Venezuela/ Desde Caracas: postales de una Venezuela en crisis [Juan Andrés Gallardo]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Jul 16 13:37:36 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

16 de julio 2017

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Venezuela

Desde Caracas

Postales de una Venezuela en crisis

Juan Andrés Gallardo, corresponsal de La Izquierda Diario en Venezuela

Ideas de Izquierda, N° 39, julio 2017

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Amanece en Caracas y a pesar de la brisa que baja desde el cerro El Ávila,
el sol ya pica anunciando los 29 grados de unas horas más tarde. Frente a la
plaza La Candelaria unas cien personas forman fila para conseguir pan salado
(tipo francés). La escena se repite en la cuadra anterior y en la siguiente.
La Candelaria es un barrio de inmigración española y portuguesa con
tradición panadera aunque por la falta de harina de trigo los negocios solo
ofrecen pan una o dos veces a la semana. Las tres o cuatro piezas cuestan
una décima parte de lo que vale una bolsa de pan lactal en un supermercado,
lo que explica que el ritual se multiplique frente a cada panadería, aunque
la espera sea de más de una hora.

Así arranca el día para gran parte de la población de Caracas. Falta aún
saber si habrá transporte para llegar al trabajo, pasar por el banco para
retirar efectivo y pensar en volver a hacer fila por la tarde para conseguir
algo para la cena a un precio razonable.

“Lo peor fue agosto del año pasado. Ahí solo comíamos mango. A la mañana, en
el almuerzo y a la noche. Era todo lo que había”, me dicen para aclarar que
ahora se está mucho mejor. Es cierto que el peor momento de
desabastecimiento ya pasó, pero de todas maneras la mayoría tiene que remar
cada día para sobrevivir con un sueldo que no alcanza ante una inflación
descontrolada.

Como no existen datos oficiales los índices se miden en base a lo que dicen
consultoras privadas. Según esos informes, la inflación del año pasado fue
de 700 % y para este año se espera que supere el 1.000 %, pero el aumento de
salarios está muy lejos de equiparar estas cifras. Sin paritarias ni
negociaciones con los sindicatos, es el gobierno de Nicolás Maduro el que
anuncia los aumentos salariales por decreto. El último, en mayo de este año,
fue del 60 %, llevando el salario mínimo a 65.000 bolívares (10 dólares a
valores del mercado paralelo en mayo), que equivale a 7 hamburguesas en una
cadena de comida rá- pida o 13 botellas de Coca Cola en un supermercado. Al
salario mínimo se lo compensa con un Bono Alimentación de 135.000 bolívares,
completando así 200.000 mensuales (poco más de 30 dólares en el mercado
paralelo). En contraste, la Canasta Básica Familiar ese mismo mes fue de
1.400.000 bolívares (Centro de Documentación y Análisis Social).

Esto es lo que explica que gran parte de los venezolanos empleen una porción
importante de su tiempo libre en conseguir alimento o medicinas (que también
escasean), evitando recurrir a los bachaqueros (mercado negro) que tienen
productos difíciles de encontrar, a precios imposibles. Si bien existe una
serie de productos básicos que deberían tener precios controlados, los
empresarios se las rebuscan para hacer buenos negocios bajo la mirada
cómplice del gobierno. Así la leche pasó a llamarse “bebida láctea” para
poder venderla a 5.000 bolívares el litro, muy por fuera del alcance de
alguien que cobra el salario mínimo, y ni hablar para los desocupados
–muchos de ellos jóvenes–, o los que fueron quedando en los márgenes y, cada
vez más, se los ve buscando comida o algo que puedan vender entre la basura.

El año pasado, durante el período de mayor desabastecimiento, a esta rutina
se le sumaban horas bajo el sol esperando en los Mercados de Alimentos
montados por el Estado con precios subsidiados. Sin embargo los productos
cada vez eran menos y la impaciencia de la gente cada vez mayor. El gobierno
tomó nota de la situación y puso en marcha los Comités Locales de
Abastecimiento y Distribución (CLAP), que tienen el doble objetivo de
entregar alimentos en forma directa y tener mayor control social en los
barrios más empobrecidos.

