Ecofeminismo/ "Hay que distinguir entre el ecologismo social y la defensa del capitalismo verde" [Yayo Herrera - entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Jul 23 10:40:16 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

23 de julio 2017

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Ecofeminismo

Con la antropóloga española Yayo Herrera

“Hay que distinguir entre el ecologismo social y la defensa del capitalismo
verde” 

El ambiente, la economía, la igualdad de género y la situación política
española desde la mirada de esta antropóloga madrileña ecofeminista. Yayo
Herrera fue co-coordinadora de la organización española Ecologistas en
Acción, en la que sigue militando, y es la actual directora de la Fundación
Hogar del Empleado (FUHEM), que trabaja en temas de sostenibilidad, cohesión
social y democracia, con tres colegios y un centro de investigación. La
activista estuvo en Montevideo la semana pasada para participar de las IV
Jornadas de Debates Feministas, organizadas por Cotidiano Mujer. 

Marina González

Brecha. 22-7-2017

http://brecha.com.uy/

—Te definís como ecofeminista. Ese concepto apareció en la década del 70 en
boca de la francesa Françoise d’Eaubonne. Otras de sus teóricas son la
alemana Maria Mies y la india Vandana Shiva. 

—Para mí el ecofeminismo es un diálogo entre los planteos del movimiento
feminista y los del movimiento ecologista, y todos los ecofeminismos –hay
muchos– parten de la constatación de un modelo de mal desarrollo del que
podría decirse que le ha declarado la guerra a la vida. Lo que le da sentido
al ecofeminismo es ese diálogo que permite encontrar las raíces culturales,
económicas y políticas de por qué vivimos en una sociedad que subordina,
desprecia e invisibiliza los trabajos de las mujeres y a la vez subordina,
invisibiliza y desprecia las propias aportaciones de la naturaleza al
sostenimiento de la vida. Si comunes son las raíces, comunes son también las
posibilidades de construir modelos sociales que reviertan esta situación.
Por lo tanto, para mí, el diálogo entre ambos movimientos es fundamental. En
las sociedades patriarcales las mujeres están a cargo –no por esencia
genética, sino por la división sexual del trabajo propia de esas sociedades–
de los cuerpos vulnerables y finitos. Y por otro lado, sobre todo en
espacios donde se vive de forma más ligada a la tierra, han estado a cargo
de la búsqueda del agua, del cultivo de la tierra. De tal modo que los
hombres han podido distanciarse de esas tareas de cuidado de la vida y, a
costa de esas mujeres, liberar tiempos para ellos, que con frecuencia se
ponen al servicio del capital. La clave del ecofeminismo es sustituir un
modelo que ha puesto en el centro el lucro y los beneficios, por otro que
ponga en el centro una vida que merezca vivirse, para todas las personas.

—¿El ecofeminismo es de izquierda?

—El que yo practico, clarísimamente. Tal cual yo lo entiendo, tiene tres
pilares básicos. En primer lugar, asumir los límites físicos del planeta y
la necesidad de construir metabolismos económicos que estén sujetos a ellos.
En segundo lugar, entender que la vida no se sostiene sola, que hay que
sostenerla y que eso implica una cantidad de tiempo de cuidados para
reproducirla cotidianamente, y que ese trabajo no es responsabilidad sólo de
las mujeres: es de mujeres y es de hombres. Y en tercer lugar, la
redistribución radical de la riqueza. Si estamos hablando de un planeta que
tiene límites físicos y de tiempos de personas limitados para reproducir
cotidianamente la vida, el reparto radical de la riqueza y de las
obligaciones es una cuestión esencial para construir vidas decentes para
todo el mundo. Si nos pusiéramos a pensar en términos de lo que ha sido el
pensamiento estructural marxista (que es la fuente de la que yo más he
aprendido, en términos políticos), lo que aparece es una tensión y un
conflicto entre el capital y el trabajo. Pero ese pensamiento llama trabajo
sólo al empleo. Lo que viene a plantear el feminismo es que hay un conflicto
entre el capital y todos los trabajos: los pagados y los no pagados, que se
realizan dentro de los hogares. La guinda del ecologismo, lo que viene a
decir y anunciar es que, en realidad, lo que existe es un conflicto esencial
y una oposición estructural entre el capital y la vida.

