Uruguay/ Madrugada en el purgatorio: crónica desde la emergencia del Hospital Maciel [Carlos Tapia]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Dic 3 18:11:23 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

3 de diciembre 2017

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Uruguay

Emergencia en el Hospital Maciel

Madrugada en el purgatorio

Cada guardia en el Hospital Maciel es una nueva aventura. El terror suele
atravesar las blancas puertas del recinto trayendo lo peor: baleados,
accidentados, suicidas. Lo que más afecta a los médicos y residentes son los
niños enfermos. Lo que más pánico les da son los presos del Comcar.

Carlos Tapia

El País, 3-12-2017

http://www.elpais.com.uy/

José tuvo un bebé muerto entre los brazos. Ese fue el peor día de su vida.
"Intentamos revivirlo, pero no pudimos", recuerda. Fue hace tiempo, pero
todavía se le humedecen y ponen rojos los ojos cuando lo cuenta. El segundo
peor día de la vida de José fue una semana después, cuando le dieron otro
bebé que acababa de sufrir un ataque cardíaco. "Estaba helado, muerto,
muertísimo", dice. En una guardia normal de la emergencia del Hospital
Maciel puede haber cinco fallecidos o más. Los médicos, residentes y
enfermeros que trabajan allí tienen la piel curtida para irse a casa
tranquilos, como quien apaga la computadora antes de retirarse de la
oficina. Mueren ancianos —solos, sin nadie que haga siquiera una mueca de
dolor por ellos—, mueren baleados, mueren apuñalados, mueren
politraumatizados después de los peores accidentes, mueren tuberculosos,
mueren pacientes psiquiátricos a los que les gana el suicidio. Son gajes del
oficio. Pero con los niños no, con los niños es distinto, con los niños está
permitido llorar.

A las siete de la tarde una mujer trajo a la emergencia a su hija de dos
años. Estaba desmayada, intoxicada, corría peligro de vida. Había agarrado
de la mesita de la televisión unas pastillas de diazepam. La estabilizaron y
ya la trasladaron al Pereira Rossell (hospital público de niños) Cuando la
vio, José se acordó de los dos bebés. "Por suerte ya está bien", suelta con
alivio mientras suena el pitido del microondas. "¿Vos no vas a comer?", le
pregunta María, la otra jefa de la guardia. Hoy hay tirabuzones con pan de
carne. Es lo mismo que comen los pacientes. "No tengo hambre, merendé hace
un rato", responde José y mira con un poco de asco la comida.

En eso irrumpe una de las residentes:

—Llegó la hematóloga.

—¿Por qué la hematóloga? ¿Qué pasó? —cuestiona José.

—Alarma de blastos en el chiquilín.

José se muerde el labio inferior, agita la cabeza de un lado hacia el otro y
me explica: "Blastos es una leucemia. Es un muchachito joven. Casi le damos
el alta, pero hubo algo que no nos gustó. La ambulancia lo trajo y dijo que
era para cirujano. Los cirujanos lo revisaron y dijeron que no era para
ellos. Después pensamos que era una hepatitis, pero tampoco. Ahora parece
que es una leucemia. Esto es así, hay que ir buscando, trabajando en equipo
para dar con el diagnóstico".

Entran a las ocho de la mañana de un día y se van a las ocho de la mañana
del otro. Hay médicos que han levantado la voz por esta manera de trabajar,
pero José y María piensan que está bien. Que de esta manera pueden hacer, al
menos por ese rato, un seguimiento muy detallado de cada uno de los
pacientes. Médicos y residentes duermen un poco en la madrugada, a veces
tres, a veces cuatro, en contadas ocasiones hasta cinco horas, en caso de
que esté muy tranquilo —con los enfermeros es distinto, ellos tienen turnos
de seis horas. Esta noche, apenas pasadas las 21:30 horas, ya se les nota el
cansancio: hay despeinados, hay ojerosos, hay algunos que no pueden dejar de
bostezar. Otros no, parece que entraron a trabajar hace cinco minutos.

La guardia, entonces, la conforman dos médicos jefes, dos cirujanos, cuatro
residentes de medicina y uno de cirugía. También hay siempre seis enfermeros
y tres nurses. En las 24 horas en que están allí atienden entre 90 y 130
pacientes. Las guardias se hacen una vez cada ocho días. Es decir que si
esta semana les tocó el lunes, la que viene trabajarán el martes y la otra
el miércoles. Este año ligaron mal. Les toca venir el 24 de diciembre y el
1° de enero. "Qué se va a hacer, por suerte mi señora también es médica,
entonces lo entiende", dice José.