***

Caracas está literalmente partida al medio. No hay mejor representación
física de la “grieta” política, que la ubicada en las inmediaciones de la
estación de metro Chacaito, en el centro de la ciudad. Allí termina el
municipio Libertador, que se extiende hacia el oeste, y comienza el
municipio Chacao, que se extiende hacia el este donde se adentra en el
estado Miranda, del que es gobernador el opositor Henrique Capriles. Pero la
división no es solo administrativa, sino ante todo política. En el oeste se
encuentran los principales edificios públicos y las urbanizaciones de clase
media y baja, que se extienden por los cerros. Bajarse en alguna de las
estaciones de metro del oeste es encontrarse con un cartel que dice
“Bienvenido a territorio chavista”. Allí se encuentra la sede del Tribunal
Supremo de Justicia (TSJ), principal aliado de Maduro junto al Consejo
Nacional Electoral (CNE), y también el Palacio Miraflores, sede del
gobierno. Es por esto que la orden de la Policía y de la Guardia Nacional
Bolivariana es que ninguna de las marchas de la oposición llegue al oeste.
Para esto no solo recurren a una brutal represión, que ya se cobró decenas
de muertos, sino que bloquean perió- dicamente todas las calles que forman
la línea imaginaria entre ambos hemisferios.

Por el contrario, en el este domina la oposición de derecha organizada en la
Mesa de Unidad Democrática (MUD). Allí se encuentran las sedes de las
principales empresas, donde los ejecutivos tienen el sueldo garantizado en
dólares (1 dólar pasó de valer en el mercado paralelo 5.800 bolívares en
mayo, a 8.000 a fines de junio). Allí también se encuentran las sedes de las
embajadas, los principales shopping y en sus supermercados no faltan
productos, aunque los precios son inaccesibles para alguien que vive con un
salario. Salir de una estación de metro en el este equivale a encontrarte
con carteles de “No + Dictadura”, “Maduro dictador” o “Yo soy libertador”.
Esta última es la consigna que utiliza la derecha para hacer sus llamados
permanentes a los militares para que den un golpe de Estado y saquen a
Maduro del gobierno. Es que a pesar de contar con figuras recicladas de los
viejos partido neoliberales, o contar con partidos como Voluntad Popular del
encarcelado Leopoldo López, que se presenta como una derecha renovada,
detrás de un discurso demagógicamente democrático se mantiene el ADN
original de la derecha golpista venezolana. La misma que en abril de 2002
encabezó junto a los militares un fallido golpe contra Chávez, y a fines de
ese año volvió a la carga con un lock out petrolero para intentar asfixiar
la economía, que también fracasó.

Ese ADN es el que le vuelve a salir por todos los poros a los dirigentes de
la oposición de derecha cada vez que pueden, y que se mueven entre el apoyo
del imperialismo estadounidense y los llamados recurrentes a la Fuerza
Armada. En mayo llegaron a convocar una marcha sobre el Fuerte Tiuna,
principal cuartel militar del país, exigiendo que le retiren el apoyo a
Maduro, es decir, que den un golpe.

A pesar del discurso democrático que enarbolan, es ese ADN el que no termina
de convencer a sectores cada vez más amplios disconformes con el chavismo,
pero que no se “enamoran” de una oposición que se parece tanto a esa derecha
que gobernó el país durante medio siglo bajo el Pacto de Punto Fijo.

Es quizá la juventud, la que no vivió las “mieles” del chavismo pero sufre
las miserias del madurismo, la que puede aparecer como el sector social más
dinámico. Están los jóvenes, en su mayoría de clase media, que se pone al
frente de las movilizaciones de la MUD, se enfrenta con la Policía y son la
mayoría de los que mueren producto de la represión. La derecha también
dirige la mayoría de los centros de estudiantes de las universidades, que
son parte de las movilizaciones opositoras. Pero también están los jóvenes
de los barrios populares que salen a enfrentarse con la Policía, y no lo
hacen bajo la ideología y el programa de la derecha, sino bajo el de la
falta de horizonte, el hambre y la desesperación. Allí no domina la MUD, y
la bronca con el gobierno de Maduro va en ascenso.

***

“Si no le pones el doble en lugar de arepas, te quedan puras tortillas”, se
queja un caraque- ño. Se refiere a la harina de maíz que los venezolanos
usan para hacer arepas, una de sus comidas básicas, y la queja está basada
en que los paquetes que se incluyen en la bolsa del CLAP provienen de
México, donde el refinado es mayor. De México también provienen la mayoría
de los productos de la bolsa (o caja, ilustrada con imágenes de Chávez y
Maduro).