—Te preguntaba si el ecofeminismo era de izquierda porque en América Latina
a veces la defensa del ambiente aparece como una preocupación burguesa.
Algunos aún oponen la defensa del trabajo a la del ambiente. 

—En los países europeos también. Hay que hacer una autocrítica, desde el
ecologismo: ha desatendido la alianza con las clases más populares, que son
las más afectadas por las dinámicas antiecología. La gente más pobre es la
que acaba respirando el aire más contaminado, comiendo la comida de peor
calidad o viviendo en los lugares más afectados por ciclones o por problemas
vinculados al calentamiento global. De hecho, se habla de racismo ambiental,
y se habla de ecologismo de los pobres ante la resistencia de pueblos que no
se denominan a sí mismos ecologistas pero que están luchando contra las
grandes mineras, contras las madereras, simplemente para mantener la vida
ante ese proceso que no solamente es extractivista sino que expulsa a la
gente de sus territorios o la mata, directamente. Es imposible sostener
metabolismos económicos despilfarradores sin saquear los recursos de otros
países y pueblos. Entonces, en Europa hay una derecha fascista que dice
“aquí no cabemos todos”, pero también hay un fascismo inconsciente que es el
que protagonizan algunas organizaciones o partidos que se dicen de
izquierda, que quieren mantener cierto estilo de vida y que consideran como
derechos algunos consumos, cuando éstos sólo se pueden mantener en la medida
en que otra gente, en otros países, es desposeída. Es una izquierda que
tiene una mirada desviada del análisis material, que ha interiorizado los
mismos criterios, sobre los modelos de producción y de formas de producción,
de la pura derecha.

—¿Sos partidaria del descrecimiento económico? ¿Cómo es eso?

—Hay unas confusiones tremendas con ese tema. Yo lo que digo es que el
descrecimiento de la esfera material de la economía, de la cantidad de uso
de energía, de tierras, de agua, de productos naturales, no es una opción,
es un dato. La Agencia Internacional de la Energía reconoce que en 2006 se
alcanzó el momento a partir del cual por cada barril de petróleo
convencional que se extrae en el mundo no aparecen nuevas reservas que lo
puedan sustituir. Eso es brutal en un modelo que come petróleo: la
producción global de alimentos, los modelos urbanos, son dependientes del
petróleo y eso obliga a que los seres humanos y sus economías tengan que
vivir con menos energía. La manera más sencilla de enfrentar este dato es la
trasformación de los metabolismos económicos y una redistribución radical de
la riqueza que permita que la mayoría pueda vivir.

En todos lados se han hecho propuestas de cómo cultivar alimentos sin
envenenar la tierra y a la persona, y hay propuestas desde el ámbito de la
agroecología; las transiciones energéticas tienen detrás un montón de
estudios avalados por universidades y organismos públicos. El problema no
está tanto en la disputa de la hegemonía económica sino en la de la
hegemonía política, en ser capaces de constituir mayorías sociales para
exigir estos cambios y que puedan apoyar a personas dispuestas a
impulsarlos. Otro gran problema está en la disputa por la hegemonía
cultural, porque tienes a un montón de gente de izquierdas que se cree que
solamente es posible generar bienestar con los mismos métodos de producción
capitalista. Y si algo demostraron los países del socialismo real fue que es
difícil hacer algo alternativo al capitalismo que se base en el mismo modelo
de producción, con una cultura “ecocida”, que sigue siendo patriarcal,
porque necesita explotar todo el trabajo que se realiza dentro de los
hogares para poder sostener la economía, y que es injusto.