La comida parece no estar tan mal. Todos los que comieron, comieron todo. Y
el plato de José fue devorado por uno de los residentes que decidió repetir.
De postre hay manzanas, pero ellos se compraron un helado. "¿Quién trajo
esto? ¿Sambayón? ¿Quién come sambayón? ¿Acaso somos un grupo de viejas?",
increpa otro de los residentes, un joven de 26 años, y los demás ríen.
Todavía con las cucharas en las manos se reúnen todos frente a una
computadora para ver la tomografía de un paciente.

—Parece ser una neumonía —arriesga José.

—Medio rara esa neumonía, ¿no? —le contesta una residente.

—¿Cómo es la historia?

—Él tiene 30 años, es tabaquista, tuvo un traumatismo torácico y una
neumonía hace un año…

—Vamos a tener que aislarlo. ¿No es VIH?

—No.

—Hacele un test rápido por las dudas.

Si se confirma, este sería el tercer caso de VIH que descubren en lo que va
de la jornada. Los otros dos fueron de un hombre y una mujer. Las cifras
oficiales del Ministerio de Salud Pública (MSP) señalan que hay 12.000
personas que tienen el virus en Uruguay, y entre estos hay 2.000 que no
saben que lo tienen. Se trata del 0,5% de la población entre 15 y 49 años.
El 65% de los diagnosticados en 2016 fueron hombres. Parecen ser pocos, pero
la impresión que tienen en la guardia del Maciel es distinta. "Vemos
muchísimos casos de VIH y también de tuberculosis, que muchas veces está
vinculada al VIH. Por eso tenemos acá dos habitaciones para aislar
pacientes. Una vez que nos damos cuenta que la tienen los llevamos para
ahí", sostiene.

—¿Y antes de que se den cuenta? ¿La tuberculosis no es sumamente contagiosa?
—le pregunto a José, y me pongo un poco hipocondríaco porque acabo de
recorrer de punta a punta la sala de emergencia.

—Sí, por eso cuando los diagnosticamos los ponemos solos y cuando entramos a
esa habitación lo hacemos con túnica y barbijo. Igual a veces te tosen en la
cara. Es un peligro. Todos los que estamos acá sabemos que más tarde, o más
temprano, nos vamos a agarrar algo.

Borrachos y pistoleros

Claudio es uno de los dos cirujanos que están en esta guardia. "Hoy está
tranquilo", dice. Hasta ahora —y ya es casi la medianoche— hizo solo una
operación de apendicitis. Hace más de 10 años que trabaja una vez por semana
en la emergencia del Maciel. Ha visto de todo. ¿Lo peor?: "Un muchacho que
estaba borracho y se cayó de una escalera arriba del hierro de una tomatera.
Los bomberos lo trajeron acá con el palo atravesado, que lo había agarrado
de punta a punta, por el costado del cuerpo. Lo abrimos, se lo sacamos, pero
esos hierros son huecos, entonces adentro tenía un pedazo de costilla, un
pedazo de corazón, un pedazo de pulmón… A los dos días se murió".

María conserva en sus ojos el pánico de cuando atendió a una mujer víctima
de un accidente de tránsito. "Se enganchó en una rueda de un ómnibus y fue
una fractura muy compleja, con desgarro muscular, desgarro de recto,
desgarro de vagina, todo. Eso me impresionó mucho", cuenta. José recuerda
otra historia terrible. La de un hombre que se quiso suicidar y se disparó
con la escopeta en el mentón. "Cuando llegó la cara le empezaba por arriba
de la boca. Era brutal", sostiene, y en este caso ni se emociona, incluso
sonríe con cierta morbosidad.

El corazón y la mente se enfrían ante lo repetitivo, lo cotidiano no puede
generar estupor, por eso a los que trabajan en la guardia del Maciel les
impactan más las excepciones. Algunos horrores ya se convirtieron en rutina.
"De gente que se quiera suicidar está lleno, vienen todos los días. A veces
más de uno. Ahora tenemos cuatro pacientes psiquiátricos. Personas que se
quieren matar, que tienen delirios, que tienen angustias", señala José.

—Hay un mito de que los médicos no sienten nada… —le digo, y me interrumpe
de inmediato.

—Sentir, sentimos, como me pasó a mí con los bebés, que me tuve que ir de la
guardia, que quedé mal. Pero lo cierto es que uno no se puede poner nunca en
primera persona. Porque si te tiembla la mano marcha el paciente. Vos tenés
que estar decidido a hacer lo que hay que hacer, y para eso hay que estar
tranquilo.