Las bolsas que se entregan una vez al mes incluyen arroz, leche en polvo,
harina de maíz, azúcar, fideos, aceite, margarina, atún y algunos otros
productos. Tienen precio subsidiado, que era de 10.000 bolívares desde que
se creó en 2016 y acaba de subir a 18.000 (que sigue siendo un valor muy
bajo). Para recibir las bolsas solo hay que estar censado, y cada vivienda
recibe una bolsa (sin importar la cantidad de habitantes). El reparto lo
hace el Ejército, junto con los consejos comunales (ligados al Partido
Socialista Unido de Venezuela, PSUV), y se reparten puerta a puerta: un
mecanismo de control social fenomenal.

Es común escuchar denuncias sobre barrios opositores donde el CLAP no
aparece o llega tarde. Sin ir más lejos en Petare, un barrio popular de 40
kilómetros cuadrados al “extremo este” de Caracas, ya en el estado Miranda,
el CLAP recién llegó hace tres meses. Sin embargo allí hace tiempo que está
presente la OLP (Operación de Liberación del Pueblo), un cuerpo de seguridad
que combina Policía, Guardia Nacional y servicios de inteligencia
específicos para los barrios pobres, que van encapuchados, con
ametralladoras y acompa- ñados de tanquetas; lo que combina control social y
terror bajo la excusa de la seguridad de los pobladores.

Pero la actuación de la OLP no se limita a los barrios donde tiene presencia
la oposición, sino que está presente ante todo en los que domina el
chavismo. Allí actúan en común con los “colectivos”, bandas paramilitares
ligadas al aparato del PSUV y que hacen el trabajo sucio de completar desde
la ilegalidad lo que las fuerzas de seguridad no pueden hacer desde la
legalidad. Así se vio en La Vega, un populoso barrio del suroeste de Caracas
de larga tradición chavista, donde el retraso en la entrega del CLAP de mayo
se transformó en una protesta con más de 12 horas de enfrentamiento entre
los pobladores y la Guardia Nacional, la Policía y las OLP.

La represión, que fuera de Venezuela se muestra dirigida exclusivamente
hacia la oposición, es sufrida a diario por los jóvenes de los barrios
populares y también se enfoca en cualquier conflicto que cuestione al
gobierno. En los últimos meses reprimieron tanto a trabajadores no docentes
en huelga de la Universidad Central de Venezuela, como a médicos que
protestaban por la falta de medicamentos o liceístas que salieron a las
calles.

Las fuerzas de seguridad también se usan para aplastar cualquier intento de
saqueo por hambre, sobre todo en el interior del país. En este aspecto la
oposición coincide con Maduro y habilita la represión en los municipios que
gobierna. En una reciente “noche de furia” en Maracay, que comenzó como una
protesta de derecha y se extendió a los barrios humildes en forma de
saqueos, la oposición de la MUD pidió la intervención de la Guardia
Nacional, mientras que Hernique Capriles definía desde su cuenta de Twitter
la situación como de “caos y anarquía”.

***

“Acá no hay ninguna polarización, acá todo el mundo está contra Maduro”, me
dice un profesor universitario. La afirmación es cierta pero a medias. Es
real que el gobierno viene perdiendo popularidad, y no solo por la
catástrofe económica sino también por el llamado a una Asamblea
Constituyente que hoy rechaza más del 65 % de la población. Sin embargo, por
arriba, la polarización política entre el gobierno y la MUD sigue marcando
la vida política del país.

El gobierno y la oposición se miden en la calle a diario desde que a fin de
marzo el TSJ decidió quitarle las atribuciones a la Asamblea Nacional, en la
que la oposición tiene mayoría. Esta movida estaba por fuera de la relación
de fuerzas y Maduro tuvo que retroceder en pocos días, pero el “daño” ya
estaba hecho y la oposición vio la oportunidad para volver a salir a las
calles y exigir elecciones anticipadas. Maduro no anunció cronograma
electoral pero sí convocó a una Asamblea Nacional Constituyente que terminó
convirtiéndose en su principal problema. Faltando un mes para que se voten
constituyentes (a fines de julio), el llamado fue boicoteado por la
oposición y solo cuenta con candidatos del PSUV, además de que la mayoría de
los venezolanos no cree que vaya a solucionar los problemas del país.
Adicionalmente la Constituyente fue llamada por Maduro sin referéndum previo
(que posiblemente hubiera perdido), lo que generó malestar en sectores
amplios del chavismo que creen que se está pisoteando la Constitución del
‘99, que estipula que una ANC solo puede ser convocada por un referéndum.

