Estado español/ Podemos ante sí mismo [Josep Maria Antentas]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Feb 1 00:26:14 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

1° de febrero 2017

Boletín Informativo

redacción y suscripciones

 <mailto:germain5 en chasque.net> germain5 en chasque.net

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Estado español

Camino de Vistalegre II

Podemos ante sí mismo

Josep Maria Antentas *

Viento Sur, 30-1-2017

http://vientosur.info/

El segundo congreso de Podemos fijado para los días 11 y 12 de febrero, a
modo de catarsis interna y externa, condensa todos los debates estratégicos
del partido que emergieron abruptamente tras el estallido de su equipo de
dirección en marzo de 2016. La ruptura en la cúspide hizo visibles
discusiones que hasta entonces estuvieron sólo presentes de forma larvada y
balbuciente y/o planteadas exclusivamente por parte de las minorías críticas
que siempre se opusieron al modelo de partido y a la estrategia codificada
en el primer congreso de Vistalegre en octubre de 2014. Repasaremos en este
artículo la naturaleza de las opciones internas en liza (no tanto sus
propuestas concretas para el congreso sino sus posiciones políticas de
fondo) y haremos un balance del modelo de partido adoptado en Vistalegre
desde el punto de vista organizativo.

Las tres almas de Podemos

En la muy mediática senda hacia el segundo Vistalegre se pueden ver en
acción a las tres almas de Podemos, personificadas por Iglesias, Errejón y
Anticapitalistas. Las dos primeras todopoderosas. La tercera tan pequeña en
su poder institucional como consistente en lo político. Al lado de las tres,
coexisten sin duda otras sensibilidades, pero menos cristalizadas y de menor
perfil, sin un proyecto tan definido o de alcance sólo local o regional.

Las corrientes de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón compartieron el liderazgo
del proyecto desde los primeros compases del grupo impulsor lanzado en enero
de 2014, en el que marginalizaron rápidamente a Izquierda Anticapitalistas
(luego transformada en Anticapitalistas), hasta su ruptura en marzo de 2016,
ante sus diferencias tácticas de cómo orientar Podemos tras las elecciones
generales del 20 de diciembre y, sobre todo, en medio de una crisis de
confianza debido a disputas de poder en el seno del aparato central que
enrarecieron las discusiones. Éstas fueron el caldo de cultivo para que
afloraran de golpe las hasta entonces discrepancias soterradas, o puntuales,
existentes en el equipo ejecutivo de Podemos.

El precedente remoto de dicha situación fue el debate acaecido en primavera
de 2015 ante la inesperada emergencia de un nuevo contrincante, Ciudadanos,
el neoliberal “Podemos de la derecha” que, durante buena parte de 2015,
oscurecería las perspectivas de la formación morada. Torpedo a toda
pretensión de “transversalidad”, la irrupción repentina de los de Albert
Rivera fue el primer contratiempo de la hipótesis estratégica aprobada en
Vistalegre. Errejón planteó entonces una política de amabilidad hacia el
novel contendiente que, en el fondo, equivalía a una suerte de
ciudadanización relativa de Podemos, a modo de un reverso de la vampirista
podemización relativa de Ciudadanos que el partido de Rivera pretendía en
aquel momento operar, con tal de apropiarse del impulso podemita y desviarlo
hacia un proyecto neoliberal de regeneración democrática. No sin titubeos y
vaivenes, pasos adelante y atrás, Iglesias acabó encabezando una política de
confrontación con Ciudadanos, señalando su función como muleta y/o recambio
de los partidos del régimen. Fue la primera discusión relevante, y el primer
conato de debate estratégico público en la cúspide del partido, ante la
constatación que la avenida triumfal hacia la victoria electoral diseñada en
Vistalegre iba a tener sorpresas imprevistas /1.

