Revolución Rusa/ La intelectualidad y la clase obrera en 1917 (IV) [David Mandel]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Sep 18 11:01:12 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

18 de setiembre 2017

Boletín Informativo

https://correspondenciadeprensa.wordpress.com/

redacción y suscripciones

germain5 en chasque.net

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Historia

Centenario de la Revolución rusa

La intelectualidad y la clase obrera en 1917 (IV)

David Mandel *

A l’ encontre, 9-9-2017

https://alencontre.org/

Traducción de Viento Sur

http://www.vientosur.info/

Los trabajadores no traspasaron alegremente la última etapa de la toma del
poder en octubre de 1917. En realidad, la mayor parte de ellos, aunque
deseaban desesperadamente el poder de los soviets, dudaron y temporizaron
ante la acción (vystuplenie). La insurrección fue el acto de una minoría
decisiva de trabajadores, los que eran miembros o próximos del partido
bolchevique (solo en la capital, el partido contaba en sus filas con 30 000
trabajadores). Cuando forzaron la decisión, la aplastante mayoría de los
otros trabajadores dieron su apoyo. Pero en ese momento, los trabajadores
estaban preocupados por su aislamiento político. En los días que siguieron a
la insurrección se expresó un apoyo amplio de los trabajadores, también en
las filas del partido bolchevique, a favor de la formación de un “gobierno
socialista homogéneo”, es decir una coalición de todos los partidos
socialistas, tanto de izquierda como de derecha.

Sin embargo, las negociaciones tendentes a formar un tal gobierno,
emprendidas bajo los auspicios del Comité Ejecutivo Panruso del sindicato de
los ferroviarios [Vikzhel], entonces dirigido por los mencheviques
internacionalistas (mencheviques de izquierda), fracasaron por la negativa
de los mencheviques moderados y los SR, así como de los que se encontraban a
su derecha, a formar parte de un gobierno, a participar en un gobierno
responsable única, o principalmente, ante los soviets. Un tal gobierno
estaría compuesto en mayoría por bolcheviques, en la medida en que eran
mayoritarios en el reciente Congreso de los Soviets. Tras esta negativa
estaba la convicción de los socialistas moderados de que, sin el apoyo de la
burguesía, la revolución estaría abocada al fracaso. Ligado a este aspecto
estaba el temor de que el gobierno, dirigido por los bolcheviques, cuya base
era obrera, emprendiese “experimentaciones socialistas”.

Cuando fracasaron las negociaciones, precisamente sobre la cuestión de la
responsabilidad ante los soviets, los SR de izquierda decidieron participar
en el gobierno de los soviets en coalición con los bolcheviques. Su
periódico subrayaba que “incluso si hubiéramos llegado a la formación de un
‘gobierno homogéneo’, ello habría sido, en realidad, una coalición con la
parte más radical de la burguesía” 1/. Pero los
mencheviques-internacionalistas, el ala izquierda del partido menchevique
que tomó pronto la dirección del partido, rechazó seguir a los SR de
izquierda. En un artículo de título “2x2=5”, el economista
menchevique-internacionalista V.L. Bazarov expresó su irritación ante lo que
él consideraba una confusión de los trabajadores: llamaban a la formación de
una coalición de todos los socialistas, pero querían una coalición que fuese
responsable ante los soviets.

“[…]Se adoptan resoluciones que exigen inmediatamente la constitución de un
gobierno democrático sobre la base de un acuerdo de todos los partidos
socialistas y [al mismo tiempo] un reconocimiento del actual TsIK [CEC de
los soviets de los diputados de trabajadores y soldados, elegido en el
reciente Congreso de los soviets, ampliamente bolchevique] como si fuera el
órgano ante el que debe ser responsable el gobierno […]. Pero, actualmente,
un gobierno puramente soviético no puede ser más que bolchevique. Cada día
que pasa se hace más claro el hecho de que los bolcheviques no pueden
gobernar: los decretos se suceden en cadena y no pueden ser puestos en
práctica […] Así, incluso aunque sea cierto lo que declaran los
bolcheviques, es decir que las masas no están tras los partidos socialistas,
compuestos exclusivamente de intelectuales, […] entonces incluso, serán
necesarias amplias concesiones. El proletariado no puede dirigir sin la
intelectualidad […] El TsIK debe ser únicamente una de las instituciones
ante las que el gobierno es responsable  2/”.