La figura central del “chavismo crítico” es la fiscal general Luisa Ortega
Díaz que se erigió en una suerte de heroína para la oposición al cuestionar
la convocatoria a la Constituyente, al TSJ, y a la represión de la GNB y la
Policía, desde el interior del propio chavismo. Huelga decir que desde el
gobierno fue atacada por traidora y denunciada por “trabajar para el
imperialismo estadounidense”, y están buscando su destitución. Este
enfrentamiento entre las instituciones que respaldan a Maduro y la fiscal
general, que es apoyada por la derecha, se ha convertido en el centro de las
fricciones políticas durante todo junio, y amenaza con escalar aún más a
medida que se acerca la fecha de la elección para la Constituyente. Así casi
todos los días se pueden ver marchas del chavismo en apoyo a la
Constituyente y contra la fiscal general, muchas de las cuales parten del
Parque Carabobo, donde se encuentra la sede central del Ministerio Público,
donde atiende Ortega Díaz.

“Este es el baile de Nicolás, mueve la cabeza de aquí pa’allá. Te lo juro,
con Nicolás Maduro el pueblo está seguro, así que dale para adelante, nunca
para atrás”, retumba la música desde el camión de los trabajadores postales.
Después de dos meses de movilizaciones el desgaste se nota tanto en las
marchas del chavismo como en las de la oposición, y salvo excepciones ya no
juntan la multitud que se vio hasta mediados de abril.

En las del chavismo participan centralmente los militantes del PSUV,
trabajadores de los ministerios, de la petrolera PDVSA, y miembros de alguna
de las misiones (educadores, plan vivienda, juventud y deporte, cociner en s de
la patria).

La oposición de derecha por su parte viene descentralizando las acciones en
distintos puntos geográficos, pero la clave de las marchas opositoras no son
los asistentes, que por la represión rara vez pueden marchar más de una o
dos cuadras, sino el puñado de jóvenes que están a la cabeza y que se
enfrentan permanentemente con la policía y la Guardia Nacional. Eso es lo
que les da mayor visibilidad y la posibilidad de denunciar todos los días la
represión, no solo hacia el interior de Venezuela sino hacia los actores
externos que también ejercen presión.

El escenario de movilizaciones y represión se cuela en la vida de millones
aunque no quieran. Durante las marchas es común que se cierren las
estaciones del metro y que los ómnibus no hagan el recorrido completo por lo
que muchas personas pierden horas yendo a pie a sus trabajos. A esta
“caotización” de la vida cotidiana se suma una suerte de corralito bancario
ya que los cajeros no entregan más de 10.000 bolívares por día, por lo que
es común que la hora de almuerzo termine siendo tiempo muerto de espera en
el banco para sacar algo más de efectivo por ventanilla. El hastío de
millones de personas que no participan de ninguna de las marchas se siente
en el ambiente, pero el malestar creciente con el gobierno de Maduro no
redunda en una mayor simpatía con la derecha, que si bien hegemoniza el
discurso opositor, es vista por sectores amplios como la vieja derecha
golpista y neoliberal. Según un reciente informe de la consultora
Datanalisis, un 61,9 % de los venezolanos se indentificaba como
independiente, mientras que un 19,8 % se referencia con partidos de la
derecha y un 15,1 % con el PSUV.

***

Maduro no es Chávez, y eso es claro para cualquiera en Venezuela. Su
gobierno no solo está signado por una crisis económica galopante de la que
Chávez apenas llegó a ver su inicio, sino que lo atraviesa una enorme crisis
política.

