Brasil/ La lucha por la tierra de los indios gamela [Talita Bedinelli]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Mayo 13 14:37:23 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

13 de mayo 2017

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Brasil

La lucha por la tierra de los indios gamela

El violento acoso de hacendados blancos está expulsando a esta tribu
brasileña del territorio de sus ancestros

Talita Bedinelli, desde Viana (Maranhão)   

El País, 13-5-2017          

http://internacional.elpais.com/internacional/

El domingo 30 de abril, a las cuatro de la tarde, estalló la guerra en
Viana, a 200 kilómetros de la capital del Estado de Maranhão, al noreste de
Brasil. Los indios gamela la estaban esperando. Ese día, 30 de ellos
ocuparon una finca de unas 22 hectáreas. Esa extensión, como otras,
pertenecía a sus antepasados, argumentaban, y no a los agricultores que
poseen ahora las tierras y los animales de las granjas. En cuanto llegaron
los agricultores, comenzó la batalla. Los indígenas aseguran que solo tenían
flechas. Los granjeros, escopetas y rifles. Se contaron decenas de heridos,
muchos de ellos de bala. Cuatro siguen en el hospital. Dos indígenas
acabaron con las manos casi arrancadas a navajazos.

Estos detalles sacudieron al resto de Brasil. No necesariamente por lo
violento (que también, pero la sensibilidad brasileña está ya un poco más
encallecida que la española), sino porque era un recordatorio de un mal
endémico en la primera potencia latinoamericana.

En las calles de Viana, un municipio pobre de 50.000 habitantes donde unos
pocos coches se disputan el paso por el suelo de arena con los burros
sueltos, nadie olvida lo que vio aquel día. Tampoco les sorprende mucho. Los
gamela comenzaron a finales de 2015 a ocupar las tierras de la zona y ahora
cuentan ya ocho terrenos donde antes había no-indios. Era cuestión de tiempo
que alguien intentase pararles los pies con violencia. Con lo que no
contaban es que fuera así. "Aquello no fue un encontronazo, fue una
masacre", alerta Francisco Gamela, de 60 años, uno de los líderes de los
indígenas. En eso también coinciden en el otro bando. Maragerete de Jesus
cuenta que su marido, Domingos Gomes Rabelo, está aún en el hospital tras la
paliza que recibió. "Él fue a negociar, porque conoce a alguno de los que se
dicen indios y fue atacado", recuerda. "Le cogieron y le dieron con una pala
en la cabeza. Recibió disparos en las manos y en las piernas. Mi hijo
intentó ayudar y también fue agredido. Después hicieron lo mismo con mi
hermano y mi marido".

Aquí aún quedan 896.000 indígenas, según contó en 2013 el Instituto
Brasileño de Geografía y Estadística, en una población de 200 millones, pero
las políticas a su favor están en su punto más débil. En Brasilia, los
parlamentarios que representan el negocio de la agricultura (los ruralistas)
intentan evitar que las tierras más fértiles sean declaradas como patrimonio
indígena. No es que sea nada es nuevo: lo es el desinterés del actual
Gobierno de Michel Temer, que parece haber renovado las fuerzas de los
ruralistas. Por ejemplo, el Ejecutivo remoloneó durante siete meses para
nombrar a un director de la Fundación Nacional del Indio (Funai), el órgano
de gobierno responsable del cuidado de los indios brasileños y de la
demarcación de sus tierras. Lo hizo en enero de este año. Hace pocas semanas
lo despidió porque no se entendía con los parlamentarios. Solo estuvo cuatro
meses en el cargo. "Los ruralistas han asumido el control de la cuestión
indígena brasileña", bufó aquel día.

"La Funai está rota. Ya murió, nuestra madre. La mataron ellos. Solo queda
el nombre", alerta Davi Kopenawa, el representante de los yanomami, que hace
poco denunció ante la ONU la situación de los suyos. También recuerda que la
fundación lleva tiempo sufriendo recortes en su presupuesto, resultado de la
nueva política de austeridad con la que Temer pretende sacar al país de la
crisis. En los últimos años se han reducido 347 cargos y 50 sedes locales de
la fundación. "Llevaba tiempo abandonada. En la época de Dilma [Rousseff, la
presidenta entre 2010 y 2016, cuando fue destituida y reemplazada por Temer]
tampoco tenía mucho apoyo. Pero ahora está peor. Quieren que la salud
indígena sea una cuestión de los municipios. Pero los municipios no van a
salvar a mi pueblo".

Doscientos ataúdes

Pero aunque el Gobierno no dé señales de notarlo, estas tensiones se están
trasladando a la calle. El 27 de abril, solo días antes de la matanza de
Viana, miles de indios se plantaron en Brasilia con 200 ataúdes, que
representaban a los líderes del movimiento que han muerto, en diferentes
trifulcas, en los últimos años. La idea era tirarlos en una fuente de agua
que hay ante el Congreso (este, a su vez, se encontraba aprobando la reforma
laboral que iba a empobrecer más a los más desfavorecidos del país). Fueron
recibidos con gas lacrimógeno y espray pimienta.

Los gamela son solo 1.185, según la Funai (frente a 5.000 hacenderos), pero
su problema es el de todos. Y las calles de arena de Viana son solo un
reflejo más de esta tensión. Muchos no entienden ni por qué tienen que ser
ciudadanos de segunda, ni por qué su identidad es algo de lo que huir, ni
cómo se puede separar la lucha por su identidad de la lucha por su tierra.
"La tierra, para nosotros, no es algo que se venda", explica Jadenir
Trinidade Gamela, uno de los principales líderes de la tribu. "Es nuestra
cultura. En el río Piraí, aquí al lado, está la casa de nuestros seres
espirituales. Como se nos apartó de ese río, hemos perdido la posibilidad de
mantener nuestro modo de vida, nuestra religión. Las nuevas generaciones ya
no saben ni dónde están los espíritus en el río porque los mayores no tienen
cómo mostrárselo".

Sus vecinos blancos, que están organizados con los ruralistas para recuperar
las tierras que consideran que los indios han robado, aseguran no entender
esa motivación. Marilene Lindozo Cutrium, de 58 años, reflexiona: "He vivido
aquí mi vida entera. Nací y me crié aquí y nunca he visto una historia
parecida con los indios. Eran nuestros vecinos, trabajaban con nosotros,
estudiaban con nuestros hijos. ¿Y ahora resulta que puedo perder mi casa?".
No muy lejos, Gilverson Sousa, un pescador de 27 años, explica entre
dientes: "Solo quieren volver a lo que era antes pero la sociedad está
cambiando". Hablan de la pequeña y pobre Viana. Pero perfectamente podrían
estar hablando del enorme Brasil.

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