Los mencheviques-internacionalistas compartían la opinión de los
bolcheviques según la cual la burguesía era fundamentalmente
contrarrevolucionaria. Sin embargo, compartían también la convicción del ala
derecha de su propio partido de que una Rusia económicamente atrasada, muy
ampliamente campesina, no disponía de las condiciones sociales y políticas
favorables al socialismo. En consecuencia, mientras que los mencheviques más
a la derecha, en paralelo con los SR, continuaban a llamar a una coalición
con los representantes de la burguesía, los mencheviques-internacionalistas
subrayaban la necesidad de, al menos, conservar el apoyo de las capas medias
de la sociedad, la pequeña burguesía y especialmente la intelectualidad. El
problema, sin embargo, residía en el hecho de que esta última había optado,
de forma aplastante, por el partido de la burguesía. Resultó que los
mencheviques de izquierda quedaron condenados a permanecer como espectadores
pasivos de la revolución en curso.

En lo que concierne a los propios trabajadores y trabajadoras, cuando les
pareció claro que la verdadera cuestión era la de un poder de los soviets o
una coalición renovada, bajo una u otra forma, con la burguesía, dieron su
apoyo al gobierno de los soviets antes incluso de que los SR de izquierda
decidieron unirse al mismo. En la reunión del 29 de octubre, simultáneamente
a las negociaciones para formar un gobierno de coalición de todos los
partidos socialistas, una asamblea general de trabajadores de los astilleros
navales Admiral’teiski lanzó un llamamiento a todos los trabajadores,
pidiendo:

“Independientemente de vuestro color partidario, ejerced una presión sobre
vuestros centros políticos a fin de alcanzar un acuerdo inmediato de todos
los partidos, desde los bolcheviques hasta los socialistas-populares así
como a la formación de un gobierno socialista responsable ante el soviet de
los diputados trabajadores, soldados y campesinos sobre la base de la
siguiente plataforma: proposición inmediata de paz. Transferencia inmediata
de la tierra a los comités campesinos. Control obrero de la producción.
Convocatoria de la Asamblea Constituyente en la fecha fijada  3/.”

Este era un ejemplo de lo que Bazarov consideraba como revelador de la
confusión política de los trabajadores: querían un gobierno de coalición de
todos los partidos socialistas, pero querían igualmente que ese gobierno
fuese responsable ante los soviets. Una semana más tarde, sin embargo,
después de la ruptura de las negociaciones y mientras los bolcheviques
permanecían solos en el gobierno, esos mismos trabajadores decidieron
“manifestarse a favor de un poder los soviets pleno e íntegro, indivisible,
y contra la coalición con los conciliadores defensistas. Hemos sacrificado
mucho por la revolución y estamos dispuestos, si ello fuera necesario, a
nuevos sacrificios, pero no abandonaremos el poder a aquellos a los que se
les ha arrebatado en una sangrante batalla  4/.”.

Cuando los SR de izquierda decidieron entrar al gobierno, habiendo llegado a
la conclusión que “incluso si hubiéramos alcanzado la formación de un
‘gobierno homogéneo’, ello habría sido, en realidad, una coalición con la
burguesía” 5/, los trabajadores suspiraron colectivamente: se había
alcanzado la unidad, al menos “la de abajo”, entre los nyzy [la plebe],
siendo principalmente los SR de izquierda un partido campesino. Una asamblea
de trabajadores de la fábrica Putilov declaró en esta ocasión:

“Nosotros, trabajadores, saludamos como un solo hombre la unificación
deseada desde hace mucho tiempo y dirigimos nuestros calurosos saludos a
nuestros camaradas que trabajan en la plataforma del segundo Congreso
Panruso de las masas trabajadoras del campesinado pobre, de los trabajadores
y de los soldados  6/”.

La Revolución de Octubre, que había consagrado la polarización profunda que
existía ya en la sociedad rusa, vio al núcleo de la intelectualidad al lado
de las clases poseedoras  7/, mientras que lo que quedaba de la
intelectualidad de izquierda permanecía suspendida en alguna parte entre las
dos. Los trabajadores respondieron con amargura a esta perceptible traición.
Como escribía Levin, SR de izquierda:

“En el momento en que se rompen por el pueblo las cadenas burguesas del
Estado, la intelectualidad se aleja del pueblo. Los que han tenido la suerte
de recibir una educación científica abandonan al pueblo, que les ha llevado
sobre sus espaldas agotadas y laceradas. Y, como si ello no bastase, al
irse, se burla de su impotencia, de su analfabetismo, de su incapacidad de
llevar a cabo grandes transformaciones sin dolor, de conseguir grandes
realizaciones. Esta burla es particularmente amarga para el pueblo. En su
interior, crece instintivamente el odio hacia las personas instruidas, hacia
la intelectualidad <  8/”.