A pesar de haber sido el más “izquierdista” de los gobiernos posneoliberales
de la región, el chavismo nunca modificó la estructura rentística petrolera
de la que depende la economía venezolana y que hoy está en la base de la
catástrofe que atraviesa el país. El nivel de dependencia es tal que de cada
100 dólares que ingresan al país, 96 estan relacionados con el petróleo, y
los precios del crudo cayeron desde su pico más alto de 130 dólares el
barril en 2008, antes de la crisis de Lehman, hasta los 22 dólares el barril
en 2016. Hoy Maduro sufre las consecuencias de la caída internacional de los
precios del petróleo y mientras golpean el desabastecimiento y la inflación,
el gobierno destina sumas multimillonarias al pago de la deuda externa y
hace la vista gorda sobre la monumental fuga de capitales. No hay aquí
rastros de socialismo, ni de revolución, hay en la calle dos bandos peleando
por la renta petrolera. De un lado los funcionarios corruptos, la
(boli)burguesía que creció bajo el ala del Estado y una casta de militares
que se hicieron millonarios y ganaron un poder político y económico sin
precedentes. Del otro, la vieja derecha escuálida desesperada por hacerse
nuevamente del petróleo y del control estatal y cuyo plan es mantener la
FANB como garante del orden, y apoyarse sobre algunos de los ataques que ya
comenzó a pasar el gobierno de Maduro, para ir hacia un proyecto económico
abiertamente reaccionario, antiobrero y de entrega de la soberanía al
imperialismo. Esto implica una mayor devaluación y endeudamiento, liberación
de precios, reducción del gasto público, la precarización de franjas enteras
de trabajadores, desguazar y privatizar PDVSA, y entregar los minerales y
recursos naturales.

Pero la economía no es el único problema. Maduro es el eslabón más débil de
un movimiento que se construyó sobre el liderazgo de Chávez como un
bonapartismo que se plebiscitaba una y otra vez mostrando su superioridad
sobre la oposición de derecha. Ese escenario cambió en diciembre de 2015
cuando la derecha ganó la mayoría en la Asamblea Nacional, momento en el que
Maduro decidió clausurar cualquier posibilidad de llamado a nuevas
elecciones. Es que, como se sabe, un bonapartismo plebiscitario que no se
puede plebiscitar es igual a nada, razón por la cual el madurismo se
sobrevive hoy en base a una fuerte represión estatal (y paraestatal), un
aparato partidario de fuertes rasgos clientelares (donde el que sale,
pierde), y el uso y abuso de una fuerte inconografía chavista. Chávez está
ahí, mirando desde el cielo, y no es una metáfora; en cada edificio público
o construcción del Plan Vivienda aparece pintados en su extremo más alto los
ojos del expresidente, como un “padre fundador” que da “seguridad” y también
te controla.

“Aquí no se habla mal de Chávez”, se puede leer en gigantografías colgadas
de algunos de los edificios públicos, y también es el eslogan del programa
que conduce el vicepresidente del PSUV Diosdado Cabello. Ese eslogan (quizá
sin quererlo) contiene implícito su inverso: “Aquí sí se puede hablar mal de
Maduro”, lo que deja al desnudo en toda su magnitud la debilidad del actual
gobierno.

***

Después de la crisis argentina de 2001 un Hugo Chávez irreverente visitó el
país y dio una conferencia en la Universidad de Madres de Plaza de Mayo.
Todavía le faltaba un largo trecho de gobierno pero ya hablaba de
socialismo, y de una forma “novedosa y original” de hacer una revolución
ante un público entusiasta. De repente se puso serio, miró a los presentes y
dijo algo así: solo espero que cuando llegue la hora final no tenga que
repetir lo que dijo Simón Bolívar al ver la lucha de su vida derrotada.
Espero no tener que decir “he arado sobre el mar”, como lo hizo el
Libertador al final de su vida.

Ironías de la historia. Quince años más tarde el gobierno de Maduro muestra
de la forma más cruda el fracaso absoluto de los proyectos nacionalistas y
populistas burgueses en la región.

Hoy los militares están ubicados en el centro de cualquier salida política
para Venezuela. En paralelo la presión interna e internacional para abordar
una línea de diálogo hacia algún tipo de transición se desarrolla con
fuerza. Tras 18 años de chavismo, los trabajadores y el pueblo de Venezuela
no tienen una opción progresiva ni en la profundización de un madurismo
represivo, ni en la irrupción de la FANB de la mano de la derecha, ni en una
transición hacia un gobierno más estable cuyo objetivo no puede ser otro que
el de afianzar y profundizar los padecimientos que hoy ya están sufriendo.

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