Claudio asiente con la cabeza y cambia de tema:

—¿A qué hora piensan traer al preso?

—Ah, sí, ¿tenía que venir un preso, no? —pregunta José, mientras mira el
reloj.

—Hace 10 horas que llamaron del Comcar.

En septiembre de 1997 cuatro hombres encapuchados irrumpieron en la
emergencia del Maciel para liberar a Edgard Moreira Méndez, un preso que se
había autoinfligido heridas en la cárcel para lograr un traslado y una
posterior fuga. Todo terminó en un brutal tiroteo con la Policía. Moreira
Méndez no logró huir, pero un enfermero, Miguel Martínez, resultó muerto. La
emergencia ahora lleva su nombre.

"Recibir presos no es nada cómodo", resume José. Entran por la puerta
lateral, por la misma que ingresan todas las ambulancias, y una vez que
están adentro se trancan todas las cerraduras. En la sala solo deben estar
los pacientes, así que minutos antes se pide a los acompañantes que se
retiren. Los presos son atendidos solo por los jefes "porque supuestamente
somos los que les podemos brindar asistencia más rápido", señala. Están todo
el tiempo esposados y en una habitación en la que no pueden tener contacto
con otros enfermos. Los médicos se dan cuenta qué tan peligroso es el
prisionero solo con ver cuántos guardias vienen con él y qué tan armados
están. La semana pasada "vino uno y con él seis tipos que parecían del grupo
GEO, todos con metralletas enormes; ese seguro que era bravo".

Ahora también están a la espera de una ambulancia con un herido de bala. La
semana pasada atendieron a dos a los que les habían dado tiros en las
piernas. La emergencia cuenta, las 24 horas, con un policía 222. Es común
también que lleguen heridos de arma blanca, casi siempre trasladados en
patrulleros o ambulancias, aunque a veces pueden venir caminando. Si bien la
mayoría de los pacientes se atienden durante el día (el 80% del total), en
la madrugada es cuando más casos de este tipo se dan. Lo mismo pasa con los
que llegan con sobredosis.

"Lo que más vemos son intoxicaciones alcohólicas. Pacientes que vienen tan
borrachos que ni los podés poner en la camilla", advierte María. "Es sobre
todo los fines de semana", acota José. "Están como divididos por edad: los
más veteranos vienen por el tema del alcohol y están muy mal, ya con
cirrosis; lo más jóvenes es por pasta base. Con otras drogas no tanto, con
otras drogas" —dice y sonríe— "van a los sanatorios privados". Sin embargo,
recuerda una excepción: "Hace un par de guardias, que fue la fiesta de
música electrónica, la Creamfields, llegó uno que había consumido pastillas.
Pero no es lo común".

Para los jefes este es el mejor lugar del mundo para que los residentes
practiquen y aprendan, porque acá la variedad de pacientes es infinita.

—Acá ves de todo, acá ves mulas con tizas de cocaína que le llegan al
cuello. ¿Y te acordás de aquel otro, el que iban a meter preso? —pregunta
José.

—El que se comió toda la pasta —contesta y suelta la carcajada María.

—¡Se comió la pasta base!

—Eso fue increíble.

—Estaba a 250 kilómetros por hora el tipo. Ves eso. Ves baleados por todos
lados. Eso no se ve en todos lados.

—¿Y los empalados? —cuestiona Claudio con ojos de picardía.

—Está lleno —afirma más serio José. Con desodorantes, con caños, con
cualquier cosa…

—Hace mucho que no veo —señala María con desagrado, cortando la enumeración,
y Claudio afirma que "han bajado un poco".

Un mal chiste

Ya son casi las dos de la mañana y hay un embotellamiento de ambulancias en
la puerta de la emergencia. Entran primero al joven baleado. Le dieron en
una pierna, pero sostienen que está bien. Luego es el turno de una
veinteañera que tuvo un accidente de moto. "También está bien la muchacha",
dice José. "Acá, por la población que atendemos, vienen muchos
politraumatizados que se accidentan en motos. En auto es mucho menos. La
gente que se atiende en la salud pública no suele tener auto". La joven tuvo
que esperar casi 10 horas para ser trasladada desde la policlínica del
Cerro. Le preguntó a José por qué se demoró tanto. "Es que a veces no hay
ambulancias", le contesta con cara de resignación.

La llegada del tercer paciente, en tanto, indigna a toda la guardia. Es una
mujer de más de cincuenta años, a la que trasladan desde Durazno por una
apendicitis. "Eso si es un chiste —se queja José. Que te manden a una
paciente desde Durazno por una apendicitis es algo increíble. Cuatro horas
de ambulancia para venir acá. No puede ser que no haya un cirujano más cerca
para operarla".