El periódico menchevique-internacionalista Novaïa zhizn’ publicó el
siguiente informe, sobre Moscú, en diciembre de 1917:

“Si las trazas externas de la insurrección son poco numerosas, la división
en el seno de la población es, de hecho, profunda. Cuando se enterró a los
soldados bolcheviques y a la guardia roja [a continuación de la victoria de
la insurrección, tras varios días de ásperos combates], según me han dicho,
no se pudo encontrar un solo intelligent o estudiante de universidad o de
instituto en el seno de esa grandiosa procesión. Y cuando se realizaron los
funerales de los junkers [cadetes de la escuela de oficiales que combatieron
para defender al gobierno provisional], entre la multitud no se encontró
ningún trabajador, soldado o plebeyo. La composición de la manifestación en
honor de la Asamblea Constituyente fue similar: los cinco soldados tras la
bandera de la organización militar de los SR no hacían más que subrayar la
ausencia de la guarnición.

El abismo que separaba a los dos campos toma amplitud mediante la huelga
general de los empleados municipales: los enseñantes de las escuelas
municipales, el personal superior de los hospitales, los empleados
superiores de los tranvías, etc. Esa huelga hace extremadamente ardua la
tarea del gobierno municipal bolcheviques; peor todavía, exacerba el odio de
la población nizy hacia toda la intelectualidad y la burguesía. He asistido
a la siguiente escena: un tranviario empujando a un estudiante de instituto
fuera de su tranvía: ¡‘os enseñan bien, pero parece que no quieren enseñar a
nuestros hijos!”.

La huelga de las escuelas y los hospitales fue vista por los nizy de la
ciudad como una lucha de la burguesía y de la intelectualidad contra las
masas populares  9/.

A la hora de comprender la posición de la intelectualidad, lo primero que
debemos preguntarnos es si la percepción de traición por parte de los
trabajadores tenía alguna justificación. Después de todo, visto desde otro
ángulo, eran los trabajadores quienes se separaron de la intelectualidad,
optando por una ruptura con las clases pudientes y abandonando la alianza
nacional de todas las clases que había sido forjada en febrero.

Las razones que justificaban la radicalización posterior de los trabajadores
se pueden resumir de la siguiente manera: sobre la base de su experiencia,
llegaron a la conclusión de que las clases pudientes se oponían a los
objetivos de las clases populares de la revolución de Febrero: la conclusión
rápida de una paz democrática, la reforma agraria, la jornada de trabajo de
ocho horas, la convocatoria de una asamblea con el fin de establecer una
república democrática. Las clases pudientes, no sólo bloquearon la
realización de estos objetivos (que en esencia eran democráticos, y de
ninguna manera socialistas), sino que además intentaron aplastar
militarmente a las clases populares. Esto queda ampliamente demostrado por
el apoyo, apenas velado, que el partido Kadete (partido
constitucional-demócrata) dio al levantamiento del general Kornilov, a
finales de agosto, así como por la oposición implacable de los industriales
a toda medida del Estado, para así impedir el derrumbamiento económico que
se aproximaba a pasos gigantes.

Para los trabajadores, la insurrección de octubre y el establecimiento del
poder de los soviets significaba la exclusión de las clases pudientes de
toda influencia sobre la política de Estado. Octubre fue ante todo un acto
de defensa de la revolución de Febrero, de sus conquistas reales y de sus
promesas, frente a la hostilidad activa de las clases pudientes. Mientras en
octubre ciertos trabajadores veían efectivamente el potencial de una
transformación socialista, de ninguna forma, durante ese período, eso
constituía su objetivo principal.

De esta forma, el sentimiento de traición que experimentaron los
trabajadores respecto de la intelectualidad se hace comprensible; tal como
lo redactaba el diario menchevique-internacionalista (que era hostil a la
revolución de Octubre): “de ahora en adelante, los trabajadores pueden
demandar a los médicos y enseñantes en huelga: “nunca hicisteis huelga
contra el régimen bajo el zar o bajo Goutchkov   10/. ¿Porqué hacéis huelga,
ahora que el poder está en las manos de personas que todos reconocemos como
nuestros dirigentes?”  11/.Incluso dirigentes de izquierda, como Iouli O.
Martov, cuya entrega a la causa obrera no puede ser puesta en duda, tenía
más el sentimiento de lavarse las manos que el de hacer “lo que parecía ser
nuestro deber – mantenerse al lado de la clase obrera, incluso cuando sea
falso… Esto es trágico. Porque después de todo, el conjunto del proletariado
va detrás de Lenin y espera que el derrocamiento producirá la emancipación
social; y ello siendo consciente de que el proletariado ha desafiado a todas
las fuerzas antiproletarias”  12/. ¿Porqué la intelectualidad huyó, tal y
como lo perciben los trabajadores?. Refiriéndose a los populistas, el
historiador Oliver Radkey ofrece la siguiente explicación: “En los momentos
más bajos de la revolución, una gran cantidad se convirtieron en
funcionarios o participaron en la acción social de las zemstvosy de los
municipios como funcionarios de las sociedades cooperativas, en donde la
rutina cotidiana y las perspectivas resultantes de estas actividades eran
mortales para el espíritu revolucionario. Otras personas entraron en
diferentes profesiones. Todos se hicieron más viejos   13/.”

