Debates/ "El fracaso de la Unión Soviética fue una derrota para la humanidad" [Leonardo Padura - entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Ene 28 10:45:26 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

28 de enero 2017

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Debates

Entrevista a Leonardo Padura

"El fracaso de la Unión Soviética fue una derrota para la humanidad" (*)

Antía Castedo

BBC Mundo, 24-1-2016

http://www.bbc.com/mundo/

Fue el mayor experimento socialista de la historia, empezó como una
revolución contra un régimen zarista opresor y logró convertirse en una
mastodóntica unión de repúblicas, la Unión Soviética, que llegó a ocupar un
sexto del territorio del planeta. La Revolución bolchevique o Revolución de
octubre de 1917, hecho fundacional de la URSS, cumple este año su 100
aniversario. Y para reflexionar sobre este hecho, sus grandes protagonistas
y las deformaciones del sueño socialista, BBC Mundo conversó con el escritor
cubano Leonardo Padura, invitado a la XII edición del Festival Hay, en
Cartagena.

En su libro "El hombre que amaba a los perros", publicado en 2009 y recibido
con entusiasmo tanto por la crítica como por los lectores, Padura se adentró
en las causas que hicieron fracasar "la gran utopía del siglo XX". La
ingente tarea le llevó cinco años, durante los cuales se sumergió en las
vidas de Lev Davídovich Bronstein, León Trotsky, fundador del ejército rojo
y líder de la revolución bolchevique junto a Vladimir Illich Lenin; y de su
asesino Ramón Mercader del Río, un militante comunista español que renunció
a su identidad para matar en 1940 en México a quien José Stalin había
convertido en el mayor enemigo de la URSS.

-Has explicado que, más que sobre el fracaso en sí de la URSS, lo que te
propusiste investigar en "El hombre que amaba a los perros" fue la
perversión de la utopía soviética. ¿Cuándo se pervirtió esa utopía?

Yo creo que el hombre occidental está persiguiendo una utopía igualitaria
desde la Antigüedad, desde que existe lo que pudiéramos llamar los
principios de la civilización occidental. Y la Revolución Rusa, en su
momento, fue la encarnación de la posibilidad práctica de establecer esa
utopía.

-¿Por qué fue tan sorpresiva y espectacular la caída de la Unión Soviética?

Hubo al principio, como en todas las revoluciones, convulsiones sociales,
políticas, económicas y unos niveles de violencia que fueron conmovedores.
Lo mismo ocurrió en la Revolución Francesa. Este movimiento pudo ser por
momentos violento, pero era necesario para cambiar un régimen y establecer
otro completamente diferente y revolucionario.

Creo que había un sentido de caminar hacia una sociedad igualitaria donde
hubiera un máximo de libertad con un máximo de democracia.

Pero cuando ya habían empezado las luchas en el interior del partido
bolchevique, cuando ya se establece la Unión Soviética y el partido es
prácticamente el único que tiene un papel activo en la vida soviética,
ocurre la muerte de Lenin [en 1924].

A partir de ahí, esos enfrentamientos adquieren un carácter mucho más
cotidiano. Se produce una lucha que va a terminar con el ascenso al poder
absoluto de Stalin. Este es un punto climático en la evolución del proceso
revolucionario ruso y el comienzo de esa perversión.

Porque empieza el momento en que se dice una cosa y se hace otra, se teoriza
sobre la grandeza de lo que está ocurriendo y a la vez ocurren cosas
miserables. Y eso marca toda esa década terrible que fue la década de los 30
del siglo pasado en la que había que estar con unos o con otros, y eso
significaba estar contra unos o contra otros. Eso pervierte la idea
originaria de la revolución y la posibilidad de establecer realmente esa
sociedad de los iguales.

-¿Crees que el devenir de la sociedad soviética hubiera sido distinto si
Trotsky hubiera vencido la lucha de poder que se dio antes y después de la
muerte de Lenin?

Es la pregunta que más veces me han hecho y que más trabajo cuesta responder
porque es una especulación histórica. La historia hay que mirarla como lo
que ocurrió y no como lo que pudo haber ocurrido.

Yo tengo la idea de que tal vez con Trotsky los métodos hubieran sido
distintos. Pero si ya había comenzado esta lucha de facciones, al final los
resultados podían ser bastante parecidos.

