EEUU/ Respeta nuestra existencia o espera resistencia: histórica movilización de mujeres contra Trump [Claudia Salazar Jiménez]]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Ene 22 16:38:08 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

22 de enero 2017

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germain5 en chasque.net

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Estados Unidos

Histórica movilización de mujeres en Washington contra el presidente Donald
Trump

Respeta nuestra existencia o espera resistencia

La escritora peruana Claudia Salazar Jiménez -Premio Las Américas de
Novela-, que reside en Nueva York, cuenta para Página/12 su experiencia en
la multitudinaria marcha de mujeres en Washington en protesta contra el
flamante presidente norteamericano.

Claudia Salazar

Página/12, Buenos Aires, 22-1-2017

https://www.pagina12.com.ar/

Desde Washington DC

Ventanas destrozadas, tachos de basura quemados, la policía rociando gases
lacrimógenos a los manifestantes. Algunas calles de Washington DC
completamente cubiertas por el humo y la gente corriendo sin ningún orden.
El desborde de la frustración luego de la jura de Donald Trump como
presidente de los Estados Unidos el mediodía del viernes 20 de enero.

Este fue un panorama muy distinto al del día de ayer. Un día marcado por el
reclamo de justicia, igualdad y democracia en la marcha de mujeres más
grande de la que se tiene recuerdo. Se esperaba la asistencia de unas
doscientas mil personas, pero los primeros conteos afirmaban que el número
no bajaría de quinientos mil y que probablemente se acercaría al millón.
Según lo que pude ver, el millón es un número más cercano a esta explosión
de indignación y reclamo. Un millón de voces.

El día comenzó a las 4.30 de la madrugada en Nueva York, todavía con el
cielo oscuro, desde donde abordamos los buses que nos llevarían a la marcha.
Curiosamente, mi bus llevaba el nombre de “Bus de los artistas” y era uno de
los muchos que se lanzarían a la carretera a las 5 de la mañana, en una
caravana llena de feministas adormecidas. La llegada a DC estaba programada
para las 10, hora oficial del inicio de la marcha, con una asamblea donde
participarían personalidades reconocidas, activistas, artistas y
celebridades.

La mañana nos sorprendió en pleno tráfico de la carretera. La carretera
estaba llena de buses cuyo interior rebosaba de personas con carteles.
¡Todos iban a la marcha! Quizás nos despertó el cambio de velocidad del bus,
la sensación de que avanzábamos más lento o de que casi no lo hacíamos.
Aunque suene contradictorio, el cuerpo no sólo se irrita por la velocidad,
también es susceptible a la lentitud. La vida reclama seguir avanzando.

Y de pronto, una marea rosada. La ola de “pussy hats” nos dio la bienvenida
a Washington. Muchas mujeres de diferentes ciudades del país tejieron para
sí mismas y para sus amigas y compañeras de la marcha unos gorros de mil
tonos de rosa, con dos orejitas que simulaban un gato (también llamado
“pussy” en inglés, palabra que también denomina los genitales femeninos, la
“concha”). Los pussy hats eran democráticos, no discriminaban por edad,
orientación sexual, raza, había tantos tonos de rosado como grupos de
manifestantes. Pussy hats como respuesta indignada a la infeliz frase del
ahora presidente Trump, quien dijo a las mujeres que había que “agarrarlas
por la concha”. Bajamos del bus y uno de los primeros afiches decía “No vas
a agarrar ni mierda”, en letras doradas llevado por tres chicas totalmente
agatunadas. No solamente el gorro, sino las máscaras, la pose, colas, sus
cuerpos gritando rotundamente ¡NO! al desprecio misógino mostrado por Trump
durante su campaña electoral.

Otras amigas llegarían luego en otros buses, y confiábamos en nuestros
teléfonos y las redes sociales para encontrarnos. Así que nos dirigimos al
punto de inicio de la marcha, en el cruce de la Avenida Independencia y la
Calle Tres. La marea humana era impresionante, no solo por su cantidad sino
por su diversidad. Los carteles expresaban, en diversos tonos y estilos, los
reclamos y preocupaciones de quienes habíamos decidido participar, poner el
cuerpo en la capital del imperio.

La palabra “feminista” se repetía en remeras, banderolas, carteles, dibujos.
¿No decían que era una palabra que provocaba miedo y hasta rechazo? “Mi
cuerpo, mi decisión”, invocaban unas jóvenes universitarias que venían desde
Austin y marchaban por defender su derecho a elegir y a tener acceso a
Planned Parenthood, una organización sin fines de lucro que brinda acceso a
salud reproductiva de la mujeres. Trump y los congresistas republicanos
tienen en la mira retirar los fondos estatales que recibe esta institución,
lo que dejaría sin cobertura a mujeres de escasos recursos.

“Somos viejas mujeres repugnantes” (Nasty old women) reclamaban las remeras
rosadas de tres señoras que ya eran veteranas de las luchas feministas de
los años sesenta y que ven con temor una amenaza a estos derechos con el
gobierno de Trump.