Hace un rato pasó algo parecido. Llegó un paciente desde Flores.

—No tenían cirujano ahí, no tenían cirujano en Florida, y terminó viniendo
acá. Está mal, porque por ese paciente se tiene que mover toda una familia.
No está bien hacerle eso a la gente —continúa.

—Lo que pasa es que los hospitales del interior tienen menos cosas. No hay
especialistas, circunstancialmente no hay nadie y se les complica. O no
pueden hacer algún examen. Acá comúnmente contamos con todo —sostiene
Claudio.

Los tres hospitales de referencia en la capital son el Maciel, el Pasteur y
el Clínicas. Al Maciel llegan —o deberían llegar— sobre todo los que
necesitan neurocirugías, tratamientos hematológicos, nefrología. Pero, por
ejemplo, si lo que se necesita es una cirugía plástica, lo mejor es que sea
trasladado al Pasteur. Las derivaciones de los pacientes son centralizadas
por la Administración de Servicios de Salud del Estado (ASSE) que, a veces,
alertan los médicos y residentes, se equivocan y envían a los pacientes a
sitios donde no pueden ser bien atendidos.

Por ejemplo, en la guardia pasada llegó al Maciel un hombre con múltiples
quemaduras porque le había explotado una garrafa en la cara. "Y eso no es
acá, eso es en el Centro Nacional de Quemados (Cenaque), que funciona en el
Clínicas", explica José. Al paciente, entonces, se le dio una primera
atención, y luego fue trasladado. Mientras el jefe de guardia cuenta esto,
Claudio, que había salido unos minutos, vuelve a entrar tentado y con cara
de incredulidad:

—¿A qué no saben? La que vino de Durazno parece que no tiene nada. No es
apendicitis.

Todos se miran y lanzan una risotada.

—No te digo, es un chiste, un mal chiste —repite José.

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Mendigos que deja el Mides y pacientes muy nerviosos

Hay un mendigo que no tiene nada más que una importante borrachera. Golpea
la puerta de la emergencia del Maciel. Quiere que lo atiendan. En la guardia
dicen que son muchos los que llegan en la madrugada, van tarde, cuando ya no
pueden entrar a un refugio del Mides (Ministerio de Desarrollo Social). En
algunos, además, no los dejan ingresar alcoholizados. Mienten síntomas para
ver si los dejan ocupar una cama. Es algo que pasa seguido. Casi nunca se
violentan, sostienen. Trabajar en la guardia de un hospital —o de una
mutualista, médicos y residentes sostienen que es algo que pasa en todos
lados— es hacerse de una coraza para soportar todo: que te insulten, como
mínimo. "Si te insulta un paciente que está psiquiátrico no pasa nada, es
algo normal, es algo que tiene que ver con su enfermedad; lo que molesta es
cuando te insultan los otros", advierte José, el médico jefe de la
emergencia. La semana pasada un joven, que no era psiquiátrico, empezó a
insultar a todo el mundo porque no llegaban unos estudios que se acababa de
hacer. Le terminaron diciendo que se fuera. "Nosotros no tenemos obligación
de atender a alguien que no quiere. Eso no es omisión de asistencia, omisión
es si la persona está grave, o si es un enfermo psiquiátrico", advierte.
Hace un rato, un hombre con una enfermedad psiquiátrica decidió irse. Cuando
esto pasa tienen que hacer la denuncia a la Policía. En la emergencia del
Maciel todavía recuerdan cuando hace un par de años un hombre le rompió la
nariz de un puñetazo a una doctora. No es común que se den situaciones como
esta, pero pasa.

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"A veces esperan 12 horas por cama de CTI"

El Maciel quizá sea un ejemplo de centro de salud público en Uruguay; sin
embargo, no logra escaparle a algunas miserias del sistema. En ASSE a veces
las cosas son mucho más lentas de lo que deberían ser. "A veces no hay camas
de CTI, entonces tenemos un paciente 10 o 12 horas acá en la emergencia. Si
en la Española (empresa privada de salud) hay un paciente entubado, con un
caño en la boca, va directo para el CTI. Acá se queda con nosotros. Toda la
primera atención de un paciente grave, o muy grave, es nuestra", explica un
residente que hace bastante tiempo trabaja en la emergencia. "Todo lo que en
otro lado hace un médico de CTI, acá lo hacemos primero nosotros. Las drogas
son las mismas, pero no es la misma comodidad para el paciente".

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