No obstante, parece improbable que una transformación social tan profunda
como la integración económica de la intelectualidad en el orden existente
hubiera podido realizarse en el espacio de un decenio. Además, cabe
preguntarse, sobre la forma en que los intelectuales socialistas se ganaban
la vida antes del fracaso de la revolución de 1905, en la medida en que no
todos podían haber sido activistas profesionales o los mejores estudiantes.
Si la generación de 1905 envejecía, ¿qué es lo que sucedía a los estudiantes
de 1917, cuya mayoría también era hostil a la revolución de Octubre? El
menchevique A. N. Potresov, situado en la extrema derecha de su partido,
observaba en mayo de 1918 que “en febrero [1917],asistimos a la alegría
común de los estudiantes y de los pequeños-burgueses. En octubre,
estudiantes y burgueses habían llegado a ser sinónimos”  14/.

Una explicación más razonable de la huida de la intelectualidad puede
encontrarse en la polarización de clase de la sociedad rusa, que emergió en
todo su amplitud durante la revolución de 1905, cuando la burguesía,
asustada por el activismo de los trabajadores en defensa de sus
reivindicaciones sociales, en particular la jornada de ocho horas, y atraída
por las concesiones políticas muy limitadas que ofrecía una autocracia
debilitada, se volvió contra el movimiento de trabajadores y campesinos.
Destaca en ello, el lockout masivo organizado en Petrogrado por los
industriales y el Estado en el otoño de 1905, cuando los trabajadores
reivindicaban las ocho horas  15/. Cuando el movimiento obrero se
restableció de la derrota de esta revolución, en 1912-1914, colocó
inmediatamente en sus huelgas tantas reivindicaciones políticas dirigidas
contra la autocracia como reivindicaciones económicas dirigidas a los
industriales. Por su parte, estos colaboraron estrechamente con la policía
zarista para dificultar las acciones políticas y económicas de los
trabajadores así como para reprimir a los activistas  16/.

Es en el curso del período anterior a la guerra cuando los bolcheviques se
convirtieron en la fuerza política hegemónica en el seno del proletariado.
Lo que distinguía la fracción bolchevique de la social-democracia de los
mencheviques era su apreciación de que la burguesía, incluida su ala de
izquierda, liberal, era fundamentalmente opuesta a la revolución
democrática. Los mencheviques, por su parte, consideraban que resultaba
crucial que la burguesía dirigiera esta revolución. Sobre los campesinos,
que Lenin sugería que se aliasen a los trabajadores, los mencheviques
opinaban que no estaban capacitados para asegurar una dirección política
nacional. Si este papel no lo asumía la burguesía, necesariamente caería en
manos de los trabajadores. Pero los trabajadores, a la cabeza de un gobierno
revolucionario adoptarían, inevitablemente, medidas que socavarían los
derechos de propiedad burgueses. Se lanzarían a realizar experiencias
socialistas que, en las condiciones de atraso que caracterizaba a Rusia, se
revelarían desastrosas, conduciendo inevitablemente a la derrota de la
revolución. Por consiguiente, antes de la guerra, los mencheviques hacían
vanos llamamientos para que moderasen su presión huelguista: no querían
asustar a los liberales que se distanciaban cada vez más del podrido régimen
autocrático, pero que por otro lado podrían coger miedo a la revolución.

De forma que lo que hemos observado es que la intelectualidad de izquierdas
abrazó la posición de los mencheviques y de los SR y no la de los
bolcheviques y de los trabajadores. Afirmaban que en un país rural atrasado
una revolución encabezada por los trabajadores fracasaría de forma
inevitable. El episodio siguiente, relatado en las memorias de un
metalúrgico de Petrogrado, ilustra la división que existía entre los
trabajadores y los intelectuales de izquierdas.

I. M. Gordienko, metalúrgico y militante bolchevique, en compañía de dos
camaradas, que como él eran originarios de Nijni Novgorod, ciudad de origen
de Máximo Gorki, decidieron visitar a este último, su zemlyak (compatriota):
“se preguntaban, ¿puede que A.M. Gorki se haya alejado completamente de
nosotros?”. En 1918, Gorki era el editor del diario
menchevique-internacionalista Novaïazhizn’, violentamente crítico respecto
del nuevo régimen soviético, al que atacaba en particular por su
incompetencia. Resultado, según el diario, de la marginación de la
intelectualidad. En particular, lo que enfurecía a los trabajadores era el
hecho de que los editores del diario criticasen al gobierno, mientras se
mantenían a distancia a la vez que rehuían implicarse más en la mejora de
las cosas. Por ejemplo, con ocasión de la conferencia de los comités de
fábrica de Petrogrado, en febrero de 1918, uno de los delegados se expresó
con amargura sobre “la intelectualidad saboteadora de Novaïazhizn’ de Gorky,
que se ocupaba de criticar al gobierno bolchevique mientras que no hacía
nada para aligerar el fardo de ese gobierno” 17/.