El quiebre del equipo dirigente en marzo de 2016 abrió paso a un periodo
inédito de discusión semipública, con la militancia fundamentalmente como
espectadora y sin demasiados cauces internos para intervenir en ella. Las
dos fracciones en liza fueron reformulando parcialmente su proyecto y
entonaron una cierta autocrítica incompleta, más forzada por las
circunstancias que por convicción, de la fórmula político-organizativa
aprobada en Vistalegre, en pos de una mayor democratización de la misma. La
principal consecuencia de dicha ruptura fue la normalización, por la vía de
los hechos, del debate interno y de la pluralidad, aunque las formas de
dicho debate hayan sido prisioneras de la cultura política y la dinámica
organizativa del modelo de Vistalegre. Ello ha incluido también la
regularización de la existencia de Anticapitalistas y el progresivo
reconocimiento público por parte del mismo Iglesias del papel que destacados
dirigentes anticapitalistas tuvieron en el nacimiento del proyecto. El
estallido de la dirección dio la estocada casi final al relato falsificado
sobre la génesis de Podemos difundido tras las elecciones europeas en el que
Izquierda Anticapitalista fue borrada de la narrativa oficial (recordando en
forma de farsa purgas de siniestra memoria) y en el que las y los miembros
del equipo dirigente embellecieron su propia contribución al proyecto
(exceptuando el propio Iglesias cuya centralidad en el diseño de Podemos es
conocida y auto-evidente) y su clarividencia histórica retrospectiva.

Iglesias encarna un populismo pragmático-instrumental mezclado con un
eurocomunismo impaciente y acelerado (que a diferencia del original no tiene
miedo a una victoria electoral). Busca combinar una retórica plebeya
impugnadora con una perspectiva gubernamental moderada, cuya referencia
histórica más explícita ha sido el compromiso histórico de Berlinguer. El
abrazo acrítico del legado berlingueriano, combinado con la falta de balance
alguno de la experiencia de Syriza, sintetizan las aporías estratégicas de
su proyecto. Del compromiso histórico berlingueriano a la capitulación
histórica de Tsipras puede haber una muy delgada línea roja. En cierta forma
la propuesta de Iglesias es punch en la oposición y razón de Estado en el
gobierno. Es decir, mantiene el grueso de la perspectiva estratégica que
sostuvo en los dos pasados años, pero llegó a la conclusión que el vigor de
Podemos radica en su capacidad para aparecer como una fuerza impugnadora del
establishment y que su normalización acabaría comportando una
desmovilización y desafección de su base social potencial, que fija más en
los estratos populares y trabajadores que no en las clases medias.

El eje del trabajo político en la propuesta de Iglesias sigue siendo el
marco electoral-institucional, pero a diferencia de las teorizaciones de
Vistalegre donde la lucha social estaba ausente, ahora ésta juega un rol
real en su esquema, aunque secundario, a modo de complemento de la actividad
electoral-institucional. La retórica impugnadora de Iglesias, y sus
referencias a la “lucha”, por muy cercenadas que queden cuando se las
inserta en una perspectiva de “compromiso histórico”, han contribuido sin
duda a generar un entorno de debate en el seno de Podemos más favorable a
las propuestas radicales, activistas y movimentistas. De golpe quienes
defendían un horizonte que fuera más allá de la tríada elecciones-trabajo
institucional-comunicación, vieron como el secretario general de Podemos
también entonaba parte de esta música. Un cambio de atmósfera valioso.

El proyecto de Íñigo Errejón, que podemos denominar populismo
constructivista profundo, representa la normalización permanente de Podemos
y un intento de homologación política del partido haciéndolo portador de una
propuesta de cambio tranquilo cuyo contenido real dista muy poco de un
recambio de los viejos partidos agotados, y que busca encarnar las
aspiraciones generacionales de una juventud frustrada y hundida por la
crisis y de la población de mediana edad que no quiere resignarse a la
alternancia PP-PSOE.

Detrás de su idea fuerza de “transversalidad” se esconde un proyecto
orientado en particular a las clases medias, si bien a partir de una
retórica posclasista, con énfasis especial en la meritocracia y en una
transición sin sobresaltos hacia un porvenir mejor, casi por relevo natural.
La preocupación por la transversalidad impulsada por Errejón y sus afines se
ha movido entre la discusión real y seria acerca de cómo articular un nuevo
bloque mayoritario y de cómo agregar grupos y sectores sociales diversos, y
la mera coartada para diluir toda arista rupturista presente en Podemos en
torno a un proyecto cada vez más superficial en sus propuestas. Se dirige
así a un centro político-social amorfo, construido políticamente como el eje
gravitacional del “nosotros” y del “pueblo”. Su énfasis en “los que
faltan”/2, siempre planteado como necesidad de llegar a sectores aún no
convencidos de que Podemos es un partido solvente para gobernar el Estado
español, tiene la debilidad fundamental de que da por descontado la lealtad
de los que ya están, sin concebir que el precio para atraer a “los que
faltan” puede ser perder parte de los primeros.

