México/ Las madres que excavan la tierra para buscar a sus hijos desaparecidos [Paulina Villegas]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Mayo 12 15:41:29 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

12 de mayo 2017

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México

Las madres mexicanas que excavan la tierra para buscar a sus hijos

Paulina Villegas 

The New Times, edición en español, 10-5-2017 

https://www.nytimes.com/es/

Martha González Menéndez y Rosario Sáyago Montoya, del colectivo Solecito de
Veracruz, clavan una varilla para buscar cuerpos en la fosa clandestina de
Colinas de Santa Fe, unos 15 kilómetros afuera de Xalapa, capital del estado
de Veracruz. Credit Daniel Berehulak para The New York Times

Rosario Sáyago saca la varilla de fierro embarrada y la huele de cerca:
“Ven, mira, acércate”, le dice a María de Jesús Basón. “Este huele a tierra
mojada, para que te vayas acostumbrando. Cuando huele a muerto luego luego
te das cuenta”, le explica.

Salvo por las conversaciones, en el lugar solo se oye el sórdido clic-clac
del martillo que golpea la varilla en forma de cruz para hundirla dos o tres
metros bajo tierra.

Con esta técnica, desde agosto de 2016 hasta hoy, las mujeres que forman el
Colectivo Solecito han encontrado y ayudado a exhumar 263 cuerpos en la que
hoy se conoce como la fosa más grande de México: un predio de praderas
verdes y montículos de tierra que forman una cuneta del tamaño de dos
canchas de fútbol, a unos 15 kilómetros de Xalapa, capital del estado de
Veracruz.

Cada mañana, de lunes a viernes, entre cinco y diez mujeres se reúnen en un
pequeño supermercado en las afueras de la ciudad y compran agua, hielos y
refrescos para resistir el sol que las asedia mientras excavan la tierra
para buscar los cuerpos de sus hijos y maridos desaparecidos.

Rosario Sáyago tiene 39 años y lleva más de tres buscando a su esposo, Juan
Carlos Montero Parra, un policía municipal que desapareció junto con otros
siete oficiales mientras realizaban un patrullaje, presuntamente a manos de
la policía estatal.

Pero esta mañana de marzo es la primera de María de Jesús Basón, quien se
unió al Colectivo Solecito para buscar a su hijo. “Yo no quiero encontrarlo
aquí pero, Dios mío, ¿dónde está mi hijo?”, dice entre sollozos.

Su hijo Francisco tenía 23 años cuando desapareció, en julio de 2015. Era
estudiante y trabajaba en una zapatería en Boca del Río, Veracruz. Había
salido de su casa para ponerle crédito al celular, pero antes le dijo a su
madre que quería contarle algo. “Nunca lo volví a ver”, explica María de
Jesús.

Para muchas de estas mujeres, golpear y enterrar la varilla una y otra vez
se ha convertido en una forma de sobrellevar la angustia y la falta de
respuestas. “Escarbar, chapar, me quita un poco la desesperación porque me
desquito con ella, le pego con todas las ganas de mi corazón”, dice Celia
García, quien busca a su hijo Alfredo Román Arroyo, desaparecido hace seis
años.

La técnica de búsqueda de personas con varillas se ha vuelto común entre los
familiares de desaparecidos, tanto en Veracruz como en todo el país, por ser
relativamente rápida, fácil y económica. Es un síntoma de la situación que
viven.

Solo en el estado de Veracruz las cifras oficiales reconocen 2600
desaparecidos y en todo México el registro alcanza casi los 30.000 casos.
Estas cifras han sido largamente cuestionadas por organizaciones civiles
nacionales e internacionales, que denuncian que los números reales son mucho
más elevados, ya que el país no cuenta con una base de datos a nivel
nacional que contemple los casos por desaparición sin denuncia, ni un banco
de datos de ADN que permita que las búsquedas y análisis en municipios y
zonas rurales resulten más efectivas.

La mezcla de negligencia y falta de voluntad política, junto con una
arraigada corrupción institucional y la escasez de recursos y capacidades
técnicas en policías y fiscalías locales, ha empujado a miles de familias a
tomar por cuenta propia la búsqueda de sus desaparecidos.

En febrero de 2017, el Colectivo Solecito acaparó las noticias cuando dio a
conocer el hallazgo de los 253 cuerpos encontrados a lo largo de ocho meses
en la fosa localizada en las afueras de la ciudad de Veracruz, el puerto más
grande de México.