En el domicilio de Gorki, la conversación giró rápidamente hacia cuestiones
políticas:

“Alekseï Maksimovitch, [Pechov, señaló Gorki] ensimismado en sus
pensamientos, dijo: “resulta difícil para vosotros, muy difícil”.

– Pero tú, Alekseï Maksimovitch, no haces las cosas más simples, le señalé.

– No sólo no nos ayuda, sino que mina nuestros esfuerzos, añadió
IvanTchougourine.

– Eh, amigos, sois formidables. Lo siento por vosotros. Debéis comprender
que sois un grano de arena en este mar; no, en este océano de fuerzas
elementales campesinas pequeño-burguesas. ¿Cuántos bolcheviques hay tan
convencidos como vosotros? Un puñado. En realidad, sois como una gota de
aceite en este océano, una mota de polvo que la más ligera brisa puede
destruir.

– Te equivocas, Alekseï Maksimovitch. Ven a visitar nuestro barrio de Vyborg
y lo comprobarás. Allí donde había 600 bolcheviques, ahora hay miles.

– Miles, pero maleducados, viviendo en la miseria, y en otras ciudades ni
siquiera eso.

– Lo mismo, Alekseï Maksimovitch, se produjo en otras ciudades y pueblos.
Por todos los lugares la lucha de clases se intensifica.

– Es por esto que os amo, por vuestra sólida fe. Pero es también por eso
mismo que os temo. Usted desaparecerá y después todo retrocederá cientos de
años. La perspectiva es estremecedora”.

Algunas semanas más tarde, los tres volvieron y se encontraron con N.
Soukhanov y D. A. Desnitski en el apartamento de Gorki. Ambos eran
intelectuales mencheviques de izquierda y editores de Novaïazhizn’.

“Una vez más, Alekseï Maksimovitch evocó el océano pequeño-burgués. Estaba
afligido a causa de que, nosotros, viejos militantes bolcheviques, además de
haber vivido en la clandestinidad, fuéramos tan pocos y que el partido fuera
tan joven e inexperimentado […] Soukhanovy Lopata [otro nombre de Desnitski]
afirmaron que únicamente un loco podía hablar de revolución proletaria en un
país tan atrasado como Rusia. Nosotros protestamos con energía y respondimos
que tras de la apariencia de una democracia pan-rusa  18/, lo que realmente
defendían era la dictadura de la burguesía […].

“Durante este intercambio, Alekseï Maksimovitch, se dirigió hacia la ventana
que daba a la calle. Inmediatamente, volvió hacia mí, me cogió de la manga y
me llevó a la ventana. “Mira”, me dijo con cólera y resentimiento en la voz.
Lo que vi era efectivamente escandaloso. Cerca de un pequeño jardín, sobre
un césped bien cortado, estaba un grupo de soldados sentados que comían
arenques y arrojaban los restos en el jardín con flores”.

“Y en la Casa del Pueblo sucede lo mismo  19/, se enceran los suelos y se
colocan escupideras en las esquinas y al lado de las columnas, pero observad
lo que hacen”, se lamentaba Maria Fiodorovna [esposa de Gorki], que era la
encargada de la Casa del Pueblo.

“Y es con gentes como esta que los bolcheviques piensan realizar una
revolución socialista”, añadió Lopata, con un cierto sarcasmo en la voz.
“Previamente debéis enseñar, educar al pueblo, y a continuación hacer una
revolución”.

“¿Y quién va a formarles y educarles? ¿la burguesía?”, preguntó uno de entre
nosotros.

“¿Y cómo lo vais a hacer?”, preguntó Alekseï Maksimovitch, sonriendo.

“Nosotros queremos hacerlo de otra manera”, respondí. “Ante todo, derrocar a
la burguesía, y después educar al pueblo. Construiremos escuelas, clubs,
Casas del Pueblo […].”

“Pero eso es irrealizable”, señaló Lopata.

“No será realizable para vosotros; pero sí para nosotros”, le respondí.

“Y bien, ¿es posible que sean estos diablos quienes lo realicen?” dijo
Alekseï Maksimovitch.

“Nosotros lo conseguiremos en su totalidad”, replicó uno de los nuestros, “y
ello será peor para vosotros.”

“¡Eeh! ¡Así que con amenazas! ¿Qué es eso de que será peor para nosotros?”
preguntó entre risas Alexeï Maksimovitch.

“De la siguiente manera: haremos lo que tengamos que hacer, con o sin
vosotros, bajo la dirección de Ilitch [Lenin], y entonces ellos os
preguntarán: ¿Dónde estabais y qué hacíais cuando atravesábamos un momento
tan difícil?  20/”.