—¿Qué pensás del acuerdo de París sobre cambio climático?

—Es un acuerdo insuficiente porque, en primer lugar, no permite la clave
central de impedir que se supere ese grado y medio con respecto a las
temperaturas de la época preindustrial. De no conseguirse que la temperatura
media global se mantenga en ese nivel, lo que puede suceder, según viene a
plantear la comunidad científica, es que se genere una serie de cambios
irreversibles en nuestro planeta y en las condiciones biogeofísicas. Se nos
olvida que somos una especie viva y que podemos vivir porque tenemos esta
temperatura media global, porque estamos rodeados de una serie de plantas y
animales con los que podemos construir nuestra vida. Es un problema bastante
grave que supone que se alteren los ritmos de cosecha, que haya problemas de
polinización en algunos lugares, que haya eventos climáticos extremos en los
que los que sufren las mayores consecuencias son los más pobres, y que haya
una pérdida masiva de agua potable en buena parte del planeta.

Digamos que la parte buena que hubo en París es que parecía que se había
encontrado un consenso general. Sin embargo, el compromiso no era
vinculante. Lo que necesitamos ya son medidas urgentes que, además, sean
justas. No es que tengan que reducir sus emisiones de forma masiva quienes
emiten poco, y que además necesitan emitir algo más para alcanzar niveles
mínimos de vida, sino que aquellos países que consumen mucho más de lo que
les corresponde reduzcan sus emisiones.

—Estados Unidos se retiró, pero por lo menos el acuerdo cuenta con el apoyo
clave de China.

—Sí. Pero China, que es un gran emisor, tiene unas emisiones de gases de
efecto invernadero per cápita infinitamente inferiores a las de toda Europa.
Hay un eurocentrismo tan grande que lleva a culpabilizar a otros países que
querían seguir la misma senda que había seguido Europa, al tiempo que se les
dice “nosotros nos quedamos como estamos y que los demás no crezcan”. Eso no
vale. Quienes tienen que decrecer mayoritariamente son aquellos que
sobreconsumen y sobreemiten.

—Lo sustentable y la ecología están de moda a nivel internacional. ¿El mundo
está cambiando o el capitalismo se adapta para sobrevivir, como decían el
socialdemócrata alemán Eduard Bernstein y el trotskista belga Ernest Mandel?

—Es eso. Hay una parte del ecologismo o del feminismo que está de moda y
otra parte que está totalmente proscrita, porque es la que precisamente
planta cara a las dimensiones más estructurales del capitalismo. Una vez que
ya todo el mundo constata que el cambio climático es un hecho y que tenemos
una crisis económica profunda, el propio modelo capitalista se adapta y se
autopresenta como el que tiene la capacidad de resolver los problemas que él
mismo ha creado.

—¿Esto que implica para ustedes, los activistas? 

—Si hace unos años lo que teníamos que hacer era luchar para que se
reconociera la problemática ambiental y para desterrar el negacionismo,
ahora el movimiento ecologista que pretende una trasformación estructural
del sistema y alcanzar la justicia tiene que luchar para desenmascarar a un
cierto ecologismo que es más bien una apuesta por el crecimiento o el
capitalismo verde. Hay que distinguir entre ese capitalismo verde, que dice
que es posible seguir generando crecimiento económico y negocios en torno a
lo verde, y un ecologismo social que dice que necesitamos importantísimas
transformaciones estructurales que cambien los modelos productivos con
criterios de justicia para poder acometer los retos y superar esta crisis
económica profunda. En España, por ejemplo, hay un ecologismo amable que
puede estar bien visto, pero nosotros, que nos hemos encargado de ir
denunciando casi todas las operaciones urbanísticas que ahora mismo están
detrás de todos los casos de corrupción estructural de distintos gobiernos,
éramos personas non gratas. Nos llamaban catastrofistas, aguafiestas,
enemigos del desarrollo.

