Argentina/ Correogate y antipolítica, nuevas demandas, viejos relatos [Alejandro Grimson]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Feb 26 18:09:40 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

26 de febrero 2017

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Argentina

Nuevas demandas, viejos relatos

Correogate y antipolítica

Alejandro Grimson

Revista Anfibia, Buenos Aires, febrero 2016

http://www.revistaanfibia.com/

El “correogate” es un punto de inflexión para Cambiemos: parte de sus
votantes le exige otras respuestas. El presidente que pedía “poner el
hombro” ahora está siendo interpelado, dice Alejandro Grimson. Mientras el
gobierno agota su estrategia comunicacional en la fórmula “todo lo malo es
el pasado”, desde la gestión anterior responden: el pasado es el paraíso.
Las preguntas por el acuerdo y los millones adeudados por la familia Macri
al Estado hacen crujir el sistema político. Al mismo tiempo que se cocina un
malestar que va de la antipolítica a la demanda de futuro.

La cuestión del Correo Argentino no fue sólo un episodio de la peor semana
del gobierno. Es probable que sea un punto de inflexión. Hasta esa crisis
nunca había habido tanto consenso entre algunos analistas y voces públicas
hiper críticas del kirchnerismo: Lanata (“nada vuelve a fojas cero”),
Borenztein (no abusen con dar marcha atrás porque van a terminar entregando
el gobierno el 10 de diciembre de 2015), Morales Solá (“se agotó el
margen”). Vale la pena entonces situar al correo en un contexto temporal más
amplio.

El camino que llevó al actual presidente a formar Cambiemos y romper su
techo histórico tiene una protagonista clave: Elisa Carrió. Aunque quizás le
resultara difícil ser electa para un cargo ejecutivo, la diputada pudo
construir una figura de “fiscal de la República” que la ubicó en un lugar
moral. Cuando ella decidió cruzar su propio límite (“mi límite es Macri”,
dijo en 2007) y compitió en las PASO con resultado cantado, habilitó
“moralmente” a Macri a ir por más. Así y todo el electorado dudó y entre
agosto y octubre de 2015 lo elevó sólo 10 puntos, del 24 al 34%. Esos diez
puntos fueron un apoyo significativo, pero poco decidido: si el candidato
oficialista hubiera alcanzado el 45, ese crecimiento de 10% hubiera sido
insuficiente.

En ese camino en el que duplicó los votos desde las PASO de agosto hasta el
ballotage de noviembre, Macri hizo grandes esfuerzos para que la sociedad se
decidiera. Con investigación sociológica y antropológica constante,
“Mauricio” se distanció de su propio apellido: ya sabía que ese “capítulo”
(el padre) tenía que apartarlo. Pero supo más: prometió, en general, no
atacar nada de lo que se había “hecho bien”, juró duplicar la inversión
científica, mantener la AUH, Aerolíneas e YPF.

Era claro: “cambiemos” estaba formulado en primera persona del plural e
incluía estos desplazamientos. Es sabido que la inteligencia y la eficacia
no son potestad de ningún sector político específico.

El espejo invertido y su límite

Cuando los gobiernos no saben por qué les va mal en una encuesta o en unas
elecciones dicen que hay “problemas de comunicación”. Si analizamos la
comunicación del gobierno podremos ver mejor dónde está realmente el
problema. La estrategia comunicacional declarada en la asunción de diciembre
fue: no se gobierna para los ricos (“pobreza cero”), seguridad (“lucha
contra el narcotráfico”) y cerrar la grieta (“unir a los argentinos”). Ese
trío debía combinarse con una salida real del parate económico. Esa salida
se iba a producir por la combinación de varios factores: devaluación, baja
de retenciones, pago a los “holdouts” y confianza en un gobierno que era la
punta de lanza de un “cambio regional”.

Menos de tres meses después, el presidente abrió las sesiones ordinarias
saldando un intenso debate interno acerca de la “pesada herencia”. Un sector
criticaba la estrategia del famoso consultor de no insistir en “el desastre”
recibido. Entonces, ya el 1 de marzo del 2016 Macri hizo nacer lo que
denominamos “el relato macrista”, basado en la idea de que la Argentina
había atravesado una crisis comparable a 1989 o 2001 y que sería lento salir
de esa ruina.

Con el diario del lunes, en términos de comunicación, ese invento se mostró
correcto para los intereses del gobierno. Renunció (si es que había alguna
posibilidad) a “unir a los argentinos” y comenzó a atacar al kirchnerismo en
diferentes frentes. Esa cuestión que en febrero de 2016 era un debate fue
una de las escasas armas con las que contó el gobierno durante el resto del
año cuando la inflación voló por los aires, aumentó la pobreza, el desempleo
y el país permaneció en recesión, mientras se disparaba la deuda externa y
el déficit fiscal. Si el gobierno no hubiera convencido a una gran parte de
la población de que todo eso (o buena parte de eso) era culpa de la “pesada
herencia”, no podría haber mantenido expectativas altas en un porcentaje
importante de la sociedad de que todo mejorará.