Lenin había realizado una descripción enormemente similar de “una
conversación con un rico ingeniero poco antes de las jornadas de
julio[1917]".

“Ese ingeniero, en un determinado momento, había sido revolucionario. Fue
miembro del partido social-demócrata e incluso del partido bolchevique. Hoy,
no es sino el terror y el odio hacia los obreros libres e indomables. Él,
que es una persona cultivada, y que ha estado en el extranjero, dice que si
por lo menos fueran obreros como los obreros alemanes…; yo entiendo que en
general la revolución social es inevitable; pero aquí, con el descenso en el
nivel de los obreros, que ha causado la guerra 21/… no se trata de una
revolución, es un abismo”.

“Estaría dispuesto a reconocer la revolución social, en el caso de que la
historia se condujera con tanta calma y con tanta tranquilidad, regularidad
y exactitud como las que caracterizan a un tren alemán entrando en una
estación. Con gran dignidad, el interventor del tren abre las puerta de los
vagones y anuncia: “¡Término: Revolución social.! ¡ Alleaussteigen (todas
las personas descienden del tren)!” ¿Entonces porqué no se pasaría de la
situación del ingeniero bajo el reino de las TitTitytch  22/ a la situación
del ingeniero bajo el reino de las organizaciones obreras?.

“Este hombre ha visto huelgas. Sabe qué tempestades de pasiones desencadena
siempre una huelga, hasta la más común, incluso en los períodos de mayor
calma. Por supuesto que comprende bien que esta tempestad debe ser millones
de veces más fuerte en el momento en que la lucha de clases haya sublevado a
todos los trabajadores de un inmenso país, cuando la guerra y la explotación
hayan conducido al umbral de la desesperación a millones de personas, a los
que los propietarios hacían sufrir desde hace siglos, y a quienes los
capitalistas y los funcionarios del zar explotaban y maltrataban desde hacía
decenas de años. Todo esto lo comprende “en teoría”, y no lo reconoce mas
que en la punta de los labios; simplemente está asustado por la “situación
excepcionalmente compleja” 23/.

N. Soukhanovo ofrecía una explicación similar a la posición de los
mencheviques de izquierdas: “Estábamos opuestos a la coalición y a la
burguesía, al lado de los bolcheviques. No nos habíamos fusionado con ellos
debido a ciertos aspectos de la creatividad positiva de los bolcheviques
[comentario irónico de Soukhanov], o porque sus métodos de propaganda nos
revelaban la cara odiosa que pudiera venir del bolchevismo. Se trataba de
una fuerza elemental [stikhiya] pequeño-burguesa, desatada y anarquista que
no pudo ser eliminada del bolchevismo hasta que dejaron de seguirle las
masas  24/.

El temor de la stikhiya, especialmente del campesinado, constituía un
aspecto importante de los mencheviques. Contribuye a explicar el rechazo de
la Revolución de Octubre por este partido así como su insistencia para
establecer una coalición con los liberales y, en caso de fracaso, con el
“resto de la democracia”, y en particular de la intelectualidad.

Ahora bien, si la preocupación de la intelectualidad de izquierdas sobre el
carácter insuficiente del desarrollo de la cultura política y de la
consciencia de las masas populares tenía una base, sin duda, cabe
preguntarse cómo podía justificarse su decisión de mantenerse a distancia de
la lucha, en tanto en cuanto la revolución continuaba avanzando. En las
condiciones de una profunda polarización entre clases, la alternativa al
gobierno de los soviets que defendía la intelectualidad, -incluida la
intelectualidad de izquierdas- nunca fue clara, y menos para los
trabajadores. En realidad, no existía alternativa, si se excluye la derrota
de la revolución. De esta manera se expresaba un trabajador bolchevique en
una conferencia de delegados de los trabajadores de la Armada roja, en mayo
de 1918: “Se nos acusa de haber sembrado la guerra civil. Se trata de un
grave error, cuando no una mentira […] Nosotros no inventamos los intereses
de clase. Se trata de una cuestión que existe en la vida, un hecho, que
todos debemos reconocer” 25/. Esta es la razón por la cual, los trabajadores
y campesinos, a pesar de las enormes privaciones y de los excesos de la
guerra civil, continuaron sosteniendo el régimen de los soviets: por
supuesto, unos de forma más activa que otros.