—Se suele citar el ejemplo español para decir que desarrollar las zonas
costeras no va en contra del turismo. 

—A nivel ecológico ha sido un desastre absoluto y no ha generado actividad
fuera de las temporadas de verano. Entre 1995 y 2007, los años de gran
crecimiento económico fruto del boom de la construcción, en las zonas de la
costa se construyó en primera, segunda, tercera, cuarta, quinta, sexta
líneas de la costa. Hay toda una parte de la costa que está literalmente
cementada. El urbanismo ha sido tan brutal que ahora están desapareciendo
las playas.

Como sistemas vivos que son, las playas necesitan entradas y salidas de
arena, y requieren a su alrededor ecosistemas que lo permitan. Ahora, con el
aumento del nivel del mar, fruto del cambio climático, y con la aparición de
temporales un poco más frecuentes, desaparece toda la arena y el mar no la
repone. Está incrementándose de una forma impresionante el gasto en tratar
de reponer arena para que vayan los turistas. Las casas que se construyeron
tienen un nivel de ocupación de 22 días al año. Los municipios pagan el
sostenimiento de la electrificación, del agua, de las redes de saneamiento y
la limpieza de las calles, para viviendas vacías y que no generan ningún
tipo de retorno sobre la inversión. Además, en muchas de esas zonas hay un
desempleo galopante, y en las épocas de turismo alto un empleo de escasísima
calidad, temporal y muy mal pagado, y cada vez más reclamos por esta
situación. Se construyeron algunos puertos, pero están infrautilizados, al
igual que los aeropuertos. Un disparate auténtico. La ley de costas, que
estaba bastante bien, se cambió y tenemos un tremendo destrozo del litoral,
no solamente a nivel ecológico. España ha sido una zona pesquera importante,
pero el exceso de pesca y la construcción han deteriorado mucho las praderas
marinas con las que se alimentaban los peces.

—¿Cómo ves el panorama político español? Sufrió grandes cambios en los
últimos años, pero siguen al mando los partidos tradicionales y se ven
muchas divisiones entre las nuevas fuerzas políticas.

—Se ha producido un gran cambio: la ruptura del bipartidismo empezó a
generar enormes convulsiones que todavía no han terminado. Primero, pasar de
no tener nada a tener 74 diputados, como sucedió con Unidos Podemos, es una
entrada tremenda en el parlamento. El bipartidismo pivotaba entre el Partido
Popular (PP), en la derecha, y el socialdemócrata Partido Socialista Obrero
Español (Psoe). La irrupción de Podemos ha generado una crisis enorme en el
Psoe, que se ha saldado con una ruptura escenificada. El Psoe hubiera podido
sacar al PP del gobierno, pero por no ponerse de acuerdo con Unidos Podemos
(la coalición formada por Podemos, Izquierda Unida y otras fuerzas de
izquierda), decidió abstenerse en el voto de investidura de Mariano Rajoy, y
de hecho son los que lo han sostenido como presidente en el gobierno. En la
base del Psoe creo que no esperaban eso, y se generó una grieta importante
entre, por un lado, el aparato y la estructura de la organización que se
desveló como claramente conservadora y cómplice del sistema, y por otro una
base que termina eligiendo a Pedro Sánchez como secretario general. Sánchez
se había rebelado, con el apoyo de algunas personas de la vieja guardia,
socialdemócratas de izquierdas. Ahora veremos qué pasa.

—Otro tema de división política es Cataluña y su reclamo de
autodeterminación. 

—Es una grieta enorme en la propia Cataluña y también en el resto del
Estado. Yo soy una defensora del referéndum de autodeterminación (previsto
para el 1 de octubre; véase nota de Danilo Albín en página 16), creo que
cualquier pueblo tiene que tener derecho a expresarse, a decidir y a
autodeterminarse como le parezca mejor. El empecinamiento del PP, y del Psoe
en otros momentos, ha generado una situación compleja de resolver.

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