Martha González huele la varilla de fierro que previamente han hundido dos o
tres metros en la tierra para comprobar si tiene olor a restos o solo a
tierra. La técnica de búsqueda de cuerpos con varillas se ha vuelto común
entre los familiares de desaparecidos, tanto en Veracruz como en todo el
país, por ser relativamente rápida, fácil y económica. Credit Daniel
Berehulak para The New York Times

Día de las Madres

El 10 de mayo del 2016, para el Día de las Madres, un grupo de mujeres que
vestían camisetas con las fotos de sus hijos desaparecidos se disponía a
marchar por las calles de Veracruz para exigir respuestas sobre su paradero.

Eran las cinco de la tarde y estaban reunidas en el centro de la ciudad
cuando dos hombres bajaron corriendo de una camioneta y les entregaron un
montón de hojas con un mapa: “Ahí encontrarán los cuerpos de todos los
desaparecidos en Veracruz, apoyados por el MP y el gobierno de Duarte”,
decía la hoja, escrita a mano con tinta negra. La firmaba “El Causante
Quinto del C. J. N. G. (Cartel de Jalisco Nueva Generación)”. La ubicación
era precisa.

“Quizá se sintieron mal o les remordió la conciencia, porque los asesinos
también tienen madre”, dice Lucía de los Ángeles Díaz, fundadora del
Colectivo Solecito de Veracruz, que reúne hoy a casi cien madres de
desaparecidos en ese estado.

El primer día de búsqueda en el lugar señalado, un grupo de unas 15 mujeres
encontró 50 huesos y un cuerpo sin extremidades y con los ojos vendados. Lo
que creían que sería un trabajo de un par de semanas se convirtió en ocho
meses de hallazgos de hasta diez fosas por día. Un año después, incluso el
Día de las Madres de 2017, aún seguían encontrando cuerpos.

Tres años y medio antes de tener el mapa en sus manos, a fines de junio de
2013, Lucía Díaz conoció la desesperación cuando su hijo Luis Guillermo
Lagunes, de 29 años, fue secuestrado en su propia casa. Lo buscó en
hospitales, morgues y cárceles. Llamó por teléfono a sus conocidos, amigos y
contactos. Acudió a todas las autoridades de Veracruz, municipales y
estatales. Nadie sabía explicarle cómo es que su hijo había desaparecido de
su casa.

Después de meses de búsqueda, una de las innumerables veces que fue al
Ministerio Público para saber el estado de la investigación, conoció a otras
madres que, como ella, esperaban que la burocracia mexicana les diera alguna
pista, un mínimo consuelo, cualquier información sobre el paradero de sus
hijos.

“En ese momento supe que no estaba sola en ese dolor que te quema. Pero que
yo tenía la posibilidad, que muchas de esas mujeres no tenían, de buscar a
tiempo completo a mi hijo, sin tener que preocuparme por el sustento de mi
familia: yo tenía los medios y los contactos. Yo podía ir a un psicólogo,
ellas no”, cuenta ahora, una tarde de marzo, en una parroquia donde decenas
de familiares se realizan pruebas de sangre.

Entonces decidió articular una red de apoyo con las únicas personas que
podían entender su dolor y acompañar su lucha, y un año después fundó el
Colectivo Solecito de Veracruz, que empezó como un grupo de chat de Whatsapp
y hoy reúne a casi cien mujeres. Lucía contrasta notablemente con las
mujeres que ha logrado organizar: tiene un iPhone, una casa en Ciudad de
México y habla inglés fluidamente. Su formación y sus medios contribuyeron a
su capacidad de liderazgo.

En septiembre de 2014, a meses de fundar el colectivo, otra tragedia sacudió
a México: un grupo de 43 estudiantes normalistas en el estado sureño de
Guerrero desaparecieron tras ser atacados por la policía local, y
presuntamente entregados a miembros de un cartel de droga. Lucía vio en la
televisión cómo las madres y los padres de los estudiantes de Guerrero
salían a los montes a buscar a sus hijos y excavaban la tierra con palas y
con sus propias manos.

Una mujer lleva la foto de su hijo desaparecido durante una marcha de
familiares de desaparecidos para exigir justicia en el Día de las Madres, en
Ciudad de México, el 10 de mayo de 2017. Credit Edgard Garrido/Reuters.