El esquema de Errejón consiste en mantener una polarización discursiva entre
un "nosotros blando", construido a través de un discurso amable dirigido a
un sector social intermedio y poco politizado, y un "’ellos’ duro" /3. La
complejidad de dicha operación estriba en que el carácter "blando" del
"nosotros" y el discurso comedido en que se basa, a pesar de acompañarse de
fuerte carga simbólica, emotiva e identitaria, dificulta a la larga la
propia operación de polarización, máxime cuando ésta se sostiene
fundamentalmente en el terreno discursivo y está desconectado de una
actividad social movilizadora que genere un clima propicio a la divisoria
entre ellos/nosotros. Dicho en otros términos: polarizar con un discurso
superficial es más complejo que con una retórica impugnadora, y polarizar
desde la pasividad social es más difícil que en una dinámica de
movilización.

Errejón siempre ha negado que su concepción estratégica fuera asimilable a
los catch-all parties convencionales, alegando que su propuesta politiza,
reivindica las pasiones y enfatiza las fronteras “nosotros-ellos”, mientras
que los primeros se basan en el marketing despolitizador y banalizador /4.
En realidad, más que un modelo antagónico al catch-all mainstream, la
propuesta de Errejón representa una especie de populismo-constructivista
atrapalotodo, y ofrece un resultado final parecido al primero, pero
partiendo de lugares distintos, lo que implica por tanto un trayecto y un
método diferente. El punto de partida de Podemos y Errejón no es el mismo
que el del PSOE o Ciudadanos. Por tanto, la forma de llegar a construir una
mayoría de gobierno tampoco. Pero su estación de destino se parece. Los
partidos catch-all tradicionales son fuerzas legitimadas que buscan ampliar
su base social y electoral para derrotar al contrincante ritualizado. La
lógica atrapalotodo del populismo discursivo de Errejón tiene, a la vez, la
doble función de ampliación de su base social y electoral y de normalización
y homologación (sino absoluta al menos sustancial) del partido.

Ante los límites del modelo “máquina de guerra electoral” y la necesidad de
articular una perspectiva en el medio y el largo término la propuesta
errejoniana es la de pasar a una fase de “movimiento popular”, en el que
éste es entendido sobre todo en términos de un trabajo cultural y social
complementario de lo electoral /5. El paso a esta nueva etapa, en la que la
metáfora de la guerra relámpago es sustituida por la del cerco, se sintetiza
en cuatro tareas: dinamización del tejido social, cultural y de ocio;
creación de una identidad simbólica cultural fuerte; formación de cuadros y
técnicos; arraigo territorial e inserción social potenciando los círculos
/6. La debilidad de este planteamiento es doble: primero, su puesta en
práctica se ve menguada por el tiempo perdido debido a la adopción del
modelo de máquina de guerra electoral en 2014, que expulsó hacia fuera
muchos de los militantes que ahora deberían implantarse en el territorio,
vació los círculos que tendrían que relacionarse cotidianamente en la
sociedad, y generó desconfianzas entre una sociedad civil organizada con la
que ahora habría que trabajar más estrechamente. Segundo, entre la antigua
maquinaria de guerra electoral y el nuevo movimiento popular no hay ningún
papel asignado a la movilización social (y no digamos la auto-organización).
Aparece ahí una de las inconsistencias estratégicas fundamentales del
pensamiento político de Errejón: si por un lado analiza certeramente el
significado del 15M y las posibilidades políticas que abrió, por el otro no
integra en su perspectiva futura la necesidad de un nuevo empujón social, de
otro equivalente al 15M y a las Mareas contra la austeridad, de un
relanzamiento de las luchas sociales, para poder completar la ruptura
definitiva del sistema político tradicional /7. La perspectiva errejoniana
no excluye el conflicto. Parasita el conflicto real, las brechas abiertas
por las movilizaciones, para cabalgar sobre las mismas mediante una
polarización discursiva artificial que no se corresponde con la del
contenido real superficial de su propuesta de (re)cambio. El conflicto es
concebido en términos fundamentalmente discursivos, comunicativos, y
electorales, despreocupándose de la construcción politizada del conflicto
social, en el barrio, el territorio y el centro de trabajo productivo.