Ese dispositivo comunicacional de contraste con el kirchnerismo provino de
otros estudios sobre cuestiones del gobierno anterior que habían cansado a
la sociedad. Si Cristina hacía cadenas nacionales y no daba conferencias de
prensa, Macri debe ser el espejo invertido. Si Cristina podía criticar el
público a un periodista, Macri debe agradecer las preguntas muy incómodas
(aunque no las responda, eso no es importante). Si se instaló la idea de que
Cristina no escucha, el PRO hace timbreo, para escuchar. Si Cristina nunca
retrocede aunque se equivoque, Macri siempre puede apelar al “errorismo”.
Así funciona la regla del espejo invertido.

En esa estrategia había algunos inconvenientes. Vamos a mencionar sólo tres.
El primero es que si Cristina era dibujada como “muy ideológica”, el espejo
invertido se estrelló varias veces con declaraciones muy chocantes de los
ministros y funcionarios de Macri, especialmente en temas de derechos
humanos, pero también en educación y en un antiperonismo recalcitrante que
pretende ser acallado, pero a veces sale a luz. Ese es el primer problema
estructural: a diferencia de los noventa la sociedad argentina no quería un
viraje ideológico potente hacia la derecha (como dijimos aquí el 23 de
noviembre de 2015). Y no siempre a los funcionarios les resulta fácil seguir
todos los consejos de Durán Barba, aunque –teniendo una idea acerca de lo
que se callan- no lo hacen nada mal.

El segundo problema es que el crédito de Carrió tenía y tiene una
contradicción insalvable. Hay un apoyo a Cambiemos que deriva del odio que
generó tanto la corrupción real como la ficticia. Pero el problema no era la
ficticia. El problema era que el protagonista de ese “cambio” sí tenía
apellido, acciones, dinero y papers. Allí se recurrió al viejo mito de que
“como es millonario no viene a robar”. Debe decirse que en ese punto un
sector de la sociedad volvió a mostrar una capacidad asombrosa para olvidar,
para disfrutar de su ceguera voluntaria sobre historias muy conocidas acerca
de ciertas fortunas. Pero… ¿y si vuelve Riquelme, si salimos campeones?
“Roban pero hacen” no tiene propietario político ni clase social. ¿Acaso ven
a algunos de los puristas de la pura transparencia protestando hoy en Plaza
de Mayo?

El tercer problema es que la comunicación no puede hacer arrancar la
economía. Y los economistas tampoco. Las cosas son más graves de lo que
parecen. Macri asumió para gobernar en el mundo de Obama. Ese mundo ya no
existe más. Macri abre los mercados, mientras todos los países centrales
debaten cuánto más proteccionismo van a tener, con Estados Unidos y Gran
Bretaña a la vanguardia. Hasta ahora no encontramos un solo indicio de que
el gobierno haya implementado alguna estrategia respecto de este verdadero y
huracanado cambio global.

Un presidente interpelado

Por más frases hechas sobre la “sociedad de la comunicación”, las buenas
estrategias de comunicación tienen límites muy precisos. Y, además, lo que
fue eficaz un día puede ser un boomerang una semana después.

Por ejemplo, la frase “no soy infalible” paga. Siempre y cuando no haya
millones que se pregunten si no es una puesta en escena que oculta un acto
de corrupción. ¿Es casual que estos expertos y verdaderos magos de la
comunicación hayan comunicado de modo tan calamitoso el asunto del Correo y
sigan cometiendo “errores”? Hay ministros que hacen agua. Las
contradicciones y falta de respuestas precisas se realzan de un modo muy
especial.

¿Puede resolverse el problema del Correo? Veamos. La idea de que Macri (el
padre, la familia, sus hijos, una confusión de macris) le debía 290 millones
de pesos al Estado en 2001 quedó instalada. Y la gente de a pie más o menos
sabe que un peso del 2001 ya no es lo que era. La ley de quiebras, los
argumentos de la fiscal y los juicios de los macris contra el Estado, todo
eso es más confuso y casi imposible de aclarar para el gran público.

El correo fue una cachetada: un sector de la sociedad que sólo tenía
preguntas para la economía, ahora también quiere saber el desenlace de la
telenovela del Correo. En este melodrama de padres e hijos, de si le dije o
no le dije, la sociedad puede tener paciencia pero va a pedir que el final
le deje en claro si hay o no espejo invertido respecto de las historias de
corrupción. Sobre todo porque el presidente le pide a todos los argentinos
que pongan el hombro, les dice a los empresarios “cambiemos”, les exige
generosidad en estas horas difíciles. Atención: el presidente pide que se
paguen los impuestos. Hasta el correo, era el presidente quien interpelaba
al resto. Pero desde ese momento el presidente está siendo interpelado.

