de la
pertenencia nacional o étnica  11/.

Tomemos, entre una multitud de ejemplos posibles, el caso de la Argentina
peronista descrita por los primeros sociólogos del fenómeno, como Gino
Germani o Torcuato di Tella. Aquí, el populismo no es el lugar de una
batalla cultural con el objetivo de legitimar el racismo, el sexismo o la
violencia. Al contrario: el populismo puede ser visto como la cuna de una
nueva, y poderosa, democratización pasando por el Estado y la institución
sindical  12/. La orientación ideológica del peronismo no es, por su parte,
nacionalista sino internacionalista, sobre la base del antiimperialismo
defendido por el movimiento de los no alineados. Al menos en el peronismo de
los años 1945-1954 y en su prolongación posterior en los Montoneros, el
pueblo no es unificado o totalizado sino pluralizado a partir de una
multitud de figuras de la emancipación popular (culturales, sexuales,
coloniales, indígenas, etc.).

Aparece, en otros términos, como un operador de la política democrática y no
como una esencia fabricada retóricamente e institucionalmente por la
exclusión xenófoba del chivo expiatorio. Dicho esto, Germani y di Tella
insisten en una contradicción estructural del peronismo, que vale para todo
el populismo: la democratización, efectiva, va pareja con la tentativa
estatal de instrumentalizar políticamente las masas, a través del aumento
del control de las organizaciones populares.

Esta contradicción viene del hecho de que el populismo es un tipo de
política plebeya de izquierdas estrechamente dependiente del liderazgo
carismático del jefe y de la forma estatal, y que sufre por tanto sus
excesos: el personalismo y el estatalismo (autoritarismo o corporativismo).

Son estas características las que se observan en los populismos
latinoamericanos entre los años 1930 y 1970, así como en su “revival” en
ciertos países del giro a la izquierda (en primer lugar de la Venezuela
chavista), o también en la izquierda radical que se reivindica de ellos hoy
en Europa.

Todo depende por tanto de la definición del fenómeno que se adopte y,
conforme al método de las ciencias sociales, de la construcción conceptual
que se hace del objeto. Podría ocurrir que el giro democrático popular que
Eric Fassin preconiza para la izquierda no sea otra cosa que un populismo
compatible con la historicidad latinoamericana y consciente de sus
contradicciones internas: dicho de otra forma, un populismo de izquierda
basado en una definición plural, inclusiva, democrática y no
etnonacionalista del pueblo, y consciente de su doble escollo personalista y
estatalista.

Más en general, si el populismo designa bien algo que no abarcan las
categorías ya existentes, como la demagogia o el nacionalismo xenófobo (de
otra forma ¿para qué utilizar otro término?), su análisis sociológico queda
por hacer. Tal análisis necesitaría que no se den por sentadas las
construcciones mediáticas del fenómeno (que suponen que, como Trump, Erdogan
o Marine Le Pen “hablan para el pueblo”, son automáticamente populistas) y
una definición conceptual rigurosa, aplicada en un contexto histórico y
geográfico preciso.

El ensayo de E. Fassin tiene el mérito de proponer un análisis en sintonía
con la actualidad mediática y política, abordando de lleno “la alternativa”
que supone para la izquierda esta palabra gastada y desprestigiada, capaz de
evolucionar de forma caleidoscópica, que es el populismo. En esta
actualidad, este libro constituye una referencia esencial. Para las ciencias
sociales, sirve como invitación a reflexionar: Eric Fassin nos invita a
reabrir el debate sociológico e histórico sobre la dimensión transideológica
del populismo, sobre el pueblo y su operatividad política, así como sobre
las vías que se ofrecen a la izquierda cuando asume plenamente la crítica
del horizonte neoliberal

* Artículo publicado en La Vie des idées, el 10/07/2017, ISNN: 2015-3030.

Notas

1/  Guy Hermet, Les populismes dans le monde. Une histoire sociologique
(XIXe-XXe siècle), Paris, Fayard, 2001. Tradición que el autor liquida en
una frase en la Introducción, afirmando que los populismos contemporáneos,
de matriz nacionalista y xenófoba, no tienen nada que ver con la tradición
histórica del populismo, más bien plebeya y agraria: “el recurso a la
historia no resuelve nada: las declinaciones actuales no son la simple
recuperación del populismo agrario de finales del siglo XIX en Estados
Unidos o de su versión intelectual contemporánea en Rusia; no más que
algunas figuras que se han impuesto en la escena política en América Latina
a partir de los años 1930” (p. 12-13). Se plantea la cuestión de la
continuidad histórica de un fenómeno, que se nombra con el mismo término,
cuando sus orígenes no tendrían ya ningún lazo con sus manifestaciones
contemporáneas.

2/  Según Enzo Traverso, el fascismo designa en efecto movimientos políticos
nacionalistas y conservadores que defienden la purificación del pueblo en
relación a sus diferencias internas inasimilables, así como su totalización
y encarnación contra élites moralmente “degeneradas”. Enzo Traverso, Les
nouveaux visages du fascisme, Paris, Textuel, 2017. E. Fassin emplea, por
otra parte, la palabra “fascismo” como sinónimo de “populismo” (p. 81).

3/  El autor defiende esta idea haciendo del populismo “un arma más que un
concepto”. Se trataría, a partir de ahí, “no ya de construir una definición
coherente, sino de deconstruir una injuria” (p.17). Pero al hacerlo, ¡el
autor barre de un revés medio siglo de trabajos sociológicos, entre América
Latina (Germani, di Tella, Jaguaribe), Estados Unidos (Goodwyn, Kazin) y
Europa (Canovan, Gelner&Ionescu, Mudde), que han intentado construir
rigurosamente el concepto de populismo!

4/  Según cuales, el populismo esencialmente una construcción discursiva,
que reorganiza el espacio de las oposiciones políticas a partir de un
“significante vacío” cargado de conflictividad, el “pueblo”. Ver Ernesto
Laclau, La razón populista.

5/  Federico Tarragoni, Faut-il renoncer au populisme ?, Paris, La
Découverte, 2018 (por publicar).

6/  Federico Tarragoni, “La science du populisme au crible de la critique
sociologique : retour sur l’archéologie d’un mépris savant du peuple”,
Actuel Marx, n°54, 2013, p. 56-70.

7/  Pierre Birnbaum, Genèse du populisme. Le peuple et les gros, Paris,
Fayard, 2012.

8/  Julien Mischi, Le communisme désarmé. Le PCF et les classes populaires
depuis les années 1970, Paris, Agone, 2014.

9/  El autor había sostenido ya esta tesis en Gauche : l’avenir d’une
désillusion, Paris, Textuel, 2014.

10/  Claude Lefort, Le travail de l’œuvre : Machiavel, Paris, Gallimard,
1986.

11/  Danilo Martuccelli, Maristella Svampa, La plaza vacía. Las
transformaciones del peronismo, Buenos Aires, Losada, 2011.

12/  Juan Carlos Torre, La vieja guardia sindical y Perón. Sobre los
origines del peronismo, Buenos Aires, Razón y Revolución, 2011.

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