Cuba/ Una revolución gloriosa, pero muy larga [Manuel Iglesias Caruncho]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Feb 1 00:23:15 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

1° de febrero 2017

Boletín Informativo

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Cuba

Una revolución gloriosa, pero muy larga

El momento es muy delicado, como algunos otros de los vividos por Cuba en
sus casi 58 años de revolución. Sin embargo, las preguntas esenciales han
cambiado, de la tradicional: ¿cómo resistir a la hostilidad estadounidense?,
a la actual ¿cuánto y cómo reformar el país para impulsar la economía y
mantener conquistas que tanto costaron, y la dignidad y la soberanía
nacional?

Manuel Iglesias Caruncho *

Brecha, Montevideo, 27-1-2017

http://brecha.com.uy/

Cuba se mueve, como puede observar cualquier visitante que haya viajado a la
isla en otros períodos. Ese viajero puede hoy hospedarse en una casa
particular; impresionarse con el mercado de artesanía situado en una antigua
terminal de tren en La Habana; almorzar en un paladar que tiene ya más de
unas pocas sillas y mesas; escuchar, en sus paseos por La Habana Vieja, a
miles de turistas con acento estadounidense –muchos de ellos de origen
cubano–; leer carteles que anuncian la venta de viviendas o de autos, y
coincidir en su vuelo con cubanos que viajan sin mayores restricciones. Son
cambios nada menores, impensables hace pocos años, aunque todavía
insuficientes para garantizar una prosperidad económica que preserve los
logros de la revolución.

Cuba admite otras preguntas al iniciarse el nuevo año, como si la isla
entera fuera un gran interrogante que se resistiera todavía a ofrecer
respuestas claras: con el fallecimiento de Fidel, su principal valedor,
¿perderán peso las personas y sectores más inmovilistas, con tanta
influencia aún en el buró político del Partido Comunista y en el gobierno, y
se atreverán los reformistas, con un apoyo más decidido de Raúl Castro, a
tratar de acelerar y profundizar los cambios? No hay que remontarse mucho en
el tiempo para recordar cómo se apartaba del poder a quienes querían avanzar
un poco más rápido que lo que permitía el libreto –los casos de Carlos Lage,
Roberto Robaina, Pérez Roque…–. También está en juego la credibilidad de los
reformistas en los medios de comunicación: el Granma es el de siempre y el
único diario autorizado en la isla, y bueno, como dijo Eduardo Galeano
–quien criticaba a los amigos de frente y no a sus espaldas–, si Napoleón lo
hubiera tenido en sus manos, los franceses no se habrían enterado de la
derrota de Waterloo.

El riesgo cierto de que Donald Trump, en cuestión de semanas, abandone el
camino de deshielo de Barack Obama y retroceda a la posición tradicional
estadounidense, complica las alternativas, pues, en ese caso, contribuirá
casi con certeza a fortalecer la opción más inmovilista, al servirle en
bandeja argumentos para el enroque. Falta poco para saber si veremos a un
Trump dispuesto a endurecer leyes como la Helms-Burton y que apuesta a
“quedarse con todo” cuando “la fruta esté madura” o si, por el contrario,
veremos a un Trump pragmático, disputando el mercado cubano a inversionistas
europeos, latinoamericanos, canadienses, chinos y a los propios cubanos. Sin
duda entrarán en su cálculo los cubanos de primera generación de Miami y sus
representantes en el Congreso, así como también calibrará, en el caso de
apretar demasiado al gobierno cubano, la posibilidad de contar con otro
aluvión de centenares de miles de personas arribando a Florida, como cuando
el Mariel o la crisis de los balseros. Por ello tendrá que calibrar también
la posibilidad de apretar a la población dispuesta a abandonar la isla,
dificultándole el ingreso al territorio estadounidense y negando la visa
automática de residencia a quienes consigan pisarlo. Un dato: en los últimos
cuatro años, 133 mil cubanos ingresaron en Estados Unidos de forma
irregular, es decir, sin el visado que concede la ex Sección de Intereses
–ahora embajada– a 20 mil personas al año.