Creo que tal vez, y todo esto es una pura especulación -no tengo ningún
derecho, creo a veces, a emitir estos juicios-, pero creo que en lugar de 20
millones de muertos Trotsky hubiera llegado a lo mismo con "solamente" un
millón.

Pero habría habido igual violencia, marginación y el establecimiento de un
poder que ya no tenía que ver esencialmente con el principio revolucionario
de este partido que pretendió ser democrático y terminó siendo tiránico.

La evolución de Trotsky hay que entenderla a partir de este momento en que
se produce la lucha interna en el partido, la muerte de Lenin, su
marginación e incluso, sobre, todo su exilio en México.

Hay que entenderla como la evolución de un pensador que está fuera del
poder. Y desde fuera del poder la actitud es completamente distinta a la que
se tiene desde el poder. Y por eso, tal vez, se mira a Trotsky con una mayor
simpatía histórica, porque su coyuntura histórica fue totalmente diferente.

-¿Por qué elegiste la figura de Trotsky para contar ese desmoronamiento
moral del proyecto socialista? ¿Te planteaste desde el principio hacer esa
investigación de cómo se cayó el sueño o partiste de la figura de Trotsky y
eso te llevó a hacer la novela que finalmente escribiste?

Las novelas tienen orígenes bastante raros y después, cuando uno trata de
mirarlas en perspectiva, casi que puede explicar esos orígenes, pero en el
momento en que está surgiendo la idea es un proceso muy extraño.

Hay líneas del subconsciente que se están moviendo a veces sin uno tener una
noción exacta de hacia dónde van.

Yo creo que el origen de todo estuvo en mi ignorancia, la ignorancia forzada
que existía para un joven estudiante universitario cubano que quería saber
algo de un personaje del cual se decían las peores cosas sobre su papel
dentro de la historia y del movimiento revolucionario del siglo XX.

Trotsky era el enemigo por excelencia y cuando quise saber algo sobre él, me
di cuenta de que aquí en Cuba era prácticamente imposible obtener
información sobre su figura, que fuera al menos balanceada. Por eso cuando
fui por primera vez a México quise visitar la casa de Coyoacán [en Ciudad de
México] donde lo habían asesinado.

En esa visita sentí una conmoción muy fuerte. Ese lugar me impresionó
físicamente y empecé a entender un poco el drama de lo que había ocurrido
allí: un hombre que estaba refugiado, autoencarcelado prácticamente, él
mismo decía que el sonido de las puertas de hierro que habían hecho instalar
en Coyoacán le recordaba el de una celda donde había estado preso antes de
la revolución, y cómo hasta allí llegó la mano de Stalin para matarlo, en el
momento en que Trotsky tenía menos poder efectivo.

Esto me hizo pensar hasta qué punto Stalin había pervertido las ideas del
socialismo y hasta qué punto tenía una personalidad enferma.

Yo creo que el origen de todo estuvo en mi ignorancia, la ignorancia forzada
que existía para un joven estudiante universitario cubano"

Y encontré que dramáticamente era un momento muy revelador, muy ilustrativo.

La literatura tiene que tratar de buscar eso. Uno puede escribir de las
vidas más comunes y corrientes, pero si te encuentras una vida
extraordinaria, en un momento extraordinario, en una situación altamente
dramática, mucho mejor.

A esto se sumó después el saber que Ramón Mercader, el asesino de Trotsky,
había vivido en Cuba los últimos cuatro años de su vida, había muerto en La
Habana en el año 78 en esa misma época en que yo estaba estudiando en la
universidad, y que yo pude haberme encontrado con él y no hubiera sabido
quién era.

Todo esto me impulsó finalmente a escribir la novela con estos dos
personajes y a contextualizarla con un personaje cubano que de alguna forma
tiene una experiencia generacional y vital similar a la mía [se refiere al
personaje ficticio de Iván Cárdenas, un escritor frustrado que en 1977
conoce a un personaje que le cuenta la historia de Mercader y el asesinato].

-Y tras toda la investigación que hiciste, ¿cuál es tu percepción sobre la
figura histórica de Trotsky?

Te podrás imaginar que yo estuve dos años investigando, leyendo, luego tres
años escribiendo sin dejar de leer e investigar, porque es un tema infinito,
inagotable.