El resultado final de la reorientación propuesta para la nueva etapa es que
cambian las tareas y los ejes de intervención, para prepararse para una
batalla de más duración, pero prosigue invariable la vía hacia la
normalización política de Podemos trazada en Vistalgre y la acelerada
auto-reducción de sus ambiciones de cambio social y político. Las ansias de
victoria electoral son proporcionales al poco alcance de sus propuestas para
el día después. La voluntad de poder es mucho mayor que la de transformar el
mundo. Por ello, lo que en su esquema viene tras la victoria electoral es
una imprecisa e incierta “guerra de posiciones” en el interior del Estado,
cuyos objetivos finales no pasan de una genérica voluntad redistributiva y
regeneradora, y que evacua de la discusión la cuestión decisiva de cómo
evitar que el (limitado) ímpetu inicial del proceso de cambio vaya quedando
ahogado por la propia maquinaría del Estado que se pretendía transformar. En
ello radica una de las paradojas de la política de Errejón: por un lado, ha
sido el más estratega de los dirigentes políticos de Podemos, pero por el
otro su propuesta reduce y rebaja la estrategia a un mero debate sobre cómo
ganar las elecciones y no a una discusión sobre cómo cambiar la sociedad. Ha
sido además, el principal artífice de un modelo de partido basado en la
estrategia sin debate estratégico, donde ésta venía dada por la dirección
unilateralmente, sin feed-back alguno por parte de la militancia.

Finalmente, los proyectos de Iglesias y Errejón se diferencian también en su
grado de constancia y sus fundamentos ideológicos. Iglesias tiene un
pensamiento mucho más ecléctico y un marco teórico-estratégico más
impreciso, acompañado de permanentes oscilaciones discursivas que han pasado
factura a su credibilidad. Éstas dejan entrever una tensión entre su
vertiente populista y su vertiente heredera de las tradición (euro)comunista
y del movimiento obrero. Una tensión que se desdobla también entre su alma
gobernista y realpolitiquera y su alma (más pequeña y episódica, pero
presente) rupturista. Errejón, por su parte, ha sostenido una perspectiva
estratégica mucho más homogénea teóricamente (su referencia en Laclau es
conocida), más constante políticamente y más internamente coherente. Su
principal límite, sin embargo, ha sido la auto-incapacidad para enmendar y
corregir su propia hipótesis de trabajo. Al contrario, cuando tuvo que hacer
virajes bruscos, como pasar de la defensa de un modelo de partido homogéneo
y centralista en todo el Estado a improvisar alianzas y confluencias en
Catalunya, Galicia y País Valenciá en la senda de las elecciones generales
del 20 de Diciembre, lo hizo siempre pretendiendo que no había giro alguno y
que cada nuevo viraje en realidad ya estaba inscrito en el código fuente de
la hipótesis de Vistalegre /8. La combinación entre una práctica política
que ha tenido giros inevitables con la petrificación de las hipótesis
estratégicas, en vez de su reajuste consciente más allá de la asunción de
que hay que prepararse también para una batalla de largo plazo, ha dado como
resultado un enroque teórico-estratégico-político que minó la operatividad
de sus propuestas. Estratégica y teóricamente a la ofensiva en el cénit de
la máquina de guerra, pasó a una posición más defensiva y reafirmativa tras
su ruptura con Iglesias.

Una de las síntesis metafóricas para conceptualizar las diferencias entre
Iglesias y Errejón que más fortuna tuvo en el debate de los pasados meses,
fue la del rapero, ensayista y partidario de Iglesias, Ricardo Romero, Nega,
al afirmar (vía twitter el 9 de Setiembre) que: "Hay dos Podemos (siempre
los hubo) uno que quiere ser amable como Coldplay y otro que quiere ser como
Bruce Springsteen. Seamos como el #Boss". La comparación, de evidente
atractivo visual y gran fuerza evocadora, es útil si se interpreta como dos
propuestas de contenido diferente. Sin embargo, el símil musical facilita
que la comparación entre el Boss y los de Parachutes se conciba como una
diferencia sólo de formas y de estilo y que la discusión se haga en torno a
estas cuestiones. Pero el debate sobre el futuro de Podemos es sobre
proyecto estratégico, contenido, y estación de destino y, también, sobre la
relación con la sociedad y la forma de articular una mayoría. Esto último no
tiene sentido en sí mismo si no queda claro para qué se hace y con qué
objetivo. No es el estilo del partido, sino el contenido de su proyecto el
punto de partida para la discusión. La analogía musical pecaba también, al
menos un poco, de autocomplaciente. Nadie duda de las cualidades
comunicativas y discursivas de Iglesias. Pero de ahí a apuntar hacia el
Boss...