Agotamiento

En cualquier caso, en un escenario u otro, el tiempo para mostrar resultados
por parte de la dirigencia cubana se está agotando. Aunque la calma mostrada
en los últimos años en encarar el proceso de reformas aprobadas en el VI
Congreso del Partido Comunista de 2011 (1) no tiene comparación con la
lentitud extrema que el gobierno cubano exhibió desde que diseñó los
primeros cambios –hace ya 25 años– hasta que Raúl Castro tomó las riendas
del Estado, el margen que queda para implantarlas se ha achicado tanto como
el tiempo biológico que resta a la generación de combatientes de la Sierra
Maestra. Se estima que en 2016 sólo se había implantado el 21 por ciento de
los cambios aprobados en el mencionado congreso (2) –lo que bien ilustra el
tamaño de los “palos en las ruedas” que tienen en sus manos los sectores
inmovilistas–. Unos cambios que permitieron otear un horizonte más
esperanzador al sufrido pueblo cubano, al que con su salario le es imposible
llegar a final de mes, a no ser que reciba remesas de familiares en el
exterior; se emplee en alguna empresa extranjera o en algún sector
priorizado por el gobierno –de los que contemplan un incentivo en pesos
convertibles por productividad–; esté ligado al sector turístico, donde
siempre se accede a alguna moneda fuerte; trabaje por cuenta propia; o, en
fin, distraiga algún bien estatal que pueda vender o intercambiar por algún
otro de primera necesidad. El salario no alcanza ni en sus tramos más altos
para cubrir las necesidades básicas; de ahí la urgencia de “resolver” –el
verbo más conjugado en la isla–, como sea, un complemento en especie o en
pesos convertibles que le haga la vida más llevadera.

Una vez que desaparezca la legitimidad con que cuentan los actuales líderes
por haber triunfado en la revolución, la nueva legitimidad de una nueva
generación de gobernantes sólo puede venir, bien por un proceso electoral
democrático, bien por éxitos indiscutibles en el crecimiento económico –a la
vietnamita, a la china–, bien por ambas vías. El éxito económico sin duda
otorgaría un tiempo extra a los herederos del régimen para introducir
cambios políticos de mayor calado. Pero Cuba está muy lejos de exhibir
triunfos en el ámbito económico. En 2016 la economía se estancó, en parte
debido a los serios problemas energéticos derivados de los recortes en el
suministro de petróleo por la situación que atraviesa Venezuela, pero, si
tomamos en cuenta la cifra de crecimiento anual promedio de los últimos
siete años (2,8 por ciento), tampoco resulta muy esperanzadora.

Las principales fuentes de divisas (las remesas, el turismo, la inversión
externa, las contraprestaciones por los servicios médicos –sobre todo
recibidas desde Venezuela–, las exportaciones de níquel y los ingresos muy
menguados por el azúcar) son suficientes para que la isla no colapse, pero
no para alcanzar tasas de crecimiento orientales. Para lograrlas se
requeriría, además de atraer una mayor inversión extranjera, un
funcionamiento más eficiente de las empresas públicas que descentralice la
burocrática gestión actual; participar en cadenas de valor internacionales
que aprovechen el potencial cubano en biotecnología y biomedicina; y, por
otra parte, expandir el horizonte de emprendimientos e inversiones de los
cubanos, hoy todavía muy circunscritos al universo del turismo y en pequeña
escala: paladares, taxis, alquiler de habitaciones –pero no tenencia de
hoteles–, artesanía… A lo que se añade la necesidad de producir más
alimentos, lo que no parece difícil a poco que se mejoren las condiciones en
las que se entregan las tierras estatales ociosas para su cultivo, bastante
restrictivas. Pues bien, todo ello remite al avance y a la profundización en
el proceso de reformas.