A la hora de escribir, yo tenía una condición: necesitaba al Trotsky vivo,
no al que se mira en la perspectiva de la Historia, sino al cercano a su
momento histórico vital. Y por eso trabajé con la biografía de Isaac
Deutscher, que empezó a escribir unos años después del asesinato, cuando
todavía estaba viva Natalia Sedova [la segunda mujer de Trotsky].

Y al final me doy cuenta de que Trotsky también fue un fanático, era un
empecinado que tuvo la capacidad de evolucionar en algunas de sus ideas
precisamente porque estaba en la oposición.

Yo creo que ese manifiesto a los intelectuales del mundo [Manifiesto por un
arte revolucionario independiente, 1938] que él redacta con André Bréton y
que firman Bréton y Diego Rivera, en el que él le exige a Bréton que cuando
se hable de la libertad del creador sea toda la libertad, hace que su figura
tenga una perspectiva histórica mucho más revolucionaria, mucho más
evolucionada que la de otros contemporáneos suyos e incluso de gente que
vino después. Pienso que este tipo de cosas históricamente lo han salvado y
han hecho que todavía hoy tenga seguidores en el mundo.

Trotsky era un revolucionario profesional, él era un hombre que vivía,
desayunaba, almorzaba y comía revolución.

A lo largo de estos años me he encontrado con mucha gente que me ha hablado
de Trotsky con simpatía e incluso me ha revelado que era o seguía siendo
trotskista.

Pero rara vez me encuentro a alguien que todavía hoy se confiese
estalinista. Creo que esa es una victoria histórica importante para la
figura de Trotsky.

-Sin embargo, era una persona extremadamente ortodoxa en sus planteamientos.

Sí. Él era un revolucionario profesional, él era un hombre que vivía,
desayunaba, almorzaba y comía revolución.

De ahí el sacrificio al que somete a toda su familia, el autosacrificio al
que él mismo se somete, siempre en función de su proyección como
revolucionario y como una figura que se sentía en el centro de la historia.

Los personajes de tu libro parecen haber perdido la capacidad de ser dueños
de sus propias vidas. ¿Crees, como afirman muchos liberales, que la libertad
y la igualdad son en cierta manera excluyentes?

Yo creo que la libertad debe ser un principio sagrado de los hombres, que
toda la lucha y el progreso del hombre ha sido encaminado hacia la obtención
de la libertad, en todos los sentidos y manifestaciones. Y es algo que nunca
podemos sentir que es vano, la lucha por la libertad.

Por eso creo que la desaparición de la Unión Soviética y el fracaso
político, social y filosófico antes de su desaparición fue una derrota para
la humanidad en su eterna aspiración de crear un mundo mejor, y que de
alguna manera los acontecimientos que han ocurrido con posterioridad lo
demuestran, al igual que lo que estamos viviendo ahora en el mundo, una
administración de Estados Unidos que no sabemos adónde va, una Europa que se
está tambaleando, una Rusia fuerte, una China que lo devora todo… Y te hablo
de las grandes fuerzas, eso se puede llevar a todos los extremos, lo que
está ocurriendo en África, en fin...

Creo que de alguna manera hay que refundar una utopía. Cómo, quién, dónde no
lo sé, no tengo la capacidad para poder predecirlo, estimarlo, considerarlo.
Pero sí creo que el derecho del hombre a ser libre y a vivir en una
verdadera democracia en la cual tenga derecho a ejercer su libre albedrío,
es importante.

Fíjate si esta idea a mí me persigue que después de "El hombre que amaba a
los perros" escribí "Herejes", que es una novela que tiene que ver
precisamente con el tema de la libertad, el ejercicio de la libertad y el
precio que se paga por ejercerla. Y ahora estoy escribiendo una novela en la
que hablo otra vez del tema del hombre y sus circunstancias.

Cómo la circunstancia, cómo la Historia, puede cambiar la vida del hombre, o
de un hombre (lo que pasa es que en las novelas lo personificamos con los
personajes), cómo puede alterar el destino de una persona y moverlo por
caminos inesperados sin tener la opción de escoger libremente.

-¿Crees que tanto Trotsky, como Mercader e Iván comparten esa derrota?