Más allá de Springsteen y Coldplay, Podemos tiene, como mínimo, otra alma
importante, representada fundamentalmente por Anticapitalistas, hoy la
principal animadora de la candidatura Podemos en Movimiento para el próximo
congreso. Actor clave en la génesis del partido morado, la propuesta
estratégica de Anticapitalistas ha sido desde el comienzo articular un
espacio político que desarrollara el potencial abierto tras el 15M, tanto
desde el punto de vista de la ventana de oportunidad electoral existente
como desde el punto de vista de las posibilidades de emprender una senda de
ruptura con el actual régimen político y las políticas de austeridad. Su
propuesta representa una síntesis, no siempre fácil, entre ambición de
radicalidad y vocación mayoritaria. El modelo de partido planteado para
vehicular dicha propuesta ha sido el del partido-movimiento, una fórmula en
contraposición con la máquina de guerra electoral y que intentaba
metamorfosear políticamente el legado del 15M. Su modelo organizativo
enfatizaba la democracia interna, su práctica giraba hacia la sociedad (más
allá de la comunicación) y no hacia dentro, y su perspectiva estratégica ha
intentado forjar una definición de la victoria, del significado de “ganar”,
como una síntesis dialéctica entre
autoorganización-movilización-elecciones-instituciones. Consustancial a esta
propuesta ha sido el énfasis en el debate programático, en el abordaje de
las cuestiones decisivas sin las cuales es imposible pensar una política
seria de transformación (banca, deuda...), y en la necesidad de sacar las
lecciones pertinentes del fiasco de Syriza, cuyo soslayamiento por parte de
la dirección de Podemos arroja una sombra siniestra para el futuro.

A contracorriente desde el comienzo, la existencia de una sensibilidad
política como ésta, a pesar de su reducido poder institucional y de la
persecución sufrida tras la eclosión de Podemos en las elecciones europeas
del 25 de mayo de 2014, ha sido decisiva en la historia del partido. Sin
ella las desafecciones militantes en los círculos hubieran sido aún más
grandes, los contrapesos democráticos y movimentistas al equipo dirigente
virtualmente inexistentes, y los intentos de organizar por debajo a la
militancia para darle otra perspectiva de futuro imposibles. Es por ello
que, aún fuera del foco mediático del duelo de titanes entre Iglesias y
Errejón, el grado de apoyo que obtenga Podemos en Movimiento será
determinante para el porvenir del partido, a modo de garantía de que, en
cualquier circunstancia, incluida la más adversa, la llama del cambio social
real y no epidérmico, la ruptura con la austeridad y el régimen, y la
democracia interna seguirán vivas dentro de Podemos.

La máquina por dentro

Planteadas someramente las opciones de fondo en liza para el segundo
congreso de Podemos, realizaré en este punto un balance retrospectivo del
modelo de la máquina de guerra electoral aprobado en Vistalegre no tanto
desde el punto de vista de la estrategia política, sino del modelo
organizativo y de partido construido.

Ante la evidencia palmaria de sus innumerables límites, tanto Iglesias como
Errejón han admitido la necesidad de operar cambios organizativos y de
dinámica política en un sentido democratizador. El primero propone reformas
organizativas limitadas que suponen una democratización parcial y selectiva
del proyecto. El segundo, sabedor de que su propuesta parte en principio con
desventaja ante el secretario general, enarboló interesadamente, y de forma
poco creíble, la bandera de la democracia interna y el respeto al pluralismo
que tan poca consideración le merecieron cuando era de facto el dirigente
central del aparato.

En ambos casos, para justificar su apoyo en el primer congreso de Vistalegre
en 2014 a un modelo de partido que se reveló desastroso, han tendido a
presentar a la “máquina de guerra electoral” como un mal necesario, un
estadio inevitable propio de una situación extraordinaria en que conseguir
la victoria electoral pasaba por encima de cualquier otra consideración.
Detrás de esta argumentación subyacen dos problemas: primero, justifica como
una elección forzada por la coyuntura lo que fue una apuesta estratégica que
reflejaba la concepción de la política y la cultura política del núcleo
dirigente de Podemos. Ni el electoralismo, ni el verticalismo, ni la falta
de democracia eran medidas transitorias de “excepción”, sino un intento de
articular un modelo de partido oligárquico bajo el férreo control de su
burocracia dirigente; segundo, no hay ninguna evidencia sólida que muestre
que la fórmula de Vistalegre contribuyera a mejorar los resultados
electorales que se habrían conseguido con otro modelo y otra estrategia. Más
bien hay sospechas de lo contrario, pues es razonable imaginar que un
partido más participativo, con más militancia activa, en el que los mejores
cuadros no fueran marginados si no eran fieles a la dirección, con más
énfasis en la implantación social, y en el que los dirigentes no se
erosionaran tanto empleando procedimientos anti-democráticos, no hubiera
funcionado peor en las urnas, sino igual o mejor.