Monedas

Cuba necesita también unificar las dos monedas, el peso convertible y el no
convertible. La cotización del primero, a 24 pesos no convertibles, mina el
aprovechamiento de las capacidades de los profesionales cubanos. Hoy, un
profesor de enseñanza secundaria obtiene ingresos muy superiores como
taxista o como camarero en un paladar, que ejerciendo su profesión
retribuida en pesos no convertibles. Nada de extraño que las escuelas se
estén despoblando de enseñantes. Ahora bien, ¿cómo unificar ambas monedas
sin contar con un gran respaldo financiero –como el que tuvo Alemania
occidental cuando unificó la suya con la del este– proveniente, bien de un
elevado nivel de reservas, bien del apoyo de organismos financieros
internacionales, como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional,
controlados por Estados Unidos? Ni que decir que las condicionalidades de
estas instituciones serían ina­ceptables para el gobierno de Cuba.

Además de las reformas económicas y sociales, Cuba necesitará encarar
cambios políticos. Existe una comisión para las reformas económicas liderada
por sectores reformistas y otra que estudia una reforma constitucional,
liderada por sectores inmovilistas. El modelo vietnamita o chino, liberal en
lo económico y de partido único en lo político, es atrayente para el
gobierno –por muy cauto que se muestre a la hora de seguirlo– pero Cuba no
es Vietnam ni China, ni está enclavada en el Lejano Oriente, sino que forma
parte plenamente de Occidente. ¿Sería viable una isla próspera, integrada
con el resto de Occidente a través del turismo, la emigración, las
inversiones, el comercio, los avances científicos… sin ampliar las
libertades individuales y sin celebrar elecciones?

¿Qué puede suceder en los próximos años? Nadie lo sabe. En el mejor
escenario, y el que tendría menores costes, las reformas se harían desde
dentro, intramuros, y sin dilaciones. Los reformistas se atreverían a
acelerar y profundizar en serio los cambios previstos, insuflando así nuevas
esperanzas en la población para construir una sociedad próspera, que amplíe
las libertades individuales y mantenga los derechos colectivos, y que
preserve la soberanía y la dignidad cubanas. Para ello necesitarán apoyos,
todos los posibles, desde América Latina, Canadá, China y Europa; y, ojalá,
el cese de hostilidades de Estados Unidos.

El peor escenario: que continúe el acoso estadounidense y que el régimen se
enroque. Que nada se mueva hasta el “asalto final”, cuando cambios más
drásticos sean pedidos y aplaudidos por una población desesperada, y que
sean otros quienes se encarguen de aplicarlos. Otra opción, la Tiananmén
–tanques a la calle–, en Cuba sería impensable.

¿Serán capaces, quienes tuvieron la grandeza de hacer triunfar la revolución
contra Batista, de perder el miedo a efectuar los cambios precisos; u
optarán por morir matando lo mejor que todavía puede legar esa revolución?

Una viejita entrevistada por la televisión en esas largas colas que
despedían a Fidel respondió así a la pregunta de qué le parecía la
revolución cubana: “Gloriosa. Pero muy larga”. Tal vez esa frase resuma
mejor que cualquier otra el cansancio del pueblo cubano, no con su
revolución, sino con el intento imposible de mantenerla anclada en otra
época, sin una puesta al día que la rejuvenezca y que permita a las nuevas
generaciones apropiarse de su legado.

* Doctor en ciencias económicas por la Universidad Complutense de Madrid. Es
autor de El impacto económico y social de la cooperación al desarrollo
(Editorial Catarata). Trabajó para la cooperación española en Nicaragua,
Honduras, Uruguay y Cuba. Dirigió el Centro de Formación de la Cooperación
Española en Montevideo hasta el 31 de diciembre pasado.

Notas

1.Un análisis sobre las reformas que se han ido aprobando se puede encontrar
en Carmelo Mesa Lago: Cuba en la era de Raúl Castro. Reformas
económico-sociales y sus efectos. Madrid, Colibrí, 2012.

2.José Luis Rodríguez: “Lineamientos para la política económica y social:
una mirada a su evolución 2011-2016”, en La Jiribilla, núm 770, 9 al 15 de
abril de 2016 (www.lajiribilla.cu).

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