Si los pussy hats fueron el objeto símbolo de la marcha, la frase “Nasty
woman” (mujer repugnante) se convirtió en el emblema. En plena campaña
presidencial, Trump no supo qué responder a las ideas de Hillary Clinton
durante un debate y sólo atinó a llamarla “Nasty woman”. Desde allí, lo
repugnante ha sido recuperado por los movimientos feministas y se ha vuelto
un significante que las mujeres llevan con orgullo: “Las mujeres repugnantes
siguen luchando”, “Las mujeres repugnantes consiguen hacer las cosas”,
“Sigue siendo repugnante”, y así en ciencia de carteles y hasta bandas que
llevábamos como si fuéramos ganadoras de concursos (abyectos) de belleza.

La marea humana no nos permitió llegar al inicio de la marcha, pues se iba
haciendo más compacta a medida que nos acercábamos a la avenida
Independencia. Por la calle tres fue imposible, así que intentamos por la
calle seis, donde habían colocado una pantalla gigante. En ese momento, daba
un discurso Gloria Steinem, una de las lumbreras del feminismo
estadounidense, desbordada ella misma por esa multitud que seguía creciendo
y ovacionándola. En su discurso reconoció la potente energía de los
manifestantes, la clara respuesta frente al nuevo presidente. Más ovaciones.
Y dijo también algo fundamental, que es importante poner el cuerpo y no
solamente “hacer clics”. Más ovaciones. En ese momento me di cuenta de que
no había cobertura de Internet. Como si fuera un conjuro de la Steinem, no
más clics, ni tweets, ni Facebook. Puro cuerpo. Piernas para seguir
marchando, piel para seguir aguantando el frío, brazos para levantar
nuestros carteles.

La avenida Independencia se resistía, y ya que era central en la ruta de la
marcha, había que entrar en ella. Mientras tanto, sus márgenes, las avenidas
paralelas veían también la marcha sin la celebridades. Un niña llevada en
hombros por su padre con el cartel “Ya es suficiente. Soy suficiente; una
madre y su hija compartiendo “Pelea como una chica”; un niño de ojos
brillantes reclamando “Protejamos a los niños trans”; la joven afroamericana
sin pussy hats pero con los bigotes gatunos dibujados sobre el rostro; el
chico de falda y su “bésame, soy queer”; diversidad de reclamos, diversos
motivos por los que estábamos allí.

La diversidad también se organizó paralelamente en grupos de tambores. Uno
muy especial fue el grupo Batala, de DC. Se alinearon a un lado de la acera
y bajo la dirección de una mujer que parecía salida de una película hippie
(vestido delicado, ¿cómo no sentía frío?) impregnaron el aire húmedo de la
resonancia de sus tambores. Ligeros al inicio, y cada vez más potentes, más
y más hasta que los cuerpos se convertían en una extensión de esas
vibraciones. Los cuerpos eran percusión y el frío se volvía nada, mientras
que detrás de la banda un cartel resumía la escena: “Solamente amor”.

Otro intento por entrar en la Independencia; pero los márgenes ya había
hecho lo suyo: la marcha tuvo que cambiar su ruta. En ese momento, la
internet se reactivó y entró el mensaje de una amiga: “Claudia, que está
pasando, no estamos avanzado aquí. Estamos cerca del estrado”. Iba a
responder y la red de cayó nuevamente. Pasó eso, el desborde.

Pasó que la ruta Pre establecida no pudo contenernos. Ni a los musulmanes
repitiendo “No somos terroristas”, ni a los afroamericanos con su combativo
“Black Lives Matter”, ni a los latinoamericanos con carteles escritos en
español “Los migrantes no somos violadores”. Menos aún a los niños que
corrían envueltos en las banderas del arco iris y a los miles de hombres que
caminaban al lado de sus esposas, amigas madres, abuelas, con carteles “Yo
apoyo lo que digan ellas” y flechas señalando a todas las que marchábamos. O
a aquel chico delgado con pinta de rockero “Los hombres de calidad no temen
la igualdad”.

Dentro de su ritmo pacífico, hubo también espacio para el disenso y las
manifestaciones medievales en medio de la marcha: grupos religiosos
conservadores que nos llamaban pecadoras y abominación, leyendo en voz alta
pasajes bíblicos y conminándonos a regresar a nuestro rol natural de santas
mujeres, adjudicado por el buen señor de los cielos, y carteles repitiendo
lo mismo; se acercó una mujer con flores y el lema “Querido Blanco
supremacista patriarcal. No somos nosotras, eres tú. “¡Lárgate!”. Y a pocos
metros, uno de ellos llevando orgulloso su cartel: “El feminismo es una
rebelión”. Todas pasamos a su lado y nos tomamos fotos con él, sonrientes.
En su ignorancia conservadora, el tipo lo había dicho todo.

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