Los problemas político-organizativos que experimentó Podemos desde su
fundación (dificultad para consolidar una estructura, conflictos, falta de
cuadros, arribismo y carrerismo...) no pueden atribuirse al modelo “máquina
de guerra electoral”. Son contratiempos que cualquier nuevo partido
experimenta y que se habrían dado de todos modos. Pero el modelo adoptado
por la dirección de Podemos contribuyó a acrecentarlos hasta extremos
inauditos. Quizá la cuestión más visible de ello tiene que ver con el
vaciamiento de las estructuras de base, y la caída drástica de la militancia
en los círculos (no así la participación puntual por internet que se
mantiene, en los momentos cumbre, en un nivel considerable y sin
equivalente).

La participación militante tiene rasgos espasmódicos y, en todo proceso
político o social, tras las primeras afluencias masivas de personas a
reuniones y asambleas suele haber un descenso, por cansancio, falta de
interés, o delegación implícita a los que se quedan. La militancia líquida,
reciclando el término popularizado por Bauman, es decir a la carta e
inestable, es la traducción político-organizativa de una sociedad
fragmentada, individualizada y con biografías inestables. El déficit del
modelo Vistalegre no es no haber conseguido articular por debajo de forma
duradera una capa amplia de activistas con vocación de implantarse
socialmente. El principal problema es que el modelo de máquina de guerra
electoral-comunicativa populista renunció a hacerlo y en muchos casos hizo
todo lo posible para desmovilizar a unos círculos cuyo ímpetu inicial
siempre fue visto con sospecha y con temor burocrático.

En un proceso de oligarquización interna cuya rapidez y profundidad hubiera
noqueado intelectualmente al mismísimo Robert Michels, el partido se
concibió como una emanación lineal de la orientación política del grupo
dirigente en el que quienes no comulgaban con ella aparecían como intrusos
de un proyecto partidario patrimonializado por la dirección. El miedo a la
democracia presidió la génesis del modelo Vistalegre y su gestión posterior.
La dirección de Podemos, extrañamente, siempre se sintió muy poco segura de
sí misma y rehusó confrontaciones democráticas con otras propuestas dentro y
fuera del partido, a menudo desgastándose innecesariamente con maniobras
aparateras que con procedimientos más democráticos hubiera posiblemente
sacado adelante de todos modos.

Al contrario, se parapetó tras una estructura política diseñada para evitar
la capacidad real de las bases de influir en las decisiones de la dirección
y en la marcha del partido, pero que acabó siendo en muchas ocasiones
esclerótica para los propios fines de la dirección que, demasiadas veces, se
encontró encabezando un flan endeble que no resistía por debajo, ni en sus
rangos intermedios, ninguna embestida, requiriendo un sostén artificial
desde la cúspide. Paradójicamente, a pesar que Gramsci figura de manera
omnipresente entre las referencias intelectuales de las dos familias de la
dirección de Podemos, en realidad su concepción de la política ha sido muy
poco gramsciana en el terreno organizativo, a diferencia del terreno
discursivo y comunicativo, donde sí ha demostrado grandes cualidades para
generar contra-hegemonía. En lo que a la estructura organizativa se refiere,
la búsqueda de la hegemonía quedó relegada a la dominación aparatera pura y
dura. A vencer sin necesariamente convencer.

Eliminar el problema de la militancia se convirtió en el objetivo
fundacional del proyecto aprobado en Vistalegre. La fórmula para conseguirlo
se sustentó en tres patas. La primera, la adopción de una estructura de
decisión online que, lejos de ser un intento creativo para facilitar la
implicación de personas con poco tiempo o menor compromiso, devino una
estratagema para cortocircuitar en permanencia a la militancia de base
activa y legitimar plebiscitariamente las decisiones de la dirección del
partido y, a menudo, elegir direcciones regionales/locales y listas
electorales que carecían del apoyo de la militancia real. La segunda, un
sistema mayoritario de elección en el que casi siempre “el ganador se lo
lleva todo”, que permitió que los órganos de dirección se convirtieran de
facto en instrumentos de la facción o grupo mayoritario en cada lugar y no
en espacios de integración y síntesis política, excluyendo a las otras
sensibilidades de toda relación orgánica real con el partido. La tercera, un
esquema ultracentralista en el que una autonomizada dirección central del
partido era omnipresente, reduciendo a las direcciones regionales a meros
apéndices de aquélla, sin legitimidad política real ni recursos
organizativos y financieros propios, y por debilidad, vulnerables a crisis
internas endémicas.