Pienso que sí. Cada uno en su estilo, manera de pensar, contexto, propia
evolución como individuos. Iván representa una generación cubana, la
generación a la que yo pertenezco, que creció dentro del proceso
revolucionario y que siempre estuvo a la expectativa de la llegada de un
futuro mejor y ese futuro mejor, cuando parecía que se lograba, se volvía a
alejar, se volvía a alejar, y siempre estamos persiguiéndolo y no logramos
llegar a él definitivamente.

El final de Iván es el final de una ilusión. Es el personaje más dramático
porque al fin y al cabo Mercader obedeció [las órdenes de Stalin] porque
quiso obedecer, y Trotsky practicó su oficio de revolucionario a tiempo
completo porque era su vocación.

Iván no, es una hoja en el viento de la Historia que es arrastrada desde un
lado hacia otro y no tiene control sobre sus propias decisiones y eso hace
que sea el más derrotado y el más dramático de todos los personajes.

-¿Te sientes identificado con características de este personaje?

Yo creo que mucha gente de mi generación en Cuba, no tengo derecho a decir
todos, pero creo que mucha gente de mi generación así lo siente.

Hay algo que ha sido mi mayor satisfacción como autor de esta novela, y fue
que durante mucho tiempo, muchas personas aquí en Cuba, cubanos que vivían
fuera de Cuba, me dijeron que gracias a esa novela habían entendido mejor su
propia vida. Es una lectura que a cualquier escritor le provoca una enorme
satisfacción. Incluso hay gente que me ha dicho que esta novela le cambió la
vida.

No sé si será cierto o no, pero por lo menos creo que les hizo ver algunas
cosas de otra manera.

-La URSS fue más que Stalin pero estuvo muy marcada por su figura. ¿Hay algo
salvable en esa utopía?

Las revelaciones de los últimos años son tan terribles…

Para empezar creo que no hubiera podido escribir esta novela antes, sino
hasta que se desvelaron toda una serie de verdades que no conocíamos sobre
la Unión Soviética.

Hasta que se abrieron los archivos de Moscú, había un desconocimiento
general, por ejemplo de lo que había ocurrido con la presencia soviética en
España durante la Guerra Civil.

Cuando lees "El fin del Homo Soviéticus" de la Premio Nobel ucraniana
Svetlana Alexievich, te das cuenta de que para muchas personas fue un
momento glorioso de la Historia y así lo siguieron sintiendo incluso una vez
que desapareció la URSS, y que para otros fue realmente un infierno en vida.

Y la cantidad de seres humanos que fueron sacrificados en la URSS por ese
proyecto utópico, creo que fue algo que la condenó realmente, como proyecto,
como país, como sociedad.

-¿Qué impacto tuvo el estalinismo en Cuba?

El sistema soviético que se exporta y adopta en el mundo es un sistema
esencialmente estalinista en la economía, en la política, en la forma de
manejar la sociedad. No había otro modelo en aquella época para establecer
un socialismo real.

Surgieron y se ensayaron otras posibilidades que fracasaron muy rápidamente,
no tuvieron la solidez ni la capacidad para establecerse. Pienso por ejemplo
en el proyecto de Salvador Allende en Chile, un tipo de socialismo que
llegaba por vía democrática, u otras experiencias posteriores.

Pero en lo que se llamó el socialismo real, el modelo económico era
profundamente estalinista, toda la estatalización de la economía, así como
el sistema de partido único, la forma de hacer la política interior y
exterior, tenía que ver con este modelo que Stalin estableció en la Unión
Soviética.

Por suerte, en Cuba nunca se llegó a los extremos que ocurrieron en la URSS.

Por ejemplo, aquí en Cuba en los años 70 del siglo pasado hubo lo que se
llamó el "Quinquenio gris" o el "Decenio negro" de la cultura cubana, una
época en que fueron marginados muchos intelectuales y artistas por creencias
religiosas, tendencias sexuales, actitudes políticas, y fue una época muy
dura. Pero esta gente no fue al gulag ni fueron fusilados, como sí pasó en
la URSS.