Un doble sufrimiento

Tener un hijo desaparecido significa para las madres un doble sufrimiento:
el dolor de la ausencia en sí misma y la agonía de la incertidumbre. “Es una
ausencia-presencia que habita todos los lugares, una ausencia que, como no
se puede inscribir o representar en nada —los muertos en una tumba, los
vivos andan en las calles—, está presente todo el tiempo”, explica la
psicóloga Ximena Antillón, integrante de Fundar, un centro de análisis e
investigación que acompaña a familiares de personas desaparecidas.

“Todo lo que haces o dejas de hacer, todo tu día es en función de tu hijo.
Te conviertes en sus oídos, en su voz, sus ojos”, explica Lucía.

Lucía Díaz tuvo problemas del corazón y de presión. Celia García toma
antidepresivos a diario para espantar “las ganas de morirse”. Martha
González tuvo una hemorragia en el tubo digestivo por no poder comer ni
dormir. María de Jesús Basón llora todos los días a la hora de la comida.
Muchas de las mujeres que integran el colectivo han caído en una situación
económica más precaria aún que la que tenían antes de comenzar a buscar a
sus seres queridos.

Además de tomar cursos con distintos expertos para aprender a recuperar
restos, recolectar evidencia y poder llevar adelante una investigación, el
año pasado decidieron que necesitaban generar recursos para financiar las
búsquedas. Entonces organizaron rifas y ventas de ollas, de ropa usada, de
cacahuates asados, para reunir los 10.000 pesos mexicanos (casi 500 dólares)
que necesitan semanalmente para poder recorrer predios, escarbar, sacar
cuerpos, exigir su identificación.

Después de que iniciaran estas actividades, la comunidad se conmovió ante su
iniciativa y, al poco tiempo, empezaron a recibir donaciones voluntarias,
desde iPhones hasta bicicletas, para que pudieran rifar.

Las mujeres agrupadas hoy en Solecito, uno de los once colectivos que
existen en el estado de Veracruz, se han convertido en un emblema de la
lucha de los familiares de desaparecidos. El consuelo de la búsqueda es,
para muchas de ellas, el único que queda.

En países como Argentina y Chile, las desapariciones y las exterminaciones
sistemáticas tuvieron elementos de ideología política. En México, no.

Según las autoridades responsables de la procuración de justicia, la
práctica sistemática de desaparición de personas en México responde a dos
factores relacionados con la guerra contra el narcotráfico.

Por una parte, es una herramienta de ejercicio del terror de las bandas
criminales en su afán por conquistar nuevos territorios: la desaparición se
vuelve una amenaza constante. Por otra, en el enfrentamiento entre las
fuerzas de seguridad y los principales carteles de droga, las bandas
criminales adoptaron la lógica de “sin cuerpo no hay delito”. Una lógica
que, por supuesto, también funciona para las autoridades y agentes
policiales y militares cooptados por el mismo crimen organizado.

Las madres de desaparecidos no solo han hallado restos por su propia cuenta,
sino que han obligado a los funcionarios a tomar el problema de los
desaparecidos como una prioridad en estados como Veracruz.

Hasta ahora, las mujeres de Solecito han encontrado 253 cuerpos y más de
20.000 restos en apenas el 30 por ciento del terreno total de Colinas de
Santa Fe que han llegado a explorar. Credit Daniel Berehulak para The New
York Times

‘No sé qué hacer’

Una calurosa mañana de sábado de hace algunas semanas, en la iglesia de La
Merced, en un barrio pobre de la ciudad de Veracruz, cientos de personas
atestaban un pequeño salón a la espera de su turno para que agentes de la
policía científica les tomaran una muestra de ADN.

Eran más de 200 personas que acudían a la convocatoria. De las más de 800
muestras que Solecito ha recolectado hasta la fecha, casi 600 son casos que
no tienen denuncias ante autoridades; es decir: no hay registro oficial ni
investigación en curso sobre ellos.

Según la Fiscalía General del estado son 2600 los desaparecidos registrados
en Veracruz, pero colectivos, activistas y organizaciones concuerdan con que
la cifra es mínima e irrisoria tomando en cuenta que la mayoría de los casos
no son denunciados ante las autoridades porque no confían en que vayan a
hacer algo al respecto, o incluso porque sospechan que pueden ser cómplices
en los hechos.

En el patio de la iglesia, ajenos a la pesadumbre que flota en el aire,
grupos de niños gritan y se corretean. Adentro, una señora se acerca a Lucía
Díaz y le dice con desesperación: “Mi hijo desapareció hace un año, no sé
qué hacer”.