La preocupación de Gorki, a propósito de las masas incultas, políticamente
no instruidas, era eminentemente sincera. Pero la revolución iba avanzando
con o sin la intelectualidad. Frente a esto, sería más razonable tomar parte
activa en ello para así facilitar el camino e intentar reducir los excesos.
Ciertamente, algunos intelectuales optaron por ello. Un cierto Brik, -figura
cultural en Petrogrado- escribía lo siguiente, a principios de diciembre de
1917, en Novaïazhizn’:

“Para mi gran sorpresa, me encontré en la lista electoral bolchevique para
las elecciones de la Duma municipal. Yo no soy bolchevique y me opongo a su
política cultural. Pero no puedo permitir que las cosas continúen así. Esto
sería un desastre si se dejase a los trabajadores que definieran la
política. Por consiguiente voy a actuar, pero sin disciplina [exterior].
Aquellos que rehúyan actuar y esperen que la contra-revolución restaure la
cultura están ciegos  26/.”En diciembre de 1917, se formó un nuevo Sindicato
internacionalista de enseñantes, después de que algunos de estos decidieran
romper con el Sindicato pan-ruso de enseñantes por cuestionar la huelga
[contra el gobierno bolchevique]. La nueva organización declaró que
resultaba “inadmisible que las escuelas fueran utilizadas como arma
política” y efectuaron un llamamiento a los enseñantes para cooperar con el
régimen con el fin de crear una nueva escuela socialista  27/.

V. B. Stankevitch, miembro del Partido socialista-popular (populista de
derechas) y comisario militar en la época del gobierno provisional, tomó una
posición similar en una carta dirigida a sus “amigos políticos”, redactada
en febrero de 1918:

“De ahora en adelante, debemos comprender que las fuerzas elementales del
pueblo se sitúan al lado del nuevo gobierno. Se nos abren dos vías:
continuar la lucha implacable por el poder o adoptar una acción pacífica,
constructiva, de oposición leal […]”.

“¿Pueden pretender los antiguos partidos [del gobierno provisional] que
poseen la suficiente experiencia, asumir la gestión del país, tarea que es
cada vez más difícil? En substancia, no existe ningún programa que
pudiéramos oponer al de los bolcheviques. Y una lucha sin programa no
resulta más valiosa que las aventuras de los generales mexicanos. E incluso,
en el caso de que fuera posible elaborar un programa, debemos ante todo
comprender que nos faltan las fuerzas para llevarlo a cabo. Porque, para
derrocar al bolchevismo, no en la forma sino en los hechos, sería necesaria
la unión de todas las fuerzas: desde los socialistas revolucionarios a la
extrema derecha. E incluso, en ese caso, los bolcheviques serán los más
fuertes […]”.

“Queda otra vía: la de un frente popular unificado, un trabajo nacional
unificado, una creación común […].¿Qué sucederá mañana? ¿Continuar la
tentativa aventurera, en substancia sin objetivo y sin significado, de
arrancar el poder? ¡O trabajar con el pueblo para acometer una obra
realizable tendente a contribuir a la resolución de las dificultades a las
cuales debe hacer frente Rusia, unido en una lucha pacífica por principios
políticos fundamentales, para establecer los fundamentos verdaderamente
democráticos al gobierno del país!  28/”.

La cuestión central es que la posición adoptada por la mayoría de la
intelectualidad no parece estar de acuerdo con las razones que ella avanzaba
al respecto. Lo cual nos lleva a preguntarnos si no existen otras razones.
Parece que, en el fondo, la mayoría de la intelectualidad socialista reveló
no ser sino “la fracción más radical de la burguesía”, como lo señalaba el
diario SR de izquierda. Dado que la tarea de la revolución consistía en
derrocar la autocracia semi-feudal y establecer una democracia liberal,
ellos podían apoyar e incluso potenciar el movimiento popular. Pero, desde
el momento en que se evidenció –y fue lo mismo en el caso de la revolución
de 1905- que en las condiciones rusas la revolución se transformaría en una
lucha contra la misma burguesía así como contra el orden social burgués la
intelectualidad de izquierdas sintió que el suelo temblaba bajo sus pies.

Tuvieron la impresión que su posición en la sociedad estaba amenazada. A
pesar de todo, gozaban de ciertos privilegios, al menos en términos de
estatuto y de prestigio, e incluso a veces, de más ingresos y mayor
autonomía profesional. Estos privilegios, junto al miedo y a una auténtica
desconfianza hacia las masas “desmandadas” e “incultas”, les llevaban a
defender, si no el orden político, sí el orden social imperante
(capitalista).

Con el tiempo, cabe caer en la tentación de afirmar que la intelectualidad
de izquierdas tenía razón. Después de todo, durante los últimos años de su
vida, uno de los principales temas de Lenin fue la urgente necesidad de
incrementar el nivel cultural de la gente. Este aspecto, y en particular el
de la cultura política del campesinado, que constituía la mayoría de la
población, fue un factor clave en el ascenso al poder de la burocracia, bajo
la dirección de Stalin. Resulta fundamental preguntarse si la posición
hostil que la intelectualidad adoptó contra la revolución de Octubre, no
contribuyó al mismo.