No se trata de “la verdad”. Ni siquiera de una posición política o moral.
Los opositores más decididos al macrismo encuentran con el correo más
argumentos a una lista muy extensa. Pero el problema del gobierno aquí es
con sus votantes, con su propia popularidad. Porque de allí emanan quienes
ahora miran y dudan y preguntan. Obvio que para un sector Macri siempre será
su “mal menor”. Pero con eso al gobierno no le alcanza para octubre ni para
sostener su eficacia política. Necesitan a los votantes más dubitativos y a
los oficialista light y de último momento.

Por ahora el gobierno no tiene más recursos comunicacionales que apelar al
relato macrista de la “pesada herencia” para tratar de descargar el peso del
Correo. Puede advertirse que esa estrategia no va a funcionar por una razón
sencilla. Los indecisos que hicieron la diferencia entre las PASO y la
segunda vuelta (del 24 al 51%) quieren una “buena respuesta”: desearían que
Macri no usara su cargo para favorecer a su familia. Ellos ya tienen el
carrito completo sobre la corrupción del pasado y ahora tiene una pregunta
nueva. Y esa pregunta necesita una respuesta clara.

¿Hay modo de que el gobierno produzca una “respuesta clara”? ¿Es posible que
rechace de plano los intereses económicos de la familia presidencial? No hay
indicio alguno en ese sentido y ahí están los casos de Calcaterra, Caputo y
ahora la línea aérea de la familia que ayudará a destrozar Aerolíneas. Nada
de eso perforaría el teflón si la economía volara. Pero por ahora no es el
caso. El tema es que si el malhumor continúa y las respuestas satisfactorias
persisten en su ausencia, aquello que antes resbalaba ahora puede lastimar.
Todo depende del contexto. Y si no, pueden consultar a cualquier gobierno
anterior.

Juegos de alteridad

No todas son malas noticias en ese análisis de tiempos más largos para el
gobierno. Porque entre los contrincantes políticos siempre se establece un
modo específico de desplegar las disputas. Y mientras el gobierno se desvela
en una terquedad comunicacional que insiste –generando cansancio- en que
todo lo malo es el pasado, referentes muy relevantes del gobierno anterior
parecen obsesionados en decir lo contrario: el pasado es el paraíso. Esa
contradicción se desarrolla en un territorio común: discutir lo bueno y lo
malo de los gobiernos kirchneristas. Como explicamos, esa fue la estrategia
del gobierno desde marzo y fue lo que le permitió prolongar su popularidad
mientras se alargaba la recesión.

Pero la política es un arte extraño en el cual no siempre hay que responder
con las armas que propone el adversario. Justamente los gobiernos son
eficaces no cuando logran que no haya oposición, sino cuando logran que el
debate se despliegue en los términos que el propio gobierno propone. En este
caso, propone una controversia sobre la relación sobre pasado y presente,
como mecanismo justificatorio de la crisis.

La gente de a pie es poco proclive a escuchar a ex funcionarios hablando
maravillas de su ex gestión. Anda ocupada en otros temas y siente cierta
ajenidad respecto a estos debates de la política. Una distancia, una
desconfianza, que tiende a distribuirse entre distintos partidos. Muchos
dirigentes creen que es la actuación de sus adversarios lo que aleja a la
población de la política. Pero sólo las minorías más convencidas hacen
diferencias en ese sentido. A la distancia hay muchas cosas que se ven
similares de aquí y allá: usos inaceptables de dinero público, políticos
atornillados inamovibles, siempre los mismos. No cambian los discursos. No
se incorporan nuevas voces.

Además, la gente de a pie se percata de que el modo en que sacan las cuentas
comparando pasado y presente muchos dirigentes está muy sesgada. Del lado
del macrismo porque inventan una crisis que no hubo. Del lado del
kirchnerismo porque ese sector intermedio no va aceptar un balance que
excluya el hecho de que se negaron tres hechos muy presentes: la inflación,
la pobreza y la inseguridad. Y los balances sesgados generan cansancio. Y
distancia.

Toda esa acumulación puede ser donde se esté cocinando un malestar, que
puede devenir “antipolítica”. En realidad, se escuchan crujidos tectónicos
porque es probable que después del Correo ya nada sea igual. Pero si emerge
un descontento, si hay una irrupción, no necesariamente será antipolítica.

El desafío que tiene la oposición es si encuentra el modo de romper estos
juegos de alteridad, este territorio de disputas. Para poder pasar del
pasado al futuro. A soluciones que enamoren o que al menos sean atractivas.
Para la población es más importante el día a día que quién tiene razón sobre
esto o aquello. Y como en otras encrucijadas no encuentra la salida del
laberinto.

El tiempo pasa. Más tarde o más tempranos se producirá esa ruptura de la
lógica del debate político.

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