“Tienes que presentar denuncia, es la única forma,” aconseja Lucía, abrumada
y dispersa, mientras contesta llamadas, preguntas, entrevistas y pedidos de
orientación al mismo tiempo. En su bolsa lleva un pin con la foto de su
hijo, y la muestra a cualquier periodista o autoridad que se interese en su
caso.

Parte del precio de su liderazgo es que ahora gran parte de su tiempo lo
dedica a coordinar el colectivo, juntar fondos, organizar actividades y
articular un movimiento de familiares en el estado que incluye, entre otras
cosas, elaborar una especie de base de datos con el número de desaparecidos,
aunque “es casi imposible tener una cifra sólida y contundente”, dice.

La mujer que hace unos años era una ama de casa acomodada, ajena a la
violencia que azota a miles de familias en México, se ha convertido en una
luchadora social de convicciones firmes y una vocera —muchas veces incómoda—
del dolor de cientos de familias.

“¿Cómo es posible que en México encontremos 253 cuerpos y la gente no
reaccione? Si hay un ataque terrorista o un terremoto en cualquier lugar del
mundo y se mueren 30, 40, 50, el mundo entero se moviliza, o por lo menos se
petrifica. ¿Por qué aquí no?”, pregunta.

Además de los cuerpos, las mujeres de Solecito han encontrado más de 20.000
restos en apenas el 30 por ciento del terreno total de Colinas de Santa Fe
que han llegado a explorar.

Según las cifras de la Fiscalía del estado, al menos otros 225 cuerpos
fueron exhumados de fosas clandestinas alrededor de Veracruz entre 2010 y
2016, durante el gobierno de Javier Duarte.

Mario Valencia, director de Servicios Periciales de Veracruz, ha señalado
que la mayoría de los cuerpos encontrados en Colinas de Santa Fe habrían
sido embolsados y depositados en el terreno hace máximo seis años y mínimo
un año.

Y el hallazgo que horrorizó al país fue el logro de mujeres como Lucía,
quienes hacen el trabajo y la búsqueda que las autoridades locales y
estatales no hacían. Del total de cuerpos que han encontrado hasta hoy en la
fosa clandestina más grande del país, solo dos han sido identificados.

A pesar de que los funcionarios no siempre estén de acuerdo con la presencia
de las mujeres, ni con la búsqueda que hacen en las fosas —en cada brigada
hay autoridades presentes que deben encargarse de exhumar los cuerpos e
identificarlos después de los hallazgos— el impacto que han generado a nivel
nacional ha obligado a los gobiernos a tener que hacerse cargo de este
problema.

“Son seres humanos excepcionales que mucho tiempo fueron ignoradas,
violentadas, engañadas. Pero eso las unió, lejos de desalentarlas, y hoy son
un referente social,” dijo el fiscal general del estado, Jorge Winkler. “Si
no fuera por ellas, México y el mundo no sabrían de estos crímenes tan
terribles que han pasado en Veracruz y en el resto del país”.

Fue el mismo Winkler quien declaró en febrero a medios locales que Veracruz
es “un cementerio” y que aún esperaban encontrar muchas más fosas en el
estado.

Durante el gobierno de Javier Duarte, quien estaba prófugo desde hacía seis
meses y fue capturado recientemente, se desviaron millones de pesos de
recursos públicos, entre ellos los destinados a servicios periciales,
análisis e identificación de cuerpos.

Winkler y otras autoridades estatales, incluido el director de Servicios
Periciales del estado, reconocen que aún hoy se tienen recursos “ínfimos”
para reconocer ADN y para tener un perfil genético, así como para hacer las
comparaciones con bases de datos.

El número incierto de desaparecidos en el país es una de las grandes deudas
que aún faltan saldar en México, pero hacerlo implicaría que las autoridades
reconozcan una complicidad con el crimen a distintos niveles, tal como
familiares y organizaciones vienen denunciando hace años. Los responsables
de estos crímenes siempre han contado con la la impunidad, pero no han
contado con la memoria y la persistencia de las madres.

Cada noche, las mujeres del Solecito pasan lista de cada uno de los
familiares desaparecidos a través de su grupo de Whatsapp. Y casi como un
ritual, antes de dormir, cada una de ellas escribe: “Él vive, y todos
viven”.

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