* David Mandel es Catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de
Quebec en Montreal. Esta contribución de David Mandel es una versión
revisada y aumentada en 2017 para una publicación brasileña de la publicada
en 1981 en el número 14 de la revista Critique, pp. 68-87, animada por
Hillel Ticktin. El artículo inicial ha sido revisado y aumentado para su
publicación en una revista brasileña, en 2017 (RUS. Revista de Literatura e
Cultura. En este tercer capítulo agrupamos los capítulos III y IV editados
por Al’encontre Rusa). Esta versión es la que ha servido para la traducción
realizada por Sébastien Abbet].

Notas

1/  Znamia truda, 8 de noviembre de 1917.

2/ Novaïa zhizn’, 4 de noviembre de 1917.

3/  Tsentral’nyi gosudarstvennyi arkhiv Sankt-Peterburga, opis’ 9, fond 2,
delo 11, list 45.

4/  Ibid.

5/  Znamia truda, 8 de noviembre de 1917.

6/  Ibid.

7/  La definición que dio Pitirim Sorokin, en noviembre de 1917, de las
“fuerzas creativas” de la sociedad – que opone a la “seudo-democracia“– es
llamativa: “ahora, deben llegar a la escena, de un lado, la intelectualidad,
la portadora de la inteligencia y de la conciencia y, del otro, la auténtica
[¡!] democracia, el movimiento de las cooperativas, las dumas y zemstvos
[gobiernos locales instaurados por el zar Alejandro II, nvs] de Rusia y la
aldea consciente [¡!]. Su tiempo ha llegado”(Volia naroda, 6 de noviembre de
1917). La ausencia de los soldados y de los trabajadores es manifiesta. Lo
mismo que, por supuesto, de las aldeas “inconscientes”, los campesinos que
apoyaban a los SR de izquierda y los bolcheviques. Todas las organizaciones
citadas estaban todavía dominadas por los socialistas moderados y los
cadetes y no disponían de apoyo político masivo.

8/  Znamia truda, 17 de diciembre de 1917.

9/  Novaïa zhizn’, 12 de diciembre de 1917.

10/  N. I. Goutchkov, importante industrial ruso y presidente de la cuarta
Duma de Estado.

11/  Novaïazhizn’, 6 de diciembre 1917. Esto no era del todo exacto. En
1905, la intelectualidad, organizada en el seno de la Unión de uniones,
participó en el movimiento huelguístico del otoño. Por primera y última vez.
No dió un apoyo activo a los inmensos movimientos huelguistas del período
1912-1914 ni a los de 1915-16.

12/  L.H. Haimson, The Mensheviks, (Chicago: 1975), pp. 102-103. Los
mencheviques, en tanto que partido, reorientaron su posición después de la
revolución alemana de noviembre de 1918 y adoptaron una posición de
oposición leal al gobierno de los soviets.

13/  Radkey. op. cit., p. 469-470.

14/  Znamiabor’by, 21 de mayo de1918.

15/  Ia. A. Shuster, Peterburgski rabochie v 1905-1907 pp., (Leningrado:
1976), p. 166-168.

16/  “The Workers’ Movement after Lena,” en L. H. Haimson, Russia’s
Revolutionary Experience, N.Y., Columbia University Press, 2005, pp.
109-229.

17/  Novaïazhizn’, 27 enero 1918.

18/  La posición menchevique-internacionalista consistía en que la base
política del gobierno debía ser ampliada para incluir a toda la
“democracia”. Este término siempre fue vago y hacía referencia a las capas
medias de la sociedad, en particular a los intelectuales.

19/  Edificio en el interior del cual tenían lugar reuniones populares y
eventos culturales.

20/  I. Gordienko, Izboevovoproshlovo, (Moscú: 1957), p. 98-101.

21/  Hace referencia a la llegada de campesinos a las fábricas de armamento,
en expansión.

22/  Tit Titytch era el personaje de un rico comerciante despótico en una
obra de Alexandre Ostrovski (1823-1886).

23/  V.I. Lenin, Polnoe sobranie sochinenii, 5th ed., (Moscú, 1962), vol.
34, 321-322. [¿Se mantendrán los bolcheviques en el poder ?]

24/  Sukhanov, op. cit., vol. 6, p. 192.

25/  Pervaya konferentsiya rabochikh I krasngvardveiskikh deputatov 1-go
gorodksovo raiona, Petrogrado, 1918, p. 248.

26/  Novaïazhizn’, 5 diciembre de 1917.

27/  Ibid., 6, 9 y 13 diciembre de 1917. La novela de Veresaev a que hace
referencia la nota 37 muestra ejemplos de esta posición así como de la
segunda, adoptada por la mayoría de la intelectualidad de izquierdas.

28/  I.V. Orlov, “Dvaputiperednimi,” Istoricheskiiarkhiv, 1997, n° 4, pp.
77-80.

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