En este contexto, los círculos no se convirtieron ni en espacios de
discusión política ni en ámbitos de intervención hacia el exterior,
planificando campañas de sensibilización propias o insertando al partido en
el tejido social. Carentes de función definida en la marcha triunfal hacia
la victoria electoral, acabaron relegados a un marco, cada vez más vacío, de
confrontación sin rumbo, peleas locales y falta de horizonte más allá de las
propias elecciones internas a los cargos del partido o de las listas
electorales.

Se dibujó así un modelo de partido electoral-profesional basado en una
contradictoria participación plebiscitaria sin democracia diseñado para
desbordar y desarmar a la militancia de la organización. Ésta fue vista no
como un recurso cuyo potencial había que desarrollar y como la base primaria
constitutiva del proyecto, sino como un enemigo interior para los intereses
de la burocracia dirigente en gestación, portadora de una cultura interna
schmittiana basada en la distinción “amigo-enemigo” /9. Éste último,
representado por todo aquél que discrepaba de la dirección, tomó siempre una
doble forma: un carácter anónimo y abstracto expresando el miedo burocrático
atávico a la militancia, y un carácter concreto encarnado por
Anticapitalistas.

La máquina comunicativa refrendataria-plebiscitaria centralista se convirtió
en el correlato organizativo de la máquina de guerra electoral y en una
verdadera máquina de triturar militantes, sueños y entusiasmos. Llevado al
La extremo, el modelo de partido codificado en Vistalegre encarnaba la
imposible utopía del partido sin militantes, equivalente
político-burocrático de la utopía capitalista de la fábrica sin trabajadores
que las sucesivas olas de automatización y robotización han hecho aparecer
recurrentemente a lo largo de la historia. Una utopía político-burocrática
(y por tanto distopía para todo proyecto emancipador) no tan distinta de la
conservadora fantasía de la “democracia sin pueblo” que el propio Errejón
crítica certeramente /10.

Durante un periodo la máquina de guerra electoral, a modo de un cierre
abrupto de cualquier pretensión de experimentación político-organizativa,
pareció agotar en sí misma todo el horizonte político, condensando a ritmo
vertiginoso todos los problemas clásicos que han experimentado las fuerzas
políticas emancipatorias (burocratización, oligarquización interna,
institucionalización, adaptación...). Por un tiempo fue más fácil imaginar
el fin de Podemos que el fin de la máquina de guerra. Era más creíble
imaginar que el establishment tumbara al recién llegado, que no que éste
pudiera ser enmendado en un sentido democrático. Sólo algunas voces
outsiders intentaron mantener en medio de una realidad distópica la antorcha
de otro Podemos posible.

Hoy, desgastado por sus propias aporías, el modelo político-organizativo del
primer Vistalegre será sin duda revisado en el inminente segundo congreso.
Pero sólo desde una crítica real a él, y no desde su apología como método de
excepción, es posible pensar en un porvenir partidario distinto y no en un
simulacro de cambio. Éste es el sentido de las propuestas de Podemos en
Movimiento, que agrupa a quienes nunca hicieron apología de lo indefendible.

Sin embargo, desandar lo andado no es posible. El primer Podemos, el de la
auto-organización espontánea en la fase previa a las elecciones europeas y
la ilusión desbordante tras éstas, no volverá. Con él se fueron miles de
militantes y voluntades. Los errores políticos no pueden simplemente
rebobinarse para reemprender el camino correcto donde en su día se tomó la
senda equivocada. Las bifurcaciones pasadas ya acontecieron y no pueden
deshacerse. Pero su recuerdo es útil para buscar una vía propia de
refundación y relanzamiento, social y militante que, sin nostalgia, le
devuelva al proyecto su frescura burocráticamente confiscada. Para ello tres
elementos son cruciales: un funcionamiento democrático, una práctica diaria
volcada en la intervención social, y una buena discusión estratégica
permanente.