En Cuba fueron apartados, lo cual es terrible. Que escritores como Virgilio
Piñera o José Lezama Lima hayan muerto en ese ostracismo, creyendo que nunca
sus nombres nunca iban a ser rehabilitados, que nunca iban a ser publicados,
como de hecho no lo fueron hasta varios años después de su muerte…

Después de la desaparición de la URSS, Cuba mantiene un sistema socialista
en el que todavía, por ejemplo, en el terreno económico hay una
preponderancia de la economía estatal pero la forma de relacionarse de las
personas, la forma de vivir, no sé si por una cuestión cultura, climática,
política, social… Afortunadamente es diferente y hay espacios posibles.

Y creo que lo que demuestra el hecho de que mientras Vasily Grossman no pudo
publicar "Vida y destino" en la URSS, y ese libro se salvó milagrosamente
porque existía una segunda copia en papel cartón que la KGB no encontró (y
hablo de la URSS de Nikita Kruschev, no de Stalin), yo acá en Cuba escribí y
publiqué "El hombre que amaba a los perros".

Puede que haya personas a las que no les haya gustado, creo cada cual tiene
derecho de que le guste o no determinada forma de pensar, pero fue posible
escribirla, publicarla, presentarla en público, que ganara el Premio de la
Crítica Literaria de su año y que después yo ganara el Premio Nacional de
Literatura. Esto en sí mismo demuestra que la forma de los sistemas fue
diferente.

-¿Te encuentras más cómodo en tu papel de escritor en Cuba? ¿Ha habido una
progresión en términos de libertades en los últimos tiempos?

Nunca tenemos toda la libertad que deseamos ni toda la libertad que
deberíamos tener.

Hay incluso sociedades que se ufanan mucho de tener grandes espacios de
libertad y al final uno entiende que hay límites para esa libertad que
pueden venir de cualquier parte, de la economía, de la política, de la
religión, de la cultura o de la Historia.

En el caso cubano, creo que no se debate en Cuba lo suficiente, no hay esos
espacios que yo siento que debería haber, y todavía hay mucho que avanzar.

Todavía ocurren casos de censura lamentablemente, de películas, de libros
que no se publican, de obras de teatro que se suspenden... Esto tiene que
ver con un pensamiento burocrático acendrado, con el miedo de los burócratas
al pensamiento y a la libertad.

Pero pienso que sobre todo los creadores han asumido esa necesidad de un
ejercicio libre de su trabajo de una manera muy consecuente y la mayor parte
de la creación artística que se hace en Cuba tiene ese carácter interrogador
de la realidad.

-Algunos estudios de opinión en Rusia arrojan que los ciudadanos relacionan
la idea de gran nación que promueve su presidente, Vladimir Putin, con la
"gran Unión Soviética" de Stalin. Y se identifica su figura con esa grandeza
que remite a los tiempos de Stalin. Incluso en algunos sectores de Europa y
de América Latina hay cierta admiración por la Rusia actual y Putin. ¿Qué te
parece?

Es un tema muy complicado y difícil de explicar y entender.

Putin es una figura bastante compleja, por decirlo de la manera más suave y
elegante.

Rusia siempre ha tenido esa voluntad imperial de ser una gran potencia y, en
efecto, en la época la URSS decidía la suerte política del mundo. Creo que
Putin ha manipulado muy bien o con mucha eficacia ese sentimiento y ha
restablecido el orgullo perdido.

Sin embargo, algunos de sus métodos no son para nada recomendables ni
admirables, pero es lo que hay, en un mundo en el que han ocurrido todas
estas revelaciones de lo que sucedió en Estados Unidos y la posibilidad de
que un espionaje ruso que haya influido en las elecciones y a la vez que un
hombre como Trump al parecer vaya a establecer una relaciones menos intensas
con Rusia… Uno se descoloca por completo y empieza a dudar de todo lo que
cree y de todo lo que sabe.

Las crisis económicas de los últimos años, los problemas de la inmigración,
los problemas del terrorismo han colocado al mundo en una situación muy
difícil.

Y yo creo que lo de Putin tiene que ver con esa nostalgia que explica muy
bien Svetlana Alexievich por un mundo donde las cosas se presentaban -no es
que fueran, pero al menos se presentaban- en blanco y negro y era más fácil
saber dónde uno se ubicaba.

Pero ahora hay una confusión ideológica y política que, realmente, cuesta
mucho trabajo entender dónde estamos y hacia dónde vamos.

(*) Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Cartagena,
un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad
colombiana entre el 26 y el 29 de enero de 2017.

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