Alta escuela de estrategia

Ser una alta escuela de estrategia revolucionaria (retomando una expresión
utilizada por Trotsky /11 respecto al tercer Congreso de la III
Internacional en 1921) o, si prefiere una alta escuela de estrategia para la
ruptura, que contribuya a elevar en permanencia la capacidad política de sus
militantes, es precisamente a lo que debería aspirar toda fuerza política
emancipatoria. Nada más lejos de lo que ha sido Podemos hasta la fecha, con
sus debates-express, los apresurados cierres plebiscitarios de las
controversias políticas, la reducción de toda discusión a cómo ganar las
elecciones, y la lógica internista de su actividad. Alta escuela de
estrategia y máquina de guerra electoral-comunicativa son, sin duda,
proyectos antitéticos. No en vano, ha sido el estallido del equipo dirigente
que urdió el modelo de Vistalegre lo que permitió por primera vez un debate
estratégico real, aunque con todos los vicios heredados de aquél.

Así planteado, lo que está en juego en el segundo Vistalegre es el grado de
ruptura o de continuidad que supone respecto al primero y, con ello, el
grado de solidez estratégica y de profundidad de su proyecto de
transformación social. Las tres opciones encima de la mesa son claras: la
corriente encabezada por Miguel Urbán representa la ruptura cristalina con
una pesadilla político-organizativa que jamás debió producirse; Pablo
Iglesias encarna la continuidad fundamental del modelo con reajustes
democráticos parciales y la ratificación de una retórica impugnadora
compatible con un horizonte de cambio autolimitado; e Íñigo Errejón supone
la reafirmación del legado político de Vistalegre, combinada con reformas
democráticas interesadas, como palanca para dar otro paso, ¿definitivo?, en
la homologación de Podemos en un partido que vehicule el malestar y el
descontento social hacia sendas inocuas para el poder.

* Josep María Antentas es profesor de Sociología de la Universitat Autónoma
de Barcelona y miembro del Consejo Asesor de Viento Sur

Notas

1/ Antentas, Josep M. (2015). "Ciudadanos, Podemos y la centralidad
deseada", Público, 2 de Mayo. Disponible en:
http://blogs.publico.es/dominiopublico/13227/ciudadanos-podemos-y-la-central
idad-deseada/ ; Antentas, Josep M. (2015). "Ciudadanos: el cambio falaz",
Público, 7 de abril. Disponible en:
http://blogs.publico.es/dominiopublico/13026/ciudadanos-el-cambio-falaz/

2/ Errejón, I. (2016). "Del asalto al cerco: Podemos en la nueva fase", El
diario.es 17 de julio. Disponible
en:http://www.eldiario.es/tribunaabierta/asalto-cerco-Podemos-nueva-fase_6_5
38306170.html

3/ Errejón, Íñigo. (2016) “Podemos a mitad de camino.” Ctxt, 20 abril.
Disponible
en:http://ctxt.es/es/20160420/Firmas/5562/Podemos-transformacion-identidad-p
oder-cambio.htm

4/ Errejón, Íñigo. (2016) “Podemos a mitad de camino.” Ctxt, 20 abril.
Disponible
en:http://ctxt.es/es/20160420/Firmas/5562/Podemos-transformacion-identidad-p
oder-cambio.htm

5/ Errejón, Íñigo. (2016) “Podemos a mitad de camino.” Ctxt, 20 abril.
Disponible
en:http://ctxt.es/es/20160420/Firmas/5562/Podemos-transformacion-identidad-p
oder-cambio.htm

6/ Errejón, I. (2016). "Del asalto al cerco: Podemos en la nueva fase", El
diario.es 17 de julio. Disponible
en:http://www.eldiario.es/tribunaabierta/asalto-cerco-Podemos-nueva-fase_6_5
38306170.htm

7/ He desarrollado un poco más esta cuestión en: Antentas, Josep Maria.
(2016). “El desconcierto de una noche de verano.” Público, June 29.
http://blogs.publico.es/tiempo-roto/2016/06/29/el-desconcierto-de-una-noche-
de-verano/; y, Antentas, Josep Maria. (2016). "Hace cinco años empezó el
futuro. #Globaldebout", Viento Sur, 15 de mayo. Disponible en:
http://vientosur.info/spip.php?article11295

8/ Errejón, I. (2016). "Abriendo brecha: apuntes estratégicos tras las
elecciones generales", Público, 11 de enero. Disponible en:
http://blogs.publico.es/dominiopublico/15529/abriendo-brecha-apuntes-estrate
gicos-tras-las-elecciones-generales/

9/ Schmitt, C.(2014[1932]]) El concepto de lo político. Madrid: Alianza.

10/ Errejón, I y Mouffe, Ch. (2015). Construir pueblo. Barcelona: Icaria.

11/ Trotsky, L. (1924)The First Five Years of the Communist International.
Volume 2. Disponible en:
https://www.marxists.org/archive/trotsky/1924/ffyci-2/01.htm#f1

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